Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

22.

  TRISTÁN

  Son los nervios; esos que se me acumulan en el estómago como hormigas voraces. Creo que lo llevo todo. La maleta está hecha. La habitación del hotel, reservada: la mía, y la de mi hermano. La del resto esto, también. Habitaciones dobles. Incluso la que dormiré con Natalia. Podríamos haberla pedido matrimonial. Con una cama enorme para cometer locuras. Pero bueno. Así está bien. Hasta en el mínimo espacio se pueden cometer perfectamente dichas locuras. Álex y Brian han decidido ir solos. Óscar, —yo aclararía que dormirá con su amor propio y su cama será pequeña para tanto ego—, como bien decía, no tiene pareja. Así que se han pedido habitaciones simples.

    —Vale. Si lo tienes todo, nos vamos.

    —Sí. Creo que sí.

    —Estupendo —responde Nahuel, con su respiración entrecortada de ir por todo el piso como pollo sin cabeza, organizando—. Va —dice, pidiendo que pase delante de él para cerrar con llave.

   Tenemos billetes para el tren de alta velocidad. Hemos quedado en vernos con la peña en la estación. Incluso con las chicas. Hemos solicitado un taxi para que nos recoja. No tenemos claro eso de dejar el coche estacionado allí, durante tantos días.

   Durante las semanas anteriores nos hemos estado probando los atuendos para el cosplay, más sus complementos. Que todo quede perfecto. Natalia me ha hecho un sinfín de fotos, piropeado, emocionado. La he acusado de exagerada. Pero me ha besado y me ha echado la reprimenda sobre no protestar cuando alguien que te quiere tanto te dice cosas bonitas. Te mira con esos ojuelos. ¡Claro! Y qué voy a decir... Si estoy encantado por ello. Tengo un corazón tan henchido que a poco va a explotar.

    Hemos alcanzado diciembre, con lo que nos toca llevar varias capas de ropa de abrigo, pareciéndonos a una cebolla. Así es como suele decirlo mi madre. Se me ha pegado la palabreja de ella, desde luego.

    Finalmente, Natalia no se ha animado a ir de Asuna. Ella no es de compartir conmigo esa locura. Pero sí, ir de acompañante real. ¡Qué lástima! Hubiera estado de puta madre.

    Mi madre ha llamado un sinfín de veces persuadiéndome de que fuera a esto.

    «Lo siento, mamá. Pero a testarudo no me gana nadie. Y a querer vivir al máximo hasta que me llegue el día en que perezca, seguramente antes de lo que crea, tampoco».

    No ha servido de nada sus ruegos, pataletas. Sé que está sufriendo. Pero yo también. No puedo detenerme y hacerme una bola en un rincón, llorando en un ataque de pánico como un demente. Eso no es para mí. Además, la ansiedad provoca pensamientos irracionales. Paso de volverme tan loco como eso. Todavía tengo una pizca de cordura con la que vivir disfrutando de mi juventud. Aunque esté sentenciado. Porque sé que, más pronto, o más tarde, ella me encontrará.

    Para llegar hasta la estación, esta vez nos pedimos un Cabify que es mucho más barato. Cualquier transporte público nos parece bueno, si nos lleva hasta allá, a tiempo. Y si nos abriga del frío invierno durante el trayecto, cuando yo mismo estoy muerto de frío. Tendré que llevar alguna camiseta térmica, otro más grueso, y pantalones calentitos, de color todo negro, desde luego.

     Al llegar, las chicas ya nos están esperando. Son excesivamente puntuales... ¡Cómo no!

    Como se ha vuelto nuestra costumbre, Natalia se acerca con velocidad para abrazarme con ese amor que me profesa tan puro e intenso. Nos besamos. La beso con ansia olvidando que tengo público.

    Estás tiritando —me dice ella en un susurro.

    Voy a responderle. Nahuel me interrumpe.

    —¡Oyeee! Ya os lo montaréis en el hotel.

    Señalo a mi hermano que hace exactamente lo mismo con Elisa, empezando con un«hola, princesa», para luego comerle la boca.

    —Dijo Christian Grey...

   Me señala.

    —¡No te pases, gilipollas!

    Todos nos reímos con la broma.

    —¿Lo llevas todo? —pregunto esta vez, interpretando a la parte responsable de ambos.

    —Sí.

    Me agacho hasta su oído. Bajo la voz.

    —¿Te has pillado un par de conjuntitos sexys para sorprenderme? Porque vamos a cometer un sinfín de locuras dentro de la menuda habitación —explico en un murmullo.

    La noto estremecerse.

    —¡Tristán! —protesta, empujándome hacia atrás, colorada. Sé que lo está deseando tanto o más que yo. Aunque no nos hayamos cortado en hacerlo cuando nos hemos quedado solos, que ya han sido unas cuantas veces. No sería novedad, pero igual de excitante.

    —¿Habéis acabado de daros el lote, tortolitos? Porque no tardaremos en subirnos al tren. Y tenéis público observándoos —grita Óscar, acercándose, riéndose.

    Álex y Brian llegan detrás de él, a pocos pasos, tirando de sus menudas Trolley. No hace falta demasiado equipaje para pasar un fin de semana.

    Chocamos las manos con ese saludo peculiar entre jóvenes.

    —Así que esta chica es tu novia —supone Óscar, comiéndosela con la mirada, y la curiosidad—. ¿No me la vas a presentar?

    Frunzo el ceño por un instante. Si cree que va a meterse de por medio para joder nuestra relación, se está equivocando. A ver, somos amigos, pero a la vez, rivales, a causa de nuestros días de instituto y lo que ocurrió entre ambos.

    —Natalia, este es Óscar. Un amigo.

    —Hola —dice ella. Se dan un par de besos en la mejilla.

    —Encantado. Eres mucho más guapa de lo que esperaba. —Lo fulmino con la mirada y ríe. Alza las manos—. ¡Tranqui, tío! No voy a robártela —dice, sin cortarse, junto a una risilla de estupidez suprema.

    Natalia lo mira, confusa y apurada. A él le da lo mismo. Por esa parte, no ha cambiado nada.

    —Esta es Elisa —le presenta mi hermano a su chico, deseando cortar tanta tensión.

   Hace lo mismo que con Natalia: ese par de besos.

   —Encantado —dice, mirando a Elisa brevemente, para seguir clavando la mirada en Natalia. Su interés por ella me está cabreando bastante.

    Se hace una larga pausa donde nos miramos con una tensión que podría cortarse con un cuchillo jamonero.

    —Pues nada, chicos. Si nos entretenemos más, perderemos el tren —nos recuerda Brian, con Álex asintiendo para darle la razón.

    —Sí. Mejor será que nos movamos —lo apoya Nahuel, vigilándome de cerca por si ha de saltar sobre mí antes de que le dé una hostia bien dada a Óscar.

   Dos horas y media dan para dar una buena cabezada, tratar de organizar todo para no ir a palos de ciego una vez lleguemos allá. Sin embargo, a Natalia y a mí nos van más los arrumacos y otros temas relacionados con el futuro solos dentro de aquella mini fortaleza temporal, además explicarle un poco por encima de qué va el evento en el que voy a participar.

    Elegimos el taxi como modo de movernos hasta el hotel. Así, la pequeña maleta o bolsa de viaje que llevamos no dará demasiados trompicones como daría si nos movemos en metro. O tener el riesgo a que nos la roben. ¡Quién sabe!

    Llegamos al hotel. No está tan mal como sospechábamos por el bajo precio. Porque, veamos, no nos podemos permitir un «Taj Mahal» con los pocos eurillos acumulados con el curro temporal.

    Natalia echa un vistazo a la habitación girando en redondo. Luego se dirige al baño. Es pequeño. Pero nos vale. La habitación está pintada con tonos pastel. Lámpara de plafón pegada al techo, a juego con la de las mesillas de noche. Colchas estampadas de dibujos geométricos menudos en tonos azul y crudo. El baño está chapado hasta mitad, y el resto, hasta el techo, lucido y pintado de un color crudo, haciendo juego con los azulejos. Hay plato de ducha, lavabo y taza de baño. Además de un ajustado bidé. Todo embutido en tan pocos metros cuadrados. Plafón al techo, como afuera. Hay bastante luz, eso sí. Incluso existen unas pequeñas bombillas en el espejo del lavabo, y un pequeño mueblecillo debajo de este.

    —Vale. Tampoco está tan mal como creíamos.

    —Es cómoda. Está limpia y tiene mucha luz.

    —Incluso estando en un barrio así de solicitado, el precio nos ha salido acertado.

    —Solo espero que la pega no sea que se nos coman las cucarachas o algo así. Algo falla en este chollazo.

    —El hotel es antiguo.

    —Pero no tiene grietas, ni desconchados, ni humedades —señalo hacia el techo—. Mira. El menudo extractor hace su papel adecuado.

    Natalia pone los brazos en jarras.

     —¿Sabes? Nos parecemos a «Los gemelos reforman dos veces».

    —Nunca he visto ese programa.

    —A diferencia que, tu otro gemelo, está en la otra habitación... ¡Y paso que se meta en esta! —Se pasa la mano por la frente—. ¡Líbreme el cielo de ello!

    Estallo en una carcajada.

    —¿Qué te has fumado mientras no te he estado mirando? ¡Cuánto ingenio y salero, de repente!

    Eleva el dedo índice. Tuerce su carnosa boca en un cómico mohín.

    —¡Es que soy graciosa! ¡Y salerosa! —vocaliza hasta la exageración—. Y muy divertida —añade—. Aunque eso ya lo sabes de sobra.

    Me acerco a ella atrapándola por la nuca. La beso con ternura. Me enlaza entre sus brazos, acompañándome en este gesto de amor que ya nos sale tan natural e indispensable.

     El beso se está alargando. Escuchamos unos golpecillos insistentes en la puerta y gritos.

    —¡Gente bonita! ¡No es momento de darse un homenaje! Vamos a hacer un poco de turismo. ¿De acuerdo? —grita mi hermano Nahuel desde el otro lado de la puerta. ¡Definitivamente, tiene ganas de que su atractivo hermano mayor le dé una hostia a mano abierta!

    Salimos Natalia y yo de la habitación. De inmediato, le doy un empujón a Nahuel para que se aparte.

    —¡No te pongas así, hombre! Ya dijimos con antelación qué queríamos hacer.

    Álex, Brian y Óscar nos observan con una mueca divertida.

    —¿Y vosotros qué miráis? —grito, cabreado.

    Eso provoca que se rían todavía más.

    —Lo que yo decía. El atractivo de tu esposa te distrae, y me parece de lo más divertido.

    Lo señalo.

    —¡Tú, a callar!

    —No la pierdas de vista, por si acaso —bromea. Y no me ha hecho ninguna gracia.

    —Si sigues lanzándome puyitas, acabaré atizándote —le aviso.

    —¡Que es broma, hombre!

    Alza las manos alegando inocencia. Este tiene de inocente lo que yo, de millonario.


     Sé que no va a darnos tiempo a ver todo. Evidentemente, escogeremos lo más llamativo. Hacemos una lista de ello, y qué autobús o metro coger para llegar a cada punta indicada. Después, por la tarde, lo más normal será que nos dejemos caer en la convención del evento. Después de comer tendremos que ponernos los atuendos y hacer cola allá, a la entrada de Feria Barcelona. Ya estoy de los nervios. El resto también lo está. Por eso, primero hemos decidido conocer la ciudad para no decir que no nos hemos interesado por conocerla y, más tarde, nos acercaremos hasta allá. En realidad, hay poco tiempo durante la mañana. Pocas cosas podremos ver. Al final, terminamos dejándonos caer en La Rambla, nos hemos acercado al parque Güell —fotos, muchas fotos hemos hecho y espero que tenga suficiente espacio en el teléfono para almacenarlas—. Hemos visitado el Paseo de Grácia, el Puerto Olímpico —todo, con el turbo puesto, moviéndonos en metro, o en bus. No sé si llegaremos a visitar el Tibidabo. Nos encantaría—. Finalmente, hemos subido hasta lo alto de las vistas de los Búnkers del Carmel —nos hemos quedado maravillados con las vistas, y he estado a punto de deshacerme de mi hermano Nahuel allí y que pareciera un accidente. Mentira. Ni se me ocurriría. Es un grano en el culo, pero no podría estar sin él—, para finalizar en alguna calle más con monumento interesante, o mencionado en Google.

    Natalia apenas se ha soltado de mi mano. Ha estado atisbando a todas partes como quien teme a que algo o alguien, en este caso, saliera al paso. Yo ya me había olvidado de ello. Cuando se está a gusto, el tiempo pasa volando. Y como varias veces escuché: ella no tiene por qué saber dónde estoy y, por ende, no puede encontrarme.

    Acabamos en uno de esos bares pequeños donde hacen unos bocadillos que están para chuparse los dedos. Al menos, estos, nos han parecido exquisitos, o será el hambre atroz que llevábamos.

    —No ha estado nada mal la excursión —empieza a decir Óscar—. A ver, reventados estamos. Pero ha valido la pena.

    —Ya te digo. Tengo la tarjeta del teléfono petada. Y eso que todavía no hemos llegado al evento —se lamenta Brian, dejando escaparse un bufido de decepción.

    —¡Tranquilo! Después nos compartiremos fotos para que todo el mundo tenga completo el álbum.

    —Eso, tenlo por seguro —dice mi hermano, elevando un pulgar.

    Natalia se levanta.

    —Voy al baño.

    —¿Quieres que te acompañe? —se ofrece Elisa.

    —No es necesario.

    —Como quieras.

    A los dos minutos, Óscar se levanta.

    —Voy al baño.

    Lo miro con preocupación. Como tarde más de la cuenta iré a buscarlo. No me fío de él ni un pelo. No le ha quitado ojo de encima a Natalia en toda la mañana, a pesar de ir conmigo.


  NATALIA

  Necesitaba un respiro. Estoy acabando de los nervios con Óscar. Tristán me ha contado que eran rivales en el instituto. Las chicas que le gustaban, terminaban fijándose en Tristán y eso, lo cabreaba de lo lindo. Me parece que ahora trata de vengarse de ello. ¡Como intente algo, lo mando a la mierda!

    Por otro lado, está el tema «Estela». No he dejado de vigilar de cerca cada movimiento, cada persona, que se ha movido cerca de nosotros, temiendo que fuera ella. Doy gracias de que la mañana ha sido tranquila y no hemos tenido ningún sobresalto.

    Me miro al espejo. Tengo rostro cansado. Y aún me queda batalla. La feria del Manga... ¡Quién me mandaría meterme en esta aventurita!

    «A ti. Para cuidar de Tristán. Para saber que está bien en todo momento, ya que ha hecho caso omiso a las advertencias de sus padres».

    Él está en peligro. Pero yo lo estoy también. En mi bolsillo guardo un atomizador relleno con vinagre. No sé. Supongo que se lo podría echar a esa guarra en los ojos y darnos a la huida. Vale que me he inventado el artilugio, y que si se me sale algo de líquido, oleré que da gusto. Pero es que ya no sé qué más inventarme para protegernos a ambos. Lo sé. Además, tengo a mano el número de emergencias. ¡Cómo no!

    Vacío mi vejiga. No quiero tardar demasiado, o Tristán se preocupará.

    Salgo del menudo cubículo, me lavo las manos y salgo al pasillo donde se bifurcan los baños de las chicas y los chicos. Allí encuentro a Óscar, apoyado en la pared en una posición despreocupada.

    —¡Hola, Natalia! Joder, quería pedirte perdón por portarme como un cretino. No he podido acercarme a ti hasta que hemos estado alejados de Tristán. Ya sabes lo poco que le simpatizo.

    Aunque se está disculpando, siento que mi estómago se revuelve en un torbellino por miedo a cualquier reacción por sorpresa. No pienso dejar que se aproveche de mí.

    Estira su brazo y doy un saltito para atrás.

   —¿Amigos? —ruega, con un mohín de súplica.

    —Siempre que me dejes en paz —le pido.

    —A ver. Los amigos se hablan y eso. Espero que no me trates como si tuviera la peste.

    —Seremos amigos, aunque en la distancia —advierto, con desconfianza. 

    Asiente.

    Me parece justo.

    Tristán aparece. Mira con mala cara a Óscar.

    —¿Qué ocurre aquí? —pregunta, apretando la mandíbula con rabia, a punto de darle a su colega un puñetazo.

        —Se estaba disculpando —me adelanto a decir.

    —¿Es eso cierto? —me interroga con incredulidad.

    —Le he pedido perdón. Le he pedido que seamos amigos.

    —¿Amigos? —Tristán arquea una ceja, todavía incrédulo—. Puedes ser mi amigo, pero de ella, conocido —dice, acercándome a él hasta pegarme a su cuerpo.

    —A ver, Tristán, que no pasa nada. ¡En serio! —digo, pidiendo que rebaje su atención.

    Nos mira a ambos. Como si fuésemos cómplices en algo.

    —Vale. Me voy fuera.

    Lo persigo.

    —¡Espera! Yo también.

    —Creía que estabas haciendo amigos —murmura por lo bajo, sin mirarme y sin detenerse

    —¿Estás celoso?

    Frena en seco.

    —¿Que si lo estoy? —masculla. Mira un momento a Óscar y luego regresa sus ojos a mí—. Conozco muy bien a Óscar y... bueno... —no termina la frase—. La comida se enfría —sentencia, apretando más su paso.

    —Tristán. ¡Tristán! —grito su nombre. Pero ni caso.

    Acabamos sentándonos en la mesa, con todos observándonos a la espera de que alguno cuente por qué traemos estas caras tan largas. No lo hacemos.


    Regresamos al hotel. En el metro, no me ha sido posible conversar con él, a solas. Espero hasta que llegamos a la habitación. Estaba impaciente por aclarar las cosas.

    —¡No nos estábamos enrollando, joder! —protesto.

    —Lo sé. ¿Puedes dejarme que me vista?

    —Yo te ayudo.

    —No. Puedo solo.

    —Tristán...

    —Él... —Señala hacia afuera—. Él no parará hasta que aceptes lo que busca. Ahora recuerdo por qué se me quitaron, repentinamente las ganas de verlo.

    Toco su hombro. No quiere. Me mira con desprecio.

    —No soy tu enemiga —declaro, con la mirada húmeda.

    Rueda los ojos dejando escaparse un suspiro profundo y se aferra a mí, apretándome a su cuerpo.

    —Lo siento. Estoy un poco nervioso.

    —También yo. Pero eso no es motivo de disputas sin sentido.

    —Ya. —Apoya su mentón sobre mi hombro. Su calidez me provoca paz. No sé qué haría sin él. De repente me doy cuenta de cuánto lo necesito.

    —Estoy preocupado. No sé qué me voy a encontrar allá.

    —Si quieres, no vamos.

    Me separa un poco. Muestra una sonrisa inicial que no termina de volverse verdadera. Denota más bien amargura.

    —Hemos venido hasta aquí y vamos a hacerlo. No he estado toda la semana regañando con mis padres para ahora volverme atrás y huir como un cobarde, ¿entiendes?

    Asiento. Aunque me encantaría gritarle que, por favor, regresemos a casa, antes de que esto se ponga feo.

    Me besa, con paciencia. Con una ternura arrolladora. No es la pasión quien habla ahora con su nombre, sino el afecto infinito de un amor incondicional que desea ser correspondido. Amado, de igual forma. Acabamos pegando nuestras frentes durante unos breves minutos. La dulzura sigue haciendo acto de presencia.

    —Vale. Voy a cambiarme de ropa. Me cambiaré de ropa en el evento. Me niego a pasar más frío.

    Tuerzo el gesto, con una mueca cómica.

    —¡Y luego decís que las chicas somos las frioleras!

    Suelta una carcajada.

    —Tengo que aclarar que a mí me ha tocado la más valiente de la remesa.

    —¡Ah, claro! Ja, ja, ja—vocalizo, creando una pausa en cada «ja» que pronuncio.

    Mi cabeza vuela hacia mi lado más travieso mientras lo observo, enardecida con antelación. Esta noche estoy segura de que será mío... nuevamente.

https://youtu.be/MfoUbUT7pYE

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro