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10-Dos días mágicos y una despedida.

Tras bajar del avión lo busqué entre la gente de la terminal. Fui hacia la zona donde se recogen los equipajes y pronto pude recuperar el mío.
De Marc no se veía ni la sombra.
Pensé que no habría entrado y me estaría esperando en la puerta de salida. Pero me sentía un poquito decepcionada, había imaginado un reencuentro de película romántica entre los dos, pero la realidad era otra.
Estaba ocupada con la bolsa de viaje intentando no trastabillar y caerme con ella cuando, desde detrás mío, alguien me sujetó de los brazos y evitó una caída totalmente humillante que hubiera puesto mi humor todavía más sombrío si cabe.

—Gracias —dije sin mirar quién era —me acabas de salvar el orgullo...

Antes de que pudiese decir nada más, una voz que conocía muy bien me dijo:

—¡madre mía, Aisha! ¿Qué traes dentro de esa bolsa? Parece que te vayas a mudar de piso...

Me giré y entonces me quedé de piedra al verle. Alto, afeitado, con unos tejanos ajustados y una camiseta negra.

—¿Pero tú que haces aquí? —le pregunté.  — Se suponía que ibas a una casita en algún pueblo perdido...

—Perdona, Aisha, no quería decirte que venía también a Mallorca, voy a una casita en las afueras, de verdad que creía que no coincidiríamos en el avión.

Estaba sonriendo y mi cara de contrariedad paso a otra de incredulidad y después me eché a reir.

—¡Pero bueno! ¿Has venido en el mismo avión que yo y no me has dicho nada?

—Aisha, no quería molestarte, me ha costado muchísimo que no me vieses y ahora que he visto que te ibas a caer, no he podido evitar ayudarte. Pero ...
¿No te recoje Marc en el aeropuerto?

Como respuesta encogí los hombros y sonreí.

—Se suponía que sí, pero no lo he visto.

Una fracción de segundo más tarde apareció Marc corriendo por la terminal buscándome.
Le hice una señal y vino hacia nosotros, cuando llegó a mi altura nos abrazamos durante un buen rato y, mientras tanto, Daniel ya se estaba retirando sin hacer ruido.
Me di cuenta y le pedí que esperase un segundo.
—Daniel, espera, este es Marc.

Marc se separó un momento y lo miró por primera vez desde que había llegado.

—Marc, te presento a Daniel, mi compañero de trabajo.
Los dos se miraron a los ojos como estudiándose el uno al otro, pero se dieron la mano y el momento de tensión pasó enseguida.

—Lo siento, Aisha, un accidente en la carretera ha formado una caravana de seis kilómetros de coches y casi no llego. Perdona el retraso.

—Tranquilo, Marc, Daniel me ayudaba a recuperar mi equipaje, yo casi me caigo...

—¿Pero qué te has traído?

—Yo le he preguntado lo mismo, menos mal que sólo es para un fin de semana, imagina si fuera a quedarse un mes...

Le dí un codazo en las costillas a Daniel y éste, para hacerse la víctima se puso a toser teatralmente como si le hubiese roto algun hueso.
Marc se rió y el ambiente entre los tres se relajó un poquito. Nos despedimos de Daniel y él fue por un lado mientras Marc y yo íbamos por el otro.
Subimos a su coche y me llevó a su casa.
El bloque de pisos era más bien anodino, por fuera marrón y con toldos verdes. El vecindario parecía corriente, gente currante, como yo. Subimos al ascensor y me abracé a él, apoyando mi cabeza en su pecho.

—Te he echado mucho de menos Marc.

—Yo también, ven, vamos a dejar tus cosas en casa y te llevo a cenar.

—Estaba cansada pero pensé que sería buena idea salir a cenar fuera, me parecía muy brusco presentarme en su casa, invadir su espacio de sopetón, y pedirle que me hiciera la cena también.
Todavía tenía unos pocos  ahorros y le invitaría yo a cenar hoy.
Entramos a su piso, un tercero, y me di cuenta de que estaba muy ordenado, no había adornos ni figurillas de cerámica, aunque sí muchas fotografías.
Me gustó, aunque las fotos me incomodaron un poco porque mostraban la intimidad y la historia personal de Marc, no me parecía correcto ni creía tener derecho a conocer todo aquello todavía.
Me enseñó la habitación que en teoría utilizaría yo, pero tenía la esperanza de pasar, almenos, una noche con él.
Igual era ir muy rápido pero no me importaba, me sentía muy bien a su lado y queria conocerlo un poco más íntimamente.
De todo eso no le dije nada. Deje mi bolsa en la cama y le anuncié que ya podíamos ir a cenar.
Me llevó a un pequeño restaurante cerca de su casa. Un local íntimo y acogedor, con música suave y luces cálidas. Un ambiente de lo más romántico.
Cenamos mirándonos a los ojos, como si quisiéramos llenar nuestra memoria con la imagen del otro.
La verdad es que Marc era guapo, era rubio, ojos verdes, bastante atlético, aunque no parecía de los que se pasan el día en el gimnasio.

—Cuéntame cómo te ha ido con el trabajo.

—Bien, era más o menos lo que yo esperaba, examinar el hotel en todos los aspectos, detectar fallos en relación con el estándar del grupo y por último hacer el informe para la central.
En cierto modo soy como el jefe infiltrado, pero no soy el jefe, sino un enviado de él.

—El enviado del diablo — bromeó Marc.

—Sí, podría decirse así.
Sólo hay un problema, que tenemos que compartir habitación en los hoteles que vamos.

¡Ya lo había soltado! Y me fijé en su reacción, ¿sorpresa quizás?
Tal vez debí decirlo el último día, para no estropear el fin de semana, pero me había salido sin pensar.

—¿Tú y ese compañero tuyo dormíais juntos?

—No, en la misma habitación, camas separadas.

—¡Vaya! No me lo habías comentado por teléfono.

—Quería decírtelo aquí, no por teléfono. No quise que hubiese malentendidos , ahora te lo puedo explicar mejor.

Me miró un momento fijamente y de pronto me dejó sorprendida cuando dijo:

—Me cae bien ese Daniel, parece buen tio, ¿Ronca?

Suspiré aliviada y le dije que no, que las almohadas de los hoteles eran muy  incómodas y tendría que llevarme la mía para la próxima salida, pero que  en general pude dormir bien.
Tras el postre y el café, le pedí volver a casa porque ya estaba agotada. Me dejó pagar la cena para que no me enfadara y volvimos a su casa andando.

—Espero que no te importe ir andando, no vamos a encontrar aparcamiento en el barrio a esta hora.

Miré el reloj y me sorprendí de que fuera tan tarde ya.

—Madre mía, son las doce ya.

—Espero que no te transformes como cenicienta, esta noche estás muy guapa.

—Tú me ves con buenos ojos. Debo estar ojerosa y demacrada. Estoy muy cansada. ¡Ay! Se me olvidaba decirte que lo que le pasaba a mi hermana no era grave, está embarazada.

—¿En serio? Me alegro un montón.

Llegamos a su casa y me senté en el sofá.

—Me sabe mal haberte llevado fuera a cenar, estabas muy cansada...

—Ayer por la tarde volví de Valencia, cené con mi hermana y me acosté tardísimo, esta mañana preparé la ropa para venir y luego ya me fui al aeropuerto.

—Perdona, Aisha, si quieres te dejo que vayas a descansar.

—Espera un momento, siéntate conmigo un rato y abrázame por favor. Contigo puedo recargar pilas.

Se sentó a mi lado en el sofá y yo me abracé a él.
Creo que en algún momento me dormí mientras me hablaba en voz baja al oído.
Pero por la mañana estaba en la habitación, con camiseta y braguitas, durmiendo a pierna suelta.
¿Me había traído él a la cama?
Me tapé la cara con la almohada y traté de recomponerme un poco, centrarme, superar la vergüenza y salir de la habitación. Pero no me dió tiempo, se abrió la puerta y apareció Marc con una bandeja de desayuno.

—Te he traído un zumo de naranja y tostadas, también tengo café, si quieres un café con leche te lo traigo.

—No tenías que haberlo hecho, Marc, me estás malcriando así.

—Así cuando llegues a Barcelona te acordarás de mí.

Desayuné el zumo y las tostadas y me levanté de la cama para arreglarme.

—¿Qué me pongo? ¿Dónde vamos a ir?

Marc me explicó que íbamos a pasar el día en la playa y después cenaríamos bajo las estrellas.

—Me llevo entonces una chaqueta.

—Sí, la dejaremos en el coche para después.

Antes de salir llamé a mi hermana para decirle que estaba bien y que la llamaría por la noche otra vez.
Salimos de su casa cogidos de la mano, fuimos a buscar el coche donde lo aparquemos la noche anterior y condujo hasta una playa pequeña, allí nos sentamos en la arena, estábamos solos. Nos besamos, hablamos y  como todavía hacia frío para bañarnos, nos tumbamos a tomar el sol en una de esas toallas grandes.
El día pasó prácticamente sin darnos cuenta, estábamos muy relajados juntos, habíamos hablado de nosotros, yo le había contado anécdotas propias y él también.
Me sentía muy a gusto a su lado.
Esa noche íbamos a ir a bailar y luego a casa. Al día siguiente saldríamos con un barquito a navegar por la mañana.
La noche del sábado fué muy bonita. En el local donde fuimos a bailar la música era suave y la mayoría de las canciones que sonaban eran baladas para bailar en pareja.
Disfruté de sus caricias al bailar y cuando iban a cerrar el local nos fuimos a su casa.

—Espero que lo estés pasando bien.

—Es mejor de lo que me imaginaba. Lo único que me entristece es que mañana tenemos que separarnos.

—Si, yo también siento que estaremos poco tiempo juntos.
Espero poder ir a verte pronto.

Llegamos de la mano a su casa y ya en el comedor nos miramos a los ojos sin soltarnos. Los dos sabíamos que aquella noche íbamos a acabar juntos en la misma habitación.
Y así fué.
Era dulce y delicado con sus caricias, apasionado sin perder el control.
Me llevó a su cama y nos desnudamos mirándonos a los ojos. Le acaricié los brazos y el pecho, él hizo lo mismo conmigo, nos sentamos en su cama y las caricias pasaron de ser dulces a ser ardientes, con la respiración acelerada explorábamos el cuerpo del otro, sus besos me conmovían, entrelazados en la cama nos fundimos en un solo cuerpo y bailamos juntos, lentamente primero, hasta que el deseo de ambos se impuso y conseguimos llegar al orgasmo a la vez.
Nos dormimos abrazados, y durante la noche volvimos a hacer el amor una vez más.
Antes del amanecer me despertó y me pidió que me vistiera con ropa cómoda porque íbamos a navegar.

—¿Has navegado alguna vez? Espero que no te marees.

—No he ido nunca en un barco pequeño, una vez hice un crucero pero no me mareaba, espero que ahora tampoco.

Me duché y nos fuimos sin desayunar hacia el puerto.

—Un amigo mío nos deja el barco y me ha dejado todo lo necesario para desayunar y comer.

—¡Vaya! no hay como tener amigos así.

—Es un gran amigo, ¡vamos a ver si te gusta el barco!

Alcanzamos el puerto antes de que asomara el sol, nos subimos a un barco a motor y partimos a mar abierto.
Mientras contemplábamos el amanecer desayunábamos una ensaimda y café en la proa del barco nos sentamos los dos juntos y vimos aparecer  los primeros rayos de sol por el horizonte juntos.
La mañana pasó, comimos y volvimos al puerto con una mezcla de sentimientos, por un lado éramos felices por estar juntos, pero por otro la sombra de la despedida se reflejaba en muestra mirada.
Me acompañó a recoger mis cosas a su casa, luego salimos para el aeropuerto una vez más.
No me gustaban las despedidas pero no quería desperdiciar el tiempo que nos quedaba para estar juntos.

—Llámame cuando llegues a casa  —me decía él.

—Por favor no me olvides, espero verte pronto —le contestaba yo con un nudo en la garganta.

Nos besamos por última vez antes de subir al avión.

Conseguí no llorar hasta que ya no pudo verme.
La vuelta fu muy triste para mí. Busqué en el avión por si acaso Daniel también había subido pero no lo encontré, así que volé sola y llegué a Barcelona a la hora prevista.
Mi hermana me vio la primera y sin decirle nada ya sabía que el fin de semana habia sido mágico, pero la separacion era dura.

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