moving on
El lejano sonido de aquella canción resonaba mientras acababa el tercer cigarro de su hora, sus ojos se posaban en aquella invisible aurora de la ciudad, en aquel balcón dónde cada que las estrellas brillaban le contaban algún tipo de sueño que dejó escapar, sus ojos no picaban pero algo en su pecho, le explicaba que tenía dentro algo que presionaba el alma, no podía hablar y tampoco lo quería, solo deseaba desaparecer aquel astuto dolor que lo estaba sofocando en aquellos momentos de pesar, los que le revolvían el estómago, se levantó y fue a devolver todo lo ingerido en el día, nada le caía bien y realmente deseaba solo que una ínfima parte suya le dijese que todo iba a ir bien pero nada parecía decirle eso.
Vuelve a aquel sitio, corriendo su cabello, quería y anhelaba algún tipo de solución a aquel tormento, pero cuándo un corazón está roto no hay mucho que pueda unirlo, de nuevo la canción volvió a sonar, a veces odiaba a sus vecinos y su manera inusual de tomarle el pelo con aquellas melodías propicias a su decaimiento. Levantó la vista y tomó de nuevo aquel vaso de ron, podría estar en el abismo emocional y gracias a eso lograría sacar algún tipo de escrito merecedor de ser visto por el ojo crítico, bueno eso aguardaba, frente a su laptop comenzó a impartir su batuta de letras y oraciones acompañado de su desequilibrio emocional de ocasión.
Luego de un largo rato escuchó a su lado el sonar de su teléfono, lo tomó, era un simple mensaje que no le importó, debía acabar ese libro y nada más le faltaba el final, uno qué ya sabia como sería pero luego de dos semanas de tratar de escribirlo no lo logró, sólo observó la pantalla en blanco de nuevo tratando de decirse que el borrar las tres mil palabras era necesario debido a que estaban mal hechas, carecían de alma, de su alma; la misma que se había ido de nuevo de él.
Tomó el celular de nuevo y marcó un número, podría responder o quizá no, no importaba, el alcohol recorría sus venas llenas de nicotina y de insomnios, su mente deambulaba y si antes el estar así de ido lo ayudaba a mantener la concordancia en ese estado de limpia ruptura reciente y la presión de su libro no lo ayudaban. Pero simplemente le acogió aquel sonido de la contestadora. Su cuerpo bailaba con lo roto de sus crujientes pedazos de corazón, años de pareja no solucionaban su dolor de recuerdos y por eso decidió escribir quizá una historia que lo hiciera olvidar algo. Algo que no tuviera nada que ver con su libro y la editorial que estaba a nada de sacarle los sesos si lo viera necesario.
Y comenzó a escribir.
Nota número 10: Inicio
En aquellos días lo único que para Park Jimin era importante era sentir la suave brisa primaveral golpeando su rostro, también endulzarse de ese aroma a margaritas y rosas, correr entre los prados llenos de flores de todos los tipos era su pasatiempo favorito, claro, cuándo posees diez años no piensas mucho en las cosas, más bien las vives, las derrochas, las experimentas por mera curiosidad, por querer. Cómo aquella agradable primavera en la cual el pequeño Jimin corría libre entre los bosques siendo seguido muy de cerca por su fiel canino. Corría libre, feliz. Su risa resonaba entre los frondosos árboles quiénes parecían dar paso a la frágil anatomía del pequeño niño quién expandía su sonrisa a cada paso que daba.
Claro, el sólo deseaba correr hasta aquel pequeño naciente que poseía ese aroma húmedo y característico de sus más bellos recuerdos. Park Jimin era uno de los niños más dulces, puros que pudieras conocer. De esos que derrochaban bondad y amor. Tan inocente. El pequeño príncipe de la gran nación de los ingleses, destinado a la corona y a la soberanía del pueblo, aunque no lo quisiera asumir aún, pues a tan corta edad sólo pensaba en reír y jugar ¿qué más importaba el resto?
Ese día no era diferente al resto, sus piececitos lo dirigían al cristalino cúmulo de agua casi tan pura como él. Su fiel acompañante lo seguía de cerca sin perderlo de vista, cuidándolo. Sin prisa alguna comenzó a disminuir su paso, su respiración estaba descontrolada y su rostro se pintaba de un leve rojo, una gotita de sudor caía por sus recién recortadas patillas de esas hebras rubias, tan onduladas y brillantes.
A un leve paso llegó a su tan anhelado destino, se abrió paso entre los arbustos y ante sí contempló el regalo de la naturaleza para él, un pequeño arroyo, naciendo de las rocas, casi sin comienzo y con un final desconocido. Camino hasta que diviso su reflejo en el líquido, los pececitos danzaban contra la corriente y sus leves colores rojos resaltaban ante lo gris de las rocas. Unos segundos permaneció admirando aquel armonioso espectáculo que estaba siendo explayado solo para él. Su preciosa función se vio opacada por los ladridos de su canino, giró rápidamente llamándolo. Nada, siguió nombrándolo, esperando que fuera sólo algún animal que lo puso nervioso y nada más.
Pero los ladridos eran persistentes y eso comenzó a asustarlo, empezó a acercarse a esos arbustos lentamente, temiendo que fuese algún enemigo de su país tratando de secuestrarlo o algo peor. Juntó su poca valentía divisó un ser hecho bolita ante un árbol. La silueta se abrazaba a sí mismo, parecía un niño casi de su edad. El miedo desapareció y fue reemplazado por la compasión y la empatía. Se aproximó muy lentamente tratando de evitar cualquier movimiento brusco.
—¿E-estás bien? — su voz salía muy suave — Tú, niño—siguió pronunciando hasta captar la atención del nombrado.
—¿Crees que me abrazo a mí mismo por gusto? — su tono era completamente diferente al de él, era más rudo.
Ante todo, su perrito seguía a los ladridos, el niño se tapaba los oídos, así Jimin pudo ver sus ojitos rojos y sus mejillas levemente mojadas, concluyó que él estuvo llorando, ahora debía pensar bien en que diría en adelante.
—P-perdón —pausó unos minutos acariciando a su canino logrando que su tono se calmara por completo haciendo que el contrario lentamente bajara sus manitas y dirigiera su mirada a él —. Me llamo Park Jimin ¿y tú?
—¿Para qué lo quieres saber? De seguro eres un puro y debes pensar que yo soy una especie de diversión ante tus ojos.
Jimin permaneció estático. ¿tan mal podía pensar de él un niño que ni siquiera lo conocía?
Pues él no aceptaría eso y lo cambiaría y claro que lo hizo.
Ese día conoció a Min Yoongi, un pequeño plebeyo, un niñito que mendigaba dinero y lo robaba a veces. Un niño muy diferente a él, pues su madre lo golpeaba si no llevaba unas monedas al día y que sufría mucho.
Ese día Jimin le dio sus monedas y le dijo que, si venía todos los días allí, a ese lugar le daría más.
Claro, para el cansado Yoongi esa idea le tentaba, puesto que el niño no parecía malo, no se burló de él ni mucho menos. Aceptó. Desde allí comenzaron sus puntuales encuentros ante ese claro que era testigo de ellos dos. Los años transcurrían y ninguno permaneció en esos pequeños cuerpos, sino más bien fueron desarrollando más altura, brazos más largos, finas caderas. Estaban en plena adolescencia ambos.
Todos los días sin falta se veían, Jimin había enseñado a Yoongi a leer y escribir, palabras complicadas avanzaban en su léxica ya bien surtida, en ocasiones Jimin le traía ropa a Yoongi, puesto que él ya no tan pequeño amigo suyo no tenía muchas veces nada que comer y menos tendría ropa.
Las décadas fueron testigos de sus risas y miradas cómplices, Jimin soñaba con salir de ese palacio y Yoongi de ese pueblo de malas personas ¿Quién era el destino para impedirles a dos almas tan lastimadas no darse apoyo entre sí?
Una tarde entre risas y suaves roces Yoongi se apoderó de esos labios rosas tan dulces, unas palabras y leves temblores, unos latidos y mil miradas penetrantes y inocentes fueron suficientes para entregarse el corazón sin muchas vueltas. Puesto que el amor no se elije. Pero algo se salió de control cuándo una tarde Jimin no apareció ante ese cristalino escondite, dos, tres, cuatro días. En los cuáles Yoongi podría jurar que la desesperación podría convertirlo en títere de su antojo.
Sus uñas eran mordidas con ganas ese quinto día, donde sus palmas sostenían una rosa blanca siendo muy maltratada por su ansiedad, luego de mil ruegos oyó unos arbustos siendo removidos, sus manos sudaban, hasta que no divisó a Jimin su pulso no pareció calmarse.
—¿Yoongi?
Esa suave y melódica voz sólo le pertenecía a su niño, porque sí. Incluso si Jimin no lo sabía su pertenencia a Yoongi era algo demasiado notorio. Porque luego de tantos años de dulces palabras, sonrisas, roces casi tan dulces cómo las moras, casi tan adictivos como sus preciados días lluviosos de ambos bailando bajo la misma empapándose hasta el alma de su propia fantasía idílica, algo debía de nacer y eso fue el amor.
—¡Jimin! ¿Dónde te metiste mocoso, sabes lo preocupado que estaba? — Yoongi apretujó esos mofletes levemente tintados de un rosa furioso, sus ojos no querían contraatacar los suyos y eso lo desesperaba — ¿Jiminnie?
—Debo casarme Yoongi, dentro de dos días, debo casarme — las lágrimas salían presurosas y en una constancia que hacía añicos el corazón del mayor.
Jimin no podía casarse, no. Él era su novio, su niño, su príncipe, suyo de nadie más.
—Quiero que tomes tus cosas y me veas aquí a la media noche — esa voz firme calmó el acelerado pulso del menor.
—Yoongi...
—Somos el Arkhé y el Apeirón Jiminie, somos el inicio de lo indefinido, porque somos el comienzo y nadie puede definir el amor que nos tenemos. Soy tuyo y tú eres mío cariño.
Jimin frotó sus ojitos despejando esas molestas lágrimas de sus preciados ojitos marrones.
Asintió besando levemente a Yoongi, aferrándose a su cuerpo tan delgado, siendo envuelto por esos brazos tibios, sus oídos siendo endulzados por poesías y odas de mil locuras como era su amor con el dueño de su ser.
Esa noche fue fatídica para los amantes, unos guardias y dos armas, confundieron a Jimin con un plebeyo y dos tiros dieron certeros en su cuerpo. Esa noche Yoongi se arrodilló ante los dioses, exclamó a los cielos su dolor, el país perdió a su príncipe, pero el perdió a su rey.
Esa noche los pedidos desesperados de Yoongi fueron oídos, por los celestiales y los puros, por los que concibieron su nacimiento, por los cuáles conocían su fatídico destino. Esa noche un ángel recorrió sus alrededores, impresionado por las lágrimas del mayor, la sangre lo empapaba y era imposible separarlo del menor. Sus manos estaban juntas y su voz lastimera susurraba mil perdones y un amor imposible de comprender.
Porque otro disparo, parando su ciclo de latidos en segundos eternos.
Porque...
Y en ese instante una llamada lo hizo volver al mundo real, se frota el rostro tratando de alguna manera de volver a la realidad y toma su café humeante, no sabía como llegó a su lado y mucho menos como él, llegó a escribir tal pequeño fragmento, y mucho mas con tales sentimientos puestos en simples letras, sólo se repuso a contestar aquella llamada qué lo sacó de su laberinto de ideas y detrás de aquella llamada una voz hizo que su corazón comenzase a romperse de nuevo.
—Hola Yoongi, soy Jimin, no sé si es mal momento, pero ya sabes que Yeuun quería verte, y-yo sé que todo está muy difícil, pero le haría bien verte, eres su hermano y ella no tiene la culpa de la decisión de tus padres.
—No necesitas proseguir — interrumpe Min, mirando el cielo — iré a verla, adiós.
Da por finalizada la llamada, en toda su escritura, el cigarro había sido consumido por su propia llama, así como por sus caladas y el vaso a su lado, permanecía vacío, ya qué nada más quedaba. Había muchas cosas en la mente del hombre, tantas que incluso era imposible decirlas u escribirlas porque, a veces es mejor la incomprensión para esperar el veredicto de opiniones que simplemente debería de descartarse.
Porque aún en ese momento aún marchitaba en sí algún tipo de recoveco de esperanza que poseía. Era el 17 de junio de 1854 y si en algún futuro el podría ser parte de la vida de Park Jimin, en ese año, en esa vida no sería. Ya que algún tipo de relación similar a la de ellos, arruinaría no solo la vida de los protagonistas, sino también la de sus familias, al haber concebido a tales monstruosidades.
Triste, es cierto, pero quizá en otra vida pudiesen volver a obtener un poquito de libertad, quizá.
Yoongi se pone de pie, entre la llamada a observar lo despampanante de la ciudad de Seúl para ese entonces, preguntándose ¿Lo seré algún día? Feliz, digo.
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