Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

23. 1

   NATALIA

  Sigo sin creérmelo. Me sujeto la cabeza sintiendo que va a estallarme. Elisa me rodea con sus brazos y me acerca a su pecho.

    —Seguro que es todo un malentendido. Vete a saber si no pueda estar tirado por ahí vomitando las dos raciones de ramen —trata de bromear.

    —Me lo hubiera hecho saber. Y lo peor, no fui insistente para ir y a compañarlo hasta el baño. Es la primera vez que he sido demasiado descuidada.

    Besa mi frente.

    —No lo habías visto venir.

    Nahuel habla por teléfono. Dice algo sobre unos billetes para el avión. Eso me dice que sus padres quieren llegar cuanto antes hasta aquí. Deben de estar sufriendo por Tristán tanto como yo.

    Álex y Brian se han quedado en su cuarto. Elisa, Nahuel y yo buscábamos algo de intimidad, ya que somos los más cercanos al afectado. Para solucionar con rapidez lo que sea. Para pensar, y exponerlo más tarde al resto, en caso de necesitar ayuda, que, de seguro, vamos a necesitarla.

    Recuerdo al incompetente hijo de puta de Óscar. ¿De verdad es uno de los cómplices de esa loca? ¿Cómo ha sido capaz de traicionar a un gran amigo de ratos muy buenos? Porque ¿Han sido, son y serán rivales en el amor? ¿De verdad eso vale una preciada vida?

    Estallo en llanto. No puedo más. Elisa me aprieta un poco más tratando de consolarme.

Nahuel cuelga y lo llaman.

    —¿Diga? ¿Dónde estás, cabrón? —¿Habrá dado con Tristán y estará bien?—. ¿En comisaría? ¿Qué me estás contando? Vale. Luego vienes aquí, al hotel. Tenemos que hablar.

    Elisa y yo miramos a Nahuel sorprendido.

    —Era Óscar. Quien se llevó a Tristán lo noqueó en los aparcamientos. Va a dar datos del susodicho a la policía. Dice que era uno de esos tipos que nos sirvieron, en el puesto de ramen.

    —¡No jodas! —exclama Elisa, sorprendida.

    —¿Cómo... cómo pudo llevárselo con él?

    —Óscar dice que Tristán estaba inconsciente.

   Me llevo la mano al pecho en un ataque de angustia. ¡Estaba indefenso y no lo he ayudado! Entonces lloro. Lloro como nunca lo había hecho. ¿Cómo pude dejarlo solo? Prometí protegerlo. Le aseguré que todo iría bien si estaba a mi lado. Y ahora, me siento enormemente decepcionada conmigo.

    Nahuel se acerca. Frota mi espalda.

    —Tranquila, Natalia. Juro que daremos con él.


    Cuando Óscar llegó, nos contó con pelos y señales cómo era el tipo, el coche que llevaba. Y que no pudo hacer nada porque supo perfectamente cómo agarrarlo del cuello y dejarlo KO, en el suelo.

    —No pude detenerlo. Lo siento... —Se gira hacia mí, como si se tuviera que disculpar más conmigo, que con el hermano del afectado—. Lo siento, Natalia. Juro que lo siento.

    —Cuando lo viste indispuesto, tendrías que haberlo dicho.

    —Ya. Pero él no quería... no quería ser molestado. ¡Yo qué sé!

   —Sabiendo el riesgo que corría, fuimos de lo más descuidados —protesto, en un grito.

    —Ahora, lo importante, es encontrarlo —ruega Nahuel—. Me gustaría saber cómo supo Estela que estábamos en Barcelona. Quién se lo dijo. Cómo dieron con nosotros.

    —¡Voy a darle una hostia bien dada a quien le facilitó el paradero! —grito, furiosa.

    Elisa me abraza un poquito más.

    —Guardemos las fuerzas para solucionar esto, a tiempo. ¿De acuerdo?

    Todos asienten. Tenemos que mantenernos serenos para lo que venga a continuación.


    Roberta me llama.

    —¿Natalia?

    Parece apurada.

    —¿Sigues en Barcelona?

    —Sí. ¿Por?

    Gimotea.

    —Es Damián, mi novio. Dijo que tenía que salir de viaje por unos asuntos. Hoy me ha llegado estas fotos desde su teléfono, ha sido verlas, hacer las  capturas de pantalla, volver para comprobar, y ya las ha borrado. Ser había equivocado de chat. ¡Lo he pillado!

    —¿Qué fotos?

    Las manda. Una es una foto nuestra paseando por el salón del manga. Llega otra captura. Con la ubicación del lugar.

    Trago saliva. ¿Damián? No llegué a conocerlo. Pero Roberta hablaba maravillas suyas. Decía que era un chico cariñoso. Un pelín tímido, pero sabía cómo hacerle el amor hasta dejarla exhausta.

    «¡Los psicópatas más terribles suelen ser personas retraídas o raritas!»

    Mi cabeza vuelve a hablar y me desmorono de nuevo.

    —¿Damián está... aquí? Necesito una foto suya.

    —Claro.

    La recibo. Se la muestro a Óscar, y al resto. Pero sobre todo a Óscar, que fue quien se tropezó con él. Abre los ojos exageradamente, sorprendidísimo. Yo ya lo había medio reconocido. El resto, igual... Bajo aquella gorra, en el restaurante de ramen.

    —¡Es el tipo! ¡Mierda! ¿Ha utilizado a tu amiga para recabar información? ¡Cabrón! ¡Qué iba a saber ella que el canalla de su novio estaba metido en el ajo!

    —Ella no hablaría. Ella no... no contaría nada sobre nosotros; sobre Tristán.

    —Natalia, ¿sigues ahí?

—¡Pensaba que sabías guardar secretos! Haré las maletas, y me largaré cuanto antes del piso. Paso que conozcas sobre mi vida.

    —Natalia...

    —¡Ni Natalia, ni hostias! La has cagado, Roberta. Por irte de la lengua, ahora Tristán está...

    —¿Está...? ¿Qué coño quieres decir?

    Tengo que escupirlo o reviento.

    —Has puesto en bandeja a Tristán para que Estela logre lo que buscaba. Acabar con su vida —escupo con rabia, para colgar.

    Vuelvo a llorar. Mencionar qué pasará por no detener esto a tiempo, hace que me sienta abatida.

    Cada vez, se riza más el rizo. ¿Damián? ¿Por qué tendría que haber utilizado a Roberta, el muy cabrón? ¿Y por qué ella tendría que contarle cuando le dije que se andase con cuidado, por si acaso, cuando había cómplices de Estela por ahí, sueltos?

    Me fijo en los moratones que Óscar tiene en la cara. Más las marcas de presión en su cuello. Parece que ha peleado valientemente por su amigo, antes de ser derrotado sin remedio ninguno. Siento haberme equivocado con él.

    —Gracias —sale de mis labios, y se extraña.

    —¿Por qué?

    —Por intentar ayudar a Tristán.

    —Es mi deber como amigo —dice, lanzando un suspiro al aire de pura desesperación.

    ¿Cómo iba a sospechar de alguien que no había visto? Si solían quedar siempre fuera del piso. Seguro que, para llegado este momento, no pudiera identificarlo. Le salió el tiro por la culata, desde luego, cuando Óscar sí que lo ha conseguido. Y la policía, según él, ya está al tanto. Con más datos, quiero creer que tenemos más esperanzas de encontrarlo. ¡Ojalá! Y sea lo más pronto posible. Antes de que... ¡No quiero ni pensarlo! Ni imaginarlo. Llegaremos a tiempo. ¡Lo sé!


    Estoy de los nervios. Voy a conocer a los padres de Tristán —y de Nahuel—, en momentos tan delicados como este.

    Acompaño a Nahuel al aeropuerto. No tardamos en dar con ellos, en la puerta de desembarque. Nahuel se abraza a ellos, primero a uno, y después a otro, entre lágrimas. Hay mucha tensión en el aire. Demasiado dolor acumulado que regresa de nuevo para seguir con la maldita pesadilla.

    Su madre llega hasta a mí. Recoloca un mechón perdido como gesto afectuoso de primer contacto.

    —Tú debes de ser Natalia. —Asiento—. Me han hablado de ti —dice, al tiempo que me abraza. Lloro. No quiero que Tristán muera. Acaricia mis cabellos—. Lo encontraremos. Ya verás. Nahuel es un peleón de los buenos.

    —¡Es un cabrón! Tendría que haber ido con él al baño cuando se sintió indispuesto.

    —Ya no podemos culparnos, hijo —dice el padre de Nahuel—. Ahora, tenemos que centrarnos con lo que hay. Y si la policía ya está al tanto de tantos datos, debemos dejarles trabajar.

    —Mi niño... mi niño —solloza su madre, sorbiendo por la nariz. Secándose los ojos.

    —Os alojaréis en el mismo hotel que nosotros. Estaremos todos cerca. Hasta que esto se resuelva.

    —He llamado a la universidad —dice la madre de Nahuel y Tristán—. Tienen que saber que faltaréis a clase hasta que esto se resuelva. He pedido discreción.

    Nahuel asiente.

    —Bien hecho, mamá. No necesito más preocupaciones que esta, con la que cargamos, y que es más que pesada.

    Ella asiente.

    Los padres de Nahuel dejan las maletas en la habitación. Bajamos al bar del hotel. Necesitamos hablar... en familia. Necesito que me conozcan bien para confiar. Necesitamos saber qué hacer en cualquier caso. Elisa también se ha presentado. Está con nosotros. María, la madre de los gemelos, se ve feliz porque ve que mi amiga y yo tenemos la cabeza sobre los hombros. Mujeres correctas, serias y cercanas. Y me siento en familia. Pero también echo de menos a mis padres. A mi hermana. Quiero ponerlos al tanto de ello porque, aunque han sabido de mí todo el tiempo, necesito ubicar a Tristán, dentro de nuestro círculo familiar.

    Llamo a casa. Hablo con mi madre. Me desahogo.

    —Cielo, ¿necesitas que vayamos?

   —No. Mejor será que Anaís no pierda clase. Os iré informando.

    —Por favor, ten cuidado. No me había contado nada de esto.

    —Te hubieras preocupado demasiado. Papá y tú me habéis educado para saber a quién ayudar. Y yo necesitaba ayudarlo a él. Porque... lo amo.

    Escuchar las palabras de mi propia boca me hacen creer todavía más que, si estoy aquí, en este momento, es porque quiero ser valiente. De gran ayuda. Voy a remover cielo y tierra para encontrarle. Pienso soportar lo que tenga que soportar, por él. Por eso. Porque lo amo. Y porque necesito que su corazoncito siga latiendo.

    —¿Y no saben dónde podría estar?

    —La policía va a palos de ciego, mamá. ¡Hay tantos Audi A4, negros, con lunetas traseras tintadas!

    —¿Y la matrícula?

    —A Óscar apenas le dio tiempo a memorizarla, por desgracia.

    —Vaya, hija...

    —No sé cómo vamos a resolver esto. Quiero pensar que va a ocurrir un milagro. Quiero que ocurra —digo para mí, intentando convencerme.

    —Encenderé una vela para que ocurra ese milagro. Rezaremos por ello, hija.

    No soy tan creyente como mis padres. Sin embargo, debe de haber algo divino ahí arriba que guarde el orden y equilibrio de este mundo inútil que se resquebraja con el paso de las horas.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro