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10 | Planes.


Abrí la puerta del auto, más que dispuesta a bajarme, cuando escuché su voz, justo detrás de mí.

- No hagas planes este fin de semana – me dijo – me debes una cita.

Sonreí, y me bajé sin más, sin tan siquiera contestar. Subí a casa, y pensé en lo que acababa de suceder.

No estaba haciendo nada malo – me prometí a mí misma – iba a dejar de pensar y a dejarme llevar.

Tan sólo podía pensar en la cara que pondría el sábado cuando lo llevase al lugar que estaba pensando. Sólo quería divertirme, y salirme con la mía, si por el camino nos dábamos un par de besos más... aquello no era malo ¿no?

Me di una ducha de agua tibia, y me puse algo cómodo, me puse a ver series policíacas. Me pirran las series de ese tipo, crímenes, asesinatos, robos, ... soy una flipada de ellas.

Y cuando quise darme cuenta eran cerca de las once, y la puerta de la casa se abrió. Ni si quiera me inmuté, sabía perfectamente quién era, pues el único que tenía llave era Dustin.

Levantó en alto las bolsas de comida china, y yo sonreí, me acerqué a la mesa, a olerlas, y luego me marché a la cocina.

- ¿Cerveza o agua?

- Cerveza – contestó. Llevé unas cuantas latas a la mesa, y luego me senté frente a él, comenzando a devorar la comida – tu madre ha interpuesto un recurso de desistimiento, en cuanto se ha enterado de que querías quedarte con la custodia – me explicaba – pero no va a servir de nada, porque el informe del siquiatra actuará en su contra – asentí.

Dejamos ese tema de mierda a un lado, y seguimos hablando sobre anécdotas, hasta que nos terminamos las 24 latas de cerveza que tenía en la nevera, acabando en el sofá, hablando sobre el pasado.

- Fue hace dos años – se quejó, molesto. Me reí, porque me encantaba cuando se molestaba de esa forma – en la fiesta de hallowen que organizaba Samy – asentí, porque sabía que tenía razón – ella me invitó, y tú no querías que fuera.

- Eso fue por otra cosa, no tuvo nada que ver con lo que dices – insistí. Él negó, con la cabeza, y yo asentí – no me avergüenzo de ti – declaré.

- ¿Has visto las luces con las que mi madre adornó la azotea? – negué con la cabeza, y él tiró de mi mano, sacándome al balcón, dejándonos caer sobre la baranda, de espaldas, para luego mirar hacia arriba, podían verse desde aquel punto. Sonreí entonces, poniéndome recta, mirando hacia él, con una gran sonrisa.

- Cambias de tema porque sabes que tengo razón ¿no? – espeté, divertida, rompiendo a reír. Él negó, antes de contestar.

- Cambio de tema, porque esa noche te liaste con Jared – perdí la sonrisa en ese justo instante – y dejaste que ese capullo te engatusase con su música.

- No quiero hablar de eso – le corté, dándome la vuelta, molesta. Tiró de mí, haciendo que me apoyase en su pecho, y le mirase sin comprender

- Ese imbécil no te merecía – aseguró, sonreí, y le abracé. Me encantaba tenerle como hermano mayor – no dejes de ser tú misma por culpa de lo que él te hizo.

- Gracias por estar siempre ahí – agradecí, para luego sonreírle – gracias por ser como un hermano – sonrió, agarró mi mano y tiró de mí hacia la casa.

***

El miércoles no fui a trabajar, me quitarían ese día de la nómina, pero era más que necesario para lo que iba a hacer.

Entré en el juzgado, y luego en la sala donde tenía lugar la vista, mi hermana estaba sentada delante del todo, mientras los abogados ponían sobre la mesa sus pruebas.

Mi madre estaba sentada junto a su abogado, asegurando que a pesar de lo que decía el informe del siquiatra ella estaba perfectamente, y podía cuidar de su hija.

Dustin, defendía su caso con uñas y dientes, y al final el juez tuvo que darle la razón.

- Es una chica responsable, con trabajo y que ha sufrido mucho para llegar hasta aquí, sólo quiere lo mejor para esa niña, y volver con una madre que la maltrata, no es lo mejor, señoría.

Esas fueron algunas de sus mejores frases.

Abracé a mi hermana de catorce años, mientras mi madre me miraba con cara de pocos amigos.

- Conmigo estarás a salvo – prometí.

La justicia va demasiado lenta, y a pesar de haber ganado el juicio, y haber conseguido la tutela de Jane, ella no se mudaría conmigo hasta la semana siguiente. Debían ultimas los preparativos, y dejarlo todo listo, para que fuese lo más legal posible, aseguraba su tutor de menores.

Llegué a casa, estaba exausta, y sólo quería dormir, pero un remolino de emociones me abrumaba, no podía quitarme de la cabeza la mirada de mamá, y un sinfín de recuerdos sobre mi infancia venían a mi mente, mientras mis lágrimas salían.

Un mensaje llegó a mi teléfono, haciéndome volver a la realidad.

Número desconocido:

¿Has decidido ya dónde vas a llevarme en nuestra cita?

Yo:

Es una sorpresa. Quedaremos el sábado a las seis en el parque.

Sonreí, divertida, y luego busqué en la agenda el teléfono de la persona a la que quería llamar.

- Billy – le llamé, con insistencia, este resopló, malhumorado – necesito que me hagas un favor...

- Olvídate de eso. La última vez no pagaste tu favor – lo recordé entonces, prometí un baile con él, y no lo cumplí.

- Se me olvidó, debiste recordármelo – me quejé, en mi defensa.

- En ese caso... este favor que me pidas va a costarte caro, y me lo pagarás por adelantado – apreté los labios, molesta - ¿qué quieres?

- Necesito que tu tío me deje patines, se los devolveré intactos – aseguré - ¿qué quieres a cambio?

- Que me quites a la pesada de Samy de encima, estoy hasta la punta de la polla de ella – se quejó – me tiene el móvil frito, y parece no querer enterarse de que sólo fue una puta noche ¡joder!

- Vale – le calmé – te la quitaré de encima.

- Cuando deje de recibir mensajes suyos, te dejaré los patines.

- Vale – contesté – pero tenme preparados dos pares, uno de la talla 37 y otro de la talla 44.

Colgué el teléfono y llamé a mi mejor amiga.

- Amy – contestó, sorprendida de que la llamase tan tarde.

- Tienes que olvidarte de Billy, acaba de llamarme para decirme que lo que pasó entre vosotros en mi cumpleaños sólo fue una cosa de una noche. Lo estás agobiando con tantos mensajes, Samy. Ya te dije que esa no es la forma de despertar el interés de un tío, sólo consigues en efecto contrario.

- No sé cómo hacerlo – se quejó, molesta – me gustaría poder ser como tú, segura de mí misma, y con voluntad para conseguir a cualquier tío, incluso al señor Khol.

- Te ayudaré, pero tienes que seguir todo lo que te diga al pie de la letra, sin rechistar – ella asintió, dejando escapar un ruidito afirmativo – y... hablando del señor Khol... tengo una cita con él el sábado.

- ¿Una cita? – preguntó, atónita – pero si tú no vas a citas, ni siquiera fuiste a una con mi hermano.

- ¿Sabes dónde voy a llevarle?

- ¿A dónde?

- A patinar – ambas rompimos a reír, divertidas.

- Estás loca – espetó, volviendo a hacerme reír, durante un buen rato – vas a cargártelo, al pobre.

- Así se le quitará de la cabeza esas ideas de intentar algo conmigo – bromeé.

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