Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

11.

 NATALIA

  «Gracias. Por lo de ayer».

    Al leer la frase del mensaje me quedo patitiesa. ¿Qué se habrá tomado en el café dominical? ¿Tal vez sea el insomnio que habrá sufrido anoche?

    No le mando ningún mensaje de regreso. Porque este me lo merecía. Al menos le dediqué mi tiempo para algo. Aunque a mí también me apetecía estar con él.

    Me preparo una taza de café. Llevo en la boca sujeta de un mordisco una ensaimada de aquellas que vienen en bolsitas monodosis en el súper. Me cruzo con Roberta en el salón. Acaba de despertar y lleva los pelos revueltos, bosteza, y todavía tiene los ojos a mitad abrir, molestos por la luz diurna repentina.

    —¡Menudas pintas llevas! —me critica, observándome de arriba a abajo. Todavía llevo mi pijama rosa chicle, con calcetines de un tono similar, completamente descalza.

    —Pues anda que tú.

    —Yo hace nada que me he acostado —se excusa—. He conocido a un bombón que es la caña.

    —Y yo pensando que te habrías quedado a dormir en su casa —digo, sin demasiadas ganas. No soy quién para meterme en la vida de nadie.

    —¿En casa de Damián? —Sacude la cabeza con una sonrisilla de suficiencia—. Le he advertido Creo que he llegado al punto de mi camino en el que quiero establecerme en algo serio.

    —Oh. Eso estaría bien.

    —Pero antes, son mis estudios. Necesito sacarme la carrera y luego, que se preceda a esa estabilidad.

    —Pides tantos imposibles que alucino.

    Tuerce la cabeza con una solemnidad que me aterra.

    —¿Sabes? He llegado a un punto que me he dicho: ya has vivido lo suficientemente en la locura como para aparcar tu coche de payasa.

    Me quedo boquiabierta con su explicación.

    —¿Te has fumado algo? —me extraño.

    —Reflexiones. Son reflexiones de adulta. —Se mesa el cabello—. Estoy madurando, pienso.

    —Ah. Vale. Pues... nada. Que usted se caiga bien madurita del árbol —bromeo.

    Quiero moverme. No me deja.

    —¿Y qué hay de ti? ¿Qué pasó anoche en casa de Tristán?

    Pongo los ojos en blanco.

    —Nada. ¡Ay! ¡Pero qué cotilla eres!

    Se lleva la mano al pecho.

    —¡Me ofendes! ¿Tú no estás aún en esa etapa payasa y de locura donde quieres seguir experimentando?

    Hago que me suelte.

    —Quiero madurar. Pero a su hora. Y no envejecer, como lo estás haciendo tú, ahora. ¿Encontrar una estabilidad? Es muy difícil. Lo entiendo. Pero tampoco es para ir asustando a todo el mundo por ahí con tus... paranoias adultas.

    Estalla en una carcajada.

    —¡Estaba de broma, joder! ¡Pues claro que me lo he tirado! Pero quería volver a casa temprano! Tengo curro de la uni. ¿Tú no? —Me señala—. ¡Deberías de estar trabajando, en vez de interrogarme, pazguata —me regaña, dándome unos toquecitos en el pecho—. Voy a prepararme un café, o juro que no seré capaz de hacer nada.

     Gruño con un disimulado fastidio. ¡De repente, mi amiga se ha vuelto majareta! Su locura me da vida. Me hace reír. ¡Es tan mona!

    Realizo otra reiterada protesta con el mismo gruñidito de indignación al recordar lo que me queda pendiente. El trabajo no se va a hacer solo.

    Me pongo a ello. Llega otra interrupción. Se trata de una llamada de Elisa.

    —Tienes que explicarme un montón de cosas, bonita.

    Eso aún me deja más pasmada.

    —¿Cómo qué?

    —¿Qué hacías ayer en casa de Tristán?

    Le hago una breve explicación. Porque paso de andar con rodeos con mi mejor amiga; la que arrastré aquí junto a mi locura y mis estudios, los cuales, compartimos. Si la perdiera, me sentiría más sola que la una. Y porque es la mejor amiga-hermana que se pueda pedir como el deseo con más genialidad del mundo mundial.

    —Vayaaa... Esto da para una historia de Wattpad, como diría nuestra colega de Toledo María Dolores.

    Nos reímos a la vez. Porque María Dolores tiene maña de escritora y nos tiene enganchadas a sus historias en la plataforma naranja. Pienso que llegará alto de seguir así. ¡Pero es que la tía se inspira con cualquier dato del que observa de la vida real! Podría llenar páginas y páginas de historias sin cansarse.

    —¡No te pases! —la advierto, muerta de risa.

    Anoche hablé largo y tendido con Nahuel. Trato de sonsacarle información sobre Tristán. Para que dejes de darle vueltas a tu coco ya medio exprimido.

    —¿Y...? —me intereso con emoción. ¿Habrá soltado, por fin, la lengua?

    —El caso es que sigue de lo más hermético. Sin embargo, lo que me has contado, me dice que ha pasado por algo realmente traumático. Porque coincide con que no deja dormir a su hermano, con constantes pesadillas nocturnas, su retraimiento, mal humor y poco énfasis a la hora de llevarse bien con alguien.

    —¿Y no te ha contado nada más?

    —No suelta prenda. Aunque ya me haya dado la pista de eso: algo gordo debe de haberle pasado con alguien para que se muestre así de rarito.

    —Deberías de interrogarlo mejor —le sugiero, medio muerta de risa, aunque la cosa no me haga nada de gracia.

    —¿Crees que habrá tenido alguna mala experiencia con... alguien? Pero, ¿hasta qué punto?

    —No lo sé. Me preocupa. Estoy de lo más perdida. Sí me ha llamado la atención que evita tener contacto humano —explico a media voz.

    —¿Y si ha sido con una mujer? ¿Hasta qué punto habrá llegado esa víbora? —agrega Elisa, dejándome todavía más espantada. ¿Hasta qué punto habrá llegado quien sea que fuere, con él? Y yo aquí, tratando de darme de femme fatal por su soberana estupidez, cuando debe tener un motivo concreto a su comportamiento.

    —¡Yo sabía que algo le pasaba! ¡Lo sabía! —grito, feliz de haber dado en el clavo con mi intuición, y , a la vez, cabreada por ello.

    —¿Qué pasó ayer? ¿No te dejó tocarle? ¿Intentaste algo?

    Intentar algo con él es un suicidio. Su humor se vuelve peligroso y oscuro.

    —¿Qué... quieres decir?

    —A ver... No digo que vaya a matarme ni nada por el estilo. XD. Pero es como si estallara en plena ira si te acercas a menos de un metro de él.

    Oigo un chasquido al otro lado del teléfono.

    —¿Lo ves? ¡Ahí tienes la prueba! Alguna cabrona le ha hecho algo. Es por eso que pasa de enrollarse con mujeres. Al menos, hasta que sus cicatrices curen.

    —Tiene que serlo.

    —En fin. Tú tenías razón. Y yo la tenía al decir que Nahuel es una monería de chico —canturrea.

    —¿Al final os enrollasteis anoche?

    —¿Tú qué crees? Por cierto, no está tan mal compartir piso con Macarena. No se mete en nada en mi vida. Y está fuera casi las veinticuatro horas enteras del día —explica agradecida—. Aunque me hubiera encantado que las dos compartiéramos un pisito de estudiantes, juntas.

    —Podemos vernos todos los días igual. No nos encontramos tan lejos. Y, acuérdate; no pudo ser.

    —Bueno. No importa. Macarena es estupenda. Y Roberta es una tía majísima. No podemos quejarnos. Solo que no estamos juntas.

     —¡Ay! Ya deja de darle vueltas al asunto, porfa. Lo importante es que estamos bien ubicadas. Con personas adecuadas.

    —Pues sí. Pues nada... al curro. Me queda mucho por adelantar —confiesa tras un suspiro.

    —Dímelo a mí.

    —Chao chao, bonita.

    —Lo mismo te digo, preciosa.

    Finalizamos la llamada. Me quedo pensativa. ¡Yo sabía que había algo! Por eso Tristán está tan en las nubes, y lo mismo, a la defensiva. Pobre muchacho. Ojalá pudiera echarle un cable.


  TRISTÁN

  Nahuel me da un codazo.

    —Intento trabajar en esto, tío —señalo hacia la pantalla del ordenador—. ¿Qué quieres? ¡Ni siquiera has llamado a la puerta!

    —¿Ayer la llamaste? ¿La llamaste para que te hiciera compañía? ¿O fue ella quien se ofreció?

    —No importa —siseo, molesto.

    Se sienta sobre la cama exhalando hasta casi quedarte sin aire.

    —Si quieres que te sea sincero, y aunque ella me cae bien, me sentía preocupado. Incluso la más inocente puede esconder al monstruo más terrible.

    —Eso ya lo dije yo —le recuerdo.

    Me señala.

    —Reconoce que es bueno haberse equivocado en esto... Por ahora. Ella estuvo aquí y no te tocó ni un pelo.

    —Los comienzos de Estela fueron similares. No lo olvides.

    —Ya... —Apoya ambas manos sobre la cama para asegurarse bien—. Ojalá por fin hayas encontrado a una mujer estupenda.

   Lo fulmino con la mirada.

    —¡Ni por asomo pienses que me la voy a ligar!

    Clava la mirada en mí con diversión.

    —Reconócelo. Natalia empieza a gustarte.

    Niego nervioso.

    —¡Ni de puta coña!

    —¡Ja! Se te nota a leguas.

    Trago saliva antes de volver a hablar.

    —Me pareció ver a una mujer similar a Estela en el bar. Vi, en unos segundos, mi vida pasar —agregué con dramatismo.

    Cambia automáticamente su rostro.

    —¿Era ella? —me interroga con preocupación.

    Me encojo de hombros.

    —No lo sé. La perdí, al momento, de vista.

    Se acerca a mí. Pone su mano sobre mi hombro.

    —Vamos a montar una guardia constante. Ninguno de sus amiguitos, ni ella misma, lograrán acabar contigo. Por mucho que lo prometiera.

    —¿Podemos cambiar de tema? —suplico, temblando. Sí. Hablar de ella hace que me entre el canguelo. Es una muer desalmada. No tiene corazón. Es inhumana. Una sádica.

    Asiente. Señala hacia mi ordenador.

    —Te dejo trabajar. Y, tranquilo. Vamos a tener los ojos bien abiertos. De todas formas, de haber sido ella, ya hubiera ido a por ti.

    —O está esperando el momento.

    —No lo será. Tranquilízate. Vale... —Señala hacia la puerta—, ya me largo.

    Con tantas cosas como pensar, no sé si voy a lograr concentrarme. «Venga, tío. No puedes permitirte el lujo de tirar tu carrera por la borda. Concéntrate en ello», me grita mi vocecilla interior. Ella tiene mucha razón. Vuelvo a recordar el momento en el que entré en puro terror. «Deberías de apuntarte a artes marciales». Con tanta tarea como tengo ahora es humanamente imposible.

    Empiezo a teclear. En mi cabeza, lo ocurrido ayer. Ella parecía querer protegerme. ¡No me conoce! ¿A qué viene ese interés? ¿Protegerme, o controlarme? «¿Y si ella no es un enemigo?». ¡Qué estupidez! Aún sigo distanciándome. No sabe nada de mi pasado. Igualmente, debe de entender que no todo el mundo es sociable. Y, en algunas ocasiones no lo es por algo de su pasado. Espero que Nahuel no se vaya de la lengua con Elisa o se acordará de mí.

    Mañana vuelvo al instituto; al trabajo. Ella estará allí. ¿Cómo debo actuar tras un sábado juntos donde la armonía intentó que funcionara? ¿Por qué debería de mostrarme confiado? «Reconócelo. Natalia empieza a gustarte». ¡Maldito Nahuel! ¿Qué pretende con hacerme reflexionar? ¡Pues no! No debo dejar que sobrepase la fina línea de mi espacio personal.

    Tecleo unas cuantas frases más. Me quedo con la mirada fija en la pantalla. ¿Y si Nahuel tuviera razón? ¿Y si ahora me surge el problema del enamoramiento volviendo a caer, probablemente, en otra trampa mortal?

    «No escarmientas. ¡Es que eres gilipollas!».


    Finalmente, logro meterme en tarea. Pierdo la noción del tiempo. Escucho unos golpecillos en la puerta de mi habitación. He terminado aquí dentro después de que Nahuel saliera tropecientas veces a la cocina para abrir descontroladamente la nevera. ¡No sé cómo consigue mantenerse delgado con lo que engulle!

—¿Qué quieres? —grito.

Se asoma.

—Elisa viene a comer al piso. Ya sabes. Tengo que acabar el trabajo. Luego nos largaremos y te dejaremos en paz.

—Haced lo que os venga en gana. Mientras no molestéis.

Elisa, en mi piso. Nuestro piso. Porque es de ambos. Los dos pagamos parte del alquiler.

—¿Deseas que llame a Natalia?

—¿Deseas que te dé una hostia en toda tu jeta?

    Muestra una risilla mordaz antes de cerrar del todo la puerta. ¡Ese idiota se cree Celestina. ¡A ver si ya me deja en paz!

    «Natalia. A comer... Otra vez el piso lleno. Otra vez tenerla cerca a la espera que te dé caza como te dio Estela». «¡Pero qué desconfiado eres, coñe!». Me doy un manotazo en la frente. Quiero lograr que las putas vocecillas se silencien. Odio tener un ángel y un demonio charlatanes dentro de mí.

    Pasa el tiempo. Escucho el telefonillo, la voz de Elisa y de Nahuel conversando afuera. Unos golpecillos suaves en la puerta. Nahuel se asoma otra vez. Pongo los ojos en blanco. ¡Tanta interrupción va a conseguir que me largue a hacer el trabajo en otra parte que no sea aquí!

    —¿Quieres que te pidamos algo?

    —Otra vez comida para llevar... ¿Pretendes que terminemos por no poder atravesar la puerta?

    Alza las manos a la defensiva.

    —Solo digo. Si no quieres, pues nada.

    Gruño, cerrando el portátil.

    —Te ayudaré a preparar algo que no contenga una cantidad ingente de calorías. Si sigues así, va a salirte barriga. Y paso de ver a mi otro yo similar convertido en el muñeco de Michelín —siseo.

    Salgo afuera. Me encuentro con Elisa que me saluda cordialmente.

    —¿Qué tal estás?

    —Podría estar mejor. Créeme —bufo, lanzándole una mirada asesina a mi hermano. Él simplemente alza los brazos como quien pasa de todo lo que se le diga.

    —No te molestes con Natalia. Ella es buena persona. Se preocupa por ti.

    Giro sobre mis talones, clavando la mirada en Elisa. ¿A qué viene eso?

    —Es una chica entrometida —aseguro con fiereza.

    —Y tú eres más áspero que el papel de lija —me compara, torciendo el gesto.

    —¿Deseas terminar la visita mucho antes de lo previsto? —le advierto.

    Mi hermano se mete de por medio.

    —¡Ey! Haya paz. Dejemos esto para otro momento. —Se lleva la mano al estómago—. Estoy muerto de hambre. —Mira a Elisa—. Y Tristán cocina súper bien. No tiene desperdicio —asegura, con un guiño. Ella sonríe. Y y tengo unas ganas tremendas de finalizar con esta visita. ¡Voy a matar a ese clon mío que no sabe poner los límites correctos!


    En hora y media hay sobre la mesa del salón todo un despliegue culinario tan sano como apetitoso.

    —¡Esto huele muy bien!

    —Tu novio debería de aprender a cocinar —me atrevo a decir, soltándolo con un tono de mala baba. Porque Nahuel ya me tiene hasta los cojones con sus ocurrencias.

    —No somos...

    —¿No?

    De repente, a ella le ha entrado la vergüenza. Mi hermano le rodea los hombros.

    —¡Pues claro que lo somos! Por mí, encantado.

    —¿Podríamos ir más despacio? —sugiere ella.

    —¡Ayer no decías eso mientras fo...! —Me mira y se corta. Alza los hombros—. Lo que tú digas.

   Como Nahuel no eche el freno, su posible romance va a salir huyendo.


    Mientras comemos, Elisa no deja de observarme con disimulo. Como si me estudiase con detenimiento. Como quien se esfuerza por analizar a alguien que le parece realmente interesante.

    —¿Te gusta lo que ves? —la interrumpo, sin vergüenza. Sé qué trata de hacer.

    —¿Cuál es tu historia? —suelta, sin cortarse.

    —¿Te han mandado para espiarme, sonsacarme? ¿Piensas torturarme para conseguirlo? —la interrogo, masticando despacio, mostrándome inamovible.

    —Tienes confusa a mi amiga.

    —No debería estarlo.

    —Le gustas.

     Casi me atraganto. Nahuel enseña una sonrisilla burlona.

   —¡Lo sabía! Sabía que ella iba detrás de tus huesillos —ironiza.

    —Dile a tu amiga que me olvide.

    —¡No seas tan antipático, hermanito! Natalia es muy mo... —La mirada que le dedico lo corta. Elisa nos observa con preocupación.

    —Ella no es mala gente. No sé qué opinión debes de tener sobre ella. Pero no es de «esas». Ya sabes a qué me refiero.

   Suelto el cubierto dentro del plato haciéndolo resonar.

    —¡Pues no! ¡No lo sé! ¡Dímelo tú! ¡Dime qué te han contado! —sigo preguntando, mirando a mi hermano con unas ganas inmensas de estrangularlo.

    —No me han contado nada. Es solo que me parece raro que no seas sociable.

    —¿No lo soy? —Señalo hacia los platos de la mesa—. He preparado todo esto en vuestra presencia. Me he sentado a comer con vosotros, ¿y me dices que no soy sociable?

    ¿En serio?

    —No digo eso.

    Exhala vencida.

    —Nada.

    —Siendo así, déjame en paz.

    Nahuel nos observa a punto de estallar. ¡Como no se contenga, lo mato! De repente, no puede sostener más mi secreto y quiere soltarlo. Espero que no lo haga. Por su bien. Por el mío. Porque si lo hace, de verdad que dejo de ser su hermano al instante.

    Elisa se cansa de esperar cuando Nahuel no despega sus labios. Su rostro muestra el deseo de confesar. Se contiene porque sabe a qué se arriesga.

    —Solo digo que no la trates con tanta severidad.

    —Ella es quien se empeña en ir tras de mí.

    —Lo sé. Y ya la he advertido. Aunque también te diré que no se enamora de cualquiera. Es como si en ti hubiera encontrado a...

    —¿Un gatito abandonado en mitad de la nada y necesitara rescatar? ¡Anda ya! Paso de dar lástima. Porque solo es lástima —aseguro. Lo sé. No es necesario que me lo diga en mi misma cara.

    Elisa termina de masticar, dejando el cubierto dentro del plato. Bebe. Se pone en pie.

    —Siento molestar. Seguro que tenéis un montón de cosas que hacer.

    —Eli, cielo, ¿pero qué haces? ¡No dejes que mi hermano te intimide!

    —No... no. No es eso. Es que... —espeta. Mira su reloj—. Nos vemos mañana. Tengo que acabar unos trabajos para la uni —determina.

    Nahuel se pone en pie. La persigue.

    —¡Pero si decías que ya habías terminado! Oye, es que mi hermano es gilipollas...

    —¡Te estoy oyendo! —digo, desde donde estoy—. Dile a tu chica que «es de ser bien nacido el ser agradecido». Siquiera ha agradecido mi comida.

   Ella se gira. Me dedica una mirada ácida.

    —Mujer. De nada —me burlo.

    Sacude la cabeza agregando un resoplido.

    —¡Tu hermano es un tío insoportable! —asegura, pillando el bolso y dando un portazo para desaparecer. ¡Por fin!

    Nahuel me señala entornando la mirada.

    —Esta me la pagas.

    —Como muchas otras tantas que me haces a mí —arremeto, tratando de mostrarme sereno. Sé que eso lo enrabieta.

    Se lleva sus cosas, las llaves del coche. Sale en su busca. Por fin tengo de nuevo paz. Una paz que, como Nahuel la vuelva a quebrantar, lo echo de una patada a la calle definitivamente.

    Despierto empapado en sudor. Cada pesadilla es más nítida y real. Me cuesta respirar. Miro el reloj. Son las cuatro de la madrugada. Nadie accede a mi habitación. Nahuel parece cabreado. Y yo... yo rompo a llorar repasando los dedos por mis cabellos húmedos deseando que la tierra me trague. ¡Hija de puta! Estela me ha marcado de por vida. Porque no es solo ella. Porque temerla solo a ella ya bastante. Porque es una psicópata como aquellas de las películas de terror psicológico y, por si fuera poco, la ayudan en su fin por borrarme del mapa si no soy suyo. ¿Sería ella la de ayer? ¿Ya ha cumplido condena y ha viajado hasta aquí, una vez localizado? ¿A cuantos más se habrá llevado hasta aquí para que me persigan hasta encontrarme? Me siento como el tipo de "El mito de Bourne".


    Despierto. La casa esta vacía. Sobre la encimera de la cocina hay una nota.

    «Te he dejado las llaves del coche. Disfrútalo. O haz lo que te plazca».

    Froto mi rostro con la mano aturdido. Abrumado. En el fondo sigue teniendo muestras de afecto. Porque, en esta frase se puede sobreentender que me deja el coche para que llegue bien a la uni y no me ocurra nada. Algo para mi propia seguridad. Pero que, a pesar de todo ello, y de lo poco que me quede de aprecio por su parte por ser su gemelo, que lo deje en paz. ¡Fantástico! Si me protege por un lado así, y por el otro me expone... ¿Quién es capaz de entenderlo?


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro