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¿Corleone?¿Al Capone? ¡Don Chicho!

                                                                                                          Por Ceci-all

Cuando hablamos de la mafia italiana, en nuestras mentes se dibujan imágenes de lugares lejanos y tipos vestidos con trajes, armados hasta las muelas. Algunos traerán a colación al conocido Al Capone o a la Cosa Nostra. También pueden surgir frases pronunciadas con esa tonada típica que resulta tan pasional y amenazante al oído:

"Le haré una oferta que no podrá rechazar"

"Ya está durmiendo con los peces"

Incluso muchos recordarán películas. El cine nos ha dado historias magistrales como El padrino para graficar este movimiento delictivo tan peculiar. Y los más jóvenes sin duda pensarán en el capo de la mafia de Los Simpson, el gordo Tony, como estereotipo perfecto del mafioso clásico, pero con sede en Springfield.

Pensamos en personajes reales o ficticios, pero siempre lejanos. Reminiscencias de otros países y otras culturas. Pareciera que todo este mundo es ajeno a nuestra realidad y a nuestra historia. Error, gran error. Aunque a veces cuesta creer que en esta tierra, llena de campos y vacas, la mafia italiana también tuvo su correspondiente sede de crimen organizado entre las décadas de 1920 y 1930.

Nuestro capo di tutti capi se llamaba Juan Galiffi, un jovenzuelo entusiasta importado desde la mismísima Italia. Llegó cagado de hambre en busca de un futuro mejor, en una época en que todos se venían para acá; después todos se fueron para allá, pero ya esa es otra historia.

Con sangre siciliana corriendo por sus venas, nuestro querido Juan no tardó en notar que la ciudad de Rosario estaba destinada a florecer como capital del delito, ¿cómo esta idea no se le había ocurrido a nadie todavía? Gracias a él sería bautizada luego como La Chicago Argentina. Aplausos, por favor.

De la noche a la mañana (bueno, capaz que no tanto), este singular muchachito pasó de ser un simple empleado fabril a establecer una tríada básica delictiva: juego clandestino, prostitución y carreras de caballos. Para ese entonces él ya se había convertido en Chicho Grande o Don Chicho y poseía una estrecha relación con políticos y policías que cubrían todos sus delitos a cambio de dinero o favores. Cualquier parecido con la actualidad es mera coincidencia.

Además de controlar el juego clandestino, los prostíbulos y los resultados hípicos, creó redes de protección para los comerciantes a cambio de un pago mensual; y posteriormente se incorporaron los secuestros extorsivos a la larga lista de actividades.

Todo esto se desarrollaba detrás de una fachada comercial perfectamente armada. Una de las particularidades de la mafia es guardar bien las apariencias.

Funcionaba así, más o menos. Puertas adentro: delitos. Puertas afuera: familia decente, negocios decentes, gente decente. Al menos esta fórmula dio resultado durante los primeros años. Para la sociedad en general Juan Galiffi era un poderoso señor de negocios, que se casó y tuvo hijos como cualquier otro.

Su hija Ágata, mejor conocida como la flor de la mafia, estaba destinada a seguir con el negocio familiar, sólo que las cosas no salieron como ellos pensaban. De hecho, la historia de Ágata es igual de bizarra e interesante como la de su padre, pero no la voy a contar aquí porque sino ésto se vuelve interminable. Si les interesa me chistan y armamos otra entrada, ¿les parece?

Bueno, ahora seguimos.

Ante el crecimiento exponencial del mega negocio delictivo, surgía otra figura que pretendía disputar el liderazgo de esta sede mafiosa. Se llamaba Francisco Marrone, pero era mejor conocido como Chicho Chico. Era obvio, ¿no?

La historia acá se pone larga y tediosa, pero no se preocupen se las resumo en tres patadas. Chicho Chico primero hizo el papel de amigo y después le declaró la guerra al gran Don Chicho y así la mafia quedaba dividida en dos bandos que se mataban entre sí. Juan Galiffi decidió que ésto era inaceptable y organizó una amistosa reunión de negocios con su archienemigo. Resultado: Chicho Chico muere estrangulado en manos de la gente de Galiffi. Fue como si un experto jugador de truco le disputara una partida a un niño de 8 años. El resultado se sabía de antemano, sólo que la soberbia de Marrone no se lo dejó ver a tiempo. Los sicilianos se toman muy a pecho esto de eliminar a la competencia. No olvidemos que es gente muy intensa.

La policía jamás pudo probar la vinculación de Don Chicho con este crimen, de hecho, la policía nunca tuvo pruebas verdaderas de ninguno de sus delitos. No sé por qué no me sorprende nada de todo esto.

Sin nadie que le hiciera frente, Chicho Grande se sentía intocable, pero cualquiera que se considere de tal forma comprobará tarde o temprano la fragilidad de esa creencia.

El desenlace de varios años infames, dignos del mejor policial negro, lo marcaba el secuestro de Abel Ayerza Arning, hijo de un prestigioso médico. Ese fue el principio del fin.

El 23 de octubre de 1932, Abel era secuestrado por la gente de Galiffi. La familia pagó, luego de varias idas y vueltas, un rescate de ciento veinte mil pesos. Una vez cobrado el dinero se pusieron en marcha los mecanismos de la mafia y se envió un mensaje telegráfico a los captores, tal como se había convenido. El mensaje decía "Manden al chancho" pretendiendo con ésto la liberación del prisionero, pero llegó a destino con un ligero cambio. "Maten al chancho" leyeron los secuestradores. Sí, ya sé, parece un chiste, pero no lo es. La historia termina con el pibe asesinado de un disparo por la espalda. Un error tan mínimo y burdo separó al pobre individuo de su final feliz. Un claro ejemplo de que a veces la realidad supera la ficción.

Ahí, recién ahí, se pusieron todos muy nerviosos. Esta gentuza importada de la mismísima Italia tenía la desfachatez de meterse con gente poderosa de la Capital Federal. Una desubicación imperdonable. Se armó entonces una hecatombe nacional sin precedentes. En el revuelo general muchos quedaron presos, pero como ya dije antes, nunca pudieron comprobar la participación de Don Chicho en este crimen.

Sin tener otras opciones resolvieron deportarlo. Si el problema no era nuestro, que se arreglaran los italianos con el delincuente, ¿qué tanta historia? Personalmente me hubiera encantado ver cómo le ponían una estampilla en el traste para mandarlo de vuelta a su país.

Chicho Grande, Don Chicho, Juan Galiffi moría en 1943 de un paro cardíaco, durante un bombardeo en su Italia natal.

Falleció lejos de Argentina, aunque supo ganarse, a fuerza de armas y delitos, un lugarcito memorable en la construcción histórica de este país.

Los tiempos cambian y ya no tenemos necesidad de importar mafiosos, hacemos nuestros propios ejemplares acá, en este suelo y con la clásica viveza criolla. Creo que hemos logrado mejorar el rubro, o empeorarlo, depende de cómo lo miremos.

Me voy cantando "Cambalache" y les dejo escritas un par de estrofas de este maravilloso tango para que me acompañen.

¡Qué falta de respeto,

qué atropello a la razón!

cualquiera es un señor,

cualquiera es un ladrón...


Mezclao con Stravisky

va Don Bosco y La Mignon,

Don Chicho y Napoleón,

Carnera y San Martín...

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