Capítulo 25 Parte 1
Baile
Contemplé asombrada mi reflejo en el espejo. Julia había venido temprano para ayudarme con el maquillaje y el peinado, dejando como resultado la imagen que me sonreía con orgullosa desde el otro lado del espejo. «¿Soy yo?», toqué el cristal con el dedo índice, asegurándome.
—Estás hermosa —murmuró Alex desde el umbral de la puerta.
Desde mi posición pude ver su reflejo en el espejo. Vestía un elegante traje de satén negro y botas de punta fina del mismo color. El casquillo plateado de las botas combinaba con el plateado del cinturón estilo vaquero, creando un contraste entre los tonos.
—No deberías estar aquí —dije sin voltearme.
—He subido a ver por qué tardabas tanto, Julia se fue hace media hora.
Bajé la vista a la cascada de tela dorada acumulaba alrededor de mis pies. Mi madre había diseñado el vestido dándole su toque especial. La larga cola comenzaba debajo de la bifurcación de una espalda abierta. El escote estaba adornado con finas lentejuelas que simulaban los dibujos en las alas de una mariposa. Una insignia que luciría con orgullo.
—Se supone que es mala suerte ver el vestido. —Con una mano agarré los bordes de la tela para ponerme en pie. Alex estiró una mano, ayudándome.
—Es un baile, no una boda —corrigió riendo.
—Me estoy arrepintiendo de haberte seleccionado como mi acompañante.
Se agachó para depositar un suave beso en el centro de mi clavícula.
—¿Te he dicho lo hermosa que estas?
Fingí pensarlo por unos minutos.
—No he escuchado ninguna palabra salir de tus labios.
Él levantó mi mano y me hizo girar. La tela del vestido flotaba en el aire, dejando un haz de luz dorada a su paso que me recordaba los primeros rayos del amanecer.
—Estás preciosa. —Entonó cada palabra, haciéndome sonrojar.
Volví a comprobarme una última vez ante el espejo antes de salir. Sí, estaba hermosa. Cada centímetro de mí brillaba con luz propia. Acaricié los bordes cortos de mi cabello con una sonrisa triste en los labios.
—Volverá a crecer —aseguró Alex al notar donde me había detenido—. Aunque, si te soy sincero, me gusta más así. Es un recuerdo de lo fuerte que son ambas.
Asentí.
—Si, a mí también me gusta más así.
—Debemos irnos, tus padres nos esperan.
Tomé el bolso y me dirigí hacia la puerta.
—Espera, aún te falta algo.
—¿Me has traído un ramillete? —pregunté con la ceja levantada.
—No, teniendo en cuenta tu reciente miedo a las flores pensé... —Desató la cadena alrededor del cuello—. Quiero que sea tuyo.
Me hizo señas para que me volteara y pudiera colocármela. Accedí, sabiendo el significado tras esas palabras. La estrella plateada titiló en mi cuello. Se mezclaba a la perfección con la mariposa de cristal, como si fueran parte del mismo amuleto.
—Alex, sé lo que significa para ti.
—Es el recuerdo más valioso que tengo de ella. Quiero que nos proteja a ambos.
Apoyé la cabeza en su pecho para ocultar las lágrimas.
—Chicos, se nos hace tarde —gritó mi madre al pie de la escalera.
—Ya vamos —protesté contra su pecho.
Él levantó mi barbilla y depositó un rápido beso en la comisura de mis labios. Lo más osado que se había atrevido desde nuestra conversación en el lago.
Al llegar al baile, nos recibió un mayordomo que amablemente nos indicó el camino de alfombra roja y pétalos, muy similar al diseño que utilizaron para decorar la cima de la colina en mi funeral.
Levanté la mirada a los lujosos candelabros que colgaban del techo. La piedrería de aguamarina, la decoración del salón y la cristalería finamente salpicada de azul, honraban a La Dama Azul. Habían logrado transportar una parte de la esencia del lago a este espacio.
Mis padres se sentaron junto a los abogados del despacho de mi padre y nosotros ocupamos la mesa donde Julia y su novio Raúl esperaban de acuerdo con el plan. Poco a poco, los invitados tomaron sus asientos, esperando el inicio de la ceremonia.
—Te has vuelto famosa —susurró Julia al ver que todas las personas dirigían su atención hacia nuestra mesa.
—Es por ambas, esta noche daremos de qué hablar.
Julia lucía un vestido plateado de vuelos a la altura de la rodilla. Llevaba el pelo recogido en un moño alto, adornado con una peineta de brillantes. Sin embargo, nada llamaba la atención tanto como Raúl. El chico había abandonado el pueblo años atrás para iniciar su carrera profesional como deportista, algo que deshonraba los altos estigmas del consejo de ancianos.
—Al parecer vaciaron el lago para pagar la decoración —comentó en voz baja Raúl. Señaló la seda blanca del mantel y los peces de cristal que decoraban el centro de la mesa. Recordé al pez verde, la forma espiritual de Alba—. Y también para la renovación del pueblo. Los Álamos se han modernizado a base de deseos.
—¿Crees que se roban las monedas del lago? —preguntó Julia.
—La deidad ha convertido a Los Álamos en uno de los principales pueblos turísticos —afirme—. Los cientos de personas que vienen cada año al festival sostienen nuestra economía, pero no es suficiente para la inversión que conlleva las nuevas remodelaciones y la construcción de un hotel. No dudo que por se hayan inventado la maldición de las monedas para así tener todo el tesoro para ellos.
Julia asintió con tristeza. Detestábamos ver como el pueblo iba en decadencia en sus manos.
—¿Cuál es el plan para hoy? —preguntó Alex, con una sonrisa pícara en su rostro.
—Esperar pacientemente, aún no es el momento de actuar. Cada pieza debe ir en el sitio perfecto, es la única forma de ganar esto.
—Todo está listo para mañana —anunció Raúl—. Julia me ha informado mi parte.
—Haremos que paguen por todo lo que han hecho —agregó Julia, golpeando la mesa con fuerza.
Todos nos miramos en acuerdo silencioso.
—Ya están aquí —informó Alex.
Volteé discretamente a ver la mesa del consejo, la única decorada en azul. Querían dejar en claro la posición que ocupaban. Cada anciano encabezaba un pico en la mesa triangular. Tres líderes, uno por cada pilar de Los Álamos.
En la mesa contigua se encontraban sus familiares, la siguiente generación que heredaría el honor de formar parte de la dirección del pueblo. Hice una mueca cuando Celia se levantó para saludar a uno de los invitados. Vestía un ceñido vestido azul y tacones altos con suela plateada. Sus compañeros estaban vestidos de esmoquin. Héctor llevaba uno de color gris oscuro y el más anciano, Edgar, de color negro con una pajarita roja.
Un tintineo indicó que la ceremonia estaba comenzando. Los tres se colocaron en el estrado. Alguien colocó un micrófono en el centro para que pudieran hablar. Héctor dio un paso al frente, arregló la corbata blanca de su traje y tomó el micrófono. Todos los presentes guardaron silencio, a la espera.
—Habitantes de Los Tres Álamos, les damos la bienvenida al Festival anual dedicado a nuestra deidad, La Dama Azul, como muchos la llaman —dijo, dirigiendo una mirada en mi dirección, frunciendo el ceño. En otro momento, me habría encogido en mi asiento, intimidada. Pero hoy era diferente: la muerte me había dado alas. Levanté la cabeza con orgullo, desafiándolo.
—Este año ha sido muy especial —continuó, desviando la mirada—, y esperamos que el próximo sea aún mejor. Le cedo la palabra a nuestra anfitriona, Celia, para que nos explique los avances en la agricultura y hostelería de la región —señaló a Celia con un gesto de la mano—. Posteriormente, Edgar nos hablará sobre los nuevos planes de renovación de nuestro hermoso pueblo.
Celia reemplazó a Héctor y comenzó a informar sobre la construcción de dos nuevos hoteles y el desarrollo de nuevos espacios para la siembra de maíz y café.
—¿Por qué le llaman La Dama Azul? Ella llevaba un vestido blanco de novia —preguntó Julia en voz baja.
—Es por el manto —contesté—. Estuvo flotando en las aguas durante varios días hasta que tuvieron el coraje de sacarlo. Nunca pudieron encontrar el cuerpo —apreté los puños, recordando a Alba—. Dama es por su título. Provenía de una de las familias más adineradas de Los Álamos.
—Los odio a todos.
—Yo también los odio, pero han pagado por lo que merecían.
—Estoy de acuerdo —dijo Raúl—. Julia me ha contado parte de la historia. La Dama me salvó cuando era un bebé prematuro, mi familia ha estado consagrada a ella desde entonces. Será un placer ayudarte, Ana.
—Gracias a todos, no podría hacer esto sin ustedes.
—La verdad saldrá a la luz —murmuró Julia, y todos asentimos en acuerdo.
Los ancianos volvieron a su mesa después de dar por concluido su discurso. Entre ellos estaba la mano que movía los hilos de mi asesino. Cualquier error que cometieran esta noche me daría la pista que necesitaba para revelar su identidad.
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