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22- El vacío

Desde el momento en que me mudé a casa de Daniel empecé a ir a terapia. Antes no había ido para no dejar a Dúnia sola. Bueno, en realidad porque no me había sentido con fuerzas para hablar de lo sucedido con nadie. Pero Daniel me hizo cumplir la promesa que le hice en el coche.
Y si al principio no  parecía mejorar nada, poco a poco las sesiones con la psicóloga iban ayudándome a afrontar la pérdida y ver un poco de claridad en mi vida.
Mi luz de momento seguía siendo mi sobrina.
Trabajábamos y viajábamos juntos. Daniel y yo formamos un equipo excelente en el trabajo, en casa también nos llevábamos muy biem y, aunque tenía a una persona que venía a limpiar la casa, el resto de las tareas las hacíamos juntos.
Nunca cruzó la línea que separaba a la amistad con algo más.
Con la convivencia desarrollamos una relación de confianza entre ambos. Hasta el punto de que Daniel podía traer a parejas a casa y yo desaparecía discretamente en mi habitación.
Parecía que iba superando la pérdida de Marc, aceptando que no había  vuelta atrás y que tenía que seguir adelante con mi vida.

—Hola, Aisha,  ¿Cómo te sientes hoy?

Mi psicóloga se llamaba Raquel, y no le gustaba que la llamasen doctora, así que la llamaba por su nombre de pila.

—Raquel, hoy he ido a ver a mi sobrina, pero cuando mi hermana se la ha llevado para cambiarle el pañal me he quedado sola en el comedor y me he acordado de Marc.

—¿Y cómo te has sentido?

—He intentado racionalizar mis sentimientos como me enseñaste. Pero no he podido evitar llorar otra vez.

—No pasa nada, no es malo llorar, los sentimientos hay que expresarlos, sólo debes asimilar ese dolor y dejar que fluya, ¿Has ido a tu casa?

—Aún no me he sentido con fuerzas.

—Tienes que trabajar la aceptación.  Sabes lo que pasó pero no lo aceptas y por eso no avanzas.
Quiero que esta semana trabajes en eso. Para hacerlo quiero que escribas el nombre de Marc en un papel y pongas las cosas que te gustaban de su forma de ser. Después escribe que se ha ido y quemas el papel.

—Está bien.

—¿Cómo va tu relación con Daniel?

—Somos amigos, pero tengo la sensación de que soy un estorbo en su vida.

—¿Entonces por qué no te mudas a otro sitio?

—Tengo miedo de perderlo. Es con la única persona a parte de ti con la que no escondo mi dolor.
Soy egoísta.

—No, Aisha, no eres egoísta. Deberías reflexionar sobre esa sensación tuya de que eres un estorbo. Analiza porqué  te sientes así y el próximo día me traes una lista de motivos y los hablamos.

—De acuerdo, Raquel, muchas gracias.

Salí de la consulta y allí estaba Daniel esperándome.
Siempre venía a buscarme al psicólogo. Nos metimos en el coche y fuímos a casa.
Habían pasado seis meses desde que Marc murió. No se sabía nada de las personas que lo habian hecho. Yo todavía no había vuelto a mi casa desde entonces.
Daniel y mi hermana recogieron mis cosas porque yo no podía entrar allí.

—¿Quieres que vayamos a cenar fuera de casa hoy?

—La verdad es que no me apetece salir, Daniel. Quiero ir a casa y descansar.

—De acuerdo, vamos a casa.

—Si quieres ir tú a cenar no te preocupes por mí, queda con una amiga y vais los dos.

—No, me apetecía cenar contigo.
Otro día vamos juntos.

—Vale.

—Aisha, llevas sin salir seis meses.

—Sí salgo, a trabajar.

—Eso no cuenta, Aisha, me refiero a salir a pasar un rato con un amigo.

—Todavía no puedo, lo siento, Daniel.

Y la verdad era que ya no sentía alegría por vivir, sólo mi sobrina conseguía sacarme una sonrisa, por lo demás estaba vacía.
Daniel intentaba que volviera a ser la misma de antes, pero era imposible.

Me llevó a casa y dijo que iba a salir un momento. Me alegré por él.
Me tumbé en el sofá con música y un refresco. Me dejé llevar por la nostalgia y lloré hasta quedar dormida. Daniel llegó más tarde y me puso una mantita por encima, me dejó dormida en el comedor.
Al día siguiente era sábado y no teníamos que trabajar hasta el lunes. En otras circunstancias hubiera estado muy contenta, pero ahora era una especie de castigo.
No iba a ningún sitio, no veía a nadie, no quería hablar con nadie.
Me pasaría todo el fin de semana en mi habitación, escuchando música. Daniel seguro que iría a ver a su madre y a su hermana. Nadie me preguntaría cómo me encontraba ni intentaría que saliese de mi escondite.
Mi hermana se había ido a casa de los padres de Edu, y no volverían hasta el domingo.
Pero las intenciones de Daniel no eran precisamente dejarme en casa.
La mañana del sábado me dijo que teníamos un trabajo de urgencia y que preparara ropa para dos días.
Me sorprendió,  pero no dudé que fuera cierto porque en alguna ocasión nos habían convocado también de urgencia.
Para mí trabajar era una manera de desconectar, así que no me importó.
Salimos sin que me dijera en qué consistía el trabajo, y cuando le preguntaba me respondía con evasivas.
Al cabo de tres horas de viaje en coche paramos en una vivienda particular.
- ¿Dónde estamos Daniel? Esto no es un hotel.

—Espero que me perdones, Aisha, pero te he engañado, te he traído aquí para que salgas y conozcas por fin a mi madre y mi hermana. Nunca quieres venir y si te lo hubiera dicho te habrías negado.
Lo miré enfadada, pocas veces me había hecho enfadar Daniel, pero en esa ocasión lo había conseguido.

—Llévame a casa, Daniel.

—Lo siento, Aisha, pero no te llevaré.

—Esto va a costarte mi confianza. A partir de ahora no voy a poder confiar en tí.

—Por favor, Aisha, comprende que no quería dejarte sola en casa. Sólo será una noche, mañana nos volvemos, sólo conocerás a mi madre y mi hermana.
Estaremos sólos los cuatro.

—No eres justo conmigo, me prometiste que no me ibas a presionar.

—Ven, te van a gustar ellas, són más simpáticas que yo.

Por un momento pensé en irme andando, pero al final me quedé y quise creer que no sería tan malo estar allí.
Llamamos a la puerta y nos abrió una mujer menuda, con una gran sonrisa.

—¡Daniel !, Ven, pasa hijo, ¿Tú eres Aisha verdad? ¡ por fin te conozco!. Soy la madre de Daniel, me puedes llamar Lina, por favor, entrad y ahora vendrá Ana, que se está cambiando.
Era como un mini huracán. Rebosaba vitalidad y nos arrastró hasta un comedor precioso con las paredes blancas y un gran ventanal, los muebles eran de color caoba y tenían un diseño moderno y funcional, en ellos se podían ver muchas fotografías. Me dio la sensación de estar en un hogar cálido y afectuoso.

—¿Quieres tomar algo?. Daniel, tráele un refresco a Aisha.

—Mamá, acabamos de llegar, deja que traiga las cosas del coche y después tomamos algo.

—Aisha, cariño, tenía muchas ganas de conocerte, hace ya un año que trabajáis juntos y no te conocía.

—Últimamente no he salido mucho.

—Sé que lo has pasado mal, pero no quiero que hablemos de eso, vamos, te enseño dónde dormirás esta noche.

Me llevó a una habitación luminosa, decorada con sobriedad, una cama  un armario y un escritorio.

—Es la habitación de Daniel, dormirás aquí y Daniel lo hará en la pequeña del fondo.

—Lina, me sabe mal molestar, yo puedo dormir en la pequeña, no quisiera quitarle la habitación a Daniel.

—Tonterias, tú duermes aquí.

Después me enseñó el resto de la casa y volvimos al comedor, donde una chica pequeñita también,  que no aparentaba más de 16 años nos esperaba.

—Hola, Aisha, soy Ana.

—Hola, Ana.

Tras las presentaciones, me enteré de que Ana tenía 17 años y su madre tenía 53.
Me hicieron sentir cómoda desde el principio sin hacerme preguntas.
Comimos, hablamos, y por unas horas me sentí mejor.
Ana me enseñó la música que le gustaba, Lina me acaparó parte de la tarde preguntando por nuestro trabajo juntos y mientras tanto Daniel me miraba y sonreía.
No estaba siendo un día terrible pero no le perdonaría fácilmente el engaño.
El sábado por la noche, en la cama, me puse a pensar en Daniel,  que siempre se había portado genial conmigo, era un buen amigo. Pero más tarde volví a revivir la pesadilla, soñé con Marc que me decía adiós, yo le pedía que no me dejara y corría detrás de él, pero no le alcanzaba. Me desperté llorando, sobresaltada por alguien que me cogía una mano en la habitación a oscuras.

—Tranquila, Aisha, soy Lina, no pasa nada, nosotros estamos aquí, contigo.

Encendí la luz del cabecero de la cama.

—Lo siento, no quería molestar a nadie, pero últimamente tengo muchas pesadillas...

—No pasa nada, cariño, después de lo que has pasado no me extraña que tengas pesadillas.
Ven a la cocina conmigo, nos tomaremos una copita de ron y verás que te sienta bien.

—De acuerdo, Lina. Muchas gracias.

Nos sentamos en la cocina y después de servirnos el ron, empezó a hablar.

—Escucha, Aisha, entiendo cómo te sientes, yo también pasé por algo parecido a lo que te ha ocurrido a ti.
Hace años perdí a mi marido de forma trágica, un accidente de coche me dejó sola con Daniel de dieciocho años y Ana de dos. Al principio lo pasé muy mal, recuerdo que me escondía para poder llorar y luego intentaba aparentar que todo iba bien delante de ellos, Daniel se dió cuenta de que no estaba bien y, a su modo, intentaba ayudarme. No fue fácil, no te engañaré, pero al final consigues rehacer tu vida. Debes tener paciencia y, lo más importante, debes dejarlo marchar.
Volver a tu casa podría ayudarte a asumir que ya no está, sé que es duro.

—Voy a una psicóloga que me ha dicho lo mismo, que tengo que enfrentarme al hecho de que se ha ido definitivamente, pero no tengo fuerzas. Todavía  no puedo.

—Cuanto más tiempo pase, más miedo te dará.

—Intentaré hacerte caso, Lina, muchas gracias. Voy a dejarte dormir, siento haberte molestado.

—Estaba despierta, Aisha, no te preocupes tanto por los demás. Buenas noches.

Volví a la cama y por suerte no volví a tener pesadillas esa noche.
El domingo fue divertido, salimos a dar un paseo por la montaña, comimos de picnic y por la tarde volvimos a casa.
En el camino de vuelta tuve que admitir que lo había pasado bien y me hizo prometer que lo repetiríamos en quince días.

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