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4.


     TRISTÁN

  ¡No puedo creerlo! ¿Cómo son capaces de conspirar a mis espaldas? Escucho los pasos rápidos de Nahuel que camina rápido detrás de mí gritando mi nombre. No voy a detenerme. Me agarra de la camiseta obligándome a hacerlo.

    —¿La he cagado? ¡Lo siento! Es que...

    Giro en redondo.

    —¿No te has parado a pensar, ni un momento, en qué meollo me estás metiendo? —digo, dándome toquecitos en la sien en un ademán para tratarlo de loco—. ¿Sabes algo de ella? ¡No! Pues entonces, ¿por qué me expones?

    —A Estela se le vio el plumero desde el principio. ¡Recuérdalo! Era posesiva, agresiva, insistente, soberbia, colérica... se dejaba entrever su maldad en cada uno de sus actos.

    —Hay gente que lo oculta a la perfección. Y lo peor es que tienen cómplices. Aún no han dado con aquel que me arrastró hasta aquel local vacío tras darme un golpe en la cabeza, para que ella hiciera todo lo que hizo conmigo. Desconfío del mundo entero. ¡De todos! De cualquiera que se me acerque con actitud zalamera —explico colérico—. Quién no dice que Natalia sea similar. O si puedo confiar en ella.

    —No lo creo. No la veo así. Además, quería tantear el terreno. De ahí nuestra cita de esta tarde. Su amiga me gusta.

    —¡Entonces lígatela y déjame en paz! —bramo, fuera de mí—. Además, voy a estar ocupado buscando algún tipo de trabajo temporal que cubra por encima mis gastos. Deberías de hacer lo mismo. No podemos pasar del aire. Colabora —le sermoneo—. Haz algo de provecho, además de estudiar, que me parece que te gusta bien poco —lo regaño. Porque sé que, con facilidad, se distrae con cualquier cosa si se le presenta la ocasión.

    Mi hermano arquea una ceja sorprendido por mi reprimenda.

    —Para tu información ya tengo algo mirado. He hablado por teléfono con el encargado de la tienda y esta misma tarde tengo la entrevista.

    —¡Oh! Fenomenal. Que no sea todo una pérdida de tiempo.

    Ladea la cabeza con enfado.

    —¡Vine aquí para estudiar! Que lo sepas.

   —Y para ligar. ¡Como si no te conociera!

    Suelta una carcajada.

    —¡Pues sí! Me conoces de sobra. Y, en este nuevo empleo, iré de punta en blanco. Las citas me lloverán a mares. Estaré en la puta gloria.

    —Cómo no. Siempre buscando lo fácil.

    —¿Y qué? No soy como tú que te conformas con cualquier cosa. Por arduo que sea el trabajo.

    —Trabajo en lo que puedo. No soy tan comodón como tú. Definitivamente, no nos parecemos en nada —confirmo—. Seguro que tú te habrás metido de azafato en a saber qué museo, o similar.

    —No. Porque estaban cubiertos. Pero este comercio no está ni tan mal. Y me pagan bien.

    Sacudo la cabeza. Sueña demasiado despierto.

    —No adelantes acontecimientos antes de hora. Cíñete a la realidad —volviendo a moverme de camino a clase por el pasillo.

   Me llevo la mano al estómago. No me ha caído muy bien lo poco que he almorzado. Me viene a la mente la mirada de Natalia: obsesiva, insistente, controladora, buscando acceder a mí como sea. No voy a dejar que ella se acerque a mí. Puede que no sea como la misma Estela. Pero tampoco me agrada su modo de actuar. Hace saltar todas mis alarmas. Y ya he vivido demasiados dramas que me han dejado una terrible huella. No dejaré que mi hermano desdibuje la barrera que he puesto entre ella y yo para que pueda entrar en mi vida.

    Agradezco que demos clase en edificios distintos. Se me haría cuesta arriba tener que armarme de paciencia y esquivarla, además, en clase. ¡Entre todos van a volverme loco! Aunque, como dice Nahuel, ya perdí la cordura hace mucho tiempo.


   NATALIA

  Me encuentro con Roberta en el salón. Su gesto es de cansancio. Será una crack en Bellas Artes. Tengo toda mi confianza puesta en ella. Eso, y porque he visto el increíble trabajo que hace cuando su imaginación y su talento echan a volar.

    Pasa veloz frente a mí. Anoche preparamos un poco de comida para hoy. Ya ha calentado su ración. Tiene prisa por salir de nuevo de casa. Esta tarde empieza en su nuevo trabajo. Ese que la mantendrá entretenida durante las tardes, y hasta que la jefa lo permita, o los estudios. Ya se ha preparado un café cargado para aguantar la energía de los monstruitos que va a cuidar. Solo los conoce de pasada cuando acudió a la entrevista. Dicen que son dos cielos de criaturas. ¡Espera a que te tomen confianza y verás! Es más, los críos tienen un exceso de energía generalizada en alguna parte que se triplica cuando se les da cuerda y se aceleran. Pura dinamita para dejar a una tiesa en pocas horas. Ya la imagino regresar a casa con unas bolsas debajo de sus ojos más enormes que las de un canguro australiano. «Canguro». Sí. Ese será su nuevo empleo. Será la canguro de unos «monstruitos».

    —Perdona que coma antes, pero...

  Hago un aspaviento.

    —¡No! No. Ve a la tuya. Llevas prisa.

    —¿Has echado un ojo a ese empleo que te pasé? Es justo lo que buscas. Aunque sea temporal, durante un tiempo tendrás dinerillo extra para tus gastos.

    —Me acercaré esta tarde. Dudo que acepte mis «peros» en los días y horario que busco para compaginarlo en mis estudios.

    —Es complicado lo que pides. Pero nada es imposible. —Roberta cruza los dedos en alto—. ¡Vas a conseguirlo! —canturrea feliz. Lo que exijo, dudo que me lo concedan.

    —Sé positiva. Si no, pues a seguir buscando. Encontrarás algo seguro.

    Hoy en día no es tan fácil encontrar lo que se busca. Mucho menos, sin experiencia previa. Aunque soy autodidacta y aprendo deprisa. Pero, claro, no tengo un certificado donde ponga eso para convencer a quien sea. Los puntos están en la experiencia para que te acepten.

    —Juro que intento ser positiva, pero...

    Roberta me chista.

    —¡Espabila! Lo vas a lograr —me anima.


    Después de comer llamo al teléfono que hay en el anuncio. Se trata de una cafetería en pleno centro de Madrid. Quedo con la propietaria para hablar. Parece que le urge encontrar personal. Quiero ser la mejor candidata posible, siempre que las condiciones puestas me agraden, y esté de acuerdo con el horario y los días en los que puedo ir a trabajar. Compaginar trabajo y estudios.

    Me visto elegante. Quiero que mi aspecto hable mucho de mí. Soy una mujer seria, responsable, cumplidora. Es justamente lo que quiero reflejar.

    Cojo el metro. Me bajo en Alameda de Osuna. Miro el reloj. Voy bien de tiempo. Me gusta ser puntual.

   La cafetería se llama Dulce Respiro. Entro. Es un local grande con una decoración vanguardista. Con figuras geométricas en los azulejos que cubren zócalos altos, gamas cromáticas en marrones y blancos en techos y paredes con algo de gris, y unas lámparas artesanales de diseños imposibles que se precipitan del techo al vacío, dando una iluminación natural. Con música de estilo lounge. Muebles sencillos, de madera clara y acolchado en color beige.

    Me acerco a la barra. Me atiende un chico muy simpático.

    —¡Jefa! Le buscan.

    Ella se acerca. Es una mujer de unos cuarenta y tantos, estatura media, cabello rubio, peinado en un moño alto tan perfecto que no se le escurre ni un mechón por ningún lado, con unos ojos grandes, expresivos y castaños. A juzgar por los profundos surcos en su rostro, y las bolsas exageradas que hay debajo de sus ojos, diría que echa muchas horas en su negocio.

    —¡Hola! Soy Valeria. La dueña —me saluda.

   —Hola. Soy Natalia.

    —¡Ah! Natalia. Me habías llamado este mediodía.

   —Sí. La misma.

    —Y dime, ¿tienes alguna experiencia en esto?

    —¡Ay! Pero, ¿cómo voy a coger experiencia, si no me dejan trabajar en esto? —empiezo a decir a modo de discurso—. Aprendo rápido. ¡Eso es lo que debería de importar!

    —Es que no me vale solo eso. Necesito a alguien con experiencia. Saúl estará unas tardes fuera y necesito personal. En realidad, necesito un par de camareros por las tardes. Y los necesito ya. Sí. Es que Saúl me vale por dos —dice, sonriendo hacia él. Este le devuelve el cumplido con otra sonrisa.

    —Entiendo.

    Hablamos del salario. No está tan mal. Le explico el horario que tenía pensado solicitar. Esa es otra pega a juzgar por su mueca contradictoria.

    —Necesito a alguien para toda la tarde.

    —U otro camarero que me cubra el resto de horas, como estabas diciendo —añado.

    Me observa considerando lo que he dicho. ¿No había pedido, en un principio, dos camareros?

    —Será algo temporal.

    —Sí. Ya lo vi en el anuncio. Entonces, ¿podría empezar cuanto antes?

    —¿Tanto te urge?

    Sí que me urgía. Para no pensar. Y para tener ese poco de extra que me ayude con los gastos del piso que comparto con Roberta. Al fin y al cabo, ella se dejará la piel a partir de hoy por lo mismo. Por cierto, ¿cómo le irá?

    —Lo necesito. Sí.

    Chasquea la lengua suspirando.

    —Deja que lo considere, y ya te digo algo. En cualquier caso, ¿qué talla de ropa usas? Por si considero contratarte.

    —Una treinta y ocho. O una mediana.

    —De acuerdo. Pues nada. Un placer —dice, estirando la mano, con un saludo cortés y respetuoso.

    ¡Genial! Eso me ha sonado a: «Recoge tus cuchillos y márchate», como dirían en Master Chef. ¡Qué suerte la mía!


    Cuando regreso al piso, Roberta aún no está. Me meto en la habitación dedicándome a mis tareas pendientes. Antes, le mando un mensaje a Elisa para informarle. Aunque siga enfadada con ella, tampoco sé estar sin esa loca que me impulsa a seguir.


     ELISA:

       •«Si no es aquí, ya encontrarás algo. No te agobies».

     YO:

       •«Necesito el trabajo».

     ELISA

        •«Yo creo que no tanto»


Cierro el chat. Paso de discutir.

    Varias horas después, escucho la puerta de la calle. Salgo para asegurarme de que es Roberta, y no un ladrón que viene a desvalijarnos el piso. Lleva un aspecto deplorable.

—Tenías razón... ¡Esos críos quieren matarme! —asegura, con una mueca de disgusto, acelerando el paso hacia su habitación.

—¡Te lo dije! —grito hacia la nada, pues ella ya ha desaparecido dentro.


    No he podido dormir pensando en si Valeria me aceptará. Elisa me ha estado hablando sobre una telenovela y no sé qué más a la hora del recreo. Hemos comprado el desayuno, y nos hemos sentado en un sitio tranquilo del campus, esquivando a Tristán y a su hermano. Nahuel se ha mostrado lejano con Elisa. Aunque sé que hablan mucho por el chat. A mí no me engaña este par de farsantes. Supongo que, con ello, le habré dado una gran alegría a Tristán, pues parece algo más relajado y activo. Aunque su mirada siga perdiéndose de vez en cuando en algún lugar del espacio-tiempo que le debe de recordar algo no muy agradable.

    Finalmente, Valeria me llama. Quiere que vaya esta tarde. Ha encontrado a otro chico que me acompañará en el servicio. Pero que, mientras tanto, Saúl se ocupará de enseñarnos. Otro chico... De acuerdo. Un compañero. Mientras no sea un tipo borde y arisco... Para borde y arisco ya está Tristán. Pues mira que se las trae.

    «Deja de pensar tanto en esta alma perdida y vive tu vida. Ya se las apañará. Es mayorcito».

    La voz de mi conciencia desea que lo olvide y siga con mi vida. Pero un rinconcito de mi corazón me sigue gritando que le eche una mano.

    «¡Gilipollas! No aprendes, tía. No eres Dios para ir concediendo milagros».


    Mientras como, adelanto algo de trabajo. Roberta acaba de salir. Otra vez, me ha deseado suerte. Ella quiere que triunfe. Y yo quiero que regrese entera. Parece que ese par de chiquillos la están machacando de lo lindo. Aún eran oscuras las ojeras que nacían de debajo de sus ojos. Supongo que, también, por hacer las tareas a deshoras. Lo sé, pues estoy haciendo igual. Apenas estoy durmiendo cuatro horas nocturnas. Y menos que voy a dormir si me aceptan en el trabajo.

    Cojo el metro. Haré solo cinco horas por las tardes, así que he adelantado bastante en mis tareas hasta que he salido del piso. Llego a hora. Valeria me recibe. Me transfiere a Saúl, un chico alto de unos veintiséis más o menos, delgado y con bastante desparpajo. Sí. El mismo que me atendió ayer en la barra. El muchacho es guapo.

    —Bien. Me ha dicho Valeria que partimos de cero. No tienes experiencia en esto.

    Exhalo avergonzada. ¿Qué quiere que haga?

    —Así es.

    Acompáñame.

    Se pone a vaciar una mesa. Se ha traído con él una bandeja. Limpia la superficie de esta. Mientras, habla:

    —De acuerdo, tus mesas para servir son las de este lado del local —las señala—. Las del nuevo, la otra parte.

    —¿Las del nuevo? ¿Ya está aquí?

    —Sí. Claro. Él cubrirá el turno de tarde entero.

    —¿Entero?

    —Será con quien tendrás que compartir el servicio. Espero que os llevéis bien.

    —¿Y quién es? —quiero saber. ¡Ya estoy nerviosa! Por favor, que no sea un imbécil, ni un resabido, ni un chico demasiado crío sobre el que tenga que llevar yo todo el tiempo la mayor responsabilidad.

    —¿Natalia? —Esa voz, a mis espaldas, me suena. Me doy la vuelta. ¡Diablos, es Tristán! ¡Fantástico! Va a cogerme más tiña si el trabajo no saliera bien y me echara a mí la culpa! —¿Qué haces aquí?

    —Trabajar. ¿No lo ves?

   —¡Guay! Os conocéis. Eso me alegra. Os comunicaréis más que si fuerais un par de desconocidos.

    Estuve a punto de poner el «pero» a esto. «Pero no nos llevamos bien».

    Tristán aprieta la mandíbula. Se marcha por donde ha llegado para seguir con lo suyo.

   —¿Me equivoco o tal vez no os lleváis bien? —Saúl chasquea la lengua—. Pues lo tenéis agrio si no os lleváis bien —sentencia, haciéndome una seña para que lo siga—. Te voy a entregar el uniforme. Cámbiate en el baño. Mejor, ven al trabajo cambiada de casa —explica, entregándomelo.

    Me meto en el pequeño habitáculo del baño para mujeres. Es incomodísimo para cambiarse. Trabajaré con Tristán. ¿Qué broma es esta?

    «¿No querías investigar? ¡Mira si lo tienes a mano!»

   «¡No lo quería tan a mano!»

   Me doy un manotazo en la cara. Esto es lo más absurdo que podría ya ocurrirme desde que he llegado a Madrid. Pero mira; yo quería saber más de él, y a la fuerza, seré informada.

    Salgo. Me vuelvo a encontrar con Saúl, el cual, me da más instrucciones.

   —¿Y qué has venido a estudiar? —me pregunta, intentando socializar un poco y conocerme.

    —Algo así como periodismo.

  —¡Buf! No me gustan los paparazzi. Son unos cotillas de aúpame.

     —Sin ellos, no sabríamos ni la mitad de cosas que ocurren en el mundo.

   —Imagino. Pero pobres famosos que llevan uno pegado a su culo.

    —Prefiero la acción, a la prensa rosa.

     Abre los ojos con sorpresa.

     —¡Vaaaya! ¡Una mujer de acción! —Asiente—. Mola. —Señala—. Y ahora, empieza por allí —me indica, señalando hacia la primera mesa que voy a servir. ¡Ya estoy hecha un flan!


    Al principio me he mostrado torpe. Pensar que estaba haciendo equipo con Tristán me producía un temblor en las manos. Luego, he cogido el ritmo. Incluso Saúl me ha felicitado.

    —¡Ey! ¡Ya le estás cogiendo el truco!

    —Creo que sí.

    Me enfurruño, pues Tristán ha cogido el ritmo mucho antes que yo. ¡Seguro que no es la primera vez que hace esto! Hasta me ha salvado el culo en alguna ocasión.

    —Gracias —he verbalizado en un susurro. Pero me ha ignorado.


    Termino el servicio. Tristán se va a quedar. Pues, ¿cuándo hará sus tareas? Es una completa locura hacer el servicio completo teniendo pendientes los trabajos escolares. Va a aguantar mucho menos tiempo que yo en esto. ¡Podría apostar en ello y no equivocarme!

    Valeria se acerca antes de que me vaya.

    —Al principio tenía mis dudas. Luego he decidido darte la oportunidad. Y me alegra no tener que buscar de nuevo a un sustituto para ti. Estás contratada —dice, estrechándome la mano.

    —¡Gracias! ¡Muchas gracias!

    Me echo la chaqueta por encima. Ya me cambiaré de nuevo en casa. Paso por el lado de Tristán.

    —Nos vemos mañana —digo, animada. Esperando algún tipo de respuesta más acorde con nuestra nueva cercanía. Solo eleva el mentón. Aunque no dice nada. ¡En fin! Ni así soy capaz de lograr que se abra.

   Tengo agujetas. Me duelen zonas que ni sabía que existían en mi cuerpo. Por la noche prefiero coger el bus. Las estaciones de metro me dan más yuyu.

    Mientras espero debajo de la marquesina, le mando un mensaje a Elisa contándole lo de mi nuevo empleo. Con quién comparto servicio. Me llama. Está flipando.

    —¡Seguro que esa es una señal del destino!

    —¡No digas chorradas!

https://youtu.be/g8z-qP34-1Y

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