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3| Las noticias


Era común que mi madre nos recogiera de la escuela a mis hermanos y a mí. Sin embargo, como ese día en cuestión, mi hermana menor, Denisse, había tenido un viaje escolar, y mi otro hermano menor, Elián, se había sentido mal —aunque sí me lo preguntaban a mí, estaba convencida de que era invento suyo. No era secreto para nadie que odiaba asistir a clases—, ambos fueron llevados a casa temprano, razón por la cual, tuve que regresar sola tomando el transporte público.

     Por lo que en cuanto entré a mi hogar y cerré la puerta tras de mí, suspiré con alivio. Había logrado regresar.

     Una vez atravesé nuestro pequeño recibidor, anuncié en voz alta que ya había llegado, a lo que la única respuesta que obtuve fue por parte de mi madre, que me indicó que se encontraba en la cocina. Dejé mi mochila a lado de las escaleras y fui con ella para ver en qué podía ayudarle.

     —¿Qué tal tu día?—me preguntó mientras cortaba un par de zanahorias.

     De lo más normal, encontré a la persona que tenía mi cuaderno y lo dejé plagiar mi trabajo gracias a uno de mis complejos de hermana mayor.

     —Bien—respondí encogiéndome de hombros, mientras sacaba de los gabinetes vasos para el agua y cubiertos para la comida. Era miércoles, mi turno de poner la mesa.

     —¿Nada nuevo?

     ¿Mencioné que le conseguí a Denisse aquello que lleva insistiendo los últimos meses?

     —El maestro de química dio fecha de examen—dije en un tono relajado—. Es el viernes de la próxima semana, un buen día para reprobar.

     Ante la broma, mi madre desvió la mirada de los vegetales para lanzarme una de reproche a mí.

     Y eso que ni siquiera le mencioné el ensayo, del que no tenía idea de que escribir.

     —Bueno, yo tengo noticias, pero quiero esperar a que tu padre llegue del trabajo para contarlas—comentó tras unos segundos de silencio. Le regalé una sonrisa y volví mi atención a mi anterior tarea. Como si lo hubiésemos invocado, un sonido de llaves inundó el ambiente, seguido del saludo de mi padre, indicando que había vuelto a casa.

     Lo primero que hizo fue dirigirse a mi madre para darle un beso de saludo, después agitó su mano sobre mi cabeza, despeinándome con su gesto. Él sabía que odiaba que hiciera eso. Le sonreí sarcásticamente y salí de la cocina para preparar la mesa.

     —¿Cómo te fue hoy?—escuché que le preguntó mi madre.

     —Perdí otro cliente.—percibí la angustia en la voz de mi padre. Él era contador y a últimas fechas la gente desconfiaba de ellos y decidía encargarse de sus propios asuntos, ya que desde hacía un tiempo, había cursos en línea para aprender; ocasionando que tanto él, como otros compañeros suyos, perdieran algo de trabajo. Era la tercera vez que decía aquello en lo que iba del mes—. No hablemos de eso ahora, ¿Qué tal tu día cariño?

     Sabía que no discutirían eso conmigo escuchando; siempre lo evitaban. Lo que no sabían era que yo escuchaba algunas de sus conversaciones a escondidas y estaba al tanto de algunas cosas que no nos decían directamente a mis hermanos y a mí. Supongo que no podía culpar a Mila de metiche cuando yo hacía lo mismo algunas veces.

     —A decir verdad hay algo que quiero decirles, pero comamos, ya está listo todo—dijo mi madre—. Jessie, dile a tus hermanos que ya está la comida—me ordenó.

     Terminé de acomodar todo y me acerqué a las escaleras para exclamar:

     —¡Bajen a comer!

     —¿Porqué tienes que gritar? ¿No puedes subir a decirles como una persona civilizada?—me regañó mi padre, asomando su cabeza por la puerta de la cocina.

     —Es igual de eficiente—respondí encogiéndome de hombros. Él simplemente me reprochó con la mirada y volvió a la cocina para servir la comida.

     No pasaron ni dos minutos y Denisse ya se encontraba abajo.

     —¿Elián no piensa bajar?—le pregunté a mi hermana en cuanto se acomodó en la mesa.

     —No lo sé—se encogió de hombros—. Ni siquiera me ha dejado entrar a su habitación desde que llegamos.

     Eso sí que era raro. Verán, en las familias de tres hijos es común que dos de ellos se agrupen y formen un lazo especial, que normalmente excluye al miembro restante. En nuestro caso... yo era la excluida. Elián era apenas un año más chico que yo, Denisse, dos años menor que él, pero lo adoraba. El chico era su ejemplo a seguir y ella lo imitaba en todo lo que pudiera. Si era sincera, muchas veces sentía que a mí ella me odiaba. Por mucho que intentara llevarme bien con ella, ni siquiera parecíamos hermanas, éramos muy diferentes y sentía que ni siquiera le agradaba.

     Por eso le había pedido a Owen que le enseñara a tocar la guitarra. Esa es otra historia, pero como dije, Denisse idolatraba en la medida de lo posible a Elián, y trataba de ser igual que él en muchos aspectos, como en la música —a pesar de que, según había notado, no era algo que ella amara tanto, como los números—. Mi hermano era un desmotivado, apenas si aprobaba las materias. Contaba con un amplio círculo social, pero no le gustaba reunirse con sus amigos fuera de clases. Tenía novia, una chica agradable, si me lo preguntaban, que no sabía porque seguía con él si ni siquiera ponía tanto empeño en su relación. Pero si había algo que el chico amaba con todo su ser, eso era el violín; lo tocaba desde que era pequeño y lo disfrutaba como nadie, ensayaba día y noche, acudía a todos los recitales que le fuera posible para aprender más de lo que de por si sabía. Tenía un don, producía melodías que expresaban su verdadero amor: la música.

     Y Denisse quería eso también. Unos años atrás intentó el violín, el mismo Elián se ofreció a enseñarle, pero cuando se dio por vencida a las semanas todos creímos que su fase "amo-tanto-la-música-como-mi-hermano-mayor" había terminado... hasta que hace unos meses empezó a insistir con que quería aprender a tocar la guitarra. Como mencioné, la situación económica de mis padres no era la mejor y no podían pagarle clases.

    Por eso, cuando se me presentó la oportunidad, no dudé y la tomé. Creí que si me presentaba con la solución al problema de mi hermanita ella al fin me aceptaría y me querría tanto como a Elián.

    Que ingenua fui. En esa época no sabía que las cosas no funcionaban de esa manera.

    Pero no nos adelantemos.

     —¿Dónde está su hermano? ¿Se sigue sintiendo mal?—preguntó mamá, ocupando su lugar en la mesa, justo a lado de papá.

     —Ha estado muy extraño últimamente—respondió Denisse.

     —Ayer estaba bien—comentó papá. Yo simplemente me encogí de hombros. Algo se traía entre manos y lo descubriría, pero después de comer, porque en ese momento moría de hambre.

     Antes de que cualquiera pudiera acercar sus cubiertos a sus respectivos alimentos, el rey de Roma se dignó a deleitarnos con su presencia. Apareció todo desaliñado bajando las escaleras y, sin pronunciar palabra alguna, se sentó en el lugar libre de la mesa.

     —¿Te sientes mal cariño?—inquirió mi madre en tono preocupado.

     —Solo estoy algo cansado, nada de que preocuparse—respondió el susodicho en tono relajado.

     Sin duda tenía algo raro.

     En acuerdo silencioso decidimos zanjar el tema y fue mi padre el primero en iniciar una nueva conversación:

     —Jessica, ¿qué era lo que querías decirnos?

     ¿Mencioné que mi nombre es gracias al de mi madre? Bueno, para que no haya lugar a confusiones, yo soy Jessia, mi madre es Jessica. Originalmente iba a llamarme igual que ella, pero cuando me registraron en la notaría pública escribieron mal mi nombre, pues olvidaron poner la letra "c". Para cuando mis padres se dieron cuenta del error, decidieron dejarlo así, porque según ellos, sonaba bien.

     Así es, hasta mi nombre había sido un error, ¿Coincidencia? No lo creo.

     —Hoy estaba platicando con María. —La mencionada era una vieja amiga de mi madre, que vivía a unas calles de nosotros—. Me contó que la Universidad estatal abrió un programa en línea para adultos con el fin de terminar la carrera, así que me inscribí. Quiero ser maestra.

     Nuestro comedor estalló en sonrisas y felicitaciones. Mi madre estaba estudiando pedagogía cuando se embarazó de mí, evitando que pudiera graduarse. Puso en pausa su carrera para estar conmigo en mi niñez, después llegaron mis hermanos y el descanso se hizo definitivo. Dejó de lado una de sus metas para poder cuidar de nosotros.

     —Eso es grandioso mamá—dije levantándome para abrazarla. Acto seguido mis hermanos y mi padre hicieron lo mismo.

     —Sé que mis tiempos se reducirán, porque voy a dedicarme más a estudiar, pero confío en ustedes.—Sentí estas últimas palabras como una indirecta para Elián y para mí, pues Denisse era una estudiante ejemplar que siempre cumplía con sus tareas.

     —No te preocupes, terminaremos la preparatoria—bromeó mi hermano, claramente hablando por los dos—. Te enorgulleceremos.

     —Siempre lo hacen—respondió mamá, con una sonrisa sincera.

«────── « ⋅ʚ♡ɞ⋅ » ──────»

     Una vez que terminamos de comer cada quien volvió a sus respectivas actividades, por lo que aproveché la oportunidad para hablar con Denisse sobre las lecciones de guitarra. Me acerqué a la puerta de su habitación y toqué antes de abrir porque sabía que odiaba cuando alguien no llamaba antes de entrar.

    Debo admitir que sentí un golpe en el estómago cuando vi la cara de desilusión que puso al ver que era yo. Seguramente esperaba que fuera Elián para contarle que se traía entre manos.

     —¿Qué haces? ¿Estas ocupada? ¿Puedo hablar contigo un momento?—inquirí acercándome a su cama, donde tenía extendidos un par de libros y cuadernos.

     —Estudio. Un poco. Supongo que sí—respondió a cada una de mis preguntas, sin levantar la vista de sus cuadernos.

    Me sorprendí a mi misma sin nada que decir. Yo nunca me quedaba sin palabras, pero a decir verdad no sabía como iniciar esta conversación, ¿debía soltarlo como algo casual? ¿O darle el suspenso de una noticia de suma importancia?

     —Conozco a alguien que pude darte lecciones de guitarra—me decidí por la primera opción.

     —Ya hablé con mamá, no podemos pagarlo—murmuró en cuanto terminé de pronunciar la última palabra.

     —Lo haría gratis.

     Fue en ese instante, en el momento en el que solté esa oración, cuando supe que había hecho lo correcto; las pocas dudas que aún tenía por haber vendido mi dignidad se disiparon cuando por unos micro segundos los ojos se le iluminaron y me miró como a Elián cada vez que tocaba el violín.

     No cambiaría esa mirada por nada del mundo.

    Pero el momento de hermanas se fue por un tubo cuando me preguntó:

    —¿Es otro de tus novios?

    Dios, ¿esa imagen tenía de mí?

     —No, es...un ¿amigo?—En realidad no éramos amigos, pero eso no era algo que supiera como explicar.

     Me miró con desconfianza unos segundos, hasta que finalmente asintió con la cabeza.

     —¿Segura que me podría enseñar?

     Pues segura, segura, lo que se dice segura, no. Pero algo era mejor que nada.

     Decidí no proyectar mis inseguridades y, mientras veía su mirada expectante, me armé de valor y respondí lo más confiada posible un «sí».

     —Gracias, Jessie—murmuró ella y me abrazó.

     Repito: ¡Me abrazó!

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