19 | Un viaje de ida y vuelta.
Buenas tardes, aquí les traigo un capítulo por esta semana, espero que les guste :D
Nos duchamos entre besos, volviendo a tener sexo, aunque aquella vez se corrió fuera, no quería tentar a la suerte, aseguraba, mientras yo me reía, sin poder evitarlo.
Nos vestimos, me puse la misma ropa que llevaba, al igual que él, y cuando salimos a cubierta ya había un tipo allí, que no había estado con anterioridad. Miré entonces abajo, había un helicóptero en el agua.
- ¿Qué...?
- Justo a tiempo, Ernesto – dijo él, hacia aquel tipo, el otro le hizo una señal con la mano, en señal de que era todo un placer – vamos – tiró de mi mano, hacia la parte posterior del barco, justo donde estaba el helicóptero.
- ¿y el barco? – pregunté, al meterme en el interior, con él siguiendo mis pasos.
- Ernesto se encarga – me calmó, mientras aquella cosa emprendía la marcha. Nos pusimos los protectores de orejas, y nos marchamos sin más.
- Todo está más que listo, señor Khol – aseguraba el tipo que pilotaba aquel trasto – llegaremos en media hora.
- Gracias, Mariano.
- ¿Dónde vamos ahora? – pregunté, sonrió, antes de contestar.
- Vamos a almorzar – aseguró, sin soltar prenda. Sonreí, divertida, admirando la belleza del paisaje desde allí arriba.
En tan sólo una media hora llegamos al aeródromo, sorprendiéndome altamente. Agarró mi mano, se despidió del tal Mariano, y tiró de mí hacia un avión privado que estaba esperando a que llegásemos.
- Bon jorno, Philip – saludó él, este le contestó en italiano, e hizo un par de bromas en este idioma, mientras ambos reían – vamos – tiró de mí hacia el interior. Nos sentamos, el uno frente al otro, dirigiéndonos una gran sonrisa, mientras el avión despegaba, y una tal Endine nos servía unas copas de champagne – te he sorprendido – sonreí, bajando un poco la cabeza, agarrando mi copa de champagne – brindemos – levanté la vista para observar como nuestras copas chocaban – por todas las citas que aún nos quedan – sonreí, divertida, dando un sorbo a mi copa.
- Así que... - comencé, dejando la copa vacía sobre la mesa, sujetándola por debajo, para que no se cayese - ... has alquilado un avión privado sólo para sorprenderme ¿no? – rompió a reír, divertido, durante un momento, dejando entonces la copa sobre la mesa, haciéndole una señal a Endine para que se las llevase. Lamí mis labios, nerviosa.
- Lo he conseguido ¿no? – asentí, mientras él sonreía, me encantaba su sonrisa, era perfecta – pues aún queda mucho más. ¿Cómo vamos de tiempo? – preguntó hacia la muchacha.
- Vamos bien – aseguró ella – llegada a nuestro destino a las 3 y 15 – él asintió.
- Podemos hacer lo que quieras – me dijo, mientras yo me mordía el labio, divertido, girando la cabeza para mirar las nubes desde allí arriba – excepto follar – me giré, rompiendo a reír – este es el avión privado de la compañía, no sería ético, ¿no?
- Así que ... usas el avión privado de la compañía para sorprender a las chicas con las que te acuestas – rompió a reír, sin poder evitarlo. Yo me lamí los labios, volviendo a fijar mi atención en el exterior.
- Voy a ir a hablar con el capitán – aseguró, levantándose, después de un largo rato en silencio – no tardo – asentí, y volví a mirar por la ventanilla.
Era agradable estar allí, el leve traqueteo que hacía el avión al volar, el constante sonido del motor y la calefacción a toda pastilla, me estaba haciendo adormecer, por lo que terminé cayendo en los brazos de Morfeo.
Cuando desperté él estaba dándome leves besos en la mejilla, susurrándome al oído que habíamos llegado. Abrí los ojos, sonreí, y me di cuenta de que estábamos en tierra.
- Vamos – tiró de mi mano, conduciéndome al exterior, estábamos en el porta aviones de un alto edificio, en la terraza. Me ayudó a bajar las escaleras, atravesamos la puerta y tiró de mí, hacia los ascensores. Me di cuenta de que había algo raro, pero como estaba medio dormida aún, decidí que sólo se trataba de eso, de mi falta de percepción. El ascensor se abrió cuando llegamos a la primera planta, y él me condujo por un largo pasillo, bajamos unas escaleras ambientadas en la época barroca, hasta que llegamos a un enorme salón, con mesas y gente comiendo. Me di cuenta enseguida, estábamos en un restaurante.
- Jonathan – le llamó el dueño del restaurante, él sonrió, soltando mi mano un momento – benvenuto a casa – le dijo.
- Gracias, Adriano – agradeció. Este nos guio a nuestra mesa, y yo me senté, mirando hacia la ventana, quedándome maravillada, a la vez que perpleja al ver las vistas.
¡Por el amor de Dios! ¡Estábamos fuera de España! Pero ... ¿dónde?
En alguna parte de Italia, eso estaba claro, pues toda la gente del local hablaba en perfecto italiano.
- Bienvenida a Milán, Amy – me dijo, como si tal cosa – te he sorprendido demasiado, ¿Verdad?
- Eres de Milán – reconocí en seguida. Sonrió, divertido, asintiendo después – querías enseñarme tu mundo – volvió a asentir.
- Il menú del ristorante – dijo su amigo, dejándonos las cartas en la mesa, para luego marcharse, sin más.
- ¿Vas a enseñarme la ciudad después de comer? – pregunté, ilusionada. Negó, con la cabeza.
- Tenemos que estar en Barcelona a las cinco – aseguró – Gorka, mi socio, necesita el avión – asentí, en señal de que lo entendía – pero al menos podrás probar mis platos favoritos.
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