1-El principio.
Tenía tanto sueño que los ojos se me cerraban en el asiento.
Estaba en la línea tres del metro de Barcelona. Iba a una entrevista de trabajo, me había puesto para la ocasión: un vestido negro, zapatos bajos negros y una chaqueta fucsia que contrastaba con el resto de mi ropa.
Llevaba el móvil en el bolso, al contrario que el resto del vagón que lo llevaban en la mano. Viajábamos unas doce
personas.
Ya sólo me faltaban tres estaciones para tenerme que bajar, cuando me sentí indispuesta.
Un terrible dolor de cabeza casi no me dejaba abrir los ojos, el ruido del metro se incrustaba en mi cerebro y no me dejaba pensar.
¿Cómo iba a ir así a la reunión?
Necesitaba el trabajo
así que abrí el bolso y de un pequeño estuche extraje un analgésico, no tenía ni idea si haría efecto a tiempo, pero era mi única opción.
Salí del vagón y fui directa a las escaleras mecánicas.
Debido al intenso dolor no veía bien ni era totalmente consciente de lo que pasaba a mi alrededor.
Subí a la escalera mecánica y, justo detrás de mi, subió otra persona.
Lo notaba muy cerca y me sentía incómoda asi que le dije un poco seca que se apartara un poco de mí, que me dejase sitio.
—¿Y quien te crees que eres? Si quieres sitio viaja en limusina—me contestó de malas maneras.
—Mire, haga el favor de bajar un peldaño y los dos nos sentiremos más cómodos.
Aquél sujeto no se dió por enterado. Me giré y vi que era un hombre joven, ya no me fijé en nada más, le empujé suavemente hasta que tuvo que bajar el peldaño y luego me giré de nuevo hacia delante para ver por dónde iba y bajar de la escalera.
—¿Qué hace empujándome?
—Mire, necesito espacio, haga el favor de no agobiarme.
Salí del metro y, sin mirar atrás, me puse a buscar la dirección donde iba a presentarme para mi entrevista.
Por suerte había salido con mucho margen de tiempo y disponía de media hora para localizar el sitio y para que empezase a actuar la pastilla que me había tomado.
El lugar de la reunión no estaba muy lejos de la parada del metro, lo encontré enseguida.
Me metí en un bar justo en el edificio contiguo al de la empresa de selección de personal. Pedí un cortado y un croasan. Necesitaba azúcar, desde primera hora de la mañana no había comido nada, y ya eran las tres de la tarde. No me daba tiempo de comer hasta que no saliera de aquellas oficinas. Esperaba que fuese una reunión corta.
No tenía muchas esperanzas de conseguir ese empleo ya que buscaban a alguien con experiencia y yo no había trabajado en ese sector nunca.
En la cafetería saqué el móvil y vi que tenía varias llamadas perdidas de mi hermana...
Seguro que quería desearme suerte. La llamé:
—Hola, Tata, ¿para qué me llamabas? Te dije que cuando saliera de la entrevista yo te llamaría.
—Quería desearte suerte, seguro que consigues el puesto de control de calidad.
—No me hago ilusiones...
—Si entras con esos ánimos seguro que no lo vas a conseguir, has de ser positiva.
—A ver, Tata, piden cinco años de experiencia mínima, ¡sabes que yo no los tengo!.
Pero mi hermana era siempre muy optimista, estuvo dándome ánimos durante un rato, hasta que me di cuenta de que se me hacía tarde.
Salí corriendo a la calle y me tropecé con alguien en la puerta del bar.
—¡Mire por dónde va!
—Lo siento, tengo mucha prisa.
Sin ver de quien se trataba me metí en la portería contigua a la cafetería.
Subí por las escaleras para no perder tiempo esperando el ascensor hasta el segundo piso.
Justo a tiempo de oír mi nombre, llegué justo cuando me llamaban para la entrevista.
Como no tenia muchas esperanzas en conseguir el emple iba bastante relajada. El entrevistador se miró el currículum con atención.
—No tiene experiencia— pronunció nada más leerlo.
—Mi experiencia personal en este campo es limitada, he trabajado en empresas de transporte, coordinando entregas y pedidos de material.
Para el puesto de control de calidad puedo desplazarme por toda España y Europa, pues no tengo cargas familiares.
Aprendo rápido y puedo empezar inmediatamente.
El entrevistador me miró fijamente y no dijo nada.
Me preguntó por los idiomas que dominaba y pareció sorprendido al enumerarle todos los que había estudiado.
Tras un incómodo silencio se puso en pie y me dió la mano.
—Muchas gracias por venir, ya le avisaremos.
Lo de siempre.
Salí del edificio y busqué algún sitio para comer.
Encontré cerca un restaurante pequeño, bastante lleno y pregunté si tenían mesa para mi.
Tuve suerte, me colocaron en la mesa más escondida y pequeña, me senté enseguida.
Justo a mi lado se sentaba un hombre joven, que me resultaba familiar, no sabía porqué. Me fijé en su vestimenta, traje azul marino, los zapatos negros y la corbata azul cielo. Dios, ¿nadie le ha podido decir que quedaba tremendamente arcaico?
Nadie se vestía así en estos días.
Lo observé con atención, y con disimulo para que no se diera cuenta. Era atractivo, pero no guapo, ojos oscuros, labios finos, estaba concentrado mirando el menú y su cara se parecía a la de un maestro regañando al alumno:
Serio, concentrado.
Yo, por el contrario siempre soy impulsiva y pido lo más sorprendente del menú, apenas le eché una mirada ya decidí lo que pediría.
De pronto levantó la vista y me vió. Pareció sorprendido y enfadado a partes iguales, masculló algo ininteligible y se levantó para irse.
Qué rara es la gente, pensé, pero no le di más importancia al tema.
Como le había prometido a mi hermana, la llamé y le expliqué cómo me habia ido la entrevista y las pocas expectativas que tenía de que me llamaran.
—Tengo la intuición de que te van a dar el trabajo— me dijo.
Hablamos un rato mientras me traían el primer plato y después colgé el teléfono.
Tras haber comido, repuse mis energías y regresé a casa. Pasé toda la tarde viendo series de Netflix, con el pijama puesto. Sobre las nueve de la noche me hice una cena rápida a base de tomate, mozzarela y pollo a la plancha, me lo comí todo en el sofá y dedpués de recoger los platos me fui a dormir.
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