
v e i n t i t r é s | a e r o p u e r t o
"Fui un gilipollas hasta el último momento"
Uriel
La joven fue la primera en despertar, tras una noche llena de lágrimas y abrazos.
Sentía un fuerte dolor de cabeza, y era por la sencilla razón de lo que había vivido días atrás junto a Uriel. Ya que una pérdida como esa afectaba demasiado y la muchacha llevaba días sin descansar junto con él. Y no podía imaginarse como debía encontrarse Uriel.
Observó al joven, el cual tenía la cabeza descansando en el hombro de ella mientras roncaba suavemente. La abrazaba y no se separaba de ella en ningún momento y ahí fue cuando Erin pudo ver el angelical rostro de Uriel. Deseó darle un beso en ese momento, pero tras la discusión que habían tenido aquel día y lo mal que lo estaba pasando Uriel, no iba ella a aprovecharse de la situación.
Jamás haría eso.
Dejó que él siguiera abrazándola. No quería despertarlo después de que estuviesen hasta las 4 de la mañana sin poder dormir, sin hacer nada, solo dejando que Uriel se expresara con ella y sacase a la luz todo lo que tenía dentro, la tristeza, lo que sentía tras la pérdida...
Esa misma mañana, la joven le hizo el desayuno y cuando Uriel despertó, pensando que Erin se había marchado, fue a la cocina y la paz se cruzó en su rostro. La muchacha se encontraba ahí, preparando la comida para ambos y esa mínima cosa, fue algo muy importante para él.
Erin levantó la mirada y lo vio frente a ella, quería ayudarla, pero no le dejó. Le obligó a sentarse y que esperase hasta que terminara. La muchacha no pudo evitar mirar los ojos del joven, hinchados y rojos de tanto llorar. Incluso podía sentir lo vacío que debía de sentirse por dentro.
Sabía que quería mucho a su madre y que ese momento lo debía de estar pasando fatal. Erin no podía imaginárselo porque jamás había pasado por una pérdida, pero comprendía que eso era un duelo muy difícil.
Cuando desayunaron, ambos solo charlaban de pocas cosas, y en ningún momento hablaron sobre los días previos ni mucho menos de aquella conversación en la que Uriel trató de mentirosa a Erin. La muchacha podía ver la desesperación de él para pedirle perdón, pero Uriel no se atrevía a hablar. Seguiría siendo un hombre cerrado y eso era de esperar.
Y aunque no lo dijera con palabras, con una simple mirada, Erin le perdonó. Lo último que quería era hacerlo sentir peor de lo que ya se sentía.
Pero lo peor vino en el momento de la despedida.
Erin no quería que Uriel la acompañase al aeropuerto. Sabía que a ella no se le daban bien las despedidas, porque jamás se había tenido que despedir de nadie, ni siquiera de sus padres, ya que no le daban ningún cariño. Pero Uriel... Oh, Uriel. Para ella le fue muy difícil y ni siquiera sabía cómo empezar.
Y no quería que fuera al aeropuerto junto con ella, porque Uriel no estaba para quedarse solo después en un sitio cuando ella se marchara. Eso era mucho estrés para él y menos esa despedida tan dura.
La joven, que había llamado a la tía de Uriel para que pasara con él el duelo, recogió sus cosas y, en la misma puerta de entrada, se despidió de él.
Klaus estaba frente a ellos, esperando a Erin fuera del coche mientras que Tesla tenía la cabeza sacada fuera mirando la escena de lejos. El guardaespaldas había aparcado algo lejos para darles intimidad mientras que miraba hacia una tienda de chocolate con aquellas gafas de aviador.
Uriel miró a Erin, deseando que no se fuera, deseando decirle que la amaba, queriendo explicarse y disculparse por su comportamiento con ella el otro día.
Pero nada de eso le salía.
—No sé cómo... —inició ella.
Pero él la frenó;
—No lo hagas. Sólo abrázame —contestó y, antes de que ella reaccionara, él extendió sus brazos hasta atrapar el pequeño cuerpo de ella en su pecho.
Se abrazaron, en aquel umbral bajo la mirada de Tesla que ladraba a Uriel animadamente.
Fue un abrazo muy largo y lleno de sentimiento. Lo que no decían con palabras, lo decían sus propios cuerpos.
Se amaban y nadie tenía duda.
—Ojalá pudiera quedarme más tiempo contigo —se lamentó ella con su cabeza pegada al cuello de él—. Si necesitas algo, ya tienes mi número. Al menos, si necesitas hablar —contestó y se separó de él, aunque no del todo, para poder mirarlo a los ojos.
Uriel asintió, tratando de sacar una sonrisa para ella, pero apenas le salía.
—Gracias... —Y pensó en lo que quería decirle. —Yo...
Ella, impaciente, esperó a escucharlo.
Uriel quería decirle que la amaba, que sentía su comportamiento y que, cuando consiguiera dinero, iría a visitarla si lo dejaban.
Pero no le salían las palabras y dijo algo que no debió decirle.
—Me alegro de haberte conocido.
La pequeña sonrisa de Erin fue algo falsa, porque no quería escuchar aquello, solo quería besarlo y decirle nuevamente que lo amaba. Pero ya se lo había dicho una vez y si él no le había dicho nada, era porque quizás no sentía lo mismo.
—Ojalá no me tuviese que ir... —se sinceró—. Ojalá pudiera quedarme contigo.
Él no dijo nada, intentando ver como se lo decía, pero, nuevamente, no le salían esas importantes palabras.
—Adiós, Uriel —dijo ella, poniéndose de puntillas y besando la mejilla de él.
Pero cuando se fue a alejar, Uriel la atrapó y le dio un beso largo en la mejilla de la joven.
—Adiós, Erin.
***
De camino hacia el aeropuerto, aquel largo camino en el que el coche de Klaus que llevaba manejando esos años estaba yendo muy lento por la pista por el peso de las maletas, había silencio. Ninguno de los 2 hablaba, ni siquiera Tesla que tenía la cabeza en medio de ellos en los asientos traseros.
Klaus quería decirle a Erin que todo iría bien, que no se alejaría de ella, pero no fue así. No sabía cómo decírselo sin sonar un idiota que no debía preocuparse por tener que reinar en un futuro y era cierto. Klaus quería como a una hija a Erin y lo último que quería era hacerla sentir peor.
Los días anteriores habló con los padres de ella para pedirle unos días más, para que Erin pudiera estar con Uriel y que este estuviese acompañado por ella después del fallecimiento de su madre. Pero ellos le dijeron claramente que o se iba en ese día que le dijo o irían los otros guardaespaldas a buscarla y Erin no se merecía eso.
Entonces la miró, la joven se encontraba mirando el paisaje de la ventana por última vez, intentando grabárselo en su cabeza para siempre y no olvidarlo jamás. Todo lo que había vivido esos años y que deseó seguir viviendo durante un tiempo más.
—¿Como fue la despedida con Uriel? —cuestionó, sabiendo que no había ido bien, pero quería escucharla, que ella se expresara.
Pero al ver que ella le miró y negó con la cabeza, Klaus soltó un soplo no pudiendo imaginarse como debía de ser despedirse de alguien de quien estuvieses enamorado.
—No fue muy bien... —susurró Klaus volviendo la mirada hacia la carretera, observando como algún que otro coche lo adelantaba por el carril contrario por lo lento que iba su coche de peso.
Y no paraban de tocarle el claxon, pero Klaus tenía tanta paciencia, que ignoraba todo eso.
—Tampoco fue mal... —dijo ella, volviendo su mirada hacia la ventana. —Pero no puedo parar de pensar que soy una idiota por dejarlo ahora solo, cuando más lo necesita.
Klaus observó por unos segundos a esa muchacha y quiso consolarla.
—No lo has dejado solo en todos estos días y no puedes quedarte por las obligaciones que tienes en Europa —agregó, siendo completamente sincero. —No te culpes por eso, Erin. Uriel lo entiende —susurró, maldiciéndose a sí mismo por no saber consolar a nadie.
Ni siquiera a sí mismo cuando está mal.
Erin lo miró, conociendo muy bien a Klaus y le sonrió, agradeciéndole el esfuerzo que hace por consolarla. Porque Erin lo entendía a él, era un hombre que estuvo en la guerra, que toda su vida estuvo ligada al ejército y con un pasado para olvidar, lo que ganó y perdió en esos años alistado y esas placas militares que llevaba colgadas siempre en su cuello. De esa otra placa que no era de él y del que nunca hablaba.
Klaus era un hombre que nunca recibió amor, ni cariño y entendía que fuera frío o no supiera consolar a alguien. Pero lo intentaba, al menos con ella lo intentaba y Erin se lo agradecía.
—Ojalá pudiera tener un día más para estar con él.
Klaus la miró y Tesla le lamió la mejilla para animarla, haciéndola reír por unos momentos en aquel viaje sin vuelta.
—¿Estás preparada para volver a ver a tus padres? —cuestionó Klaus, sabiendo la respuesta.
—No, pero no podemos postergarlo —dijo—. Siempre amaré este lugar... Lo echaré todo de menos.
Y entonces, el humor de Klaus salió a la luz para intentar alegrar a Erin en ese momento tan malo que estaba pasando.
—Yo echaré de menos lo peligrosa que eres en la cocina.
Eso lo que hizo fue enfurecer a Erin, que clavó sus ojos marrones en el rostro duro de Klaus y el hombre juró que había visto la mirada del diablo en ella. Y rio por ello, por verla así después de tantos días decaída.
—¡Eh! Que he mejorado —se quejó.
Pero esa conversación no acababa ahí y Klaus le recordó aquella cena;
—Te recuerdo lo de los macarrones.
Erin no cabía en sí de la furia. Por algo que intentó hacer no le había salido bien, y era normal, la que cocinaba no era ella, sino Klaus. Lo cierto es que ese día tuvieron que pedir pizza para cenar y tirar algún caldero.
—¡Fue un accidente hace meses! —gritó, haciendo ladrar a Tesla que miraba la escena, maravillado.
Observó el hombre a Erin y contestó;
—Y tiré el caldero.
Esa conversación siguió y siguió hasta que los 3 llegaron al aeropuerto, arrastrando todas las maletas. Ya tenían los billetes y solo tenían que esperar a la hora que salía su vuelo.
Lo más importante de todo aquello, es que Erin en todo ese momento, no dejaba de mirar hacia atrás, como si esperase a alguien y ese alguien ya lo conocían Klaus y Tesla.
Tesla ya estaba en la jaula para que pudiera viajar y ya se había quedado dormido en el trayecto. Incluso cuando ya había pasado la hora y ellos se encontraban en la cola para subirse al avión.
Erin no dejaba de mirar a sus espaldas, como si tuviese esa pequeña esperanza de que Uriel viniera y le dijera algo más, pero no podía pasarse de soñadora porque eso no iba a pasar. Uriel estaba en su duelo y ya no lo volvería a ver jamás. Quizás hablarían por teléfono algunos días, pero el tiempo los terminaría separando como era de esperar.
El tiempo separaba algunas cosas, y tranquilizaba otras.
—Erin... —llamó Klaus a la joven que, ensimismada mirando hacia atrás, no podía imaginarse que debía irse en ese mismo momento. —Vamos.
La joven asintió, no volviendo a mirar hacia sus espaldas y entrando por aquel pasillo para meterse dentro del avión.
Klaus no dijo nada, solo calló mientras odiaba ver a esa muchacha sufrir.
Avisaron de que el avión iba a despegar, por lo que se pusieron el cinturón de seguridad y vieron como todo aquello que habían construido, se esfumaba en cuestión de segundos. Como las cosas cambiaban en un mísero instante.
Erin miró por la ventanilla, observando como dejaba atrás aquel lugar del cual se había enamorado, como dejaba atrás a compañeras de clase, la vida que había construido durante esos años... A Uriel. No podía imaginarse nada de todo eso en su nueva vida, como debía dejar todo atrás y eso era lo que no quería. Amaba su vida tal cual era, pero supo que una vez pisara la casa real todo eso iba a olvidarse y ser parte de su pasado.
Mientras el avión se había puesto en marcha hacia Alemania, donde primero Erin tendría una reunión con sus padres para luego viajar hacia Könileich, un joven había viajado en moto sin importar el límite de velocidad para llegar hasta el aeropuerto.
Uriel se bajó de la moto y entró a ese lugar amplio para buscar a esa muchacha, decirle las cosas que no se atrevió a decir la otra noche, ser sincero y abrirse ante ella. Necesitaba pedirle perdón por todo, por como la trató el otro día y darle las gracias por estar a su lado en el momento más duro de su vida.
Pero cuando llegó al aeropuerto, no la encontró. No vio a esa chica de cabello negro que había conocido mucho antes de lo que él creía. Y cuando vio que el único vuelo del día hacia Alemania había despegado, se sentó en una de las sillas de espera para lamentarse por lo que había perdido.
Había perdido a 2 personas muy importantes en su vida; a su madre y ahora a Erin. Y esta última no la trató nada bien, comportándose como un simio y ni siquiera fue capaz de decirle que lo sentía.
Se quedó ahí por horas, lamentándose por todo y siendo más desdichado al sentir su pecho vacío y con esas ganas de decirle a Erin que la amaba y que lo seguiría haciendo.
Se lamentó y lo peor es que no podía hacer nada para cambiarlo y sabía que Erin se olvidaría de él una vez pisara Alemania.
Y lloró mientras pensaba lo gilipollas que fue con Erin.
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