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18 | Una segunda cita, diferente.

Buenas noches, aquí les traigo un nuevo capítulo. Espro que les guste, y no se olviden de comentar :P

Jane y yo nos adaptamos con facilidad y rapidez, ella era un encanto, se parecía demasiado a mí, y era demasiado independiente.

- He quedado con unos amigos para ir a la casa de cera – me dijo, justo cuando desayunábamos aquella mañana - ¿tu irás a algún lugar?

- Sí – contesté, mirando hacia su teléfono – pero quiero que me avises si algo sucede, y cuando termines vuelves a casa.

- Gracias – me dijo, sonreí, sin más – pensé que no me dejarías hacer nada, como mamá o en ese sitio en el que estaba...

- Esto no es una cárcel, Jane – le contesté – quiero que vivas tu vida, a salvo, cerca de mí – sonrió, agradecida – apóyate en mí si lo necesitas – asintió, se levantó, me dio un beso, seguido de un abrazo y se marchó a nuestra habitación, a arreglarse para marcharse, mientras yo recogía la cocina, y un mensaje llegaba a mi teléfono.

Jonathan:

¿Cómo te va con Jane?

Yo:

Me va genial. Es muy parecida a mí.

Jonathan:

Tráela si quieres, a nuestra cita, no me importa.

Yo:

Ella tiene planes.

Jonathan:

¿Cuándo estarás lista?

Yo:

En media hora. ¿Qué tengo que ponerme?

Jonathan:

Lo que quieras, yo me encargo de lo demás.

Me puse algo cómodo, un vestido blanco con flores rojas, el cabello suelto, los labios pintados de rojo, y un poco de máscara de pestañas, para luego bajar las escaleras, observando a mi hermana pequeña, con unos jeans y una camiseta básica, recogiéndose el cabello en una alta coleta.

- Estás guapísima – me dijo, al reparar en mí, sonreí, agarrando el cepillo que ella acababa de usar, colocándolo en su lugar – pareces una princesa.

El sonido de un claxon, en el exterior, nos hizo salir de nuestros pensamientos, me asomé al balcón, observándole allí, en su descapotable rojo, mientras mi hermana se quedaba sorprendida.

- ¿quieres que te acerquemos a alguna parte? – pregunté, agarrando el bolso, colocándome los zapatos.

- Sí, por favor – sonreí, para luego salir con ella, escaleras abajo, hasta que llegamos junto al auto.

- Vamos a acercarla al centro – le dije a Jonathan - ¿vale? – él asintió, me dio un beso en la mejilla, y nos invitó a ambas a subirnos al auto.

- ¿Es tu novio? – preguntó mi hermana, justo detrás, ambos rompimos a reír, y entonces habló él.

- Sólo somos amigos. Al menos es lo que ella me deja ser – bromeó. Le pegué un cate en el brazo, haciéndole reír, por un buen rato – soy Jonathan, y tú debes de ser Jane, ¿no? – la niña asintió, y él sólo sonrió.

Su auto se detuvo junto al museo de cera, se bajó ante mi atenta mirada, observando a sus amigos, uno de ellos un chico un poco mayor que ella que la miró como si fuesen mucho más que amigos. Eso me preocupó de manera sobre natura, porque no quería que le sucediese lo mismo que a mí. A pesar de eso, decidí confiar en ella, no quería agobiarla, quería darle la libertad de hacer su vida.

- Estás muy callada – dijo, de camino a donde fuese que íbamos. Me giré, para observarle, sonriéndole después – parece una buena chica.

- Ella estará bien ¿no? – asintió, entrelazando nuestras manos después.

- Me encanta la forma en la que cuidas de ella, pero al mismo tiempo dándole su propio espacio, es admirable, Amy – aseguró, sonreí, dándole un beso en la mejilla después, haciéndole reír – Lo digo en serio, yo no...

Su auto se detuvo en el puerto, y yo me sorprendí al respecto.

- No he traído ropas para esto – me quejé. Él sonrió, aparcó el auto, y tiró de mí hacia su barco, estaba más que listo para desembarcar. Nos subimos en él, agradeció a los responsables que todo estuviese correcto, y luego se acercó a los mandos, poniendo rumbo hacia lo desconocido, mientras yo me apoyaba en la baranda, dejando que el viento irrumpiese en mi rostro.

- Ve abajo – pidió, me giré para observarle – hay una sorpresa esperándote – sonreí, divertida, él siempre me sorprendía.

Caminé hacia abajo, con dificultad, agarrándome bien, bajando las escaleras, descubriendo allí toda una vivienda habitable, un salón con una televisión, una mesa, la cocina abierta, con barra americana, una habitación con cama enorme y un pequeño baño.

Sobre la mesa del salón había un par de bolsas, junto a un sobre rojo, en el que ponía mi nombre. Lo abrí, despacio.

Aquí comienza nuestra segunda cita, a media que avance te sorprenderás más, voy a sacarte de tu zona de confort, como tú hiciste conmigo. Y sí te portas bien... puede que esta noche te deje ir a ese evento de la espuma.

Te he comprado un bañador, un poco a ojo, no sé cómo te quedará. Lo encontrarás en la bolsa azul. La bolsa verde déjala para más tarde.

Cogí la bolsa azul, y saqué un bonito bañador negro, de talle alto.

Me lo probé entonces, me quité la ropa, y me metí en él, dándome cuenta de que era justo mi talla. Tenía buen ojo para eso. Me hice un moño, sujetándolo con una gomilla que siempre solía llevar en mi muñeca, y salí al exterior, observando cómo él seguía conduciendo aquel enorme yate hacia algún lugar.

- Te queda espectacular – me dijo, para luego detener el barco, en mitad del mar. Le miré, sin comprender. Pulsó un botón, para echar el ancla, y luego se marchó a cambiarse de ropa, volvió en bañador, y con la bolsa verde en la mano. Me mordí el labio, divertida, observando como sacaba un par de gafas de bucear, con tubo incluido - ¿has buceado alguna vez?

- Alguna vez – reconocí, haciéndole sonreír. Me cedió las mías, y juntos nos tiramos al agua. - ¿dónde vamos a ir luego? – pregunté, tras largo rato buceando, a su lado, admirando la belleza del mar de aquella forma.

Me agarró de la cintura, mientras ambos nos sujetábamos al barco, besándonos apasionadamente después.

- Vamos a pasar toda la mañana aquí – aseguró, volviendo a besarme – y luego... - no podía dejar de besarle, me encantaba lo mucho que me hacía sentir - ... nos ducharemos antes de irnos a otro lado.

- ¿A dónde? – insistí, él sonrió, volviendo a besarme – No vas a decírmelo, ¿no? – negó con la cabeza, divertido, subiendo al yate, ayudándome a hacerlo a mí, entonces.

- Ven aquí – me dijo, tirando de mi brazo, hacia el otro lado, entrando en la estancia – hay una cosa que quiero mostrarte – sonreí, mientras me conducía a la puerta del fondo, al lado de su habitación, empujando una puerta en la que no había caído con anterioridad, era una piscina. ¿Por qué había una piscina en el interior de un barco? No lograba entenderlo. - ¿te apetece?

- Pudiendo nadar en el mar, ¿por qué tienes una piscina aquí dentro? – me quejé, él rompió a reír, divertido.

- Si me apetece bañarme por la noche, y el mar está turbio, puedo hacerlo aquí – explicaba – o si por ejemplo tengo una hija y le da miedo el mar...

- ¿Tienes una hija? – pregunté, mientras él tiraba de mí, metiéndonos ambos en la piscina. Negó con la cabeza, calmado, mientras yo apoyaba las manos en su pecho, volviendo a besarle.

- No es mía – añadió, al recuperar el aliento. Le miré, sin comprender – es hija de Alicia y ese tipo – lo comprendí entonces, estaba hablando sobre la niña, aún – aunque durante mucho tiempo ella me hizo creer que era mía – bajé las manos entonces, mientras él apoyaba las suyas alrededor de mi cintura.

- No volveré a mentirte – prometí, volviendo a besarle – nunca – agarró las tirantas del bañador, y me las bajó, dejando al descubierto mis pechos – Dime la verdad – comencé, cuando él devoraba mis pechos, bajando mi bañador, hasta que me lo hubo quitado completamente – me has traído aquí, en medio del mar... - añadía, mientras metía la mano por debajo de su bañador, aferrándome a su trasero - ... para que pueda gritar mientras me follas – sonrió, divertido, entre besos.

- He traído condones – fue lo único que dijo, haciéndome reír. Me agarró de la mano, sacándome de la piscina, para luego caminar descalza y mojada hacia el salón, sacó de su pantalón una tira de condones, haciendo que ambos sonriésemos, con malicia.

Se bajó el bañador, y lo dejó caer al suelo, para luego abalanzarse sobre mí, besándome apasionadamente, haciendo una leve pausa, rasgando el envoltorio de un condón, colocándoselo en la punta, volviendo a besarme, aprisionándome contra la pared, entrelazando mis piernas a su espalda, mientras me propinaba la primera embestida, la segunda, la tercera, sin detenerse, dejándonos llevar por aquello.

- Espera – me detuvo, cuando mis gemidos se hacían más que evidentes – se ha roto – salió de mí, y se quitó el condón roto, para luego colocarse otro, y volver a introducirse dentro de mí, dándome cada vez más fuerte.

- No te detengas – pedí, entre gemidos, cuando él me apoyó sobre la mesa, volviendo a la carga, dejándose llevar por aquello, dándome cada vez más fuerte. Deteniéndose de golpe.

- Ha vuelto a romperse – se quitó el condón roto, e hizo el amago de coger otro.

- Hazlo sin condón – supliqué – pero hazlo ya – sonrió, con malicia, lamiéndose los labios después. Me cogió en brazos, me llevó a la cama, y volvió a las andadas. Se colocó un nuevo condón, y luego volvió a la carga, mientras ambos gemíamos sobrecogidos, por lo mucho que sentíamos con aquello.

- Joder – se quejó, volviendo a sacarla, pues de nuevo el condón se había rajado - ¡qué mierdas pasa! – se lo quitó, y lo tiró al suelo, mientras yo me aferraba a sus labios, besándole con desesperación, apretando su trasero, volviendo a empujarle dentro de mí. Gimió como un condenado, dándome cada vez más fuerte, sin poder detenerse.

- No pares, por favor – supliqué, cuando estaba a punto, apretó los dientes, y me dio con más fuerza aún, aligerando aquello, logrando su cometido. Mi cuerpo estalló en mil pedazos, y me dejé ir, mientras él lo hacía cada vez más fuerte, más rápido, gimiendo cada vez más, hasta que todo cesó.

- ¡Joder! – se quejó – me he ido dentro de ti – me percaté de ello entonces, preocupándome por ello.

- No estoy ovulando – le calmé, el respiró, aliviado, besándome apasionadamente, después.

- Tengo que comprar condones más resistentes y más grandes – aseguró, haciéndome reír - ¿qué hora es? – miré hacia mi reloj, él agarró mi muñeca y lo miró, directamente - ¿ya son las doce? – se quejó, elevándose de la cama. Le miré, sin comprender – tenemos que ducharnos, en media hora vienen por nosotros.

- ¿Vienen? – pregunté, con incredulidad. Sonrió, tramposo, sin decirme nada, por lo que rompí a reír.


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