9 | Sólo es un juego.
- Sólo fue un juego – me quejaba a la hora del almuerzo, tras contarlo lo sucedido a mi mejor amiga.
- ¿Sólo os besasteis? – insistió, sin dar crédito a lo que le contaba. Asentí, sin más, y ella abrió aún más la boca – Estás loca. Yo me lo hubiese tirado – rompí a reír, sin poder evitarlo.
Mi teléfono me hizo salir de aquella conversación, cuando vibró en mi pantalón. Lo observé, era Dustin.
Dustin:
He conseguido adelantar la vista para el miércoles, sé que tienes que trabajar, así que no hace falta que estés presente.
Yo:
Lo avisaré en el trabajo. Ya te dije que quiero estar presente.
¿Cómo está ella?
Dustin:
Está más tranquila.
Yo:
¿Te veo luego para almorzar?
Dustin:
Hoy no puedo, tengo el tiempo justo, tengo que ir al juzgado antes de comer, y luego iré al despacho.
¿Lo aplazamos para mañana?
Yo:
Lo aplazamos para esta noche.
Dustin:
Vale.
Compraré comida china y nos vemos en tu casa.
- No entiendo por qué sigues dándole falsas esperanzas – comenzó Samy, leyendo la conversación. La miré, con cara de pocos amigos.
- Te he dicho miles de veces que no hay ese tipo de sentimientos entre nosotros, somos amigos, Samy.
- No – me cortó, siempre insistiendo en lo mismo, ya me cansaba – tú no tienes ese tipo de sentimientos por él, pero él... está coladito por ti.
- Lo conozco desde los dieciocho años, cuando me mudé a vivir a esa casa, créeme que sólo somos como hermanos.
Ninguna de las dos dijo nada más, pues habían acabado nuestros veinte minutos de gloria, y debíamos volver al trabajo.
***
Almorzaba en casa, más que dispuesta a pegarme una buena siesta, me esperaba una semana de lo más ajetreada, pero al acostarme en la cama, no podía dormir, así que terminé agarrando el teléfono, percatándome de que tenía un mensaje sin leer.
Número desconocido:
Voy a estar un poco desaparecido esta semana, mi hermano va a quedarse conmigo mientras esté en España. Pero aún tenemos que hablar sobre lo que pasó anoche.
Yo:
Lo de anoche sólo fue un juego ¿no?
Número desconocido:
No suelo ir a casa de las chicas a besarlas, en mitad de la noche, sólo por un juego.
Yo:
Sólo venías a por el beso de la mejilla.
Número desconocido:
Pero se convirtió en más que eso. No mientras, y digas que es sólo un juego, porque fue más que eso, Amy.
Yo:
¿A sí? Y... ¿qué es, según tú?
Número desconocido:
Me niego a hablar de todo esto por aquí. Tengo un hueco a las cinco, de veinte minutos.
Yo:
Son las cinco menos cuarto.
Número desconocido:
Entonces date prisa, no te queda mucho tiempo para llegar. Estoy en el Café Nismo.
Yo:
No está lejos de aquí.
Número desconocido:
Vente, estoy terminando de comer.
¿Cómo se me ocurría acceder a aquello?
Allí estaba, entrando en el café Nismo, observándole allí, en la mesa del fondo, escribiendo en su ordenador. Me adentré, a paso ligero, con aquel vestido de flores, y la gabardina amarilla, arrastrando el paraguas detrás de mí.
Me senté frente a él, haciendo que levantase la vista, y se percatase de que ya estaba allí. Cerró el ordenador y lo dejó junto a él, en la silla de al lado, para luego apoyar las manos sobre la mesa, sonriente.
- Pensé que no ibas a venir – comenzó, mientras yo dejaba el bolso y el paraguas sobre la silla de al lado, y el camarero llegaba a nosotros – un té chai para compartir – el tipo asintió, y nos dejó a solas.
- Quiero zanjar esto de una vez – mentí. Él sonrió, como si supiese que estaba mintiendo.
- Una cita – lanzó. Le miré, sin comprender – dame una cita, Amy.
- No – contesté, justo cuando el camarero dejaba las tazas sobre la mesa, y una jarra azul a un lado, marchándose después de eso.
Agarró la jarrita y comenzó a servir el té, sonriente, para luego dejarla en su lugar.
- Entonces una charla – negué, con la cabeza, mientras él volvía a sonreír – me la debes.
- La saldé el otro día, ¿te acuerdas? – justo iba a quejarse, cuando su teléfono comenzó a sonar. Me hizo una señal, para que le esperase.
- Dime – contestó – Sí, estoy libre. ¿Ahora? – me miró, exasperado, resoplando – Claro, yo voy – colgó el teléfono y habló – me acaba de surgir algo, tengo que irme – guardó el ordenador en su maletín, se colocó el pañuelo, se puso en pie y se colocó la gabardina, mientras yo le observaba – sigamos hablando de todo esto en el coche, te acerco a casa – le miré, sorprendida – no me niegues esto – rogó. Me tomé un par de sorbos del té, y me levanté entonces, agarrando el bolso y mi paraguas.
Cruzamos la calle, donde le esperaba el coche de empresa con chófer, justo cuando empezó a llover. Abrí el paraguas, y ambos nos metimos debajo, deteniéndonos junto al auto, frente a una tienda de golosinas.
Me agarró de la mano entonces, haciendo que mirase hacia ese punto.
- Sé que no quieres empezar nada con ningún chico ahora – me dijo, volví la vista hacia su rostro, mirándole, sin comprender – pero ... - me agarró de la cintura con su mano libre, acercándome a él, para luego rozar mi nariz con la suya - ... podemos ser amigos o ... - me agarré a su abrigo, con el corazón a mil por hora, y la respiración acelerada, dejando caer el paraguas, pero él lo agarró, en acto reflejo, sintiendo entonces mis labios sobre los suyos. Un par de picos, retirándome al fin.
- Besarte es como decir mentiras – me atreví a decirle – no puedo parar – sonrió, para luego volver a besarme, apasionadamente, hasta que su chófer hizo un ruidito para hacerse notar - ¿qué vas a darme a cambio de esa cita? – pregunté, una vez dentro del auto, mientras el chófer conducía hacia mi casa.
- Un beso – bromeó. Sonreí, divertida, girando la cabeza para mirarle – piensa en algo que quieras, pero no seas muy cruel.
- Yo elegiré el sitio de la cita – me atreví a decirle. Él sonrió, para luego besar mi mejilla, y volver la vista al frente – algo totalmente fuera de tu zona de confort.
- Quizás te sorprendas y me sienta en mi salsa – me porfió. Sonreí, y me mordí el labio, divertida – no me conoces.
- Y tú quieres poner remedio a eso ¿no? – apoyé el brazo sobre el respaldo, y ladeé mi cuerpo. Sonrió, antes de contestar.
- Puede.
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