1.
«No acumules silencios. Grita de vez en cuando»
TRISTÁN
Casi no he dormido. Con los nervios del primer día en la universidad —aunque cargue a mi hermano gemelo detrás, por lo que no estaré solo con lo que sea que me llueva encima—, y las pesadillas que se niegan a dejarme descansar ni una maldita noche, me he levantado echo unos zorros.
Me arrastro hacia la cocina para desayunar. Nahuel aparece haciendo tonterías ya de buena mañana como por costumbre. ¡Mi hermano pequeño no se toma nada en serio!
—¡No estoy de humor! —le advierto con un siseo.
Se acerca a mí. Pone la mano sobre mi hombro.
—No me has dejado casi dormir. He tenido que ir a tranquilizarte en innumerables ocasiones. Por lo que yo tampoco es que goce de un humor extraordinario, ¿sabes? —me reprocha.
—Tienes la opción de buscarte otro piso de alquiler y alejarte de mí.
—Jamás. —Niega, apretando los labios con fuerza—. Si esa zorra da contigo, estoy preparado para darle la hostia más grande de todo mi arsenal. ¡No volverá a tocarte ni un solo pelo! —trata de jurar.
—Una buena hostia... —Rio angustiado—. Ni la hostia bien dada a mano abierta sería suficiente para detenerla —le aseguro, sintiendo un desgarrador escalofrío.
Suspira, observándome con compasión.
—No puede acercarse a ti. Como intente algo, le cae una bien gorda.
—Siempre hay un lapsus de tiempo que cualquier asesino o psicópata usa para terminar con lo que empezó. ¿O no?
—¡Exagerado! —Nahuel intenta bromear, aunque juro no hace ni pizca de gracia—. Venga. Desayunemos. Todavía nos queda mucho camino hasta llegar a la uni.
Puede que tienda a exagerar. Es solo que los psicópatas son reincidentes y obcecados con aquello que quieren finalizar.
Estacionamos. Accedemos al recinto. Son edificios enladrillados de un rojo oscuro, combinados con el blanco y gris de fachadas y tejados. Con el pétreo de los bajos, y de la combinación completa de otros edificios que forman parte del campus. Entramos dentro del edificio traspasando las enormes puertas acristaladas. Tendré que aprenderme estos túneles laberínticos si no deseo perderme. Nahuel va elevando el mentón a quien lo mira como si les conociera de siempre. ¡Este tío es la leche! No lo estrangulo porque es mi hermano gemelo y los gemelos no podemos estar sin el otro. Somos como un radar que detecta cuando su otro igual está en apuros.
Un par de tipos nos saludan al entrar en el aula que nos han indicado en secretaría. ¡Genial! Llegamos al lugar correcto sin tener que dar cientos de vueltas como pollos mareados.
—¡Ey! ¿Qué pasa, tío? Soy Álex. Y este es mi amigo Brian.
—Yo soy Nahuel. Y este es mi hermano Tristán.
—Hermano... —vocaliza Brian intentando no reírse.
—Pues sí. ¿Qué pasa?
—Que no os parecéis en nada —bromea abiertamente a continuación, soltando una escandalosa carcajada.
—Si esperas que seamos clones, de eso nada, monada. Él no debe de heredar mi belleza apolínea —añade mi hermano, alardeando como si fuera un dios griego.
—Vale. Vale. Es suficiente —interrumpe Álex, participando en la conversación.
Nos da tiempo para cambiar pocas impresiones. Al momento, suena la sirena que avisa el inicio de las clases. Quizá más, tarde. Puede que, durante el almuerzo, en la cafetería.
Echo un vistazo a mis mensajes. Mis amigos de Soria, que tenemos en común mi hermano, solo que ambos tenemos un mejor amigo distinto, en mi caso es Óscar, quien me envía mensajes más extensos, nos han mandado varios mensajes al grupo que tenemos montado deseándonos suerte en nuestro primer día de clase. Óscar es más conciso en su pregunta: «¿Hay chicas guapas en Madrid?». ¡Como si no las hubiera en todas partes! Como si lo primero que fuera yo a hacer es flirtear con la primera que se me cruce por delante. Como si me apeteciera después de... ¡Mejor no pensarlo!
Respondo:
YO:
El profesor ha llegado. Tengo que silenciar el teléfono.
Al resto, ya lo haré más tarde. Cuando salga de esta confusión de primer día de estudios que ya me está dando un pelín de cabeza por andar perdido en un recinto que desconozco.
Brian y Álex finalmente almuerzan con nosotros. Nos acompañan a la cafetería del campus. Como paso de mirar a la cara a quien sea, me distraigo jugando a uno de esos juegos del teléfono simples, pero entretenidos. Al entrar por la puerta de la cafetería le doy un codazo a alguien. Alzo la vista después de tanto tiempo de tenerla fija en mi móvil. Es una chica. ¡Mierda!
—Lo... siento —me disculpo, entre dientes—. Iba distraído.
—No importa. Pasa tú primero.
—No. Pasa tú.
Frunce el ceño.
—De verdad. Tú primero.
¿Hasta cuánto rato vamos a jugar a esto? Y se supone que yo no debería de estar usando el teléfono dentro de estas instalaciones. Al bolsillo, pues, antes de que esta entrometida se chive.
—Pues vale.
Luego de acceder después de mí, junto a una amiga, me mira durante un trato sonriendo.
—Me llamo Natalia —se presenta.
—Nahuel —se adelanta mi hermano, dándole un par de besos—. Este es mi hermano gemelo Tristán, el más feo de los dos—. Le hago una mueca de burla por su ordinariez. Va a darme un par de besos, aunque me aparto—. Vale, y estos son Álex y Brian.
—¡Hola! ¿Qué tal? —responde ella con cordialidad sin quitarme la vista de encima. Siento un escalofrío. ¡No pienso repetir mi historia!
Ella nos presenta a su amiga.
—¿Desayunáis con noso..? —le doy un codazo fuerte a mi hermano. Se queja—. ¿Qué? —murmura para mí. Niego—. Pues nada. Es que mi hermano es bastante vergonzoso.
Brian y Álex no dicen nada. Solamente se limitan a reírse de esta escena tan absurda que Nahuel está montando. ¡Muy gracioso! Sí señor. Para aplaudirle. Este es mi tono irónico.
—Pues nada. Otro día si eso.
—Claro, guapa. Otro día —añade Nahuel, mostrando su palmito.
«¡Fantoche!»
Seguimos a lo nuestro. Esta vez tenemos más tiempo para charlar de lo que nos gusta, a qué solemos jugar en juegos Online y de otras naturalezas, música, gustos, de qué lugar venimos, etc. ¡Esto empieza a parecerse más a una cita, que al inicio de una amistad! No es necesario informar de tanta cosa.
—Podrías uniros a los juegos Online que jugamos nosotros —se adelanta Nahuel.
Toman nota. A algunos juegos ya juegan. A otros, nos avisarán cuando creen a su usuario. Sí. Normalmente, me acuesto muy tarde resistiéndome a irme a dormir, metido en este tipo de actividades. Mis amigos de Soria consiguen que me desconecte. Ahora formaremos un grupo mayor.
La chica que se tropezó conmigo me come con la mirada desde la mesa en la que está sentada. Me acabo de dar cuenta. Nahuel me da una patada suave por debajo de la mesa indicándome que vaya. Niego. Se encoge de hombros. En el fondo, él tiene más miedo que yo a lo que pueda ocurrir en la siguiente relación que inicie. No todas tienen por qué ser iguales. Pero es que «gato escaldado huye del agua».
Termino la jornada feliz de no coincidir con ella en clase. Supongo que estará en otro edificio distinto, estudiando otra carrera diferente. Eso me causa alivio. Solo que no podré evitar tropezarme con ella en la cafetería, supongo.
Nos despedimos de Brian y de Álex.
—¡Eh! Os conectáis esta noche. Nos uniremos a los juegos que hemos mencionado.
Nahuel alza el pulgar.
—¡Eso está hecho!
Se marchan. Mi hermano me pone una mano en la espalda.
—¿Estás bien?
—No. No estoy bien.
Adivina el por qué.
Subimos al coche. Suena Green Day «Know your Enemy» a un volumen impresionante. Conduce Nahuel. ¡Cómo no! Bueno. A los dos nos gusta este tipo de música. Vamos moviendo la cabeza a su ritmo, cantando algunas estrofas con un inglés un poco deteriorado. ¡Con los años que llevamos estudiándolo y «pa qué». My english is shit!
Después de comer abro el portátil para hacer lo que han mandado desde clase. Nahuel se ha puesto la música a todo volumen, en el salón. Canta y vocea barbaridades. Me tapo los oídos. ¡Así no se puede trabajar! Cierro el ordenador. Echo un vistazo dónde puedo encontrar la biblioteca en el campus. ¡Al menos, allí habrá silencio!
Cojo todo, coloco el ordenador en su respectiva bolsa de nailon de color negro. Salgo deprisa, pasando veloz por su lado.
—¡Eh! —Levanta un dedo—. ¿A dónde te crees que vas?
—¡A la biblioteca del campus! Aquí no se puede trabajar —explico de mala gana, sin detenerme.
—¿Qué? ¡No es verdad! Además, dímelo y me marcho a mi cuarto para dejarte trabajar.
—Mejor me voy. Pasamos demasiado tiempo juntos —le recrimino. Tampoco es que necesite un guardaespaldas de continuo—. Dame espacio.
—Como quieras. Pero si pasa algo...
—Te llamo. Lo sé. Me largo.
—Anda, ve. Airéate un poco —se pronuncia molesto. Pero sí. Reconoce que de verdad necesito un poco de espacio para no volverme más paranoico de lo que estoy.
—Por cierto —cojo las llaves de la bandejita del recibidor—. Cojo el coche.
—¡De eso nada! Pilla el metro, el bus, o lo que sea, que ya nos hicimos la tarjeta de abono para todo eso por si teníamos que utilizar el coche individualmente. Me puede hacer falta para salir zumbando a rescatarte.
Tuerzo los labios con desagrado.
—¡No soy ninguna princesita en apuros a la que debas rescatar! —me burlo, molesto.
—Si me desplazo con taxi, con bus o con metro, igual no llego a tiempo.
Hago el ademán de que habla demasiado como burla.
—Siempre estás igual. No me ayudas en nada a superarlo.
—Lo sé. Pero es que...
—Cállate.
Imagino su pesar. Aquella loca estuvo a punto de matarme. La angustia que le entraría al pobre de mi hermano no la querrá revivir de nuevo.
Regreso las llaves a la bandejita. Total, en metro estoy más expuesto, si lo piensas bien. Me niego a reflexionar. Quiero vivir mi vida. Para eso se me dio otra oportunidad.
—Chao —digo a continuación.
—Ve con cuidado.
—Y dale —gruño por lo bajo, saliendo definitivamente del piso.
NATALIA
Entro en el piso tarareando una canción. Natalia arquea una ceja y chasquea su lengua.
—¿En serio ha sido tan extraordinario el día? A ver... déjame adivinar: te ha tocado un profesor buenorro, hasta has tenido suerte y has hecho muy buenas migas enseguida con una tía simpática, o se ha fijado en ti el más macizo de todos los universitarios... ¿Doy en el clavo con algo?
Frunzo el ceño.
—Como compañera de clase y amiga ya tengo a Elisa. Eso, por primera. Y luego...
—¡Eh! Eh, eh... —Llega corriendo y se sienta en el sofá apoyándose con la mano para escuchar atentamente—. ¿Y luego, qué? —verbaliza con exageración, emocionada.
—Supongo que has dado en el clavo con lo tercero.
—Espera... —Alza un dedo—. ¿Te has ligado al capitán de fútbol de la universidad en tu primer día?
—No exactamente.
—Vaya. Un zasca en toda mi cara —se lamenta—. ¿Entonces? Explícame, porque no lo entiendo.
Suspiro como una lela. Me siento a su lado haciendo un ademán exagerado de acomodarme como una presumida.
—Me he chocado en la cafetería con un tío buenísimo.
—¿Y?
—¿Y, qué?
—Eso te pregunto yo. ¿Y?
—Nada.
Sacude la cabeza.
—Un segundo, ¿no ha pasado nada?
—No.
—¿Nada de nada?
—Eso es.
—¿Y su número de teléfono?
Niego. Me señala.
—¿Lo ves? ¡Ahí la has cagado! Deberías de habérselo pedido.
—Creo que no estaba por la labor.
—Ah, clarooo. Cómo no. Los tíos buenos suelen ser afilados témpanos de hielo con aquellas mujeres que no les atraen. La típica historia tóxica.
Le doy un cuidadoso empujón. Tampoco quiero propasarme.
—¡Cállate! —gruño enfadada—. Además, tengo hambre. Preparemos algo para comer —exijo.
Roberta frunce el ceño. Al memento, suaviza sus facciones aunque sigue a la defensiva.
—¡Estás muy rarita hoy, querida! —me regaña, marchándose hacia la cocina. La sigo. Para nada voy a dejar que haga la comida sola, hoy. Las dos acabamos de llegar cansadas a casa después de tanto estudiar. Solo que lo hacemos en universidades distintas.
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