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Capítulo 11

Maldición

Caminé descalza por el muelle, sintiendo el contacto de la húmeda madera bajo mis pies. El viento fresco de la mañana rozó mi mejilla, besándola. Cerré los ojos por un momento, embriagándome en las sensaciones mágicas que me ofrecía el lugar.

Conocer la verdadera historia tras la leyenda de La Dama Azul no alivió mi pesar. El alcaide y sus hombres armaron un escenario completamente diferente para ocultar el asesinato. Lo tacharon de suicidio se atrevió a rebatirlo.

Me detuve en el borde del muelle, esperando.

Nuestros destinos se habían entrelazado por una razón. Debía descubrir la causa y romper las cadenas que nos aprisionaban, para detener la maldición de una vez y por todas.

—Hola, ¿podemos hablar? —pedí con suavidad—. Te prometo que esta vez no gritaré ni reaccionaré de forma agresiva.

En el agua se formó un remolino, consumiendo todo a su alrededor. Del centro del agujero brotó una luz blanquecina. Cubrí mis ojos, deslumbrada por su intensidad. Al apartar la mano, le sonreí con nerviosismo a la imagen frente a mí.

La Dama Azul apoyó los pies desnudos en el agua. El líquido se endureció bajo ellos, sosteniéndola. Tenía el cabello dorado suelto, ondeando salvajemente con el viento. Un vestido nupcial hecho jirones apenas la cubría. Ni el dibujo ni la estatua en el santuario podían compararse con su verdadera belleza.

Ladeó la cabeza, contemplándome. Sus ojos brillaron con curiosidad al posarse en los míos.

—Hola, Ana —dijo con una voz melodiosa, sobrenatural. Parecía cantar las palabras en vez de hablar.

Iba a hacer una reverencia, pero me detuve a medio camino cuando recordé por qué estaba aquí, en primer lugar.

—Hola, Alba.

La deidad me dedicó una amplia sonrisa.

—Alguien ha estado estudiando —murmuró divertida.

—Un poco —confesé—. Quería saber la razón de este tormento y todo me lleva a ti.

Flotó hasta el borde del muelle, deteniéndose a menos de un metro de mí. Examiné su rostro juvenil, congelado para siempre a sus 16 años. Algo en ella me resultaba familiar.

—¿Provocaste mi muerte? —pregunté sin tapujos.

Negó con la cabeza.

—No tuve nada que ver con tu muerte. Intenté detenerla, pero es en vano luchar contra el destino. Lo sé por experiencia propia. —Abrió la palma de la mano, mostrando una moneda abollada con una cruz en el centro.

La primera de todas, lanzada por Jaime, uno de los hombres del alcaide, al lago justo antes de asesinarla. Llevé una mano a mi pecho, comprendiendo la verdadera razón de mi deuda.

—¿Estoy siendo castigada porque soy descendiente de Alonso Hayes? —. No era justo que pagará por los errores que otro cometió—. Mi bisabuela no tuvo la culpa de lo que hizo su padre; ella se dedicó a guiar a Los Álamos por el buen camino. Nuestra familia ya pagó suficiente, libérame.

—No soy quién te tiene atada. —Bajo la mirada a sus pies desnudos, pensativa—. Existe una profecía: "Libera la moneda que marcó una muerte injusta, libera la maldición, libera la deuda de sangre." Tú sacaste la moneda.

—Pero no se ha roto —chisté.

—No lo entiendes, tú debes romperla —me señaló—. El hecho de que seas su descendiente es una prueba más de que eres la elegida.

"Elegida", escupí. Parecía un cruel chiste del destino.

—¿Cómo comenzó en primer lugar?

—El día que fui arrojada al lago —su rostro se contrajo en una expresión de rabia—, maldije al alcaide y a sus hombres por destruir mi vida. Algo se apoderó de mí mientras moría, no lo puedo explicar, pero yo..., obtuve poder.

—Y con el poder te aseguraste de condenarnos a vagar por siempre.

—No sabía la magnitud que tendría la maldición, lo siento.

—Las monedas eran los ahorros de Bertha y Mario. ¿Tienen algo que ver?

Vi en sus ojos un destello de dolor cuando mencioné el nombre de su amado.

—No lo sé. Estoy atrapada aquí, al igual que tú.

—¿Has intentado detenerla? —indagué.

—Con todas mis fuerzas. Todo lo que he hecho, año tras año, es tratar de enmendar mi error. —Una lágrima solitaria corrió por su mejilla—. Creí que si devolvía el poder concediendo deseos podría liberarme, pero no fue así.

—¿Cumpliste mi deseo?

Asintió.

—¿Sabías que iba a morir?

—No estás muerta Ana, no del todo.

—¿Puedo pedir otro deseo? Con tu magia, tal vez yo...

La deidad bajó la cabeza, apenada.

—Lo siento, no puedo. No tengo la magia suficiente para concederte otra oportunidad.

Me dejé caer sobre el muelle, inhalando todo el aire que pudiera y volviéndolo a soltar. Al menos mi mamá estaría a salvo y eso me hacía feliz. No me arrepentía de haber venido a este pueblo.

—Ana...

—Un momento, por favor —la interrumpí. Necesitaba un minuto para procesar todo. Tal vez más.

—Siento que tengas que pagar por mis errores.

—Tarde —repliqué.

Intentó estirar su mano hacia mí. Retrocedí, alejándome. No quería ningún contacto con la causante principal de mis problemas.

—¿Tienes alguna idea de cómo detenerla?

—No, pero es mi mayor deseo —susurró—. Él me espera.

"Mario", aguardaba el regreso de su amada después de tanto tiempo. Me preguntaba sí, de no haber muerto, yo también tendría amor tan bonito y leal como el de ellos.

—¿No puedes salir del lago?

—No. Mi alma está atada a las profundidades, Ana. La maldición cayó sobre todos nosotros y nuestros descendientes, repitiéndose sin cesar en este ciclo interminable.

—He muerto para romper el ciclo —concluí.

—Ana. Llevas la maldición en la sangre, pero no fue la que ocasionó que murieras —hizo una pausa, buscando la manera correcta de decirlo—. Tu muerte no fue un accidente.

Mis oídos debieron escuchar mal. "¿Alguien... alguien me había asesinado?"

Una neblina roja cubrió mis ojos. ¿No pudo haber empezado por ahí?

Todo este tiempo creyendo que había sido un accidente. Todo este tiempo intentando no culparme por ignorar el cartel de advertencia.

Un gemido dolorido escapó de mi garganta cuando la verdad cayó sobre mí.

—¿Quién?

—No lo sé. Solo vi una sombra acercarse a ti y temí lo peor. —Me dedicó una mirada de lástima—. Hizo algo a los tablones antes que llegaras y cuando caíste e intestaste subir, te golpeó en la cabeza. Intenté sostenerte en mis brazos, intenté insuflar aire a tus pulmones cuando llego tu padre. Nunca quise que se repitiera la historia, lo siento.

Cerré mis puños. El asesino conocía los horarios en que acudía al lago y mi rutina. Esperó paciente su oportunidad, y yo, de estúpidamente, caí como un insecto en la red de la araña.

—Ana. —La escuché, pero no quería contestar—. Ana, por favor...

Me colocó una mano sobre la mejilla en un gesto maternal. El contacto con la piel fue inexistente. De Alba no quedaba más que una fracción de su existencia.

Mordí mi labio, intentando contener las lágrimas. No me importa si sacrificó para siempre mi estancia en el más allá o en lo que continué después, encontraré al culpable.

—Ana, detén lo que estés pensando. —Tomó mi cara entre sus manos. Cerré los ojos, imaginando su suave toque—. Mira lo que la venganza me ocasionó a mí.

—Lo sé, pero yo...

—Nada. Encuentra la manera de detener la maldición. Así ambas encontraremos paz.

Se quitó el manto azul y lo colocó alrededor de mis hombros.

—Dáselo a Marián, ella sabrá qué hacer.

La Dama Azul volvió a las aguas que la aprisionaban, dejándome sola con mi propia tormenta interior. 

***🦋***





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