Delator
Hay muchos tipos de secretos. Están los que unen personas y esos otros. Esos que las separan.
Yo lo miraba caminar hacia mí como si no hubiera otra cosa más maravillosa en el planeta. Y es que yo soñaba todo el tiempo con Matías. Lo vivía, lo pensaba, lo respiraba. Estaba en cada maldito poro de mi piel desde que tenía memoria y Matías me dolía. Me dolía pensarlo, me ardía en la piel a cada instante, me dolía quererlo así.
Me sonrió a la distancia y le correspondí con una enorme sonrisa mientras acomodaba mis cosas dentro del bolso. Lo esperaba hace bastante rato y venía tan calmado como siempre.
No me atreví a regañarlo porque apenas llegó me besó la mejilla y me regaló una de esas conocidas sonrisas encantadoras.
Escuché pacientemente su historia, sus justificaciones del atraso sabiendo que eran mentiras. Tomé mi bolso fingiendo enfado y pude escuchar sus apresurados pasos a mi siga. Revoloteando a mí alrededor, suplicándome. ¡Cuánto me agradaba esa sensación!
Se me adelantó unos pasos y se plantó frente a mí, sujetándome suavemente por los hombros, mirándome con sus ojos tan caramelo. Modulando un por favor con sus labios tan generosos como prohibidos.
Me liberé de su agarre con lentitud mientras mi vista aun se encontraba alternándose entre sus labios y sus ojos miel. ¿Cuántas veces no había soñado despierta con momentos como este? Caminamos a un lugar que nos gustaba frecuentar para perder el tiempo mientras lo fulminaba con la mirada. Se tendió sobre el pasto y sacó un par de libros mientras yo me sentaba frente a él con mi libro y unos apuntes. Los rayos débiles y apenas cálidos del sol invernal nos acariciaban con tibieza la piel. Mientras yo atesoraba estos momentos íntimos y perfectos a su lado: los únicos a los que podía aspirar.
Me encontraba absorta con el color que tomaba su cabello al sol. Fingía leer mis apuntes pero vigilaba peligrosamente el movimiento de sus labios cuando susurraba alguna frase que quería memorizar.
Dejó el libro a un lado y se recostó sobre la hierba cerrando los ojos y soltando un largo suspiro. Yo lo imité y me tendí junto a él, frustrada al no poder concentrarme en otra cosa que no fuera él. Observé sus largas pestañas quietas y su expresión de preocupación con total adoración. Mis manos jugaron en el aire un rato. Como si pudiera atrapar el sol entre los dedos pero el sol no es de nadie, justo como él.
Este fue el inicio de un crimen, el mío.
Suspiré ante mi pensamiento penoso pero indudablemente cierto. Él abrió los ojos repentinamente y se acomodó para mirarme con atención. Entre sus cabellos revueltos había pasto, me acerqué a él con esa obvia excusa y enredé mis dedos en su cabello acariciando con suavidad quedando totalmente fuera de la casualidad.
Mi mano rozó suavemente su mejilla y sentí su respiración colmándome los sentidos. Lentamente cerró sus párpados ante la caricia, confiado, tan natural para él como si lo hubiera vivido millones de veces antes. Sus dedos encontraron rápidamente el camino y rozaron casi imperceptiblemente mis labios, me sujetó el mentón con altivez. Contuve la respiración y no me moví ni un centímetro y él tampoco lo hizo. Nos miramos como esperando una aprobación mutua, un instante tan fugaz que ahora me parece irreal y me pregunto si sucedió o fue un juego cruel de mi mente. Mi corazón enloquecido y estúpido golpeteó con fuerza, estaba segura que él podía oír mis latidos y estaba totalmente convencida que algún día mi corazón se volvería delator.
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