Cocinaba un arroz con verduras, en ropa interior, concentrado, mientras yo le observaba por detrás, mordiéndome el labio, pues estaba demasiado sexy desde aquel punto, ese culito respingón me traía loca. Él no parecía ser de los que cocinaban, siempre me pareció que era uno de esos tipos ricos que estaba acostumbrado a que todo el mundo le hiciese las cosas.

- No te quedes ahí parada y ve poniendo la mesa – me regañó. Sonreí, divertida – en ese mueble de ahí está la vajilla – aseguró, señalando a su izquierda.

- No pienses que voy a quedarme aquí todo el día – le dije, sacando un par de vasos y los platos, haciendo que él girase la cabeza, para mirarme, sonriendo, al verme allí, con aquella camisa suya, que tan poco me cubría – tengo...

- Había olvidado lo bien que te queda esa camisa – bromeó, dejando de prestar atención a la comida, acercándose a mí – ven aquí...

- No – me quejé, echándome hacia atrás, entre risas, mientras él me agarraba, en el último momento, besándome, apasionadamente, subiéndome después a la encimera. Apoyé la espalda sobre el mueble, y sentí como agarraba mis bragas, de ambos lados, y tiraba hacia abajo – No – volví a quejarme, pero hizo caso omiso, y terminó tirándolas al otro lado de la cocina, para luego mirarme con malicia – se te va a quemar la comida – insistí. Volvió a obviar lo que había dicho, y acercó su boca a mi sexo, besándolo, despacio, haciéndome estremecer – Jonathan, la comida – añadí. Se separó entonces, echándome una de sus famosas miradas.

- Vas a salvarte sólo por eso – aseguró, volviendo a acercarse a la vitro para seguir haciendo de comer.

Puse la mesa, y luego me di una vuelta por allí, fijándome en cada detalle, agarrando luego mis bragas, para colocármelas.

Puso la olla sobre la mesa, y sacó luego los platos.

Me senté frente a él, tengo que reconocer que aquel arroz con verduras estaba delicioso.

Comimos en silencio, mirándonos de vez en cuando, provocándonos con la mirada, ambos teníamos ganas del otro, no podíamos evitarlo.

- A la mierda la comida, ven aquí – pidió, me levanté, y caminé hacia él, mordiéndome el labio, sentándome después sobre él, besándole con desesperación. Desabotonó su camisa, y me la quitó, para luego hundir su cabeza en mis pechos, logrando que echase la cabeza hacia atrás.

Metió sus manos por debajo de mis bragas, agarrándome las nalgas, ladeándome las bragas, metiendo un par de dedos dentro de mí. Volví a tersarme, echando la cabeza hacia atrás, mientras él sacaba su pene a escena, colándolo dentro de mí. Guiándome.

Ambos gemimos, sin poder detenernos, rozando nuestros labios, abriendo la boca, extasiados, uniendo nuestras lenguas, dejándonos llevar por el placer.

Sus fuertes manos, que me guiaban, se aferraban a mis nalgas, cada vez más fuerte, hasta que ya no pude controlarlo más.

Me aupó a la mesa, entre nuestros platos, me abrió las piernas, y volvió a darme fuerte, haciendo que la mesa temblase con cada embestida, y que yo comenzase a llegar a la locura, me tersé y dejé que las sensaciones me embargasen, explotando después, en miles de ellas. Mientras él se detenía, antes de haberse ido si quiera.

Le miré, con cautela, bajándome de la mesa, poniéndome de rodillas. Él sabía exactamente lo que iba a hacer, y ni siquiera pareció disgustado con la idea.

Me limpié la boca con la mano, en cuanto terminé, y él sonrió, acercándose a mí, besándome con pasión.

- La próxima vez deberíamos usar condón – me quejé. Sonrió, divertido – sería aún más placentero corrernos juntos la próxima vez – asintió, calmado.