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Prólogo

"Quisiera morir de amor, que seguir agonizando entre tus brazos."
—Kudai

Podías sentir su respiración en tu cuello, su aliento era cálido y ya no temblaba. Dejó de ser vacilante en el momento en el que sus manos se colaron por debajo de tu playera. Ahora era decidido, ya no dudaba en qué iba a seguir, y de alguna manera eso te llenaba de temor y adrenalina a partes iguales.

Tus manos sostenían su cuello con fuerza, tus labios aún temblaban y él podía notarlo, eso sólo ensanchó su sonrisa.

—Nerviosa, ¿dulzura?—su sonrisa ladeada definitivamente lograba sacar lo mejor de ti, no importaba su situación—. Porque puedo tomar el mando si quieres y...

—Tu siempre tienes el mando, idiota—reafirmaste, sonriendo igualmente—. Sólo te gusta escuchar que te lo repita, ¿cierto?

Su sonrojo traicionero lo delató, echaste a reír.

—Eres un idiota—sonrojada miraste al suelo, la pregunta que ocasionó toda esa guerra de besos y caricias seguía rebotando en tu cabeza, carcomiéndote por dentro.

—Pero... ¿sabes algo?—usando su pulgar levantó tu mentón para que lo vieras directamente a los ojos, esos hermosos ojos esmeralda que eran la causa de tu perdición diariamente. Sus labios estaban rozándose, un sólo movimiento haría que éstos chocasen, su sonrisa se alargó—. Soy tú idiota.

Sus ojos brillaban en deseo, los tuyos en ternura, y lo detuviste antes de que se abalanzara sobre ti.

 —Adri... ¿Chat?—llamaste, colocando ambas manos en su pecho para retenerlo—. Dices que eres mi idiota, ¿cierto?

—¡Pues claro que si, dulzura! No hay otra dama a la que le pertenezca mi corazón excepto a t...

—¿Y qué hay de LadyBug?—interrumpiste, los latidos acelerados de tu corazón retumbando en tu pecho agresivamente.

Entonces, su mirada se ensombreció y ese aura energética que había a su alrededor cayó más rápido que piedra al agua, aprovechando para enturbiar las aguas y sumergirse hasta el fondo del estanque.

Y después de no recibir respuesta por parte de él unos minutos, su grito desafinado perforó la calma de la noche.

—Chat... ¿es acaso que ella aún...?

Te tomó por los hombros, y simplemente susurró una disculpa incoherente en tu oído.

—No puedo seguir haciéndonos esto, lo lamento.

Y mientras tu corrías a toda velocidad hacia el lado opuesto, el saltaba de tejado en tejado hacia la antigua panadería de la difunta Marinette Dupain-Cheng. 

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