🍰 Capítulo 1: Alma en añicos
El cielo despejado era señal de que iba a ser un buen día en la ciudad, y, ¿quién lo diría? Un día muy especial para los enamorados. San Valentín, pero la azabache no tenía nada preparado para el rubio que más adoraba, al que ni siquiera se atrevía a hablarle, ni hacerle saber sus sentimientos hacia él.
Tal vez, solo si tal vez, en su corazón hubiera un poco de valor lo haría. Pero ni en un rincón de su ser cabía esa palabra.
Triste y cabizbaja se dirigió a la planta de abajo, y, tras despedirse de sus padres cerró la puerta.
Al salir observó a su alrededor, pasaban muchas personas de un lado a otro, unas con muchos regalos, otras con cajas de chocolates en forma de corazón y globos. Dirigió su vista a sus pies, aquellas eran personas que tenían mucho valor en sus corazones, cuerpo y alma.
¿Por qué ella no podía sacar ese valor? ¿Qué era lo que le pasaba a ella que no lo podía hacer? Ella misma no lo sabía, y sonará raro y un poco tonto pero, ella iba a ser la única que no se confesaría a nadie ese día.
Algo que siempre había escuchado de la gente cuando habla del amor, es que uno debe hacer lo que el corazón te dicta. Ella quería confesarse a Adrien, siempre sentía que eso era lo que el corazón le dictaba, incluso en las muchas veces en que estuvo a punto de hacerlo, en las que lo intentaba hacer, pero en su corazón no había ninguna chispa que la iluminara.
Al llegar al colegio -que le quedaba al lado- se sorprendió de ver a tantos estudiantes murmurando, seguramente de lo que planeaban hacer ese día, si confesarse ante alguien o salir. Ella era la única que no lo haría, por lo que veía todos sí, pero ella era la única cobarde entre la multitud.
Y mientras se dirigía a su aula se subestimó mentalmente, más aún de lo que lo había hecho en su casa. Entró con la cabeza baja. ¿Qué podría decirle a Alya? La morena siempre estaba en las buenas y en las malas acompañándola, por lo que se desanimaría si la azabache le contase que no planeaba nada para aquel día.
La mencionada, como lo supuso en un principio, al pasar por el umbral de la puerta, estaba con Nino, este sostenía un MP3 en su mano, mientras que la chica tenía sus audífonos puestos. Le había compuesto una pieza de música.
Se acercó y forzó una sonrisa amplia. Y en cuanto la ojizarca levantó su vista para luego toparse con su amiga, la saludó y la llenó de preguntas como pensó que lo haría desde un principio. Preguntas que inquietaban su conciencia y que le recordaban que carecía de mucho valor en su ser, ¿qué le regalarás a tu rubio, Marinette? ¿Siempre se lo dirás? ¿Por qué no? ¿Sabes que hoy es un día adecuado para hacerlo? Y otras preguntas más hacían que la azabache se atormentara.
Luego de tal baño de preguntas por parte de Alya, su corazón volvió a tornarse sombrío, de un color desagradable, de púrpura había pasado a negro mezclándose. Y lo odiaba. Odiaba esa combinación. Odiaba su propia forma de ser. Odiaba que su autoestima decayera fácilmente.
Cuando se sentó en su pupitre ya no pudo más, derramó una lágrima que surcó de sus lindos ojos zafiros, que parecía como si el océano mismo se estuviera derramando, formando un vacío en ellos, perdiendo su hermoso color por la cristalización de los mismos, al nublarse por las lágrimas que amenazaban con salir.
No se atrevía a dejar que salieran las demás, no quería alarmar a Alya y a las personas que estaban a su alrededor.
Pero lo hizo, alarmó a su amiga sin querer. La morena la abrazó con fuerza, sabía cómo se sentía. Un abrazo que necesitaba mucho, pero lo que no sabía era que para el transcurso del día iba a necesitar otros más.
-No necesariamente tienes que confesarte hoy, Marinette, lo siento amiga, no quise molestarte con tantas preguntas-dijo al separarse del abrazo.
-No tienes porqué disculparte Alya, yo realmente lo siento, debería estar feliz por tí que ya estás con Nino-Le dedicó una sonrisa sincera, la primera verdadera sonrisa del día que no era forzada, no debió comportarse así, tan vulnerable, solo porque sabía que en ese día especial iban a haber muchas parejas de enamorados unidas, menos ella con la persona que deseaba estar.
-Marinette...
-No, Alya, yo de verdad me alegro mucho por ustedes y los felicito-esbozó una sonrisa.
Alya, se sintió orgullosa por tener una amiga cómo ella, Marinette era una persona especial, por el hecho de que le gustaba ayudar mucho a las personas y siempre que podía sonreía, pero como todas las personas tienen su defectos, ella los tenía, unas veces se decaía cuando algo le parecía imposible de lograr y tenía el dichoso don de la torpeza -como Alya le decía a la azabache para que se diera cuenta de que no era nada malo tenerlo, ella siempre lo hacía ver como un don y nunca se molestaba con ella cuando hacía una que otra torpeza, lo único que sí hacía era reírse de esta-.
Las clases transcurrían con normalidad, no fue hasta que la azabache fue a su casillero durante el recreo para buscar su celular que lo había dejado allí. Un papel se asomaba en la hendidura entre el casillero que le seguía al suyo.
Pero no era un simple papel, era una carta. Se sorprendió por los detalles que esta tenía, como el bordeado en forma de encaje rojo que la rodeaba.
La desdobló y al leer su contenido se sorprendió aún más.
~~~ ♥ ~~~
Mi querida azabache de ojos zafiros,
Sé que al leer esta carta te sorprenderás. Pero he visto que has sido la única que no te has confesado a nadie por ahora, y, de verdad me sorprendí. Creerás que soy un desconocido, pero, en verdad nos conocemos.
Te escribo para decirte que eres la chica que ha robado mi corazón aquí en la secundaria. Y, me es siempre inevitable mirarte de reojo por eso. No te diré quién soy, toma esto como un misterio pero puedes empezar por resolverlo por tu propia cuenta. No quiero parecer maleducado pero no tengo el valor suficiente para decirte quién soy.
Hasta la próxima carta, mi linda azabache de ojos oceánicos.
Atentamente, Gatito A.
~~~ ♥ ~~~
Sintió en su estómago un revoltijo de emociones, no sabía si sonreír porque alguien estaba interesado en ella y eligió ese mismo día para decirle o temer porque fuese un desconocido en verdad y no un conocido como lo había dicho. Pero había una cosa que le intrigaba, que le carcomía la duda, y era que el nombre de esa persona empezaba por la letra A.
Pensó internamente en quién sería ese gatito, y al toparse su mente con el nombre de cierto rubio se sonrojó a más no poder, allí frente a su casillero. De tan solo pensar que Adrien la llamó su linda azabache de ojos oceánicos, se le ponían los nervios a flor de piel.
Pero, después de unos segundos se repuso y le pareció absurdo. ¿Cómo iba a ser él si ella no era capáz de siquiera dirigirle la palabra? ¿Por qué si él siempre la había visto como una amiga? No debió ilusionarse, debió pensar en otro chico que su inicial empezara por esa misma letra. O tal vez suponer que esa A significara Anónimo, por así decirlo.
Escuchó una voz y, al reconocerla guardó la carta en su casillero y procedió a echarle llave.
-Oh, aquí estás, no me imaginé que estabas aquí en los casilleros ¿vamos a desayunar?-preguntó Alya, pero al verla en el estado en el que estaba, tan roja como una manzana, se detuvo-. ¿Qué pasó aquí?
-Nada, nada, solo... vine para buscar mi celular-dijo y sonrió, Alya sabía que escondía algo, iba a tratar de averiguarlo.
No iba a dejarlo pasar, por algo la azabache estaba actuando así, y aquella manera de pensar de la morena provenía de sus dotes como futura reportera.
Marinette, ensimismada en sus pensamientos, no se daba cuenta de lo que le contaba la chica que estaba al lado suyo en la banca.
-Marinette-llamó captando por fín la atención de la azabache-, no estás prestando atención a lo que te estoy diciendo ¿o sí?
-Lo siento, Alya-se disculpó y soltó una risita nerviosa-. Últimamente ando muy distraída.
-Okey... -habló estando no muy convencida por lo que le había dicho-. Te decía que estoy preparando un contenido especial y exclusivamente para San Valentín en el LadyBlog, hoy es una fecha muy importante, sobretodo aquí en París donde el amor se respira en todas partes-alegó mostrando la pantalla de su celular.
-Lo esperaré con ansias-soltó una risita más pero no nerviosa, su amiga no sabía que ella era la chica que estaba detrás de la máscara de Ladybug, nadie lo sabía.
Tan obsesionada estaba Alya con su superheroína favorita que al abrir el LadyBlog, este se dió a conocer en tan poco tiempo por la actitud obsesionada de la chica que fue reconocida como su fan número uno.
Al terminar las clases la azabache suspiró con pesadéz, estaba cansada. Salió rumbo a su casa sumergida en sus propios pensamientos. No dejaba de pensar en aquella carta tan reveladora y a la vez misteriosa. Y por otro lado la otra mitad de su mente se ocupaba de pensar en su falta de valor para decir las cosas, que en parte era normal pero a la vez era algo grave que le podría afectar más adelante.
A pesar de que la palabras de Alya la habían animado no dejaba de pensar en aquello.
Cuando estaba a punto de despejar su mente camino a casa, reconoció una voz que la trajo a la tierra. Nathaniel Kurtzberg. Sonrió. Él siempre había sido un buen amigo con ella.
Se acercó a ver qué se le ofrecía, este se veía tímido y muy nervioso. Supuso que el chico necesitaba que le prestara sus apuntes, pero no era lo que esperaba oír.
El pelirrojo le había hecho una confesión de amor. La azabache sin saber qué decirle y cómo reaccionar se quedó inmóvil por unos segundos meditando. No lo podía aceptar, ella sólo tenía ojos para una persona, y su corazón ya le pertenecía a esa misma.
Con un semblante triste y murmurando un «Lo siento» inaudible que solo ella pudo escuchar se adelantó a hablar, el chico esperaba una respuesta.
-Lo siento, pero ya mi corazón le pertenece a una persona. No quiero lastimarte, Nathaniel. Yo... te veo más como un amigo, y... de verdad, de verdad lo siento, pienso que te mereces a alguien mejor que yo-dijo bajando la cabeza dolida, pero lo que vendría después no se lo esperaría tampoco del pelirrojo.
-Está bien, Marinette, no tienes de qué preocuparte-dijo con ironía en su voz y burla, al parecer le había molestado el rechazo. Se empezó a acercar a la chica y esta se alertó al notar su repentina actitud y retrocedió unos pasos.
-N-Nath.
No, no podía estar pasando, eso no. Nath no era así. Ese no era el Nathaniel que conocía, el que la trataba de defender de Chloe aunque sus intentos fueran en vano siempre.
-No sabes cuanto me costó decirte lo mucho que te amo, pero ya veo, como tú no estás pasando por una situación similar me rechazas-dijo dolido para luego irse con las manos en los bolsillos.
-¡No! ¡Nathaniel, espera! De verdad...-No pudo terminar de hablar, Nathaniel ya había desaparecido del lugar.
¿De verdad eso pasó? A Nath realmente le sintió mal que lo haya rechazado. Marinette quería aclarar las cosas con su amigo, ella de verdad lo quería.
Recordó el caso de ella con Adrien, se enamoró de él, pero de la siguiente manera primero vino la lluvia y luego vino el flechazo; lo que daría como resultado que el enamoramiento se dió bajo la lluvia, bajo aquel hermoso fenómeno de la naturaleza, del que todos los escritores han escrito o han intentado escribir alguna vez. Sus manos chocaron con las de él y sus ojos se toparon con su orbes verdes y... ¡PUM! Valentín lanzó la flecha muy travieso.
Pero... ahora pensaba algo, ya no podría mirar a Nathaniel con los mismos ojos. Se quedó allí quieta pensando sobre cómo hacer que la perdonara, que cualquiera hubiese creído que estaba loca por quedarse estática.
Frotó su mentón con un dedo y comenzó a caminar. Reflexionó, si ella rechazó a Nathaniel y a este le dolió tanto ¿cómo sería si se hubiese confesado a Adrien esa misma mañana? Se sentiría igual que él y de verdad se lo merecía, ella lo veía asi.
Se sentiría ninguneada, triste y solitaria, igual que como se sintió su amigo.
Todo el mundo decía que Marinette era una muchacha muy dulce capaz de enfrentarse a cualquier cosa, pero lo que nadie sabía era que a una ruptura o a un rechazo no. Para ella misma ella nunca tendría una oportunidad con Adrien.
Sus miedos al rechazo y al ninguneo se desataban cada vez que había intentado decirle lo mucho que lo mucho que le gustaba a tal punto de odiarse a sí misma por ser una simple y completa cobarde.
Al llegar a su casa se percató de que había llegado a paso de tortuga por estar divagando en su mente, se apenó, sus padres siempre sabían la hora de salida de la muchacha y aveces la esperaban justo en la entrada, su escuela quedaba sumamente cerca como para llegar de un dos por tres.
«¡Oh, no! Mis padres me regañarán por tardarme en llegar a casa», pensó.
Pero un regaño no la esperaba en casa, sino una noticia muy devastadora.
Todo estaba en silencio cuando entró, exactamente en la panadería, ni los clientes que solían comprar pan a esa hora del día estaban. El letrero que estaba colgado en la puerta decía «cerrado».
«Qué extraño, ¿quién lo habrá puesto así?», pensó. Fue a la cocina del negocio para verificar si su padre estaba preparando la mezcla para vender pan por la tarde, pero para su sorpresa encontró su delantal y gorro de cocina allí mismo descansando sobre la repisa. Todos los utensilios estaban en sus respectivos lugares y los hornos apagados.
Algo extraño pasaba e iba a descubrirlo. Por su mente pasó un posible secuestro, no, no podía ser, sus padres no tenían enemistades.
Subió a la segunda planta y luego a su habitación para dejar su mochila y a ver si quizás sus padres se encontraban alli.
Nada. Soledad. Nunca antes la había experimentado como en ese momento.
Comenzó a sentir la Santa María en la boca, tenía miedo de que les estuviera pasando algo malo a sus padres.
Se sentó en su cama a esperar, miró su mochila y recordó las tareas pendientes que tenía, sacó sus cuadernos y se puso a realizarlas junto con Tikki. Sólo quería que la sensación de soledad desapareciera de su ser.
Pasos.
Levantó la vista de su tarea y pudo ver cómo la perilla de la puerta se movía y se abría dejando paso a su madre. Pero, esta, en cambio tenía un aspecto raro, sus ojos estaban llorosos y llevaba un pañuelo en la mano.
Marinette se levantó a abrazarla.
-Mamá, ¿pasó algo?
-No, hija. Perdona que tu padre y yo no te hayamos esperado en la entrada como siempre. De seguro te asustaste al ver la casa muy sola, y...-hizo una pausa, como si fuera a decir algo que no le gustara escuchar a su hija-. Además tenemos que hablarte de algo.
La azabache mayor la guío hasta la sala donde su padre estaba sentado en un sofá.
-Toma asiento cariño-le indicó Sabine mientras iba a la cocina por té.
Se preguntó en su sitio qué escondían ¿qué era aquello tan importante que necesitaba saber? Nada parecido a eso le había pasado a Marinette, recordaba un hecho similar y fue cuando le habían sermoneado por sus bajas calificaciones, cuando le habían hablado en el mismo tono pero era algo que ya estaba superado y ahora sus notas eran mejores que nunca.
El silencio entre los mayores le comenzó a impacientar y la interrogante aún rondaba en su mente, ¿qué necesitaba saber?
Pero fue Tom quien tomó la palabra.
-Preferimos decírtelo ahora, Marinette, porque muy en el fondo sabemos que si no lo hacemos sería peor, sería peor esconderlo por más tiempo, y no queremos eso para tí; porque luego te sentirás culpable por no haber hecho nada.-Marinette frunció el ceño desconcertadamente.
«Por algo pasan las cosas, hija ¿Cosas malas? También, porque el destino lo decide así. Es triste y lamentable ver cómo en el camino de la vida se nos aparecen obstáculos a todos, pero de todas formas siempre los superamos. Por eso, sé fuerte a lo que te voy a decir, Marinette.»
Luego de que Tom terminó de hablar una nube de silencio cubrió el lugar, la azabache podía percibir una tensa pero infinita atmósfera que los rodeaba. No obstante, lo que diría el señor Dupain lograría sobresaltarla:
-Sufro de un cáncer terminal, y no tenemos dinero para la operación.
Sintió cómo el mundo se le paralizaba, se sentía como si no pudiera procesar la información. Sus manos empezaron a temblar del pánico que la taza de té que ella sostenía resbaló y estalló en el piso.
Sabine, preocupada por su reacción fue por un vaso con agua.
Después de la conmoción y de haberse calmado Marinette subió a su habitación lista para dormir, pero antes fue a la azotea, y allí, inclinada en el balcón buscó una estrella a la cual pedirle un deseo.
No le importó que para aquella noche no estuviera prevista una lluvia de estrellas, en donde hubieran estrellas fugaces de verdad, una estrella fugaz a la que luego de pedirle un deseo ella se sintiera satisfecha y segura de que se iría a cumplir; ella sólo quería desearle lo mejor a su padre.
Y lloró, lloró en silencio como si no hubiera un mañana.
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