9.
TRISTÁN
La espera se me hace intensa. Me siento nervioso por enviarle mi ubicación. Ahora, si me busca, me encontrará.
«Pero, ¿qué has hecho, gilipollas?».
—¡Puto miedo!
Me está costando más caro el residuo de lo ocurrido, que el terapeuta al que he abandonado porque odio escuchar sus consejos. ¡Siquiera puedo hacerlos! No creo en los médicos de fácil palabra y órdenes estrictas. «No vas a avanzar si no te lo propones». Veamos. Así también puedo torturarme yo.
Suena el telefonillo del portón de abajo. Otro respingo. La vida está llena de sobresaltos. «Mi vida está llena de sobresaltos». El teléfono suena a la vez. Es Nahuel.
—¿Tú no estás en el curro? ¿Por qué coño me molestas? —critico.
—No estoy tan seguro de dejarte solo. ¿Qué estás haciendo?
—Responder al telefonillo del portón. Acaban de llamar.
—¡Tristán, espera! ¡No sabes quién puede ser! Ten cuidado.
—Sé perfectamente quien es. Si a media noche estoy muerto, recuerda que soy yo quien gana la apuesta.
—¿Qué quieres decir?
Finalizo la llamada. Vuelve a sonar por segunda vez. Es insistente. Me muevo hasta allí con mi cuerpo temblando.
«Es ella. Es ella. Pero no es Estela. A ella no la has llamado»
Descuelgo despacio. Contesto.
—¿Sí? —arrastro la S. Los nervios son traicioneros. Y el pánico, todavía más.
—Soy Natalia —se identifica.
—¿En serio eres Natalia? —se me ocurre consultar de modo automático.
—¿Tal vez estás esperando a alguien más? —se sorprende.
Reflexiono. No. Por supuesto que no.
—Te abro...
La escucho exhalar. No parece haberle hecho gracia la situación.
Me asomo al descansillo sin apartarme de la puerta, por si acaso. Escucho sus pasos ascendiendo. Cuando me encuentro con su rostro, una parte de mí respira hondo. ¡Ni que la conociera lo suficiente para asegurarme de que todo va a ir bien con ella, aquí dentro.
—Hola. He venido corriendo. Me has asustado. ¿Pasa algo?
Niego. Debo de parecer idiota. Un tío teniendo un ataque de pánico. ¿Dónde se ha visto semejante cosa?
Me encojo de hombros.
—Estoy bien.
Arruga su graciosa naricilla.
—Ya veo. —Señala dentro del piso—. ¿Puedo?
Me quedo durante un breve instante en pausa. Finalmente, la dejo entrar.
—Gracias —dice, accediendo a mi humilde morada.
«¡La has cagado, tío!».
Se queda en mitad del salón, agarrándose las manos delante, nerviosa.
—Tienes un pisito chulo —me alaba.
—¿Esperabas una leonera?
Suelta una risotada.
—¿Con dos tíos viviendo aquí? ¿Y por qué no? —me sigue la broma.
—¿Cómo sabes que Nahuel vive conmigo?
¿De dónde se ha sacado la información?
—Lo he imaginado.
Mi teléfono vuelve a sonar. Nahuel vuelve a las andadas.
—¡Tío, tengo visita!
—¿Quién es? —me interroga alarmado.
—Natalia. Yo mismo la llamé.
—Ah. Pues, salúdala de mi parte.
Frunzo el ceño.
—¿Hablas en serio? —me indigno. ¿No va a patalear?
—Puede que me engañe. Pero me parece que no. Estarás bien. Cuando acabe el turno te llamo. Voy a salir del baño o pensarán que me he caído por el agujero. Ya me han preguntado un par de veces si tengo problemas estomacales.
—¡Entonces, deja de llamar y trabaja, joder! —lo regaño
—¿Ahora que sé que vas a seguir vivo? ¡Por supuesto!
Me quedo con la boca abierta. ¿Cómo es que confía tanto con una desconocida?
Miro a Natalia, que sonríe paciente. Cuelgo la llamada.
—Vale. ¿Y ahora, qué? —pregunta ella.
—¿Qué de qué?
Se encoge de hombros.
—No sé. ¿Qué quieres hacer?
—¿Quieres merendar? No creo que un paquete de patatas fritas te cubra demasiado.
«Vuelvo a sacar mi lado tierno. ¡No puedo creerlo! Cuidadín, chaval».
—Me parece perfecto.
Nos movemos hasta la cocina. Se queda sorprendida porque allí sigue todo igual de ordenado y limpio que el resto del piso.
—Esperabas verlo todo patas arriba, ¿no es así?
—¡No! Es solo que estoy sorprendida. Da igual. No he venido a hablar de eso. —Asiente—. ¿Qué tienes por ahí para preparar?
Saco pan de sándwich. Saco un poco de fiambre.
—Bien. Es suficiente.
Ella misma se pone a prepararlos. Me ofrezco a ayudar.
—¿De qué los quieres?
—¿Y tú?
—Preparémoslos variados. ¿Un par para cada uno? —quiere saber ella.
—Me parece bien.
Los colocamos sobre un plato. Regresamos al salón. Elisa me manda un mensaje. Le había contado el caso e informado de a dónde me iba, por lo que no quedábamos. Luego ella había quedado con Nahuel. Le respondo que le contaré más tarde. O mañana.
Me encuentro con los ojos de Tristán.
—¿Te buscan?
—Es Elisa. Le estoy diciendo que esta tarde he quedado con un amigo.
—Estoy seguro de que le has dicho con quién.
—Somos muy buenas amigas. ¿Qué puedo hacer si no?
—¿Os lo contáis todo?
—De normal, pues sí. Salvo si me cuentas algo en confianza y no quieres que nadie lo sepa. Para ti, seré una tumba —agrego, todavía intentando sonsacarle.
—Entonces, lo sabríamos los tres —espeto, irritado.
Niega.
—Depende de cosas, otras se quedan para mí sola —explica, buscando que confíe en ella. Confiar... ¡Ni de coña! No soy capaz de confiar.
—Vale, hinquémosle el diente. Tengo hambre —confiesa, escuchando en su estómago un gruñido que bien parece un animal moribundo.
Masticamos en silencio. Mi ordenador sigue abierto sobre la mesa.
—¿Aún no has terminado tu trabajo?
—¿Y tú, el tuyo?
—Mañana por la mañana lo acabaré. Iba a hacerlo esta tarde si no salía con Elisa. Bueno, sí íbamos a salir. Pero...
—Si quieres, te libero y te largas.
—¡No! Ni pensarlo. Ya estoy aquí.
La encuentro nerviosa, tímida, no tan arriesgada como en los pasillos de la cafetería. ¿Son apariencias, o es la realidad?
Podrías haberte traído el ordenador. Habríamos adelantado ambos.
Niega, sonriente.
—Estoy aquí para atenderte.
—¿Atenderme? ¿En qué? Solo te dije que me hicieras compañía. No, que habláramos.
Su sonrisa se le borra.
—Me niego a pasar por otra escena similar al del bar. No sé en qué fallé. Pero no hice nada para que te pusieras como te pusiste.
—¡Me tocaste!
Frunce el ceño.
—¿Eres un intocable?
Si buscaba bromear en mitad de este incomodo momento, le está saliendo pésimamente.
—No vuelvas a hacerlo. Ni se te ocurra indagar sobre mi vida.
Pone los ojos en blanco.
—Ya estamos —dice, tras un soplido.
NATALIA
Se le ve en ocasiones tan vulnerable que no sé dónde empieza el ogro, y en dónde termina el ángel.
—No quiero pelear más. Estoy cansada —aviso.
Sus ojos grises me escrutan con una desmesurada seriedad.
—¿A qué tienes miedo, Tristán? Quiero entenderlo. —Alzo la mano—. Antes de que hables, no es que quiera ser una entrometida. Pero que te muestres constantemente a la defensiva, me incomoda.
—Es... complicado.
La vida... es complicada. Pero dudo que lo que quieras contarme sea complicado.
Aprieta la mandíbula inclinándose hacia delante con una postura amenazadora.
—Tú-no-sabes-nada —espeta.
Me he quedado petrificada. Sin aliento. Mis pulmones no suben ni bajan. Finalmente, exhalo soltando el aire contenido.
—¿Sabes? No voy a interrogarte más. Esperaré a que saques tú el tema que prefieras y hablamos —propongo, cruzándome de brazos; adquiriendo una postura más cómoda. ¡Es que no sé de qué hablar con él!
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué? No entiendo.
—¿Por qué estudias periodismo?
—¡Ah! Eso. —Hago una inclinación de cabeza—. Me gusta la acción.
—¿Serías capaz de meterte en mitad de una guerra para narrar qué está ocurriendo?
—Hombre... pues de hacer falta... sí.
—¿Y no te daría miedo?
—Es una profesión arriesgada. Si la estoy estudiando es porque conozco sus riesgos.
—¿Y qué pasará con tu marido, o tus hijos, el día de mañana, si te metes en semejante meollo y te matan?
—¡Espera! Espera, espera... —Hago aspavientos—. No. No sería de esas atrevidas a echarle en cara a un estudiante para cirujano qué piensa si se le muere un paciente en mitad de la operación... ¡Ya llegará el instante! Y se las arreglará. Es lo que puede pasar. Así como el conductor de Fórmula Uno matarse en un accidente. O de Moto GP. No sé. Pero no es eso lo que piensas ya, de entrada. Si te gusta, te gusta. Aún conociendo sus riesgos.
—Entiendo.
—De todos modos, nunca se sabe qué te va a salir, ni dónde. Y yo aún tengo que aprobar cada curso que existe para darme el visto bueno —le recuerdo—. ¿Y tú? ¿Por qué te gusta el mundo de la ciencia de la computación? Me mira extrañado—. Es que lo he leído en la Wikipedia.
Estalla en una carcajada.
—Dicho así suena raro. Pero sí. Todo ese mundo me parece interesante. Soy muy... ¿Friki? ¿Es como me etiquetarías? Porque después de haberte informado sobre mí, supongo que es lo que habrás pensado.
Me sonrojo. Sabe de sobra que he estado preguntando por ello.
—Yo no...
—Tranquila. Estoy acostumbrado.
—Si quieres, termina lo que tienes pendiente y pasamos a ver lo de los disfraces.
—No quiero aburrirte.
—¡No me aburres! Qué tonto.
Lo encuentro más relajado. Que sonría, me dé comba en las conversaciones sin temer a que estalle, y se abra poco a poco, me tranquiliza. Estoy segura de que es algo bueno para él. Para lo que sea que lo esté mortificando, y yo le estoy haciendo olvidar por unas horas.
Navegamos juntos, por su ordenador, en internet. Ahora que lo tengo más cerca, más quietecito, puedo inhalar su agradable aroma. No sé qué agua de colonia usa. Pero me encanta. Eso, y aroma al suavizante de la ropa y al jabón de afeitar.
Recorremos varias páginas. Sí. Me lo va a poner complicado. Algo se me ocurrirá.
—Podemos iniciarnos en una base de pantalones y camisa básicos, y, sobre ellos, montar el resto del disfraz. Fíjate bien... —señalo hacia la pantalla—. Abajo, es ropa oscura. Encima, el guardapolvo. A este le podemos poner esos ribetes en plata... Ya veríamos cómo hacerlo. El calzado... eso tendrás que ver unas botas.
—Tengo unas.
—Vale. Y los complementos... mejor buscarlos en Amazon o AliExpress. Aunque podrías hacerlo todo más rápido y adquirir el disfraz de allí mismo —digo.
—Hay un concurso. Y si lo confeccionas tú mismo puedes ganar un premio.
—Ah. Ok. Bien. Pues es lo que creo que sería mejor. Buscar los colores de las telas para el disfraz y eso. Yo no conozco Madrid. Acabo de llegar.
Me mira. En su rostro se dibuja la curiosidad.
—¿De dónde eres?
—De Toledo. ¿Y tú?
—De Soria.
—¡Estamos a tan solo dos horas y pico el uno del otro! —calculo emocionada.
Niega.
—Da igual. Una vez terminemos nuestros estudios vamos a perder el contacto.
—¡Pues sí lo tienes claro!
Ya me extrañaba su cercanía. En algún momento tenía que ocurrir ese tipo de cortocircuito.
—Pues nada. Tendrás que averiguar por Google dónde hay tiendas de telas en esta enorme ciudad.
—Supongo.
—¿Nahuel se lo hará él mismo?
—De seguro que me pide que se lo hagamos también.
—¡Ah, no! Que colabore. Que aprenda a coser y nos ayude —sentencio.
Me gustaría preguntarle por qué Elisa me dijo, que Nahuel le dijo que Tristán había pasado por momentos muy malos. Y que aún no se había terminado la cosa. Pero que no podía contarle más. Como dije antes, hay secretos que no pueden ser desvelados, ni dar a conocer que alguien me los ha contado. Lo observo con una traza de tristeza en mi mirada.
—¿Y ahora qué? —pregunta molesto.
«Idea algo rápido, bonita. No lo estropees todo».
—Tienes el pelo muy alborotado. Tendrías que pasarte por la peluquería.
Trato de reír, haciéndole entender que estaba iniciando una broma.
—¡Vete al diablo! —maldice.
Lo observo con más detenimiento. Es más guapo. Mucho más guapo a milímetros que a metros de distancia. Tiene unos preciosos grises que se ven apagados, pero igualmente son hermosos. Su mentón pronunciado. Sus anchos labios tan besables y deseables y...
«¡Quieres parar!».
Se pone en pie, incómodo, girándose de espaldas. Rascándose la nuca.
—No te pases —me advierte.
—Ay. Lo siento. Yo... Se me había ido la pinza —bromea, dejando salir una risilla nerviosa.
—No te pases —repite.
—Oye. Mientras seguimos mirando por Internet, podrías poner un poco de tu música. Me gustaría saber qué escuchas. Siempre te encuentro enganchado a muerte con tus auriculares.
—Dudo que te guste.
Hago un guiño.
—¡Que no te dé vergüenza! Quiero escuchar.
Vacila. Finalmente, busca en Spotify su lista de música favorita. Pone play y se queda mirándome a la espera de mi crítica al tiempo que leo la lista de sus canciones.
—Muchas no las conozco. Pero, por ejemplo, esta que está sonando, me gusta.
—¿De verdad? —se extraña.
—Sí.
Sonríe más relajado. Eso sí, todavía manteniendo la distancia justa para que, ni siquiera, le roce. Voy a intentar ser prudente y respetuosa. Porque, si Tristán sigue pasando por momentos difíciles, no quiero ser quien se lo ponga aún más complicado.
Llega la hora de la cena. Creo que ya es tarde y debería de marcharme. Supongo que debe de estar cansado de mí a estas horas. Miro el reloj.
—Vaya. Tengo que irme a casa.
—¿Tienes prisa?
—¿No te has cansado ya de que esté aquí?
Ladea la cabeza ideando qué decir para no ofenderme demasiado, supongo.
—¿Pedimos una pizza?
—No te quieres quedar solo, ¿no es así? —adivino. Supongo que se resiste a regresar al silencio y la soledad. Al miedo y a la ansiedad que eso debe de generarle.
—No. Es que tengo hambre. Estoy aburrido. Y tú estás aquí.
Estoy a punto de discutir sus repentinos puntos de parecer. Mejor no discutir. Mejor, le llevo la corriente. Estoy a gusto con él.
—Vale. Pedimos pizza para cenar.
Suspira, agradecido, mucho más tranquilo porque me quedo.
—Guay.
Suena el telefonillo. ¿Y ahora quién es? ¿Con quién ha quedado él?
Lo observo bufar con molestia. Mira el reloj. Molestia, y un amago de miedo que me encantaría descifrar. Porque, la duda ha hecho que su rostro se contraiga. Se acerca al telefonillo del portero automático con solemnidad y lentitud. Descuelga con esa misma velocidad y responde.
—¿Sí? —Su gesto cambia a otro más molesto, pero más calmado—. ¿No te la llevabas a cenar fuera? ¡Joder! Vale. Subid.
Lo miro con extrañeza e intriga.
—¿Quién es? Si es que puedo preguntarte.
—Mi hermano Nahuel. Ha querido oportuno venir a comprobar que sigo respirando. Que no me has... —Se corta la frase tragando saliva—. Nada... —termina por decir.
¿Nada? ¡Pues eso ha sonado de lo más extraño! ¡No soy ninguna asesina en serie! No sé qué mote me habrán puesto, o qué creerán que soy. Frunzo el ceño por ello.
—Prepárate. Ya están casi aquí arriba —murmura con molestia, abriendo la puerta.
Están... ¿Elisa? ¡Elisa cenaba esta noche con Nahuel! Vale. Si se trata de ella también, vamos a estar todos reunidos para la cena de esta noche. Qué escena tan insólita, pero emocionante y agradable. ¿Por qué no? Me voy a divertir con las caras y los pucheros que Tristán pondrá esta noche. De hecho, ya ha iniciado su guerra contra Nahuel por habernos reunido a todos en su piso. Vale. Cuando lo tenga cara a cara será cuando estalle la tormenta. Más la sorpresa que se llevarán él y Elisa cuando me vean aquí, con él, en el piso. ¡Ay, joder! Esto no se lo esperarán.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro