5 | El detector de mentiras.
Salí de la cabina, me acerqué al mostrador, más que dispuesta a despedirme de Quino, con una sonrisa en el rostro, pero este tenía noticias para mí.
- The King te espera en la sala 3 – le miré, sin comprender, me cedió la llave – la sala está vigilada, si intenta algo que no quieras mando a seguridad – asentí, aquello me dejaba mucho más calmada.
La sala 3 era la sala del mundo al revés, nunca solía entrar ahí, porque me parecía algo de niños. Toda la sala estaba iluminada por grandes esferas doradas, que colgaban de hilos plateados.
En el centro había un mini bar, con su barra y todo, para que los clientes se sirviesen lo que quisiesen. Allí se encontraba el tipo, cuyo avatar se llamaba The King. Estaba de espaldas, así que sólo pude apreciar su camiseta gris, su cabello moreno, su piel tostada, y su ... tenía un buen culo, eso no lo negaré.
- ¿Una copa? – preguntó, aún de espaldas a mí.
- Tengo un poco de prisa, así que en cuanto ... - dejé de hablar, tan pronto como él se dio la vuelta, y ambos nos sorprendimos de encontrar allí al otro. Sonrió, como si aquello le pareciese una ironía.
- No sabía que tuviese tanto dinero como para poderse permitir este tipo de juegos... -comenzó. Me mordí el labio, divertida, aún sin poderme creer que él estuviese allí.
- Yo no le hacía a usted de los que...
- Así que ... - levantó la mano, acariciándose el bigote – eres tú, la persona a la que he dejado ganar – tragué saliva, justo cuando se apoyó en la barra, y me miró con seriedad – pensaba pedirle una cita a esa chica, pero ... no sería apropiado, ¿verdad? – no dije nada – sobre todo, sabiendo que usted no cree en el amor...
- Sobre eso... - comencé, algo incómoda, sin saber cómo empezar aquello - ... lo cierto es que anoche decoré un poco las palabras – sonrió, divertido, apoyó la copa sobre la barra, mientras yo sonreía, al darme cuenta que era lo que pretendía. Alargué la mano, rozando sus dedos, haciendo que un escalofrío me recorriese entera, pero hice como si nada hubiese sucedido, y me bebí la copa de un solo trago.
- ¿Qué parte adornó? – tragué saliva. Estaba a punto de decidir si confiar en él, o si, por el contrario, volver a mentir. Me dejé car en la barra, junto a él, y giré la cabeza hacia la izquierda, para mirarle, con el corazón acelerado, fijándome sin apenas preverlo en una luz roja, que parpadeaba. El lugar estaba lleno de cámaras.
- Lo adorné todo – contesté, para luego dar un par de pasos hacia delante – ahora tengo que irme – él sabía que estaba mintiendo, no entiendo cómo podía saberlo, pero lo sabía.
Le dejé allí, y me marché de la sala, dejé la llave sobre el mostrador y me marché sin más. Atravesaba el aparcamiento, pues la parada de autobús estaba al otro lado, cuando sucedió. Una mano agarró la mía, y me impidió ir más lejos.
- Una cita – pidió. Miré hacia él, sobrecogida, al observar como su lengua lamía sus labios, antes de hablar – sólo usted y yo... sin adornos – el miedo me sobrecogió, de forma sobre natural. Un montón de recuerdos de mi infancia invadieron mi mente, a cámara rápida, en tan sólo un par de segundos, en todos ellos me veía a mí misma mintiendo a los demás, sobre mí misma. Tragué saliva, aterrada.
- No – contesté, muy segura de mí misma. Él sonrió, dejando ir mi mano, que rebotó en mi cintura. Tragó saliva, antes de abrir la boca, y al hacerlo volvió a lamer sus labios, nervioso.
- Una charla – insistió. Abrí la boca, ligeramente, en espera de que dijese algo más – mientras que la llevo al lugar al que se dirige – sonreí, al darme cuenta de que él estaba decidido a conseguir lo que se había propuesto.
- Una charla – acepté – y luego me dejará en paz.
- Pero, Amy – me llamó, justo cuando bajaba la cabeza – durante esta charla, no puedes mentir – levanté la cabeza, sin comprender – soy un puto detector de mentiras, sabré si lo haces – tragué saliva.
- Entonces no – le contradije, haciéndole reír. Su risa era perfecta. No me di cuenta la primera vez, pero en aquel momento, lo hacía.
- No muerdo – susurró, entre abrí la boca, estaba histérica – sólo será una hora como mucho. ¿No puedes decir la verdad en una hora?
- Si miento sabrá que miento – él asintió – probemos eso, ¿cuántas mentiras será capaz de cogerme? – el rompió a reír, de nuevo, sonrió, y miró hacia mí, con una mirada seductora.
- Por cada mentira que le coja, me deberá una charla sin mentiras – sonreí, más que dispuesta a aceptar aquel juego.
- La clave de la mentira, está en creérsela, señor Khol.
- He vivido 3 años de mi vida, con una mentirosa profesional, así que... sé cuándo distinguir una mentira, señorita Amy – tragué saliva, y le seguí hacia su auto. Por supuesto era un descapotable rojo, de los caros. Subió la capota, porque esa noche había refrescado, y fui indicándole por el lugar por el que debía coger – sería más fácil, si me dice a dónde vamos.
- ¿Conoce la urbanización las tres cruces? – asintió – Pues es la urbanización que está detrás.
- La urbanización La redondela – admitió él. Asentí, y miré por la ventanilla, observando el autobús detenerse en la parada a la que justo yo me dirigía de no ser por ese tipo - ¿qué parte adornaste ayer, Amy? – preguntó, apoyando la mano sobre el volante, de forma sexy.
- Ya le he dicho que toda – contesté, sin tan siquiera mirarle.
- Mentira – se quejó él. Me giré para observarle, estaba conduciendo, tan concentrado que me desconcertaba.
- La parte de que no creo en el amor – contesté, dispuesta a reconocer aquello.
- ¿Por qué la adornó? – me reí, sin ganas, y volví a mirarle, más que dispuesta a mentirle. Él hizo un ruidito con la boca, para que no lo hiciese.
- No quiero volver a saber nada sobre tíos, durante un tiempo – contesté, cruzándome de brazos, molesta. Él sonrió.
- Así que... la chica con el corazón de hielo, en realidad...
- No te burles – me quejé. Él sonrió, deteniéndose en el semáforo de la avenida.
- Lo tiene roto – terminó. Me molestaba que fuese tan directo, me parecía un capullo de mierda.
- Al igual que tú – me atreví a decirle – después de que tu esposa la mentirosa te dejase, te quedaste... tocado.
- Ya ves... - ni siquiera contestó como había esperado. Tan sólo arrancó el auto, y se mantuvo en silencio por un momento - ... pero se ve que me siento atraído por las mentirosas.
- Para el coche – le dije, molesta por lo que acababa de insinuar. Él me miró de hito en hito, sin comprender – que lo pares, ahora mismo.
- ¿No eres una mentirosa? – quiso saber – No entiendo qué ha podido molestarte de esa frase, cuando tú misma...
- Yo no soy ese tipo de mentirosa – espeté, más alto de la cuenta, girándome, apoyando el codo en el cabezal – puede que mienta sobre mí misma para ocultar mis mierdas, pero jamás, jamás me atrevería a hacer daño a una persona.
- Esa es tu forma de verlo, tus mentiras no hacen daño a las personas – repitió, quedándose pensativo, mientras se mordía el labio. Se metió en la carretera, y piso a fondo, haciendo que el coche sonase, de esa forma singular – deduzco con eso que tú no engañarías a tu esposo con otro tío, ¿no?
- No – contesté.
- De acuerdo, me he precipitado, siento el comentario de antes – asentí, sin atreverme a decir nada. Yo no solía tomarme las cosas así, no con los chicos - ¿qué planes tienes para esta noche?
- Eso no te importa – contesté, porque me daba que se estaba metiendo demasiado en mi vida.
- Has quedado con los chicos del trabajo ¿no?
- ¿Cómo lo sabes? – pregunté, sin apenas darme cuenta. Él sonrió, me había pillado. Tragué saliva, me crucé de brazos y miré hacia delante, altamente molesta.
- No te pongas así, mujer – me calmó – da la casualidad, que uno de los coordinadores de vuestro departamento es íntimo amigo mío – añadió – De hecho, mañana hemos quedado para salir en barco, a dar una vuelta, si te apetece...
- ¿Por qué sigues intentando ligar conmigo? – me quejé, él mordió su labio inferior, algo incómodo, antes de contestar.
- Se podía decir que me atrae el peligro – contestó – y tú pareces muy traviesa – sonreí, divertida, para luego morderme el labio, tragar saliva, y mirar hacia él - ¿Es cierto que estudiaste sobre el mercado, o eso también era mentira?
- Hice un curso online – contesté. Sonrió, porque él parecía haberse tragado aquello – ni siquiera lo terminé.
Su auto se detuvo al principio de la urbanización, y yo me sorprendí de que hubiésemos llegado tan rápido.
- Amy – me llamó, justo cuando iba a bajarme del brazo, agarrándome del brazo, acercando su cabeza a mi oído, para luego añadir algo – no vuelvas a mentirme – sonreí, miré hacia él, y luego lamí mi labio inferior, antes de contestar.
- Te mentiré tantas veces como me dé la gana – contesté, porfiándole. Sonrió, se mordió el labio, sin quitar sus ojos de mí, ni siquiera su mano, que se aferraba aún a mi brazo. Me solté entonces.
- Olvidas que soy como un puto detector de mentiras – añadió, para luego observar cómo me bajaba del coche, y caminaba, a paso decidido, y con elegancia, hacia la casa de mi mejor amiga.
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