21.
TRISTÁN
Óscar no ha cambiado nada. Nos ha deleitado con uno de sus arranques humorísticos. Las mismas bobadas que ya hacía cuando estábamos en el instituto. Álex y Brian han cenado con nosotros. Se han venido en nuestra salida nocturna para conocerle.
Hemos salido por ahí, a tomar algo por Chueca. Los locales llenos siguen teniendo un ángulo ciego que se me sigue antojando peligroso y ambiguo. Puedo imaginar a Estela vigilándome demasiado de cerca, ahí, escondida en alguno de ellos. ¡Puta depredadora!
Nahuel palmea mi espalda con fuerza.
—Pues nada, hermanito. Que Óscar se ha apuntado al evento de Barcelona. Álex y Brian también, aunque dicen que nanay de ir disfrazados. Que pasan de eso. Pasan de pasar vergüenza. ¿No es así? —se dirige a ellos.
Ambos asienten a la vez sin más nada que decir para su acusación amistosa.
—Ellos se lo pierden. Hago mella en la fortaleza que ocupa la vanidad de mi hermano. Me encanta provocarlo—. Y tú te arrepentirás de no haberte confeccionado el rabito de mono para el tuyo. Te quedaría de lo más «mono» —enfatizo, con un ademán.
Me propina un empujón. El resto del grupo se descojona con la conversación.
Óscar se adelanta, opinando con una cómica protesta.
—¡No me jodas, tío! ¡Deberías ir disfrazado de la transformación donde Goku se convierte en un lindo semi-mono. ¿Ozaru, se denomina? Creo. —Traga saliva, frunciendo en ceño, aunque sin dejar de reír. No se puede contener y mira que lo está intentando—. Deberías de llevar colita en tu disfraz.
—¡Ya tengo una! —grita mi hermano, airado, señalando hacia sus partes nobles.
Otro ataque de risa más... ¡Menuda peña estamos hechos!
—¡Esa no, atontao! Una colita que salga de la parte trasera de tu escuálida anatomía —bromeo.
—¿Lo ves? Tu hermano opina lo mismo.
Hace el ademán de cortarme el cuello. Le saco la lengua y me muero de risa.
Me empuja. Me azuza.
—Venga, tira a la barra, gilipollas. ¡Vaya hermano tengo que, en vez de ayudarme, ayuda a que lo lapiden con mayor facilidad! Tira hacia la barra que tengo sed —sentencia, con el resto siguiéndonos—. Ya me caéis todos muy mal —va ladrando Nahuel, frunciendo los labios con fuerza.
—No será eso verdad —busca asegurar Óscar, sin poder recomponerse del descojono que lleva. Que llevamos todos.
Llegamos a la barra. Pedimos unas birras. Aprovecho una pausa en la espera para mandar un mensaje a Natalia. Contarle que estoy bien. Y que está siendo una noche divertida. Estoy seguro de que no me he ido de su cabeza, sufriendo por si me ocurre algo. Así es como funciona un «ángel de la guarda».
—Y dinos, chico, ¿qué es de tu novia? Esposa, pareja... ¿Qué secretos nos ocultas? —bromea Nahuel, interrogando a Óscar de cara.
—Nada interesante que contar. Algún que otro rollo de poco tiempo. Nada más. Me resisto a formalizar nada.
—¡Oh! Entiendo. —Mi hermano eleva un dedo dispuesto a explicar. ¡Ay, no! Ya empieza con uno de sus discursos personales. Parece un político. Pues, fíjate que yo estoy con la mujer más bonita del mundo. Y por eso alardeo de ello.
Discrepo.
—Natalia es muchísimo más guapa —aseguro, entornando la mirada.
Nahuel me clava la suya, como un ave rapaz.
—¡Eso lo dirás tú, majete! No es verdad. Tengo que discutírtelo.
Óscar alza la mano con apuro.
—¡Vale! Ya lo he pillado. Estáis en mitad de una rivalidad donde os habéis empeñado en encontrar a miss mundo entre vuestras pertenencias.
—Natalia no es una pertenencia. Es una mujer. Una persona —discuto con él.
—Valeee. No te enfades, hombre.
Álex y Brian intervienen.
—¿Qué decís? ¡Las nuestras son las más monas del planeta!
—¡Ah! Miraaa. Ya lo que me faltaba. Más competencia —gruñe Nahuel.
Óscar vuelve a alzar la mano en busca de tomar la palabra.
—¡De acuerdo! Ya lo he pillado. ¿Podemos cambiar de tema de conversación? Estamos... estáis haciendo un ridículo espantoso con vuestro: «y yo la tengo más grande».
—Ja... ja —me burlo en su cara por la grave acusación. Por no llamarlo gilipollas, en un grito, ya de entrada.
Comienza a sonar música más de estilo dance. La gente se desplaza hasta el pequeño e improvisado hueco para bailar mientras se conversa. Mi hermano, Álex y Brian deciden ir hacia allá, atraídos por esta música tan bailable. Yo paso de bailar. ¡No me gusta nada bailar! Óscar se queda conmigo. Alega que lo hace fatal. Comienza una conversación para no sentirse tan solo, supongo. A mí me da lo mismo. De hecho, ya estoy con ganas de regresar al piso y alejarme de todo este jaleo. Estoy envejeciendo. ¡Qué mierda! Vale. Rectifico. Preferiría estar con Natalia.
—Y dime, ¿cómo lo llevas?
Sé de qué habla. Solo que prefiero no hablar de esto.
—¿Llevar? ¿El qué?
—Lo de esa mujer con la que tuviste problemas legales.
Yo más bien etiquetaría eso como: «aquella que quiere matarme». Experimento un escalofrío al pensarlo.
—Bueno... Ahí va el asunto —acoto, sin ganas de más.
—¿Quién es? ¿La conozco? Nahuel dice que es de Soria.
—¿Y qué? Soria tiene una gran población —protesto, molesto ya porque no cesa el puñetero interrogatorio.
—¿La conozco?
Chasqueo la lengua y clavo la mirada en él con ira.
—¡Vale, Óscar! Deja el temita. No me apetece hablar de ello.
Mira hacia el techo. Hace memoria.
—Va. ¿La conozco?
¿Conocer? Cuando estábamos en el instituto resulta que yo conocía a sus supuestos deseos de ligue porque, precisamente, me iban detrás a mí, primero. Y eso lo cabreaba. Que conste que yo no era quien iniciaba el flirteo y, en demasiadas ocasiones, ni me gustaban.
—Vale, tío. Ya me callo. —Pone una mano sobre mi hombro. Estoy a punto de revolverme para quitarla—. Mira, no tienes por qué preocuparte. Vamos a cuidar muy bien de ti para que no te ocurra nada. Todo va a estar bien.
Es eso justamente lo que todo el mundo me dice buscando elevar mis ánimos. Y no saben que producen el efecto contrario, agravando todo.
—Lo que tú digas.
Suspira. Se hace el silencio. Le mando un mensaje a mi hermano. Me mira. Asiente. Le he dicho que ya regreso al piso. Que estoy cansado. Y un poquito cabreado.
—¿Qué pasa? —quiere saber Óscar.
—Me voy a casa. Estoy agotado.
—¿Quieres que te acompañe?
—No.
—Muy bien. Como quieras. Y ¡Ah! Queda pendiente presentarme a tu chica —exige, elevando una comisura.
Le sostengo la mirada. Niego.
—Buenas noches, Óscar.
Estira su mano para que se la estreche.
—Disculpa si he sido un pelín borde. —No se la estrecho. Se la lleva a la nuca para frotar esa zona, inquieto—. Pues eso. No te cabrees conmigo, porfa. Ya tenía muchísimas ganas de veros —agrega, buscando suavizar la tensión.
Alzo el mentón en un ademán de despedida y lo dejo allí en la barra. Alzo antes la mano para despedirme del resto.
NAHUEL
•«Ve con cuidado»
YO
•«Claro»
Puede que me critiquen por una decisión tan drástica cuando decidimos conjuntamente esta salida de amigos por Óscar. Porque Brian y Álex también lo conocieran. Por divertirnos juntos. En el fondo, me importa un bledo lo que ahora mismo piense de mí todo el mundo. ¡Y no hay más!
Mando otro mensaje a Natalia. Está el piso, con Elisa. Me dice que regresará antes a su piso porque la compañera de piso de Elisa regresará pronto allí, pues se siente indispuesta. Y no es cuestión de molestar. Ojalá pudiera invitarla a mi piso. Nahuel estará allí. Y no me apetece nada que nos escuche retozar, en el caso de que suceda. Porque sucederá.
Pero luego sale mi parte gamberra y me grita: «¿y por qué no? ¡Que le den a Nahuel, si os oye». Es cuando le mando otro mensaje antes de coger el taxi que acaba de detenerse cuando me ha visto. Lo había solicitado con una llamada anterior.
Entro dentro. Recito claramente mi dirección. Recibo respuesta de Natalia. Dice que acepta. Solo que necesita un poco de tiempo para regresar a casa y prepararse algo de ropa, de aseo y el pijama. Para tomar un taxi y llegar a mi piso. Le respondo que vale. Mi sonrisa se ensancha. ¡Genial! Finalmente, podré hacer realidad lo que deseaba esta noche: volver a cobijarme entre sus brazos. Y con respecto a Nahuel... ¡Que se tape los oídos si no le gusta lo que escucha!
NATALIA
•«Aunque, recuerda. Nada de irte a correr, y dejarme sola con tu hermano. Es muy atento y eso. De agradecerle. Pero no me apetece nada.»
YO
•«Prometido»
Tengo que reconocer que hacer deporte suaviza mi estado latente de ansiedad exagerada, junto con mis ataques de pánico. Pero una orden de mi chica, es una orden. Todo por poder cobijarme en un refugio de amor que pacifica mi desazonado mundo.
NATALIA
Me he despedido de Elisa. Se ha disculpado por no poder hacer la noche de chicas, con el regreso repentino de Macarena.
—¡Por Dios, Elisa! No hay nada que perdonar. Mira: esta noche voy a estar con las dos personitas que más adoro.
Me abraza y besa mi mejilla.
—Ve con cuidado de regreso.
Asiento. Otro par de besos en las mejillas y tiro de mi pequeña bolsa de viaje. Es esta donde cambiaré parte del atuendo.
—Me alegro de que la vida te sonría —dice, antes de cruzar la puerta.
La miro y sonrío.
—Ídem —murmuro. Últimamente, Tristán y yo usamos mucho esta palabra. Acabo de usarla con Elisa. Pienso que somos almas gemelas. Y eso, lo confirma. Pensamos igual. Sentimos igual. «Ídem».
¡Cierto! La vida me sonríe. Y me siento pletórica por ello.
Como si fuéramos dos imanes, pegamos nuestros cuerpos nada más encontrarnos.
—Cómo te he echado de menos —confiesa, con un gruñido dulce, en mi oído.
—Parece que no ha salido tan bien la salida de amigos —me quejo, más molesta que decepcionada. Esperaba que de verdad se divirtiera. Pero, gracias a la decepción, él ha llegado hasta aquí. Tengo que reconocerlo.
—Son unos aburridos —protesta, estrujándome un poco más.
Me besa. Tan sediento como un animalillo sediento en época de sequía. Como si no nos hubiéramos besado en años y le urgiera hacerlo.
Subimos con torpeza los peldaños, entre besos, caricias y algún que otro botón desabrochado. Como a algún vecino le dé por asomarse a la mirilla, verá porno en directo. ¡Tampoco es que me importe! Necesito esa lluvia de besos y caricias. De pasión desbordada.
Poco tardamos en desvestirnos. Al llegar a su habitación lo dejamos todo desparramado por el suelo. Es como si hubiera pasado por allí un tifón.
Nos besamos. Nos amamos trazando caricias y besos ardientes por todo el mapa de nuestra anatomía. ¡Es tan perfecto! Insuperable. Como si se tratase del Dios Eros en estado mortal y humano.
Acude a mí una oleada de orgasmos. Una que, en el último gemido, nos unimos como un coro de vocalistas, en plena ópera, expresando el placer que acabamos de alcanzar. ¡Incluso es perfecto haciendo el amor!
«¿Dónde te habías escondido, hermoso Eros? Gracias por conceder a esta humilde humana encontrarte y poseerte»
Somos dos amantes que se acoplan a la perfección, como dos piezas irrepetibles de un rompecabezas.
Aún faltos de aliento, acaricia con un dedo la curvatura de mi clavícula, con una sonrisa de satisfacción.
—¿Por qué eres tan bonita? —inquiere con dulzura.
Me hace reír.
—Porque ¿Estoy hecha para ti?
Asiente, complacido, cerrando unos breves segundos sus ojos, de manera graciosa.
—Tú has puesto mi mundo patas arriba, por si no lo estaba lo suficiente. Tu desorden me gusta mucho más. —Me toma por el mentón con suavidad—. Te quiero, Natalia. Aunque parezca una locura.
Me quedo pasmada con la confesión. Pero a la vez, emocionada. ¡Precisamente, eso mismo siento por él! Incluso sería capaz de ir al Salón del Manga de Barcelona en bikini, si me lo pidiera. Bueno... tanto no. Pero tampoco me importaría ir hasta allí, con él, disfrazada del partenaire de su personaje.
Volvemos a besarnos. Un beso suave y tierno. La besaría un montó. Es deliciosa. Sin embargo, se me están cerrando los ojos.
—Estoy cansado. Durmamos un poco —pide—. Ya le he dicho a mi hermano que pasarás aquí la noche. Y que si se le ocurre abrir la puerta de mi habitación, es hombre muerto.
Eso me hace reír.
—¡Vaya par de gemelos estáis hechos!
—Reconoce que somos la mar de salados. Sobre todo yo, que destilo hermosura.
Le doy un golpecito en el hombro.
—¡Pero qué vanidoso eres, Tristán!
Me atrapa, poniéndose arriba, haciéndome cosquilla.
—Reconócelo —pide, entre risas. Me revuelvo debajo de él. Me está torturando de lo lindo para hacerme entrar en razón
—Vale... ¡Vale! Lo reconozco —grito, entre risas.
Me regresa a su lugar. Besa mis labios de nuevo. Me pego por un momento a ellos porque adoro su calidez y suavidad.
—Pero antes, voy a lavarme los dientes. No quiero levantarme mañana asfixiándote.
—Espera. Voy contigo.
—Sin ataques sorpresa —bromea, alzándome las manos. Sujetándolas.
—¡Qué sí! —respondo, en mitad de una risa tonta.
Tristán me despierta a mitad noche. Está gritando. Se retuerce como una serpiente, dando patadas y puñetazos. Trato de calmarlo, sujetándolo con suavidad y dulzura mientras le ruego al oído que se tranquilice. Abre los ojos al reconocer mi voz. Se abraza fuerte a mí. Ahora entiendo las explicaciones de estos ataques repentinos que Elisa me contaba, porque se lo contó Nahuel, que le ocurrían a Tristán en mitad de la noche, no dejándolo dormir. Todavía no habían ocurrido estando yo cerca. Sus temores se han agravado con la noticia de la salida de Estela de prisión. Doy fe de ello.
Lo acuno entre mis brazos con tanta dulzura como me es posible derrochar. Como la madre que protege a su hijo de una fuerte pesadilla, prometiéndole seguridad.
—Estoy aquí, Tristán. Estoy aquí —digo.
Se aferra a mí con más fuerza. Con una angustia que enturbia su mirada.
—Por favor, nunca te alejes de mí —ruega, con desesperación, cerca de mi rostro, donde se encuentra acurrucado.
—Eso, dalo por hecho, mi amor.
Poco a poco regresa la calma. Vuelve a dormirse. Espero un poco más hasta estar segura de que todo ha pasado. Dejo salir un largo suspiro, observándolo. Puedo empatizar perfectamente con el suplicio que está pasando. A lo que me arriesgo estando cerca de él. ¡No pienso huir! A pesar de ello. No soy una cobarde.
https://youtu.be/8k2TCZfXBpQ
NOTA:
Si encontráis algún error en los capítulos que estoy subiendo, no os alarméis. Es por eso que puse la historia en versión Borrador. Para, en un futuro, y con más tiempo, hacer la corrección. ¡Gracias por vuestra comprensión! Un abrazo y gracias por leer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro