12 | Dejándome llevar.
Aún estaba afectada por lo acontecido la noche anterior en mi casa, por lo ocurrido con mi mejor amiga. Estaba a punto de echarme atrás en esa cita ficticia, porque no me apetecía nada, pero las ganas que tenía por ver la cara que pondría al ver lo que tenía preparado eran mayores.
Dejé la bolsa con los patines en el suelo, pesaba demasiado, y sonreí como una idiota al verle aparecer, con su camisa gris, y unos jeans, lucía como alguien normal, no parecía un empresario de éxito desde aquel punto.
Yo iba muy normal, con unas medias tupidas y un vestido de mangas largas de flores.
- Hola – me saludó. Me mordí el labio, algo nerviosa, antes de contestar.
- Hola – contesté, arrepintiéndome de estar allí. Ya no estaba tan segura de todo aquello.
- ¿Qué tienes ahí? – preguntó, hacia la bolsa. Sonreí, con malicia, agachándome, sacando de la bolsa los patines, haciendo que se tocase la nuca, divertido, rompiendo a reír – vaya... tenías razón cuando decías que ibas a sacarme de mi zona de confort.
- ¿No sabes patinar? – pregunté, aunque ya sabía la respuesta. Negó con la cabeza. Me puse en pie, divertida, mientras él se acercaba a mí.
- Pero aprendo deprisa – aseguró, con una gran sonrisa. Me gustaba eso de él, nunca se dejaba vencer ante ninguna adversidad – enséñame – pidió, sorprendiéndome. Eso no lo había esperado, que él actuase así. Me recompuse con rapidez, Me senté en el banco y comencé a ponerme los patines, mientras él hacía lo mismo.
Me levanté, cuando estuve lista, y observé como él también lo intentaba, con bastante acierto, pero poniendo las manos en el aire, por temor a caerse. Rompí a reír, sin poder evitarlo, pero de verdad, aquello no estaba planeado, y no dejé de hacerlo, hasta que él logró llegar a mí, agarró mi nuca y me atrajo hacia su boca, aguantando el equilibrio, besándome, durante un momento.
Le sujeté de la cintura, para evitar que pudiese despeñarse, y me dejé llevar por aquello, para luego hacer una leve parada.
- Te enseñaré – acepté, él estaba esperando que dijese algo más – pero me dejarás mentir durante toda la tarde.
- Si te dejo mentir no habrá besos – aseguró. Sonreí, divertida, levantando la mano para acariciar su barba - ¿estás segura de que quieres mentir?
- Muy segura – sonrió, al darse cuenta de que acababa de soltar mi primera mentira.
- Te dejaré mentir – aceptó – pero si te sigo el rollo, nunca sabrás cuando digo la verdad – rompí a reír, apoyando la mano en su hombro - ¿quién vas a ser hoy, Amy?
- Hoy... - me mordí el labio, divertida, mientras él sonreía - ... seré la mujer que te enseñé a patinar – bromeé, sin soltar prenda. Él rompió a reír, y me siguió, cuando agarré su mano y comencé a tirar de él.
Él tenía razón, aprendía deprisa, en un par de minutos ya era todo un profesional del patinaje, así que al final terminamos dejando atrás el parque, el paseo, quitándonos los patines, llevándolos a cuestas, mientras paseábamos descalzos, por la playa.
- Nuestra próxima cita correrá por mi cuenta – aseguró, deteniéndose junto a las rocas, apoyándose en ella, mientras yo le miraba con cara de pocos amigos.
- No tendremos más citas – me quejé. Él rompió a reír, para luego tirar de mi mano, acercándome a él – Jonathan...
- Pensaste que iba flaquear, ¿verdad? – apoyó sus manos en mi cintura, y yo rompí a reír, divertida – que no iba a atreverme a patinar, y que iba a desistir – abracé su cuello, sonriente, asintiendo – pero olvidaste un pequeño detalle... soy bastante positivo y no suelo rendirme ante nada.
- ¿Ante nada? – incité, rozando mi nariz con la suya. Tragó saliva.
- ¿Qué tienes pensado hacer luego? – sonreí, alejándome un poco de él.
- Iré a casa – contesté, sin más - ¿y tú?
- Llevarte a casa – admitió. Sonreí, divertida, dándome la vuelta, siguiendo mi camino, mientras él me seguía.
Fue un día diferente, tengo que admitir que jamás pensé que las cosas acabasen de esa forma, con él allí, frente a mi puerta, después de haber insistido acompañarme hasta casa, justo al final de un maravilloso paseo a su lado.
Acercó su rostro al mío, más que dispuesto a besarme, justo había cerrado los ojos, cuando levantó la cabeza, divertido. Abrí los ojos, y le observé, sin comprender.
- Nada de besos, en esos quedamos, ¿no? – sonreí, mordiéndome el labio, sonriendo después, mirando hacia sus labios – Buenas noches, Amy.
- Nada de mentiras si te quedas a cenar – dije, casi sin pensar, tragando saliva después. Sonrió, divertido, acercando su rostro al mío, antes de contestar.
- No – levanté la vista, observándole, sin comprender su actitud – ya tengo planes para la cena – mordí mi labio, con fuerza, haciéndome daño, me sentía como una idiota en aquel momento – pero quedemos mañana, para desayunar, en mi casa.
- ¿Qué vas a darme si acepto? – pregunté, volviendo a jugar con él. Sonrió, divertido.
- Todos los besos que quieras – admitió, haciéndome reír, porque no había esperado una respuesta como esa, jamás.
- ¿A qué hora? – pregunté, como si aceptase aquel trato. Debía haberme vuelto loca cómo para hacerlo. Yo no era así, no hacía nada por nada, siempre intentaba sacar tajada.
- A las diez – besó mi mejilla, sonriéndome, para luego marcharse sin más.
Entré en casa, con una tonta sonrisa en el rostro, perdiéndola tan pronto como me di cuenta de que lo hacía. Pensando en hablarle a mi amiga para contarle cómo había ido, pero deseché la idea tan pronto como recordé que estábamos enfadadas.
Saqué el móvil de la mochila, y miré hacia él. No tenía ni un solo mensaje de ella, aunque si uno de Billy.
Billy:
Iré a recoger los patines por la noche, mi tío me matará si no se los llevo mañana.
Yo:
Ya estoy en casa.
Billy:
Termino la partida del billar y voy.
Yo:
Vale.
Billy se pasó por casa cuando cenaba un sándwich de jamón, recogió los patines y se marchó sin más, pues una chica le esperaba en el coche, tenía prisa, como bien veis.
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