7.
NATALIA
Me estoy preparando café. No he dejado de sonreír desde anoche: NATALIA 2 – TRISTÁN... ¿Puede que 1? Le daré un puntito por su detalle. Pillo a Roberta observándome, dándose golpecillos con el dedo en el brazo.
—A ti te ha pasado algo —intuye.
—No. No... Es que he dormido bien, ¿sabes? He dormido bien y eso...
—¡Ah!¡Claaaro! Claro. Has dormido bien y por eso estás feliz.
—Pues sí.
Frunce el ceño.
—¡Y un mojón, mentirosa! Y ahora desayuna y vístete. Tenemos que ir al supermercado a cargar para toda la semana.
Pongo los ojos en blanco. Acaba de hacerme caer de golpe de mi nube.
—Ya voyyy —murmuro con desgana.
Ya en el supermercado, ella va enumerando cada cosa que necesitamos. Yo voy buscándola. Metiéndola dentro del carro.
—Por cierto, ¿qué pasó finalmente anoche? Llegué muy de madrugada. Vi la puerta de tu habitación entornada y supe que ya estabas en casa. ¿Llegaste bien?
—Sí. Tristán me acompañó a casa.
Abre los ojos al máximo.
—¿En serio?
Asiento.
—Eso ya va funcionando poco a poco.
Eso es lo que creo. Pero no quiero cantar victoria.
—Todavía no hay nada confirmado. Sigue mostrándose hermético.
Roberta me dedica un guiño.
—Poco a poco, «mon amour». No quieras correr tanto. —Asiente pensativa—. ¿Te contó algo?
—No. No. Ya te digo que es completamente hermético.
—¿Fue él quien se ofreció a llevarte?
—Sí.
Abre los brazos sonriendo.
—¿Lo ves? Ahí ya empieza a nacer algo.
—Nada. Ni hay nada. Pienso que le di lástima porque tenía que regresar con el transporte público a casa. «¡Pobre gatito perdido!». Supongo que debió de interpretar algo así.
Chasquea la lengua y suelta una carcajada.
—¡Mujer de poca fe! Sin confianza no vas a ligar nada.
—Ya no ligo nada. Así que...
Señala hacia el estante.
—Pilla aceite de oliva. Nos hace falta.
Cambio de tema. ¡Guay!
—Voy.
Pero no. El tema seguía surgiendo. Y yo, respondiendo a las preguntas conforme podía pues algunas de ellas eran un poquito entrometidas.
La ayudo a guardar la compra. Luego me meto en mi habitación. Voy a llamarle. ¡Sí! Lo he decidido. Voy a volver a agradecerle que me trajera al piso, anoche, y de paso, tener una razón para charlar. ¡No creo que sea algo ni tan difícil como eso! Espero...
TRISTÁN
Abro los ojos. No sé qué hora es. Hoy no trabajo. Pero sí que me quedan tareas por hacer. Así que salgo de un salto de la cama.
Afuera no hay nadie. Recuerdo la amenaza de Nahuel de dejarme sin coche. ¡Este desgraciado no regresa hasta la tarde! Me lo veo venir. Bueno. Pues nada. A tener un sábado sabático.
Voy en busca del desayuno. El frigo está medio vacío. Recuerdo las prisas que ayer quería meterme mi hermano. Miro a mi alrededor. ¿En serio me toca, además, ordenar este cuchitril? ¡Maldito sea el muy pringado! Siempre escaqueándose de cualquier tarea. Me va a oír cuando tenga un poquito de tiempo. Mejor, se lo encontraré yo para decirle lo que tengo que decirle.
Miro a mi alrededor. Más o menos está ya todo en su sitio. Ha dejado de ser una asquerosa pocilga. Adelanto algo de trabajo en mi ordenador sentado en la mesa del salón. Mi madre me llama.
—¿Cómo estás hoy?
Ella se preocupa demasiado. No necesito que me pregunten cómo estoy diariamente.
—Tu niño mimado se ha ido de fiesta y me ha dejado con todo el marrón del piso, ¿qué te parece?
—No te pregunto eso, Tristán. ¿Qué tal estás comiendo? ¿Cómo estás durmiendo?
—Eso ya me lo preguntaste ayer.
—Y no me respondiste. Nahuel no me quiere informar. Dice que lo tienes bajo amenaza.
Me río divertido.
—Me gusta acojonarlo.
—¡Esa lengua! Y, por favor, sé sensato. Sabes que él te quiere. Quiere protegerte.
—¿Por eso se ha largado? Estará fuera todo el día. Perooo, que no me importa. De entrada, yo no necesito protección —aseguro, en un siseo—. ¡Que sí! Estoy bien. Y si vas a llamarme para preguntar solo eso...
—Sufro por ti. Ya lo sabes. No voy a hablar de ello porque sé que no quieres.
—Vale, mamá. Tengo que dejarte. Tengo un porrón de cosas por hacer.
—Hijo...
—¿Sí?
—Cualquier cosa...
— ...Te llamo. Claro. Y te aviso. O llamo a Nahuel. Aunque con él, no es que tenga un buen guardaespaldas.
—Lo tienes. Más de lo que crees.
Finalizamos la llamada. ¡Mi madre me abruma con su insistencia! Y no. No necesito que nadie me vigile. Ni me tenga bajo su protección. Nahuel me llama. Cuelgo sin responder. Le mando un mensaje.
YO
«Estoy bien. ¡Déjame en paz!»
NAHUEL
«Solamente me preocupaba por ti. Te quiero, capullo»
YO
«Si tanto me quieres no me atosigues, joder»
Se me elevan las comisuras. Soy un tipo afortunado por no sentirme solo. Por muy borde que me ponga. Solo que deben de entender que necesito la puta soledad ahora mismo.
El teléfono vuelve a sonar. No miro quién es. Simplemente le grito.
—¡Que estoy bien he dicho, joder!
—¿Y por qué no deberías de estarlo?
La voz femenina me confunde. Miro la pantalla. Se trata de un número desconocido. Endurezco mi voz. Cualquier llamada desconocida significa ponerse alerta.
—¿Quién coño eres?
—Vaya. Tampoco me ataques. —La escucho exhalar—. Sé que estoy invadiendo tu espacio personal. Pero quería volver a darte las gracias.
—¿Por?
—Por lo de ayer.
—¿Natalia?
—La misma. —Hace una pequeña pausa—. Gracias por llevarme a casa. Era muy tarde y pude llegar segura al piso.
¿Quién le ha dado mi número de teléfono?
—¿Quién coño te ha dado mi número de teléfono?
—Eso no es necesario que lo diga.
—Sí que lo es. ¿Te lo dio Nahuel?
—Me lo dio Elisa. Se lo pregunté a Nahuel.
—¡Puñetero traidor!
—¿Por qué no deberías de estar bien? ¿Ha pasado algo, Tristán?
—No te importa. Tengo que colgar.
—¡Tristán! —me grita.
—¿Qué quieres? Ya vale de meterte en mi vida privada.
—¿Qué está pasando? ¿Puedo ayudarte en algo?
—No.
—¿No?
—No.
Otra pausa... ¡Me están poniendo nervioso sus pausas!
—Sé que está pasando algo. Lo presentí desde el principio. Y si necesitas ayuda, estoy para echarte un cable.
—No te conozco. No eres quién para pedirme que te cuente nada —razono, conteniéndola en la línea fina del otro lado, donde debe seguir.
—Bien. Puede que sea una desconocida. Pero tengo corazón. Y ayudo a quien lo necesita. Sé que tú estás pidiendo ayuda a gritos.
—Adiós, Natalia. Tengo cosas que hacer.
—Lo sé. Yo también. —Suspira en profundidad—. No soy tu enemiga. No soy una mala persona. Puedo prometértelo.
—Eres una desconocida. Fin.
—Sí. Supongo que eso sigue siendo lógico. Lo soy, lo seré, mientras sigas alejándome de ti.
—Es lo que debo de hacer. No me haces falta.
—Eso es muy drástico.
—Solo somos compañeros de trabajo. Solo hablaremos si necesitamos comunicarnos por algo profesional. No te equivoques —espeto, rogándole que pare ya.
—Muy bien. Que pases un buen fin de semana.
—Si la gente sigue tocándome las narices, seguro que no.
—Ah, claro. Que no soy yo sola quien te las toca.
—Tengo que colgar.
—Vale. Yo también.
Tiro el teléfono sobre la mesa del salón.
—¡Maldita sea, Nahuel! ¡Esta me la pagas, cabrón!
Le mando un mensaje.
YO
«Vuelve a hacer algo a mis espaldas y te juro que te echo de mi vida. Por muy gemelo mío que seas»
NAHUEL
«¿Te ha llamado ella?»
¡Encima lo intuye y acierta!
NAHUEL
«Elisa me ha hablado bien de ella. Sé que puedo confiar»
YO
«¡Tú no sabes nada!»
Junto a mi reproche adjunto un emoticono expresando mi ira. Ya no responde. Desaparece de «En línea». ¡Bastardo! ¿Cómo ha podido hacerme esto?
Por fin aparece. Me encuentra apoyado en la mesa del salón, de pie, cruzado de brazos, observándolo con inquina.
—A ver... —levanta la mano—. En primer lugar, quería saber que estabas bien. Y en segundo lugar...
—En segundo lugar, le has dado mi número a Natalia. ¡Serás imbécil!
Alza las cejas.
—¿Te ha llamado?
—¡Por supuesto que lo ha hecho! ¿Qué te dije? ¿Acaso estás sordo? ¿Dónde estás cuando te hablo, joder?
—Ayer la llevaste a su casa y no paso nada: ni saltó sobre ti, ni intentó agarrarse al volante para suicidaros juntos, ni nada similar.
—¡No lo demuestran antes! En primer lugar, son corderitas que parecen santas como ellas solas. ¿Y luego? Luego te sale el sicario desequilibrado que está hecha. ¿Pero no lo viste con Estela?
—Tristán, por favor, no te enfades conmigo. Creo que Natalia no es así. Y necesitas a alguien para charlar.
—Tengo a Álex y a Brian para charlar —espeto, a ver si ve de una vez lo que está haciendo.
—En el sexo femenino. Digo. Ver que no todas las mujeres son iguales.
—¡Y tú qué sabes!
Resopla.
—Mira, tengo prisa, ¿de acuerdo? Hablaré con ella y le diré que no te llame.
—Si lo haces me harías un gran favor —aseguro, moviéndome hasta la cocina. Quiero comer algo y meterme en mi habitación. ¡Qué puta mala suerte llevo encima!
—Por cierto... —grita desde el salón—, ¿te gustaría venirte a cenar conmigo y con Elisa? Necesitas salir un poco —termina de decir apareciendo.
—¡Paso de hacer de carabina!
—Puedes ir acompañado de alguien. Si quieres, que se lo diga a Natalia.
Lo señalo entornando la mirada con muy mala leche encima.
—¡Que te den! —bramo. ¡Será idiota! A mi gemelo ya deben de faltarle todas sus neuronas. Le encanta rebasar los límites de mi paciencia.
Él solamente ladea la cabeza, me observa y, acto seguido, se marcha hacia el frigorífico para abrirlo y ver qué hay dentro, ignorándome. ¡En serio! ¡Este tío es tonto del culo!
Comemos en la misma mesa, aunque sin hablarnos. Nahuel se levanta antes con prisas.
—Me voy a currar.
—¡Anda! ¡Tira! Estaré mejor contigo fuera.
Me mira con tristeza.
—¿Estás seguro?
—Ya te digo. Porque no dejas de hacer tonterías y juro que me estás sacando de quicio. Que te guste Elisa no significa que tengas que adjudicarme a Natalia.
—No sé. Pero la veo muy maja. Y se queda muy solita si acaparo a su mejor amiga.
—¿Vamos a seguir discutiendo o te vas a largar?
Niega.
—Mejor me largo.
—¡Gracias al cielo! —recito, alzando los brazos. Me mira mal. Me importa un rábano. Se lo merece.
El piso se vuelve silencioso. Tan solo se escucha el reproductor de música que suena en el portátil que acabo de sacar para seguir con mis cosas pendientes. Afuera, en el rellano, escucho a algún vecino subir o bajar la escalera, dar un portazo, o, simplemente, charlar desde algún lado con el volumen elevado. Se está bien solo. Aunque es cuando entran los miedos, las paranoias y los etcétera similares.
Cojo el portátil y me largo a la habitación. Me esfuerzo por concentrarme. A mitad tarde me entra el hambre. Hay una bocatería en el barrio de la que me han hablado muy bien. Quiero probar su menú mientras realizo mi trabajo. Así que cargo con mis cosas y me bajo a la calle. No tardo en encontrarla. Está como a dos calles más abajo. Entro, al llegar y encuentro una mesa vacía. ¡Genial! Me siento. El camarero llega para tomar nota.
—Hola —señala con el boli hacia la carta que descansaba sobre la mesa. No me ha dado tiempo a leerla—, ¿qué va a ser?
Doy un repaso rápido a esta.
—Si necesitas tiempo puedo venir después.
Encuentro algo delicioso que va a ser el inicio de mi prueba del menú.
—Quiero este —le señalo con la yema del dedo el renglón de la combinación que quiero.
—¿Y para beber?
—Agua, por favor.
—Muy bien —dice, anotando—. Perfecto —masculla largándose.
Miro a mi alrededor. Suelo hacerlo desde lo de Estela. Estudio todo rostros sospechoso que clava en mí la mirada por demasiado tiempo. O el rostro de Estela entre ellos. Todo parece correcto. Abro el ordenador. Empiezo a teclear.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro