6| Los nuevos vecinos
—No puedo creer que saqué un ocho, siempre repruebo los exámenes de matemáticas—comentaba Lin, sosteniendo con orgullo la calificación del examen sorpresa que el maestro de matemáticas había decidió aplicar ayer— ¿Cómo les fue a ustedes?
—Yo saqué nueve punto cinco—respondió Mila, sin darle mucha importancia, ya que para ella era común obtener buenas notas. Yo rogué internamente que la atención de Adeline se centrara únicamente en ella y no preguntara por mi calificación.
—¿Cómo haces para que te vaya tan bien? ¿Podrías explicarme algunas cosas?—preguntó poniéndole ojitos a la chica.
—Claro, sabes que puedes preguntarme cualquier cosa—respondió— ¿Que hay de ti Jessie? Estas muy callada.
Diablos. Me daba vergüenza decir que había reprobado. Los números y yo no nos llevábamos nada bien. En los exámenes parciales para los que sí estudiaba apenas si alcanzaba a pasar, en cambio un examen sorpresa que al profesor se le ocurría aplicar sin previo aviso... difícilmente obtendría buenos resultados.
Saqué la hoja del montón de cuadernos que le había puesto encima y se las enseñé, pues no tuve fuerzas para decir las palabras en voz alta.
—No te preocupes, seguramente no tendrá un gran valor en la calificación final—animó Lin tras ver mi examen—.Además, siempre puedes subir la nota entregando tus tareas.
—Y no creo que tus papás se molesten, todavía no estamos ni a medio año, puedes subir la calificación en los siguientes parciales—agregó Mila regresándome mi evaluación.
Sabía que tenían razón, pero a este paso mi promedio afectaría mis aplicaciones para cualquier universidad, necesitaba subirlo a toda costa.
—No sé que voy a hacer—suspiré cubriendo mi cara con mis manos.
—Ey, ey—dijo Mila dándome palmadas en el hombro—No te preocupes, si quieres puedo ayudarte a estudiar para la próxima.
—Vayamos a comer algo, pensemos en otras cosas, no dejes que esto arruine tu día—agregó Lin quitándome las manos de mi rostro, y claro, era más fácil decirlo que hacerlo. Suspiré y agarré los libros de las clases que ya habían pasado para guardarlos en mi casillero camino a la cafetería, era receso y al menos tenía cuarenta minutos para despejarme antes de la siguiente clase.
Nos encaminamos a la salida del salón y justo cuando salimos al pasillo escuché a alguien llamar mi nombre, me di la vuelta y me encontré con Owen recargado a lado de la puerta del salón.
¿Me estaba esperando?
En cuanto se percató que lo había visto se acercó a mí y dijo:—¿Podemos hablar?—se me hizo extraño que preguntara eso, considerando que no intercambiábamos palabra alguna desde hace casi una semana, cuando me pidió que le hablara de mis escritos y yo me negué.
Mila y Lin intercambiaron miradas furtivas y después me observaron con clara confusión; les dije que se adelantaran, que yo las alcanzaría en la cafetería en un rato. Asintieron con la cabeza y se fueron en dirección al comedor, dejándome a solas con el chico.
—¿De qué quieres hablar?—le pregunté reacomodando los cuadernos que sostenía en mis brazos para ajustar el peso y evitar que cayeran al suelo.
—¿No quieres ir a dejar eso primero?—ignoró mi pregunta, señalando lo que sostenía.
Asentí y comencé a caminar a mi casillero con Owen a lado de mí; en cuanto estuve cara a cara con el candado que lo abría me di cuenta de que no podía sacar la llave del bolsillo de mi pantalón porque tenía las manos ocupadas. Consideré poner mis cosas en el piso pero se me ocurrió una mejor solución.
—¿Podrías sostener esto un segundo?—le pedí señalado mis libros.
—Claro—respondió tomando las cosas de mis brazos. Una vez tenía las manos libres hurgué la bolsa de mi pantalón hasta que di con las llaves, las inserté en la cerradura y abrí el candado en cuanto escuché un «click», abrí mi casillero y volteé a ver a Owen para pedirle mis cosas de vuelta, cuando lo hallé con la vista fija en un libro en particular.
—¿El retrato de Dorian Gray?—preguntó desviando su vista del libro hacia mí.
Asentí. Lo había empezado el fin de semana pasado y ya estaba por terminarlo. Me encontraba tan enfrascada a él que no pude resistir dejarlo en casa por si tenía un rato libre para leer.
—"Definir es limitar"—citó de pronto, una de las frases más célebres de la novela.
—¿Lo has leído?
—Sí—respondió aun sin apartar los ojos del libro—. Es de los favoritos de mi hermana, siempre que me sentía fuera de lugar me decía esa frase.
No sabía que tuviera una hermana, pero a decir verdad, había demasiadas cosas que desconocía de este chico, por lo que esta no era ninguna en particular.
—Bueno entiendo por qué es de sus favoritos, es muy bueno la verdad—comenté para evitar caer en un silencio incómodo. Él sonrió ante mi comentario y me tendió mis cosas para guardarlas, murmuré un «gracias» y las metí dentro de la taquilla, estaba por cerrarla cuando me di cuenta de que el examen de matemáticas había caído al suelo. Me agaché para recogerlo, pero el chico se me adelantó. Sujetó la hoja entre sus manos y me la entregó, no sin antes mirar la calificación que figuraba en la parte superior.
—Eso no es muy bueno...—mencionó claramente refiriéndose a mi nota.
Ignoré por completo su comentario y cerré mi casillero. Obviamente sabía que no era algo bueno, pero no había nada que hacer al respecto, el examen ya estaba hecho. Si seguía reprochándome a mi misma sin hacer nada al respecto no lograría nada, necesitaba estudiar más para la próxima.
—¿De qué querías hablar?—pregunté para cambiar de tema.
—Si quieres puedo ayudarte, el profesor Peréz fue mi maestro el año pasado, sé cómo hace sus exámenes—dijo ignorando mi pregunta.
Lo pensé unos momentos. La verdad era que su propuesta me tentó. Era la primera vez que tenía clases con ese maestro y no tenía muy claro cuál era su método al momento de evaluar. En mi escuela no todos los grupos tenían los mismos docentes, además, estos variaban cada año y aunque los criterios a evaluar eran los mismo, las formas de enseñanza y los exámenes eran distintos; tener a alguien que ya hubiera pasado por los métodos de un profesor en particular era una gran ventaja.
—¿Porqué querrías ayudarme?—le pregunté, dudosa.
—"Cuando somos felices siempre somos buenos; pero cuando somos buenos no siempre somos felices"—respondió citando a Oscar Wilde por segunda vez—. Estoy siendo bueno contigo.
—¿Porque eres feliz?—respondí enarcando una ceja.
Él simplemente se encogió de hombros—Solamente digo que si necesitas ayuda, puedes preguntarme.
Lo estudié con la mirada y negué con la cabeza, no creía que tanta amabilidad viniera de a gratis en una persona.
—¿Porqué siento que esto tiene algo que ver con lo que me preguntaste el otro día?
—Me descubriste—mencionó alzando los brazos a modo de rendición—. Pero en serio, una mala calificación siempre se puede arreglar y si necesitas ayuda, puedes buscarme.
—Ajá—respondí—¿De eso querías hablar?
—No—contestó serio, mirándome a los ojos—. Escucha, sé lo que me dijiste, pero en serio, en serio necesito tu ayuda. Ya tengo parte de la canción, pero hay huecos, espacios en blanco, que a decir verdad abarcan más de la mitad, si tan solo me pudieras ayudar a llenar esas lagunas... No te pido que me expliques con lujo de detalles tu historia, solo ayúdame a entender como te sentiste cuando lo escribiste.
—¿Porqué no inventas tú el resto?
—No...—desvió la mirada, parecía que su vista estaba fija en el vacío, como si su mente estuviera en otra parte— No puedo hacerlo, de verdad no te lo pediría si no estuviera desesperado.
Me quedé callada y recargué mi espalda sobre los casilleros, no sabía que responder. Pasaron unos segundos y por el rabillo de mi ojo pude ver como Owen hizo lo mismo. Suspiró y miró en mi dirección.
—Por favor, sólo explícamelo una vez y prometo que no te volveré a molestar.—Sus ojos hablaron más que sus palabras. Pude ver la desesperación en su mirada y, a pesar de que seguía sin convencerme del todo, me pude ver reflejada en ella.
Yo también había sucumbido ante la desesperación cuando le pedí que le enseñara a tocar la guitarra a Denisse y no podía arriesgarme a perder esas lecciones, porque ya le había dado esperanzas a la chica como para arrebatárselas después de la primera clase.
—De acuerdo Yaziel, pero no te contaré más de lo necesario.
Me regaló una sonrisa muy diferente a la que le había mostrado a mis padres cuando los presenté y era muy temprano para saberlo, pero esa sonrisa no se presentaba muy a menudo.
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Eran las cinco de la tarde cuando decidí que por una vez en la vida iba a hacer algo productivo para mi cuerpo. Hacía ya una hora que había terminado mis deberes y me encontraba recostada sobre mi cama escuchando música con los audífonos puestos, ya que Elián practicaba en esos momentos, además acababa de terminar El retrato de Dorian Gray y los sentimientos que me había provocado solo hacían que me sintiera peor conmigo misma, por lo que los bloqueaba de mi mente y por ende no tenía nada más que hacer; así que se me ocurrió la genial idea de salir a correr.
Me puse mi ropa deportiva y salí de la casa, no sin antes llenar una pequeña botella con agua y avisarle a mis padres que volvería en un rato.
La calle en la que se encontraba mi casa era pacífica, los coches transitaban continuamente, había personas paseando a sus mascotas todo el tiempo y durante la noche estaba iluminada, por lo que era segura para andar sola, además a unas cuadras había un parque en el que podía detenerme a descansar. Era un gran plan, a excepción, claro, de que no contaba con mi nula condición física.
Sin mentir, corrí tres calles y sentí que mi cuerpo desfallecería en cualquier instante, me planteé volver a casa, pero rechacé la idea porque eso implicaría estar encerrada y a solas con mis pensamientos, en cambio, aquí afuera podía estar con la mente en las nubes, pero al aire libre, por lo que decidí recorrer caminando las calles que me faltaban para llegar al parque.
El lugar era pequeño, no era más que un área verde con juegos metálicos para niños y bancas para que los padres los supervisasen mientras estos se divertían. Había una pequeña cancha de fútbol y un quiosco donde vendían antojitos y en el que había sillas para poder comerlos.
Me senté en una banca vacía y me dediqué a mirar a los niños jugando un buen rato. Extrañaba tener esa edad, sin preocupaciones más allá de si mi madre me permitirá ver televisión o no. Ahora ni siquiera podía contar con los dedos de la mano los problemas que me acongojaban. En primera instancia, necesitaba subir mi promedio; en segundo lugar, seguía sin tener una mísera idea sobre lo que escribir mi ensayo, lo que derivaba el hecho de que no sabía que hacer con mi futuro. Elegir una carrera, para después un empleo suponía demasiada presión para mí. Con diecisiete años no me sentía lo suficientemente lista como para decidir a qué me dedicaría por el resto de mi vida,
Estaba metida en mis pensamientos cuando un llanto llamó mi atención. Una niña, de apenas unos seis años, había caído de la resbaladiza y se encontraba tumbada en el suelo, llorando a modo tendido. La que supuse era su madre, no tardó en acercarse a ella e intentar consolarla. Me apiadé de la niña, pero no pude evitar pensar que daría lo que fuera por estar en su lugar, después de todo, un raspón en las rodillas dolía menos que un corazón roto.
Permanecí inmóvil un buen rato, mientras recargaba fuerzas y dejaba que el suspiro del viento golpeara mi cara para aclarar mis ideas, hasta que escuché un zumbido en mi oído izquierdo hizo que notara a un grupo de mosquitos preparados para picarme. Mi suerte era así, podía estar en un lugar lleno de personas y esos viles insectos siempre buscarían mi sangre.
Tomé eso como una señal para regresar a casa y abandoné mi lugar en la banca. Estiré un poco mis brazos y me encaminé a la salida del parque. Recorrí las mismas calles que hace un rato con completa calma, deteniéndome de vez en cuando a admirar a la gente que pasaba cerca de mí, preguntándome cuáles serían sus vidas, si habría alguien esperándolos al llegar a casa, si estarían por ir a algún lugar a disfrutar la noche o simplemente si eran menos miserables que yo.
Estaba caminando por mi calle cuando algo llamó mi atención: de la casa contigua a la mía salieron caminando dos jóvenes de más o menos mi misma edad; uno era un chico alto, castaño y caminaba con sus manos metidas en los bolsillos de su sudadera, mientras le seguía el paso a la otra, que tenía el cabello teñido de morado y usaba un atuendo monocromático como los que veía en Pinterest. Era extraño que, teniendo casi un mes de haberse mudado, era la primera vez que veía a alguien salir de esa casa. Recordaba que, hasta hacía unos días, mamá y papá pensaban que los nuevos dueños la ocupaban como una especie de bodega, porque los únicos que llegaban eran camiones de mudanza que cargaban con muchas cajas. Eso hasta que la semana pasada dieron señales de vida poniendo música rock a alto volumen a mitad de la noche.
Me pregunté a mi misma si lo correcto era saludar, pero cuando me acerqué a su porche el chico entró a su casa y cerró la puerta tras de sí, mientras que la chica caminaba calle abajo a unos metros adelante de mí. Me encogí de hombros recorrí la distancia que quedaba para llegar a mi propia casa, una vez que entré le conté a mamá que oficialmente teníamos nuevos vecinos.
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