Capítulo 15. Logan
miedo; [sust.]. Sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un hecho contrario a lo que se desea.
— Para la siguiente clase quiero que traigáis...
Cierro el libro con rapidez esperando a que el maestro termine de hablar, aprovecho el tiempo que él malgasta tratando de avisar a unos alumnos que no le hacen caso para meter los utensilios en el interior de mi mochila ya desgastada y con urgencia de un cambio. Me parece un milagro que haya durado tanto.
El chico que nos da clases desiste cuando se percata de que ni la más mínima persona le presta atención y eso mismo me permite colocar la mochila a mi espalda y salir. Paso por todas las mesas sonriendo al ver como la peliazul y Thiago están mirándose entre ellos, tan ausentes de todo lo demás que él no se da cuenta de que lo empujo con diversión y sus cabezas se acercan más de lo que ya lo estaban.
Aún, cuando hago eso, Thiago no se voltea a mirar quién se lo ha hecho. Vuelvo mi mirada al frente quitando de mí ese sentimiento de cachondeo para localizar, entre la multitud de estudiantes, ese cabello tan rojo como el fuego que no dudo que esté con un tono rubio ahora que el sol nos da con todo su potencial al salir a la calle.
El ruido de la charla de los alumnos es ensordecedor pero logro salir de la marea y comenzar a caminar hasta la cafetería. El ambiente cálido y cargado me recibe con los brazos abiertos y el aroma a café, como en el Doll's, es una sensación tan familiar que se siente incluso cómoda. Inhalo una gran bocanada de aire por la boca que expulso por la nariz, notando como mi pecho sube y baja a un ritmo lento e inseguro.
Se me ocurre mirar para ambos lados de la cantina esperando encontrar entre alguna de esas mesas, escondida tras su cortina de fuego, a esa chica de ojos dulces y sonrisa de infarto. Mis hombros decaen al no encontrarla, unos cuantos centímetros más hundidos que de costumbre que me hacen pensar en la razón por la que me encuentro de esa manera.
Repito eso mismo tanto en mi mente, que piensa en cualquier rastro que haya podido hacer la pelirroja, como en mi corazón, que empieza a ralentizarse tras haber superado su récord de rapidez al bombear hace unos pocos segundos atrás cuando la incertidumbre al tener la posibilidad de encontrarla era alta. Expulso el aire contenido en mis pulmones con fuerza, deseando quitar de mi cuerpo cada rastro de ese recuerdo.
Camino hacia la fila de personas, con abundantes chicos de dos años menos e inclusive más, batallando por coger su almuerzo. Tuerzo una sonrisa, fatigado, encontrando de repente poco apetitoso el comer ahora pues, después, cuando queden cinco minutos para volver a las clases, este establecimiento se despejará más rápido que una manada de gacelas huyendo de un depredador nato.
Mis pies se voltean en dirección opuesta tratando de salir de todo ese embrollo en el que me he metido con tanta facilidad. Los quinceañeros codean, apartan y empujan sin permitirme abrir el paso. Parece una jauría de animales hambrientos que en su vida se han llevado un pedazo de pan a la boca.
Un bufido se escapa de mis labios, aún así, se queda detenido de golpe cuando localizo una escena que provoca una pequeña, quiero pensar que es diminuta, grieta en mi alma. Los labios de ambos se mueven al compás y la pelirroja no parece tener intención de apartar a su novio, Thomas Rodgers, el mejor chico del mundo, de su lado.
Es su novio.
¿Cómo apartar a la persona con la que compartes tus secretos? Es estúpido pensar siquiera que ella, Alessia, tuviera la probabilidad de buscar por mí. ¿Quién buscaría a un chico que trabaja en todas sus horas libres en una cafetería o que tiene que irse de cualquier quedada porque su padre se cae por las esquinas de un casino sin dinero y, lo más probable, sin conocimiento?
Envuelvo mis dedos clavando las uñas en las palmas de mis manos, el dolor físico se cura antes del que, odiándolo mucho, el emocional puede causar. Siento la bilis subir a través de las paredes de mi garganta como un tren al llegar a su estación, está a punto de localizar su destino y no pierdo el tiempo en colocarme de nuevo la mochila.
Pero ella se separa de su novio, permanece unos segundos con los ojos cerrados, analizando la manera en la que ese beso le ha hecho sentir eso. O una cosa de ese tipo es como me la imagino pensando. Una mirada, ahora con párpados cerrados, que en ciertas ocasiones ha mandado escalofríos por todo mi cuerpo, la cual sigue haciéndolo aunque esté de ese modo que tanto odio, y me ha hecho envidiar ese precioso iris color llamas, un infierno hecho especialmente para ella en el que se esconden más secretos de los que podrías llegar a conocer en tu vida y que amaría descubrir.
Los abre, me permite ver ese brillo que me hace dudar de cuál sea su posición en toda esta historia y, por extraño que me llega a parecer, su atención se fija en mí más rápido de lo que los imanes se atraen gracias a sus polos. Mantiene su postura, rígida y clavada en lo que hago sin ejercer ningún movimiento, sus labios se entreabren y me dan una pequeña visión de su perfecta dentadura, la cual tampoco se mueve y me permite ver su sonrisa.
Alzo una de las esquinas de mis labios, es de hipócritas pensar que ella, la chica perfecta, estaría con un estúpido que ni siquiera está seguro de que vaya a tener un futuro o de que pueda asistir a una universidad sin tener que visitar a su padre o de sacarlo del hospital por inicio de coma etílico.
Las piernas son más veloces de lo que habría llegado a pensar con la cabeza, corren en dirección a la salida incapaces de hacer más el ridículo porque, admitamos, quedarse mirando a una pareja suena acosador hasta para mí, y yo no pienso ser el acosador personal de nadie, menos aún de una persona que ha tenido el valor de confiar en mí para contar un problema familiar.
El viento fresco no combina nada con las emociones que siento pero, aún así, lo recibo aspirando gran parte de esa frescura. Se filtra por cada poro de mi piel y transmite una sensación diferente, más innovadora, pero que no dura demasiado cuando entro dentro del edificio, de nuevo, y las taquillas se muestran ante mis ojos.
En un ataque de ira injustificado, mis puños golpean con tanta fuerza los casilleros de metal que los nudillos sufren la decepción de que un color escarlata los bañe, recorriendo con tranquilidad la superficie del dorso de mi mano y, expulsando más de ese líquido espeso, cuando los impacto otra vez con la misma fuerza de antes.
— ¿Qué estás haciendo, gilipollas? — Grita una voz masculina y preocupada. Agarra mis hombros y me intenta empujar lejos del metal, ahora con tonos rojos, para no sufrir la intensa tentación de repetir el mismo proceso. La libertad lucha por salir cuando golpeo una y otra vez, con mis manos convertidas en puños, el casillero que ahora tiene un estampado diferente y más tenebroso imposible de copiar.
Thiago me obliga a clavar mi mirada en la suya, consigue quitarme del lado de esas estúpidas taquillas y la fuerza que ejerce sobre mis músculos, de no ser por la rabia que me ciega, dolería como el infierno. Las venas de su cuello resaltan al tratar de pararme pues, aún así, opongo una resistencia que solo los que tengan una cantidad de fuerza considerable, podría sostener.
— ¿Qué cojones estás haciendo? — Vuelve a espetar, con un tono de voz más lento y suave que pondría mi piel como gallina pero que ahora solo veo como un grano en el culo ante lo que de verdad deseo hacer —. ¿Que cojones te ha pasado, Logan?
Aprieto la mandíbula negándome a decir una sola palabra, ya no me pongo a la defensiva a lo que denegar retenerme se refiere. Dejo de batallar contra que me suelte de una vez y espero a que me permita golpear algo antes de que otra cosa termine peor, y esta vez no estoy hablando de una taquilla o un objeto inanimado. Se me antoja la cara de Rodgers en estos instantes y es más apetitoso que una comida en la mugrienta cantina del instituto.
— ¿No vas a decirme qué es lo que sucede contigo? — Pregunta por cuarta vez, cuento las repeticiones para desahogarme, cuento cuantas baldosas cubren la pared del lado izquierdo que hay en el pasillo como último intento para espantar la ira que crece en mí.
— ¿Logan? — Interroga su voz, esa voz dulce y aterciopelada. Mi mirada localiza la suya en tan pocos segundos que me arrepiento de lo que soy capaz de observar después. Sus labios rojos como fresas propio de esos intensos besos con su increíble y alcohólico novio que, de no ser por la hermosa e increíble chica que posee, ya estaría muerto en medio de la calle con un infarto o algo mucho peor, agonizando solo y reconociendo al fin que lo que está haciendo es una porquería para alguien tan maravillosa como esa pelirroja.
Thiago, del que no me había percatado de que siguiera a mi lado sosteniéndome, al fin se separa de mí, como si la presencia de la pelirroja hubiera impuesto algún tipo de presión sobre él. No me paro a contemplar si se ha quedado o si no porque la mirada entristecida de la dulce chica va bajando hasta quedarse plantada en mis manos situadas a ambos costados de mi cuerpo.
Mi mandíbula se tensa cuando lleva una de sus manos a la boca y se le escapa una exclamación ahogada. Decido que ya es suficiente ridículo y me coloco la mochila a mis hombros de nuevo que, con el enfado de Thiago y su represalia contra mí, ha provocado que cayera por mis brazos y casi tocara el suelo.
— Vuelve con tu maravilloso novio, dulzura, seguro que te diviertes más allí que con un estúpido que solo utilizas de taxista y de pañuelo personal — suelto con veneno en cada una de las palabras que salen de mi boca. Salgo de ese lugar tan frío y miserable, igual a como se ha convertido mi vida en estos últimos meses, por no decir años.
Niego con la cabeza sin la capacidad necesaria para entender la razón por la que estoy así, por la que esta ira me consume hasta dejarme exhausto o por el modo en el que mi alma se va quebrando por cada paso que doy hacia el exterior donde me dejan escapar. Salir a donde quiera.
No me pregunto durante más tiempo qué es lo que narices ha sucedido en los últimos veinte minutos de intensas y tensas miradas, las respuestas no van a ser algo que quiera encontrar y, por nada del mundo, pienso que la solución no me va a agradar. En mi cabeza sigue ese cabello envuelto en llamas y esa mirada asustada que tan real se ha sentido cuando su atención ha bajado hasta mis nudillos, con la sangre ahora comenzando a secarse y ha convertirse en un escarlata oscuro que luce horrible, espantoso.
Trago saliva, todo es mejor que decepcionarme más de lo que ya estoy, que entristecerme más de lo que he estado haciéndolo en años, de enrabietarme tanto a como lo he hecho hoy, sin poder siquiera darle una explicación lógica a un amigo en el que más confío. Todo se queda atrás al igual que el instituto mientras emprendo mi camino hacia la cafetería que de verdad amo.
Pero, Dios, esa maldita pelirroja se está clavando en cada poro, en cada minúsculo punto de mi organismo y no puedo permitirme una situación como esta. Unos momentos que no sé controlar porque con esa chica no soy capaz de mantener mi personalidad bajo control.
Y asusta.
Da pánico creer que esa chica es capaz de hacerte perder el control de ti mismo con una diminuta acción o una pequeña palabra. Da miedo que solo ella condiga causar esas sensaciones en ti como nadie más lo ha hecho en tantos años.
¡Me equivoqué sin querer, Sorry!
De todas formas, ya está borrado así que no pasa nada.
¡Pregunta Random!: ¿Cuál es vuestro personaje preferido?
Besos y XOXO
PD: No os hincheis de comida este año ;)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro