Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

5.

  TRISTÁN

 Llego a casa. Mi hermano sale a buscarme en cuanto escucha que abro la puerta.

    —Ya me tenías preocupado —murmura angustiado—. ¿Por qué has tardado tanto?

    —Estoy bien. Respira tranquilo —informo, arrugando la nariz con fastidio.

    —¿A qué viene esa cara?

    —No lo sé. Dímelo tú.

    —¡Oh! ¿Tal vez me reprochas, aún, lo de Natalia?

    —Es obvio. ¿Quién te pidió que la apoyaras en su desmesurado interés por mí? Y... por cierto; la acosadora se ha apuntado a mi curro. Supongo que, para vigilarme de más cerca —escupo cabreado.

    —¿Qué dices?

    —Para que luego pongas en tela de juicio lo que confirmo y me crees desquiciado —añado, concluyendo la conversación—. Necesito darme una ducha —digo, bajando un par de notas mi tono de voz. Me siento tan exhausto que ni siquiera me apetece estar en mitad de esta discusión.

    —¡He hecho la cena! La encontrarás en la cocina dentro de un par de platos tapados, aún caliente. Voy a hacer los deberes. —me grita desde el salón. Me he dado prisa en meterme en mi cuarto y coger las cosas para largarme al cuarto de baño. En serio que necesito esa ducha.

    Siento descanso cuando el agua caliente se derrama sobre mis músculos doloridos. Hacía tiempo que no trabajaba en esto. No es la primera vez que lo hago. Cuando tenía dieciséis trabajé en un bar de La Latina. Me hacía falta algo de dinero. Y allí estaba ese empleo, no muy bien pagado, donde trabajar a tiempo parcial compaginándolo con el instituto. A mis padres no les hizo demasiada gracia porque me esforzaba más en el trabajo, que en las clases. Finalmente, conseguí sacar todo adelante.

    Preparo la mesa. Me llevo el ordenador detrás. Esta noche no hay sesión de tele. O espabilo, o este, mi sueño, el de sacarme esta carrera y trabajar en lo que tanto me gusta, se me irá por la cloaca. Mi madre me ha llamado. He hablado con mis progenitores. Les he asegurado que estoy bien. Que todo va bien.

    —Si nos necesitas...

    —Lo sé. Todo está en calma. Quédate tranquila —insisto. Me gustaría prometérselo. Me encantaría prometérmelo a mí mismo. Y no puede ser. Todo es aún demasiado inseguro.

    Ya es muy tarde. Lucho contra mi sueño. Me levanto. Preparo un café. Escucho a Nahuel gritar desde su habitación. Seguro que está jugando con sus amigotes, y puede que incluso con Brian y con Álex. Hace cinco minutos me habían mandado un mensaje para entrar al servidor. Les he explicado por qué no puedo. Y ese canijo de ahí dentro, que había dicho que haría los deberes, no sé en qué coño está pensando. Si no va a estudiar, mejor que se vuelva de regreso a Soria. No. Prefiero que se quede por si necesitara su ayuda. Lástima que no tenga la suficiente fuerza de voluntad para meterlo yo en una caja de regalo, de regreso con mis padres. Como siga en este plan, vamos a salir a hostia limpia.

    —¡Eh! Huelo a café. ¿Has hecho?

    Señalo hacia la cocina.

    —¿No estabas haciendo los deberes?

    —Solo estoy jugando un rato. Se te echa de menos en el servidor.

    Niego, poniendo los ojos en blanco.

    —Seguid echándome de menos porque aquí tengo trabajo para horas. —Lo señalo—. Deberías de hacer lo mismo.

    Se mueve. Regresa con una taza de café. Lo huelo desde donde estoy.

    —¡Que sí, papito! Ya me pongo a ello.

    —Embustero —mascullo entre dientes.

    Tomo otro sorbo del que me he preparado yo. Vuelvo a teclear en el ordenador. Me iría a mi cuarto. Podría irme y evitar interrupciones. Sí. Lo hago. Así, si Nahuel vuelve a salir, no interrumpirá nuevamente esta, mi sesión de pura concentración.

    Recibo un mensaje de mi madre. ¡Por supuesto que sabe usar WhatsApp! Eso me abruma. Nahuel le ha contado lo de nuestro trabajo. Me dice que se siente orgullosa. Pero que no deje aparcados mis estudios. Sigue desconfiando.


  YO:

    «Puedo con todo, mamá. Ten fe en mí».


    Lanzo una mirada asesina hacia donde está situada la habitación de Nahuel.

    —¡Cerdo chivato! —espeto en un murmullo apretando mi mandíbula. Si es que puede quedarse callado ni debajo del agua.

    Sigo con el trabajo.


                                                                                           ~

  «Estela está frente a mí. Eleva sus comisuras, sedienta de algo. Sedienta de sexo conmigo, pues se ha abierto la camisa deseando que babee por ella.

    —¿Te gusta lo que ves?

    No puedo gritar, protestar, solo con murmullos. Mis labios están pegados a una ancha cinta americana.

    —Me deseas. Lo sé. Y yo a ti. Por eso te he traído aquí, conmigo.

    Niego, frunciendo el ceño.

    Se agacha. Me arranca la mordaza.

    —Di que me deseas.

    —¡Déjame en paz! Estás enferma.

    Su sonrisa se borra.

    —¿Sabes cuánto me he esforzado para traerte hasta aquí? —pregunta con rabia.

    —Alguien más te ha echado una mano —escupo en un siseo—. ¿Quién más está implicado en esta locura?

    Chasquea la lengua enderezándose.

   —Deberías de estar agradecido porque sienta este amor tan fervoroso por ti.

    —Es un amor enfermizo y sórdido.

    Frunce el ceño.

    —¿Tú crees?

    —Lo creo a pies juntillas.

    Se da unos golpecitos en la barbilla.

    —¿Quién es ella? ¿Quién quiere robarte?

    —Nadie.

    —Hay alguien. Estoy segura.

    —Déjame ir. Lo nuestro no funciona.

    Niega arrugando la nariz.

    —¿Sabes cuánto te quiero? —empieza a levantar la voz—. ¿Sabes lo que me estoy sacrificando por tu amor? ¿Y tú te dedicas a mirar a otras?

   —¡Te he dicho que no hay ninguna!

    —¡¡Mientes!! —vocea, cogiendo una de las sillas viejas que hay en el piso desvencijado, haciéndola estallar sobre mí repetidas veces hasta hacerla añicos, bajo mis gritos de dolor. ¿Es que no hay nadie en este edificio de pisos viejo y corroído? Lleno de grafitis y de suciedad. Grito. Mi dolor aumenta de intensidad porque sigue atizándome con lo que pilla a mano».


                                                                                        ~

    Me despierto espantado. Busco la sangre que, entonces, me chorreaba por todos lados. Mis huesos resquebrajados. Mis músculos inflamados. Toco. Duelen. Pero solo por el recuerdo.

    —¡Eh! ¿Qué pasa? —grita Nahuel saliendo de su cuarto—. ¿Estás bien? —me pregunta, tocándome por todos lados. Hago un aspaviento para que deje de hacerlo.

    —Sí. Solo ha sido una pesadilla.

    Frunce el ceño. Lo relaja y aparece una mueca de lástima.

    —¿Quieres que me quede contigo aquí, fuera?

    —¿Estarás callado? —Sella sus labios, dibujando una cruz sobre su pecho—. Vale —acepto—. Necesito algo de compañía.

    Asiente con una sonrisa de complicidad yendo a buscar su ordenador portátil. Doy un último sorbo a mi café. Me hace más bien estar despierto, que dormido.


   NATALIA

  He ido hablando con Elisa, por el camino, contándole con más detalles sobre la sorpresa de Tristán en mi nuevo empleo. La pasada noche le mandé un mensaje contándole por encima. Era tarde y tenía que terminar mis tareas después de cenar algo. Lo último que me había llevado a la boca ya habría traspasado los pies.

    —Debe de estar furioso. Seguro piensa que lo has hecho adrede.

    —Imagino, a juzgar por la cara que puso al verme. Ambos nos quedamos congelados.

    —¿No hablasteis? ¿No te dirigió la palabra?

    —Lo justo. Saúl hacía de intermediario por los dos.

    —Saúl...

    —El camarero que nos está enseñando. A él es a quien vamos a cubrir temporalmente.

    —Esto será temporal.

    —Lo es.

    Asiente decidida.

    —Investiga sobre Tristán ahora que puedes. Pregúntale directamente. Quizá te cuente. Ya sabes... en plan confianzas entre compañeros y eso. Esa muestra de cercanía que demuestra que te preocupas por él.

    —No voy a ponerme pegajosa. Eso empeoraría su aversión hacia mí.

    —Hablando del rey de Roma —dice, bajando la voz.

    Ellos dos y sus compañeros de clase se acercan en la lejanía.

    —¿Torcemos? Paso de provocar el encontronazo.

    —Pero...

   Niego.

    —Ve a hablar con Nahuel. Yo mejor mantengo las distancias —propongo, reconociendo que será lo mejor.

    Parece que Tristán siente curiosidad por mi nuevo rumbo, distinto al de Elisa. Por mi inesperada decisión de esquivarlo. Lo observo exhalar aliviado. Bien. No voy a ser la fuente de sus problemas.


    Vuelvo a reunirme con Elisa en clase. Ya hablaré con ella más tarde, si no ha quedado para almorzar con Nahuel en la cafetería.

   —Nahuel quiere que almorcemos juntos.

     —De acuerdo. Os dejo tranquilos.

    —¡Juntos! Todos en la misma mesa.

    —Le ahorraré en disgusto a Tristán. No me apunto.

    Me agarra fuerte del brazo.

    —Vamos... ¡No me falles ahora! —Tuerce el gesto—. No voy a dejarte sola —dice, y parece una promesa cuando se niega a soltarme.

     —En serio, Elisa...

    —¡No! Mira. Ahí vienen.

    Álex y Brian llegan con un par de chicas. Hoy seguramente cada cual irá por un lado.

    —Luego hablamos —dice Brian, riéndose a carcajada limpia con su compañera, seguido de Álex y la chica que lo acompaña.

    Tristán arruga tanto el entrecejo que temo que va a estallar en un grito.

    —Hola —saluda Nahuel—. ¿Entramos? —nos pide, mirándonos a las dos.

    Miro a Tristán. Aparta la vista exhalando. Muestra esa mueca de desinterés que se ha vuelto famosa desde que intenté abordarlo del mejor posible modo para charlar.


    Cogemos las bandejas. Vamos pasando para servirnos. Nos sentamos en una mesa no muy lejos de donde los compañeros de clase de los hermanos están.

    —¿Qué tal el curro? Tristán me lo ha contado —empieza a decir Nahuel

   Este le dedica una mirada asesina.

    —¡Yo no te he contado nada! ¡De hecho, no te he dicho nada! Así que, tu amiguita y tú, dejad de tramar porque me tenéis hasta los huevos —espeta, empezando a comerse su desayuno.

    Miro el mío, por mirarles a ellos. De repente se me ha quitado el hambre. Aunque tendré que aparentar. Me llevo a la boca la mitad del bocadillo que me he pedido. No me sabe tan bueno como me ha sabido hasta ahora. Mi cabeza está en un lugar distinto, incómodo, como para darse cuenta de a qué sabe esto. Me noto tan tensa que me duele el cuello. Nahuel y Elisa comienzan una conversación. Tristán sigue en silencio como yo.

    —Hay una convención de cosplay en Barcelona. La Japan Weekend. Tristán y yo queremos ir, ¿verdad? Eso si nuestro trabajo no nos lo impide. —Tristán vuelve a fulminarlo con la mirada—. ¡Qué! Elisa podría hacer de mi pareja en el mundo del cosplay. Natalia, de la tuya.

    —¿Qué te dije ayer?

    —¡Solo será un día! No me apartaré de tu lado.

    —¿Cosplay? ¿Qué es eso? —se interesa Elisa adoptando un gesto de rareza. Está graciosa con el ceño fruncido, sacando dientes y entornando su mirada.

    —Búscalo en Internet. Te va a molar.

    —Son frikadas —murmuro por lo bajo.

Tristán arruga los labios con molestia.

    —¿Estás en contra de eso? ¿Te vas a poner a criticar?

    —No, mientras no sea tu pareja en esa... chorrada de «cosawekeend» —acomillo.

    —Nadie te ha pedido que lo seas —espeta furioso.

    No es que me haga ilusión. Mucho menos, largarme a Barcelona para hacer eso. Además, tampoco sé si tendremos que cubrir a alguien ese fin de semana. De entrada, solo somos aquellos trabajadores que vamos a cubrir el turno de la tarde. Pero, ¿y si luego hacemos falta para echar unas horas aparte?

    La discusión sobre la colaboración se alarga. Nahuel acaba disculpándose por meternos en su idea sin consultarnos antes. Sin consultar a su hermano, dedicándole un guiño contradictorio. Su parte arisca no le gusta nada. Menos me gusta a mí. ¿Un cosplay? Oh. Entiendo. Son de esos chicos a los que les va el mundo del manga, el anime y los videojuegos. Lo sé por la recopilación de información que han ido dejando caer.

    Nahuel sale delante con Elisa. Tristán y yo nos quedamos más rezagados. Aprovecho. Hago hincapié en mi argumento.

    —Que sepas que no sabía que trabajabas allí —confieso, refiriéndome al nuevo empleo en común.

    —Como si no se te viera el plumero.

    Provoco que se detenga.

    —Y quiero decir que yo no quería almorzar con vosotros. Mi idea era dejarte en paz, ya que parece que no te caigo bien.

    —Pues has acertado. No me caes nada bien —deja caer arrastrando cada palabra con malicia.

    Lo veo alejarse. Pasa por el lado de Nahuel. Este lo llama buscando enterarse qué ha pasado. Le pido que no lo haga.

    —Déjalo ir. Ha sido muy mala idea juntarnos —sentencio, largándome sola a clase, al igual que él. Me alegra que asistamos a ello en edificios distintos. Es todo un alivio para momentos de tan gran tensión. ¡Gracias al cielo por darnos esta pequeña tregua que tanto necesitamos, aunque el resto piense que no! He llegado a la conclusión de que mantenerme lejos de él evita que discutamos. A fin de cuentas, no puedo ayudarle si no me lo permite. Forzarlo sería injusto. Suficiente tiene con tener que verme cerca y hablarme todas las tardes, si no es capaz de soportarme.

    «Abandono. Que te ayude otra porque yo no puedo. No dejas que me acerque ni un mísero milímetro».

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro