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Capítulo 17

Amigos

—¿A ver si entendí? —preguntó Julia mientras daba vueltas por la habitación—. Moriste al caer al lago. La Dama Azul te salvó con la condición de que detuvieras una antigua maldición para poder ser libre.

—Exacto.

—Te golpeaste demasiado fuerte la cabeza —concluyó.

—Es la verdad —en realidad parte de ella. Omití muchos detalles durante el relato.

—La Dama Azul, ¿la misma de las leyendas?

—Se llama Alba —corregí. Su nombre se había perdido en el viento junto a su historia.

—Sí, te golpeaste la cabeza —subió las manos, rindiéndose—. Vamos de regreso al hospital, le dije a tus padres que te dieron el alta antes de tiempo.

Observé de reojo a Alex, sentado en el escritorio y observándome con cautela. No había pronunciado una sola palabra desde que comencé la narración.

—Los necesito a ambos. No puedo hacer esto sola.

—Es mucho que procesar, Ana —respondió Alex, sosteniendo mi mirada—. Estuviste a un paso de cruzar al otro lado. Es posible que todo sea producto de tu imaginación o estrés postraumático.

Crucé los brazos sobre el pecho, indignada.

—Ana, estoy de acuerdo con Alex —Julia se sentó junto a mí en la cama y me pellizcó las mejillas—. Pero te conozco, zombi, y continuarás con esto hasta que lo descifres. Si es importante para ti, me apuntó. Compartiremos habitación en el manicomio.

—Gracias, Jul.

—¿Te separo una cama, Alex o prefieres dormir con Ana? —preguntó Julia, arqueando una ceja.

Le propiné un codazo en las costillas. La chica se llevó una mano a la boca, conteniendo la risa.

—No debemos olvidar que hay alguien que quiso hacerte daño. No las dejaré ir solas a cazar criaturas de leyendas —cruzó las piernas, adoptando una pose casual—. En cuanto a la cama, odiaría compartir habitación con ustedes. Julia ronca tan fuerte que espanta hasta a los propios demonios.

Los tres nos echamos a reír, imitando sus ronquidos.

El timbre de la puerta sonó, Julia corrió a asomarse por la ventana.

—Hablando de demonios, ha hecho aparición el diablo —dijo con voz seria.

Nos asomamos por el borde de la escalera, ocultas tras la baranda. Alex decidió permanecer en la habitación, leyendo el viejo libro que me había entregado Anderson.

Desde mi posición divisé a Celia, la más joven de los tres pilares. Solo los herederos legítimos de los fundadores podían ocupar un puesto en el consejo de ancianos.

—No es bienvenida aquí —gruñó mi padre.

Celia sacudió una mota de polvo de su lujoso traje gris, ignorándolo.

—He venido en son de paz. La tragedia que sufrió su hija no ha pasado desapercibida para los líderes —taconeó hasta el borde de la escalera. Todo en ella irradiaba perfección, desde el complicado moño rubio recogido en una peineta hasta los zapatos rojos de piel. Miró a los lados como un águila en busca de su próxima presa. 

—Ana no hubiera sufrido un accidente de haberle dado el mantenimiento adecuado al muelle —le recriminó.

—Si su hija, Félix, hubiera empleado lo que aprendió en la escuela —contraatacó—, le habría hecho caso al cartel de "Prohibido el Paso".

Desencaje la mandíbula. ¿Cómo se atrevía?

—Eso fue un golpe bajo —susurró Julia. Le hice señas para que guardara silencio, temiendo ser descubiertas.

—¿Me estás ofendiendo en mi propia casa? —replicó enojado mi padre.

—La misma casa que abandonó desde joven y después impidió un mejor destino para ella.

—Mi esposo les ha dicho que no va a vender. —Intervino mi mamá, se quitó el delantal y lo arrojó a un lado—. Acusa a mi hija de no saber leer, pero usted no sabe escuchar o no quiere entender.

—El asunto de la casa ha quedado más que claro, solo pasé por aquí con buenos deseos. Eso es todo —respondió Celia, alejándose de la escalera para enfrentarlos.

—Le agradecemos sus "buenos" deseos. Por favor, márchese. Mi esposo y yo estamos ocupados en el cuidado de nuestra hija.

Mi padre señaló a la puerta con los ojos enrojecidos. La mujer, con toda la dignidad posible, se dirigió a la salida, no sin antes clavar la mirada en mi dirección.

—Nos volveremos a ver.

Encabece a Celia en mi lista de sospechosos. La mujer era de temer y estaba dispuesta a todo por mantener su posición. El puesto que ahora ocupaba había quedado vacío al fallecer mi abuela Carmen y como mi padre se negó, le dieron la oportunidad a Celia para ocuparlo.

—Chicas, dejen de espiar—regañó mi madre.

—Lo siento, mamá Clara —gritó Julia.

—Vámonos —apresuré.

Alex nos abrió la puerta con el rostro serio.

—Si parte de lo que dice aquí es cierto, la historia de Los Tres Álamos debe ser reescrita nuevamente —soltó el libro como si fuera lava ardiente—. Nos estamos adentrando en terreno peligroso.

—Lo sé, por eso los necesito.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Julia.

—Me lo ha dado un antiguo empleado de la biblioteca.

—Volvamos allí —sugirió—, tal vez encontremos más información.

—Las acompañaré hasta allí, tengo un trabajo por la tarde. No se metan en ningún lío hasta que regrese por ustedes, por favor.

—Lo prometemos —dijo Julia, atrayéndonos en un abrazo grupal. 

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