15.
NATALIA
¡Para una noche que estaré sola y Tristán sale disparado! Esperaba que ocurriera algo más. Que algo fluyera en la nada con esta botella de vino especial acompañándonos. Miro la botella abierta, ya empezada. Suspiro hondo. ¡Roberta me va a matar! Ya lo confirmo con antelación. Recuerdo el momento exacto que nos hemos quedado frente a frente; él sobre mí, tan cerca que hubiera podido besarlo sin permiso. Sé cómo es, cómo se siente, y no soy capaz de traicionarlo. Pero, en serio, esperaba que algo más sucediera.
Me meto en la cocina botella en mano. Busco uno de esos tapones universales que sirven para cualquier botella. La taparé. Aunque, de no bebérsela pronto, se perderá entera. Podría emborracharme. ¡Me iría de perlas después de esta decepción! Aunque, que mejor que dejarla así hasta la vuelta de mi compañera de piso y bebérsela las dos juntas. Eso creo que, al menos, apaciguará su mal humor y mis ganas de estrangular a Tristán por ser tan precavido. Espero, sobre todo, que apacigüe el mal humor de mi compañera de piso cuando se encuentre con el vino abierto; casi desperdiciado si esperamos mucho a beberlo.
Parezco una sonámbula por casa. He guardado la botella en el frigorífico y hecho no sé cuántas tareas que podían esperar a mañana. Lo sé. Me siento nerviosa. Miro el reloj. Casi las cuatro de la madrugada. Se ha ido hace veinte minutos y ya me siento intranquila. ¿Él habrá llegado bien? Por muy cabreado que esté, y yo con él, esa parte me importa lo suficiente.
Mando el mensaje. Pone que lo ha leído, pero no responde.
—¡Idiota! No pienso pasarme la noche montando guardia para que te sientas bien —grito, como si lo tuviera delante. Como los vecinos se cabreen con mis gritos, no tardarán en arrestarme.
«Escribiendo...»
El corazón se desboca con un bombeo insoportable. ¿Qué va a decir? Por lo pronto, me va a responder.
TRISTÁN
• «Como grites así, acabarás en los calabozos de la policía»
Frunzo el ceño. ¿Cómo?
YO
•«¿Y tú cómo lo sabes?»
¡No puede haberme oído desde a saber dónde se encuentra!
Escucho unos golpecitos en la puerta. ¡Casi me muero del sobresalto!
«¿Acaso eres gilipollas?»
Sí. Es justo lo que grito para mis adentros, que no para afuera.
Abro la puerta.
—¿Por qué sigues aquí? ¿Creía que te habrías largado?
—He olvidado algo —se excusa, arqueando una ceja.
Miro la percha. No queda nada suyo allí, colgado.
—Yo creo que no.
Señala hacia dentro.
—Esa segunda copa de vino que me debes.
Sacudo la cabeza con indignación.
—¡Debes de estar de broma! Y yo tengo sueño.
—No estoy lo suficientemente borracho para conciliar bien el sueño.
—Si te emborrachas, no podré llevarte de regreso a casa. No tengo coche.
—Acepto «taxi» como vía de escape —se burla, mencionándolo como quien juega al Scattergories.
Ruedo los ojos falta de paciencia.
—Será mejor que te largues a casa.
—Nahuel me ha dejado solo de nuevo. Puedo quedarme hasta las cinco d ella madrugada, si no te importa.
—Nahuel... Nahuel... Ese pendenciero que pasa más tiempo en el piso de Elisa que en el suyo propio. Hasta que la compañera de piso de mi mejor amiga lo saque a patadas, por supuesto.
—¿Vas a sacarme a patadas del tuyo? Creía que estabas preocupada por mí.
¿Está pidiendo quedarse? Pensaba que temía a cualquier humana que le mostrase algo de afecto después de «aquello». ¿En qué quedamos?
—¿Ya no te doy miedo?
Se encoge de hombros.
—¡Ah! Claro. Que, con el copón de vino que nos hemos bebido, ya empiezas a ir piripi y se te va la olla.
—¿A ti no?
—Prefiero estar cuerda —digo, señalando hacia mi copa, la que sigue sobre la mesa del salón por terminar. Él se había bebido la suya casi de un trago. Supongo que, para acallar cualquier nerviosismo interior. Dudo que esté borracho en su primera copa. Pero sí, que su estado de semiembriaguez lo empuje a hacer algo de lo que se vaya a arrepentir.
—¿Me vas a servir esa segunda copa? —Alza la mano derecha y jura—; estoy bien. Estoy claro y presente.
Entorno la mirada para analizarle. Lo dudo. Dudo lo que dice.
—¿Quieres que te acompañe a casa?
—No, mujer. De regreso, podría pasarte algo. Y me sentiría culpable por ello.
—Recuerda: por fin te desharías de mí, que es lo que pretendes.
Me señala.
—Me has caído genial.
—¡Embustero! —lo acuso.
Ríe con malicia.
—Lo sé.
—Dame un segundo.
—¿Para qué?
Voy en busca de mi bolso, las llaves y mi chaqueta. Me la voy poniendo de camino.
—Venga. Te acompaño a casa.
—Llévate la botella de vino.
—¡Que no!
—¡Va! No seas aburrida.
—Tristán. ¿Qué coño te pasa?
—Hace mucho que no bebo. Y esa copita me ha entonado un poquito —reconoce, con una risilla nerviosa.
—¡Mentiroso!
Va a levantarse el suéter, pero lo detengo.
—¿Qué haces?
—¡Saca el detector de mentiras y pon los malditos cables a trabajar! Verás que no miento.
—Tris... —Del bolsillo se le cae una pequeña petaca. La abro e inhalo. Huele a alcohol puro. Lo miro defraudada—. ¿Lo sabe Nahuel?
—¿Se lo vas... vas a contar? —se trastabilla, con los ojos vidriosos.
—Esto... —la levanto—, ¡esto te lo voy a confiscar!
Hace una pataleta infantil.
—¡Venga ya! —se queja entre aspavientos.
Señalo hacia fuera.
—¡Tira! Tira, que te acompaño a casa.
—¿De verdad quieres deshacerte de mí?
Su carita de súplica se asemeja a la de un mocoso cansino. Estoy a punto de reír. Me contengo.
—Esto no me lo esperaba de ti. Y te pienso meter en cintura para que dejes de delinquir.
—¡No estoy delinquiendo!
—¡Estás ebrio, por Dios! Intentando meterte en mi casa.
—Tú me dejas —razona, como si de verdad fuera capaz de hacerlo.
Lo cojo del jersey para arrastrarlo conmigo.
—¡Para! —Logra detenerme y me toca la nariz con el dedo—. Estás muy buena cuando te enfadas.
—¡Y tú dejas de estar en la zona segura cuando bebes! Suerte que sea yo quien está contigo, y no ninguna aprovechada.
—Devuélve... veme la petaca.
—Mañana me la pides delante de Nahuel.
—Ni de coña.
—Entonces, te callas.
Miro el maléfico cacharro. No era de esas más pequeñas. Y a saber qué era el contenido de dentro. Tenía dudas entre tres posibles bebidas. ¡Prefiero no saberlo! ¿Por qué tenía que beber en el rellano de mi escalera? Yo solo quería pasar una velada estupenda y él, solo busca que se convierta en un maldito desastre. ¡Todavía no entiendo cómo sigue con vida, con las ganas que me dan de estrangularlo!
Estoy a punto de llamar a un taxi. Tristán está medio dormitando donde lo he sentado. ¡Dudo que esté tan borracho como menciona! ¿Qué hace? Termino llamando a Elisa. Tarda un poco en cogerlo.
—¿Qué ocurre?
—Siento estropearte la noche... —Los imagino metidos en la cama, retozando—. Pero tengo un buen problemilla.
—¿Cuál?
Cuando se lo describo, se lo cuenta con rapidez a su compañero de al lado. Solo puedo escucharle decir: «¡Lo mato!». Entonces, ya somos dos los que tenemos ganas de meterle una buena tunda.
—¿Por qué? —me pregunta.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué te has chivado?
—¿Por qué te has empeñado en portarte como un imbécil?
—Solo quería... quería dormir a pierna suelta. Pero tú no me has dejado.
—Que Nahuel te lleve de regreso a casa y puedas dormir como un tronco.
Sus ojos se enturbian.
—No quiero dormir solo. Se largará... ra cuando me deje allí, para irse con Eli... su chorba.
Frunzo el ceño.
—¡Es de muy mala educación llamarnos chorbas, ¿sabes?
—Es de mala educa... ción, intentar matar a alguien porque no pue... puede ser tuyo, ¿no crees?
El alma se me cae al suelo.
—Estás borracho, Tristán.
Se pone en pie. Se tambalea un poco. Voy a sujetarlo, pero se niega.
—No lo estoy tanto... tanto como lo parezco.
Va a irse, pero lo detengo.
—¡Espera a tu hermano!
—Espéralo tú, traidora —espeta, tecleando en su teléfono.
Lo escucho hablar. Se está pidiendo un taxi.
—¡Tristán! —grito, intentando que entienda.
Me enseña el dedo corazón.
—Pensaba que eras más guay —dice, frunciendo el gesto con ira.
No sé qué hacer. No puedo pararlo. El taxi llega antes que Nahuel.
—Te acompaño.
Pone su mano frente a mí.
—¡Ni se te ocurra! —sisea.
—¿Estarás bien? —pregunto, sin ningunas ganas de dejarlo marchar, solo.
—¿Lejos de ti? ¡Mejor... mejor que nunca! —sentencia, metiéndose en el taxi.
Veo alejarse el coche. Me llevo las manos a la cabeza.
«¿Qué he hecho? ¡Qué he hecho? ¿Qué he hecho?».
Aparece Nahuel con Elisa. Está furioso. Avanza rápido y decidido para mí. Más bien hipercabreado.
—¿Y mi hermano?
Le hago un resumen breve de lo que ha pasado.
—¡Deberías de haberlo entretenido hasta que llegara! —Bufa como una serpiente encabronada—. ¡Y luego dicen que los hermanos mayores son los más cuerdos! Ese aguafiestas me va a oír.
He estado chateando con Elisa un buen rato. Ella fue quien acompañó a Nahuel hasta su piso. No quisieron que fuera con ellos o cabrearía mucho más al susodicho. Me ha contado que Tristán se ha encerrado en su cuarto. No ha dejado que Nahuel accediera a este. Dice que han armado un buen numerito. Que alguno de los vecinos ha bajado a llamarles la atención por los gritos y el jaleo que estaban armando. Y que, finalmente, Nahuel ha tenido que dejar a su hermano por imposible. ¡Mañana me va a oír a mí! Este metepatas me va a oír, bien alto y claro.
Me despierto. Salgo afuera. Hay una nota sobre la mesa del salón.
«He cogido mis cosas y regresado a casa de Damián. Se lo ha cogido con ganas. Así que pasaré el sábado sola. Suspiro, mirando hacia la nada. ¡Vale! Llamaré a Elisa a ver si hoy estará con Nahuel, o Nahuel se quedará a hacer de carcelero de su hermano para que deje de hacer burradas y entonces, pueda quedar conmigo.
Tristán... Si recuerda la noche anterior seguramente debe de seguir cabreado conmigo.
TRISTÁN
Nahuel me observa con indignación mientras me tomo el desayuno.
—Te habrás quedado a gusto...
No le respondo.
—¡Me has jodido la noche solo para comprobar! ¡Y, encima, borracho!
—Solo estaba contento.
—¿Y esto? —Me muestra la petaca.
—Casi ni la llené.
Mi hermano se repasa los cabellos con los dedos, abrumados.
—Y decías que era yo quien estaba descarriado...
—Juro que esa petaca estaba casi vacía. Era un modo de comprobar...
—¿Comprobar? ¿Qué? ¿Que puedes poner a prueba a alguien sin decirle qué está pasando y quedarte tan pancho? ¿Estás loco? ¿Por qué?
—Tenía que asegurarme de que tu lógica era real.
—¡Ya te avancé que lo era! Pero no... ¡Tú ves enemigos donde no los hay!
—¿Y tú no? ¿No te da miedo de que vuelva a pasar?
Nahuel se traba. Se queda pálido. Tarda unos segundos en reaccionar.
—Sabes tan bien como yo que no quiero que te pase nada, Tristán. Eres mi hermano mayor. No estás ejerciendo como tal. Eres imbécil, arrogante, insoportable...
—¡Eh! ¡No te pases!
—Pero no es algo por lo que deba desearte la muerte. Aunque me encantaría estrangularte en más de una ocasión.
—¡Ni lo intentes!
Le pido que me devuelva la petaca.
—¡Y un cojón! Esta me la quedo como pago para sellar mis labios.
—Si le cuentas mi experimento a Natalia, seré yo quien te estrangule.
Nahuel me saca la lengua. Regresa a la severidad.
—Juro que jamás pensaba que harías algo así, hermanito.
Trago saliva antes de confesar.
—Como ya has dicho anteriormente, ella me está empezando a gustar. —Abre los ojos al máximo con sorpresa—. ¡Y cierra el pico! Por lo que necesitaba saber hasta dónde era capaz de llegar. Si podía confiar en ella.
—¿Y puedes?
Me encojo de hombros.
—Nada puede asegurar nada. —Saco el teléfono. Se lo muestro—. Me ha mandado como cien mensajes. Mentira. Solo un par. No, tres. No para de preguntar si estoy bien. Cómo me he levantado. Si estoy mejor que ayer. Y que debería de haberse metido dentro del taxi conmigo y no dejarme solo para regresar a mi piso.
—Una mujer muy posesiva... —bromea Nahuel.
—Todavía me queda bastante por saber.
Nahuel resopla cansado.
—Vale. Lo que tú digas. —Mira el reloj—. Tengo que ir a trabajar. Hoy tengo la mañana completa. Elisa se pasará por allá. Por la tarde, saldremos juntos —me explica como si yo debiera de saber. Se gira y me señala—. ¡Deberías de quedar con Natalia! Al menos compénsale tu parte cabrona. Se alegrará. Y tú también te alegrarás.
Cojo la cuchara que iba destinada para mi tazón de leche con cacao, aún limpia. Se la tiro. La esquiva.
—¡Vete a la mierda, gilipollas!
Una vez desaparece, la reflexión se apodera de mí. Sí. Puede que haya sido exagerado fingiendo. Pero me ha servido de mucho.
Hago las tareas a desgana. Recuerdo lo capullo que he sido fingiendo.
«Lo siento, Natalia. De verdad que lo siento. Pero lo necesitaba»
No existen disculpas capaces de subsanar lo que he hecho. Pero estaría bien que lo entendiera. Que se pusiera en mi piel y lo entendiera.
«¿Desde cuándo te importa lo que opine una posible psicópata? ¡Mira que sigue siendo un capullo inocente y así te zurran de valiente!»
—¡Déjame en paz! —mascullo para esa vocecilla interior que no me deja en paz.
Blanqueo la mirada indignado. Lo sé. Sé que estoy ya como un puto cencerro. Ya hace tiempo que lo estoy. Como para meterme en un jodido manicomio.
Recibo un nuevo mensaje. Ya es el tropecientos vigésimo no sé qué —lo digo irónicamente—, que Natalia me manda y no respondo. Sigue interesada en saber si me siento mejor que ayer.
«¡Pesada! Que eres una cansina»
«Sabes que, últimamente, te encanta que se preocupe por ti»
¡Puta vocecita embustera!
Me debato entre responder, o no responder.
«¡Estás loco si lo haces!»
Lo hago. Lo sé. Soy un puto loco. Se me reconcome la intriga.
YO
•«Gracias por lo de ayer. Siento haberme cabreado tanto contigo»
NATALIA
•«¿Te acuerdas? ¡Así que no estabas tan borracho como aparentabas!»
¡Ups! La he cagado.
YO
•«Mi hermano me ha puesto al día»
Espero haber sonado convincente y real. ¡Casi te pilla, gilipollas!
NATALIA
•«Vale. Pues me queda de ello un ligero dolor de cabeza, más una pizca de confusión y malestar creado por la resaca. Ahí voy... »
¡Menuda explicación más superficial y rarita. En el fondo, es verdad.
NATALIA
•«Tendrías que contarle a tu hermano sobre tu nueva adicción al alcohol cuando algo te asfixia»
TRISTÁN
•«No te preocupes. Lo sabe. Me la ha confiscado»
YO
•«Ja. Mira cómo me río»
NATALIA
•«Tu hígado te estará agradecido»
YO
•«Que sepas que sigo riéndome»
Ojalá y que pille que lo digo en tono irónico. Ataco a mi favor.
YO
•« Por cierto... ¿Tu compañera de piso ya sabe lo del vino?»
¡Pillada!
NATALIA
•«No. Se ha largado de buena mañana. Todavía no lo ha descubierto en el frigorífico, empezado»
YO
•«Guay. Nos lo podríamos terminar antes de que se dé cuenta, y asunto solucionado»
NATALIA
•«Ya. ¡Como que no lo echará en falta!»
¿Estoy sacando mi parte desenfadada? ¡Juro que me estoy relajando demasiado!
NATALIA
•«Paso de que pilles otra cogorza como la de ayer»
YO
•«Aunque no te lo creas, sé controlar si me da la gana»
NATALIA
•«Eso no te lo crees ni tú»
YO
•«¿Vamos a terminárnosla o no? Es para pillar una idea de plan para el domingo»
Se extraña. ¡Más me extraño yo de lo que estoy haciendo!
NATALIA
•«¿Hablas en serio?
YO
•«Totalmente»
NATALIA
•«Bien. Dame quince minutos y estoy ahí con la botella»
YO
•«Mejor, voy yo, si tu compañera de piso no ha de regresar en toda la mañana»
NATALIA
•«Aquí te espero»
No sé por qué, eso me ha sonado a sentencia. Todo me suena a conspiración.
«Si vas a morir, que sea borracho»
«¡Calla, imbécil!», grito a mi conciencia que no deja de contenerme hasta dejarme atado al mástil como a Ulises cuando trataron de seducirlo las sirenas. ¿Acabo de mencionar a Ulises? ¡De verdad que ya se me está yendo la olla!
https://youtu.be/HQb881ygbN8
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro