treinta y nueve🍒
—No debió ir muy lejos, Petunia es un tanto perezosa, ¿No? —expreso, tratando de aliviar el ambiente pesado que se hizo entre los dos. Luke solo me observa y asiente estando de acuerdo, sus movimientos son dudosos, es como si luchara consigo mismo para no arruinar algo, como si me temiese y tuviera que andar con cuidado, y eso duele—. Con suerte se vino a meter acá —susurro lo suficientemente algo para que él me escuche a la vez que quito el pasador de la pequeña puerta de madera que da al patio trasero. La abro y Luke me sigue en silencio, puedo escuchar el ruido de la bolsa de croquetas que lleva y el tintineo de sus llaves, no quiero decir que soy consciente de los latidos de mi corazón, pero lo soy, estoy demasiado nerviosa.
Le ayudo a buscar y en efecto, hay un espacio en la cerca de atrás que une su patio con el mío que tiene un hueco al final, lo suficientemente grande como para que una perra del tamaño de Petunia alcance. Pero ella no está acá.
— ¿Dónde pudo haber ido? —se cuestiona así mismo, su expresión se ha hecho más preocupada.
—Luke, escucha, puedo ayudarte a buscarla, créeme, Petunia no debe de estar tan lejos —indico, espero a que me diga algo, me mata que solo se me quede viendo sin decir nada y cuando Luke asiente, le sonrío a medias, para tranquilizarlo.
Me atrevo a ir a la casa de nuestros vecinos, la mayoría responden nuestras preguntas con amabilidad, el resto no tanto. El Sr. Peter nos queda viendo con duda, alternando su mirada grosera de mí a Luke, hace un gesto de cansancio y asiente cuando le preguntamos si ha visto a Petunia.
—Esa cosa vino a mi jardín, orinó en mis orquídeas —empieza diciendo, con desagrado—. Pensé que era un perro de la calle así que llamé a la perrera.
Enseguida volteo a ver a Luke, este tiene una mirada fría, ha quedado paralizado en su lugar, y su desconcierto se transforma en enojo en cuestión de segundos.
— ¿Disculpe? Petunia es mi mascota —le espeta furioso, el viejo solo se encoje de hombros. Sé que Luke trata de contenerse para no gritarle a nuestro vecino, no quiero que se meta en problemas así que coloco mi mano sobre su hombro para calmarle. El Sr. Peter solo me queda viendo con los ojos entrecerrados.
— ¿Tú no eres la hija de Yolanda Davis?
—Lo soy —respondo confundida, a mi lado Luke suspira—. Sr. Peter, ¿Podría darnos el número de la perrera a la que llamó? Por favor.
Él acepta a regañadientes, esperamos a que ingrese a su casa para traer su teléfono, volteo a ver a Luke, su ceño fruncido por la ira se dirige a mí y le ofrezco una sonrisa plana.
A los minutos ya tenemos el número del lugar y la dirección. Cruzamos la calle hasta la acera de nuestras casas porque honestamente Luke no quería estar cerca del Sr. Peter por más tiempo, estaba enojado y era comprensible. Tengo la necesidad de hablar para calmarle, pero sé que lo mejor por el momento es mantenerme al margen.
—No contestan —suelta él, su mirada se dirige al cielo casi oscuro, gruñe frustrado y aparta el teléfono de su oreja para volver a marcar—. No puedo creer que ese señor haya hecho eso —me susurra incrédulo, asiento en acuerdo.
— ¿Por qué mejor no vamos a la perrera a buscarla de una vez? —propongo cuando a Luke siguen sin contestarle.
— ¿Vamos? —me cuestiona con expresión extrañada.
—Por Dios, estoy tratando de ayudar, solo eso.
—Está bien, lo siento —acepta, deja escapar un largo suspiro y me queda mirando por lo que parecen ser varios segundos, su semblante se ha relajado—. Ophelia, ¿Cómo has estado?
Su pregunta me toma por sorpresa, me cruzo de brazos y niego lento, tratando de pensar en una respuesta, pero las ganas de serle honesta me aprietan con fuerza.
—Triste —le respondo con sinceridad, encogiéndome de hombros—. ¿Cómo has estado tú?
—Bien, he estado bien, supongo.
Oh.
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