Capítulo 8.
Samantha Andersen
Escucho su voz. Cómo se expresa. Cómo se dirige a mí y me pide disculpas por el error garrafal del primer día que nos conocimos. Me quedo estupefacta, callada, sin palabras. Solamente puedo centrarme en su timbre de voz, en su masculinidad al hablar, en cómo me trata de usted sin cordialismos.
-Hagamos un trato -alzo la cabeza interesada- a partir de ahora, yo soy el estúpido y tú la bella dama, por lo tanto, cada vez que nos veamos tenemos que dirigirnos al otro de ese mismo modo, ¿qué me dices? -propone.
Sonrío inconscientemente, exhausta por lo que acabo de escuchar. Sinceramente, me agrada la idea pero de él solamente conozco su nombre y a medias su físico, pues laa descripciones de mi madre no son para nada extensas; son más bien, cortas y concisas, por algo me dijo claramente que era muy atractivo.
-Me gusta la idea, estúpido -digo sonriendo.
-Me alegra ver esa sonrisa en tus labios, bella dama.
Sonrío tontamente, quizás hasta inconscientemente. No le he visto, ni acariciado el rostro o percibido sus músculos. Pero sé que me encanta. Solamente con su labia, su manera de seguirme el juego y su voz tan varonil, me vuelve loca.
Pero todo acaba con el estridente taconeo de mi madre que se dirige hacia nosotros.
-Pensaba que os habíais matado -añade ella cesando sus movimientos.
-¿Por qué lo dices, mamá?
-Parecíais Tom y Jerry, persiguiéndose y diciendo cosas desagradables e irónicas -aclara. Sé que se está burlando.
Noto mis mejillas teñirse de rojo. Sabe que soy muy impulsiva y que si alguien me daña, lo pagará en todo momento. Mi venganza se basa en sarcasmos claros y concisos. Si gustan bien y sino, pues también.
Con el tiempo aprendí que quien se burlaba de mí por mi condición, no conocía el trasfondo que hay detrás ni el sufrimiento equivalente a tal efecto. Ni siquiera se percataban de que, por muy ciega que fuese, escuchaba sus risas desternillantes y sus ofensas a kilómetros. Tampoco sabían que algún día me las iré cobrando una a una, todo a su debido tiempo. Pero sé que si recupero la vista, no sólo voy a vengarme, sino a defender el orgullo y la dignidad que tanto me pisotearon y que jamás van a volver a cometer. Odio las crueldades desde el momento en el que cambió todo para mí. Es lógico. Nadie sabe lo que se sufre, hasta que lo siente.
Seamos sinceros, el bullying muestra que existen personas crueles incapaces de sentir. Personas que viven del daño ocasionado al resto. Personas que están pendientes de tu vida para satisfacer la suya. Personas que, por desgracia, nunca valorarán otros factores como el amor, la conciencia, la madurez y la humildad. Este último, claramente, es el más importante y del que miles de personas carecen.
-No somos nada de eso, señora -aclara Tyler- simplemente la ofendí con un comentario y su reacción fue la normal: atacar. Ya le he pedido disculpas y por esa razón no nos hemos matado aún.
-Fue un mal entendido que ya está aclarado -digo tragando saliva.
-Sí, ahora somos amigos.
-¡¿Amigos?! -exclamo atragántandome.
-Claro, hicimos un trato -sus manos rozan mis hombros y su respiración agita la mía cuando lo noto suspirar en mi oído.
Me separo para no darle pie a que mi madre mal piense y le pregunto por el coche. Me indica que hasta mañana, o quizás pasado mañana no estará arreglado y que tenemos que volver en taxi. Suspiro profundamente ante la idea.
-Cerramos en diez minutos, si quieren las alcanzo -se ofrece él. ¿Qué pretende?
«Quiere acercarte a ti, deja que lo haga», murmura una voz que distingo rápidamente: el hada consejera.
-Claro Davis, muchas gracias, eres todo un caballero -anuncia mi madre. ¡¿Qué?!
Comienzo a respirar agitadamente. Voy a ir en el coche de un hombre cuyo rostro no he descifrado, con un supuesto atractivo descomunal que enloquecería a cualquiera y cuyo nombre es Tyler Davis. Joder. Cualquiera diría que el destino me está abriendo las puertas del amor, y normal, con semejante hombre al que no puedo comerme con los ojos, cualquiera lo exclamaría. Todo él es potente. Su voz, su nombre, su masculinidad. Todo excepto su físico, el cual desconozco de pleno.
-Prepararé el coche -dice para marcharse, pues escucho sus pasos al alejarse.
Busco el brazo de mi madre y ella ríe pausadamente.
-¿Por qué lo has hecho? -cuestiono seriamente.
-Porque no quería pagar un taxi. Nombrarlo es una forma de conseguir la caballerosidad del hombre y en este caso, ha funcionado -explica tan tranquila- y también porque sé que te gusta.
Abro los ojos como platos y la mandíbula roza el suelo, metafóricamente hablando. Sabe absolutamente cómo actúo cuando alguien me atrae. Cuando voy a responder, el rugido de un motor me alarma. Es él.
-Señoritas, no es una limusina u otro vehículo de lujo, pero servirá -dice riendo.
Mi madre se adentra en él primero, justamente en la parte trasera. Tyler sujeta mi mano y alzo el rostro para sentirlo cerca.
-Bella dama, es su turno -me indica amable.
Me acomodo en el asiento delantento, justamente en el del copiloto. Su mano se desvanece de la mía y el frío me ahoga. Me abrocho el cinturón y la puerta se cierra. El motor vuelve a rugir y avanzamos lentamente.
La tensión abunda drásticamente durante el trayecto. Permanecemos en silencio y solamente se escuchan cientos de coches deambular a nuestros alrededores.
-Señora, ¿podría indicarme la dirección?
-En dos manzanas, gire a la derecha -se limita a decir.
Al cabo de unos minutos. Llegamos al destino indicado. Estaciona y mi madre le invita a un café. Él se niega mientras bajo del vehículo y ella le anima a venir otro día con el fin de tomar café. El taconeo que marca sus pasos me indica que se ha marchado y me quedo a solas con él.
Siento su mano sujetar la mía y tiemblo. Tiemblo peligrosamente. Él lo nota y acaricia mi mejilla con dulzura.
-Espero que no te moleste que te coja la mano -susurra en mi oído.
-No...no me molesta -balbuceo nerviosa.
-Mejor...tu piel es demasiado suave como para no aprovechar la ocasión de palparla.
Siento calor. Un gran ardor recorrer mi cuerpo. Una electricidad al sentir su roce con mi piel. Me giro, pues estoy de espaldas a él y llevo mis manos hasta su rostro con delicadeza. Lo palpo consiguiendo descifrar su rostro y recrearlo en mi mente.
-¿Te gusta lo que acaricias? -susurra. Justamente la yema de mis dedos roza sus labios cuando habla y me tenso al sentirlos húmedos.
Los paseo con descaro para tener un mejor tacto y sonrío cuando deposita un beso en ellos.
-Eres preciosa, bella dama.
-Samantha...me llamo Samantha -tartamudeo con los nervios a flor de piel.
Espero que os haya gustado el capítulo. ¿Qué os va pareciendo?🤔
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