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Capítulo 65. Logan

La vida no trata de esperar a que la tormenta pase sino a saber bailar bajo la lluvia.

Capítulo 65 | La quieres.

Todas las camisetas apiladas sobre mis manos a la espera de estar encima de la enorme maleta verde que he cogido del garaje de casa. No tenía ni idea de que teníamos un garaje, es una suerte que las llaves que hay en casa estén atadas con el papel del lugar al que pertenece.

Diez, once y doce. Las coloco en su sitio, si luego llego a necesitar allí más ropa solo es cuestión de coger los ahorros del sueldo de la cafetería y comprar más. A parte de que también me tendré que poner a echar currículums como un loco una vez allí para pagarme los caprichos que quiera.

Unos pasos se escuchan del otro lado de la puerta. Mi padre se ha tirado casi dos horas dando vueltas por el pequeño pasillo. Empiezo a creer que está buscando un tesoro paseándose por toda la casa. Nos vendría demasiado bien una preciada reliquia familiar que pudiéramos vender para subsistir lo que nos queda de vida.

Sacudo la cabeza. No he vuelto a hablar con él desde anoche cuando comencé a gritarle que era un borracho asqueroso, un ludópata demente y un padre nefasto. Me disculparía si supiera que no es cierto pero quiero tener la certeza de que mis palabras suenen sinceras. Prefiero no hablar a ser un hipócrita.

Otra vez, el sonido de sus zapatillas pisando en el suelo me atormentan. Quiero salir y decirle que no fue para tanto, que me pasé y que en realidad no pensaba todo lo que dije. Pero ni yo mismo sé que diría la verdad, ni el me creería. Opto por seguir acumulando ropa en la maleta y fingir que no estoy escuchándole moverse de un lado a otro y hablar solo.

Mi móvil vibra en el bolsillo trasero de mi pantalón, alargo la mano acercándolo a mí. El mensaje emergente brilla en la pantalla. La esperanza acecha y se evapora igual de rápido que la botellas de cerveza en esta casa.

Thiago: ¿A qué hora sale tu vuelo?

Echo un vistazo a la puerta cuando mi padre se acerca lo suficiente como para que oiga su respiración agitada en el lado opuesto a la habitación. El tiempo transcurre hasta que se vuelve a alejar, la tercera vez que hace eso durante todo el día y en ningún momento se ha atrevido a entrar.

Niego con la cabeza volviendo la atención al teléfono.

Yo: A las doce tenemos que empezar a embarcar.

El móvil cae en algún lugar de la cama al lanzarlo, pretendo estar interesando en la ropa que tengo que meter en la maleta en el instante en el que mi padre coge la valentía suficiente como para tocar con sus nudillos en la puerta.

— ¿Puedo entrar? — interroga alzando la voz cuando no contesto. Su voz suena amortiguada por la puerta pero aún así distingo el temblor que se apodera de su timbre.

— Claro.

La puerta se abre y su rostro aparece como un muerto dentro del ataúd. Su piel completamente pálida a pesar de que tono usual no lo sea tan drástico, suele tener ese toque moreno que yo no he conseguido heredar. La rojez que delinea sus ojos me golpea como una patada en el estómago, finjo no ver lo cristalizados y empequeñecidos que están sus ojos. Me sorprende el nerviosismo con el que se sienta en mi cama, como si la valija que hay a su lado, o incluso yo, fuera a atacarle.

— ¿Cómo llevas la maleta? — cuestiona.

Comienza una batalla con sus dedos, sus padrastros y la piel alrededor de sus uñas. Hacía tiempo que no le veía así. Desplazo mi atención a la maleta viendo que no me falte nada. Muerdo mi labio inferior tratando de pensar lo que me falta, por que sé que algo me falta.

— Estoy dándole la última revisión a todo — contesto. Papá me comprende cuando comienza a enumerar.

— ¿Camisetas?

— Dentro.

— ¿Pantalones?

—También.

— ¿Cepillo de dientes?

— ¿Acaso no me lo dan allí?

Sonríe divertido aún con la incomodidad en su cuerpo —: Es una residencia de estudiantes, no un hotel de lujo — responde, ruedo los ojos obligándome a no sonreír y corro al baño a por la pieza perdida. Me entretengo cogiendo algunas pastillas por si el mareo es demasiado fuerte una vez dentro del avión. Son casi cinco horas, puede pasar de todo en ese tiempo.

Los objetos en mis manos me resbalan. Me apresuro a llegar hasta mi habitación y volcarlo todo encima de la maleta para que no se caiga al suelo y tenga que agacharme a recogerlo. Tengo la mentalidad de un viejo enfermo cuando se trata de eso, no quiero tirarme a recogerlo todo.

— Creo que ya está todo — analizo mirando el equipaje fijamente. A lo mejor así le sale boca y me dice lo que me falta por meter dentro. Mi ánimo decae al no avisarme de nada. Seguro que eso significa que lo tengo todo.

Escucho un suspiro a mi lado derecho, giro la cabeza chocando con su rostro decaído y su nerviosismo permanente. Ningún olor a alcohol se ha filtrado a través de mis fosas nasales aún. El sentimiento de felicidad que eso me provoca es inexplicable, retengo las ganas de sonreír.

Sus ojos se clavan en los míos. Desplazo el brazo agarrando la silla y moviéndola hasta que está cerca de mi padre. Me siento del revés, apoyando el pecho en el respaldo y abriendo mis piernas para que no tengan que meterse dentro del estrecho agujero que hay entre la silla y el asiento.

Le observo mirar al suelo, después al armario abierto de par en par y prácticamente vacío antes de bajar de nuevo la vista al suelo. Es como si se acabara de percatar de que de verdad me largo de esta casa durante un largo tiempo. Suelto un suspiro sabiendo que no va a formar palabra hasta que se sienta en el deber de hacerlo casi por obligación.

—Quería pedirte perdón, papá. Me comporté fatal a-

— No — interrumpe, las esquinas de mi boca se elevan levemente al detenerme —. Fue mi culpa — habla —. Todo este tiempo, desde que empecé, os he abandonado tanto a tu madre como a ti. He sido un idiota. Tenía la esperanza de que en algún momento tu madre volvería, que yo dejaría de ser así y que tú me admirarías como cuando eras pequeño.

Fuerzo una sonrisa que nunca llega a mis ojos. Mi padre no es el mejor del mundo pero antes solía querer ser como él. Ahora, por pura desgracia, lo he tomado como ejemplo para no hacer nada de lo que él ha hecho. Es una triste realidad, pero realidad al fin y al cabo.

— No deberías haber estado cuidando de mí mientras yo dejaba que lo hicieras. He sido un imbécil solo por permitirlo durante tanto tiempo sin decir ni una sola palabra — confiesa, no consigo mirarle a los ojos sin tener la necesidad de lanzarme al baño a lavarme la cara para desperdigar las lágrimas —. Cuando ayer hablaste conmigo... — respira —. Dios, Logan. Solo quería esconder la cabeza en el suelo y no sacarla más.

Una bocanada de aire entra en mis pulmones como un oasis en medio del desierto.

— He pedido una plaza en el centro de desintoxicación por Ninth Street. Me han recomendado ir también a unas charlas en grupo — explica, cada vez entreabro más la boca, sorprendido —. He aceptado — responde, sus ojos se fijan en los míos analizándolos en el momento que se atreve a soltarlo —. Me voy en tres días.

— ¿Tan pronto?

Se encoge de hombros —: Ha quedado la habitación libre esta mañana. Si no me voy ya, se la darán a otro.

Permanezco en silencio por lo que parecen siglos tratando de comprender que realmente está haciendo el esfuerzo, por que para él será el mayor esfuerzo del mundo, para conseguir estar bien. Va a intentar no estar borracho desde la una de la mañana hasta las doce de la noche.

— Está perfecto, papá — respondo, me acerco a él dejando un pequeño hueco entre los dos. Toma otra respiración. Para mí el aire que hay en mi cuerpo tampoco es suficiente. Es una piedra, una barrera que me impide respirar con normalidad.

— Siento que hayas aguantado así durante tanto tiempo. Te mereces mucha más que esto, Logan, que no se te olvide nunca — declara, el corazón me late desbocado.

Sus brazos se abalanzan sobre mi cuerpo rodeando mi espalda de derecha a izquierda. Escondo la cabeza entre su mandíbula y su hombro conforme lo solía hacer cuando mamá estaba enfadada conmigo y quería que mi padre la ablandara. La única forma de que mamá no siguiera molesta conmigo era mediante papá.

— Te quiero muchísimo, Logan — habla, los latidos bombean como salvajes en mi pecho deseando salir y alzar el vuelo como pájaros enjaulados.

— Yo también, papá — susurro.

Noto en mi camiseta la humedad de sus lágrimas. También la cristalización de sus ojos al volver a como estábamos antes, sonrío reconociendo a aquel padre que me cuidaba de pequeño, que me preparaba tortitas y dejaba que me pusiera tanto sirope de chocolate como yo quisiera. Aunque eso significara pagar al dentista para que me quitara las caries de la boca.

La alarma del móvil para salir de casa con tiempo vibra en algún lugar de la cama entre todas las sábanas que hay desperdigadas por someterlas a tantos movimientos. Deslizo el dedo por la pantalla para apagarla.

— ¿A qué hora tienes que ir al aeropuerto? — pregunta.

Con tanto sentimentalismo ni siquiera me acordaba de que no sabía cuándo me iba. Doy gracias a que el entrenador le llamó diciéndole que había escogido ir a Princeton cuando estaba sobrio. Tampoco se habría enterado de que me iba si estaba pasado de copas.

— A las doce tengo que embarcar en el avión — respondo, echa un vistazo a su reloj y asiente.

Me levanto decidiendo que es tiempo de cerrar la maleta, largarme de esta casa y, con suerte, no volver hasta que las cosas estén completamente calmadas. Si todo va bien y las esperanzas no me traicionan, cuando cuando vuelva papá estará sano y yo podré hacer una visita hasta casa de mamá.

Todo para no pensar que Alessia realmente no me va a acompañar durante los cuatro años que esté estudiando. Agarro una bocanada de aire, el recuerdo emerge en mi mente sin cesar. Todavía noto sus labios en mi boca, las esquinas de sus labios alzándose únicamente para mí y mis manos moviéndose por todo su cuerpo sin tener suficiente de ella que exprimir en mi mente.

Es la mejor maldita sensación del universo.

A saber cuando volverá.

— ¿Alessia irá? — pregunta, parece que sepa cada cosa que está en mi mente en cualquier instante. Me recuerda a mamá.

— Ni siquiera creo que lo sepa — sonrío irónico, me mira confuso —. No va a venir.

Evito su mirada. Está poniendo esa cara de «sé que te estas equivocando, no lo hagas».

— Os queréis, Logan. ¿Enserio vas a dejarla por que no eres lo suficientemente valiente como para ir a por ella? — pregunta.

— Llevo yendo detrás de ella casi un mes, papá. Lo siento si ya he desistido con esto — espeto.

— La quieres.

— Por supuesto — me siento en la obligación de recalcar. Son como una bofetada esas palabras.

Sonríe asintiendo. Esa sonrisa que te deja con la ligera sospecha de que se trama algo. Con las arrugas a cada lado de sus ojos y su lengua recorriendo su labio inferior en una mueca de superioridad, de diversión. Frunzo el ceño.

— ¿Qué?

— Nada — responde, se acerca a mí. Vuelve a abrazarme como antes, tengo la sensación de que se me va la respiración cuando me aprieta contra su pecho con tanta fuerza —. Ten un buen viaje, hijo.

¡Nuevo capítulo! Espero que os haya gustado ;)

Hoy es la cremà en España (para los que no sepáis lo que es, hoy quemamos las hogueras de las que os hablé ayer) (Nathy, intentaré hacer una foto para ti). 

No tengo mucho más que decir. Tened una buena semana, para los que tengan clase, mucha suerte y paciencia. Para los que no, bajaros a la piscina y disfrutad del verano, o de lo que tengáis :')

¡Pregunta Random!: ¿Alguna idea de lo que va a pasar el siguiente capítulo?

¡Besos y XOXO!

NHOA

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