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V e i n t i s é i s | f i e s t a

"¿Cuál era mi futuro? ¿En el reino o fuera de él?"

Erin

Poco a poco, Erin se fue habituando a su nueva vida en ese castillo antiguo. Había echo migas con los trabajadores de allí y se llevaban todos bien. Con la relación de sus abuelos no podía ir mejor, era todo lo contrario a sus padres, quienes solo habían llamado en 3 ocaciones a ver si la estaban preparando bien.

Los abuelos le daban cariño, le enseñaban todo lo hermoso de ese lugar que era todo verde, con montañas, pueblos y unos habitantes increíbles. Pudo acabar el instituto yendo a una escuela allí, pero deseaba y demasiado poder estudiar dibujo, dedicarse de lleno a pintar cuadros y dibujar... Sobre todo dibujar.

No eran pocas las veces que su mente había dibujado a Uriel, ya que solo tenía una foto con él y lo guardaba en su portátil como oro. No supo nada de él en ese tiempo, nada, porque ya había cambiado de móvil y, aunque hubiese guardado su número, él seguía sin contestar a las llamadas de ella.

Ya, al segundo mes de estar allí, prefirió no seguir con su agonía, ya que lo mejor era pasar página.

No fue todo fácil, aunque tuviese un cuarto para ella sola y que le daban todo el tiempo y soledad que necesitara, junto con Tesla que le hacía compañía. Y gracias a que sus abuelos dejaron que Klaus siguiera siendo su guardaespaldas, podían seguir teniendo esa relación que tenían desde antes. Pero ya no era lo mismo que cuando estaban en Estados Unidos en aquel pueblo.

Ya nada era igual y ambos lo sabían muy bien.

Caminaba por los pasillos interminables de aquel lugar y se perdía más veces de lo que le gustaría admitir, hasta que comenzó a aprenderse de memoria todos los pasadizos, hasta las puertas secretas que la llevaban a otro pasillo distinto.

Poco a poco, ya al cuarto mes, comenzó a recibir clases de su propia abuela para que aprendiese a ser una princesa. Era muy paciente, sobre todo con la forma de sentarse de Erin con la espalda poco recta. Ambas se divertían mucho y eran las más amigas en ese lugar. Erin jamás había tenido ese amor familiar que siempre deseó, y ahora... Que complicado era porque justo en el momento que más desgraciada creía que iba a ser, había conocido el verdadero amor y ese era el de sus abuelos.

Tras cumplir sus 19 años, ya había empezado a tener conversaciones con algunos políticos de Könileich y con los que no le caían muy bien por lo serios que solían ser.

Su abuela estaba y muy de acuerdo con la joven.

Ya era junio y la muchacha se encontraba frente al espejo de su cuarto lleno de cuadros y papeles dibujados. Estaba con un precioso vestido azul oscuro que le dejaba a la vista su preciosa espalda con un recogido increíble que le había echo la peluquera. La muchacha se miraba al espejo algo triste porque, a pesar de conocer el amor que jamás había tenido en su familia, sentía que le faltaba algo.

Se observó pausadamente, mirando su reflejo triste. Su cabello seguía siendo oscuro, pero se lo estaba dejando rubio nuevamente, como antes y faltaba bastante para conseguir aquel color que tenía natural. Aunque siempre echaría de menos su pelo negro y azul.

Apretó la mandíbula mientras Tesla agachaba las orejas y gemía triste al verla así de mal, presintiendo que ella no estaba bien.

2 toques en la puerta hicieron que Erin dejase de mirar hacia su reflejo en el espejo y diera permiso a aquella persona a entrar.

Su abuelo Faber entró.

—Pequeña, ¿estás bien? —cuestionó desde el marco de la puerta y el asentimiento de Erin le dijo que estaba mintiendo.

—Si... Solo terminaba de prepararme.

Faber empezaba a conocerla, y sabía que, por la cara que tenía, ese no era momento de hablar. Lo mejor era más tarde, por lo que asintió.

—Todos te esperan.

Erin lo miró, sonriendo para luego decir;

—Ya bajo, abuelo.

La puerta se volvió a cerrar y ella volvió a quedarse sola en lo amplio de su cuarto. Se colocó sus pendientes y luego, después de darle una caricia cariñosa a su perro, se marchó hacia la fiesta que sus abuelos habían organizado.

Era una fiesta que hacían todos los años y en el que invitaban a comerciantes y empresarios.

La joven bajó aquella escalera, subiéndose un poco su vestido y consiguiendo que todos, dejando de hacer lo que estaba haciendo, la mirasen clavando su mirada en la princesa. Erin, nerviosa, terminó de bajar y comenzó a hablar con algunas personas que su abuela le presentaba. Sobre todo, habían varios jóvenes de entre 20 a 30 años que no dejaban de mirarla por lo hermosa que era, pero Erin no tenía interés en ninguno de ellos.

La noche fue pasando hasta que, en un momento, la joven dejó de hablar con una empresaria para observar a alguien que reconoció tan solo verlo. Se disculpó frente a la mujer, se recogió un poco su vestido y caminó entre la multitud en aquel salón enorme, encontrándose frente a frente con el chico que le había robado el corazón.

Unos metros los separaba y parecía demasiado lejos para ambos.

—Uriel... —fue lo único que dijo antes de correr hacia él.

El joven sonrió ampliamente, no pudiendo ocultar su sonrisa frente a esa chica tan preciosa de la que se había enamorado y la joven lo abrazó con fuerza mientras que Uriel la levantaba del suelo, dando vueltas entre sí frente a la mirada de algunos.

Y varios chicos interesados en la princesa, bajaron el hombro, deseando ser Uriel en ese instante.

—Creí que jamás volvería a verte —dijo ella una vez Uriel la volvió a dejar en el suelo.

Estaba tan guapo como siempre, con el cabello un poco corto e irresistible para ella, con esa ropa oscura que tanto amaba y que parecía todo lo contrario a los trajes de los chicos en esa fiesta. Para ella, era el chico más guapo de ese lugar.

Seguían teniendo esa química, y se notaba aquella necesidad de besarse, ignorando donde se encontraban. Necesitaban decirse que se querían y esa era la manera de hacerlo. Y sus manos, las de ambos, estaban en sus cuerpos. La joven tenía sus manos en las mejillas sonrojadas de Uriel, mientras que él la aferrada a sus brazos como si temiese perderla.

Uriel, acercándose a ella y pegando su frente a la de la joven, creyó lo mismo. Creyó que no volvería a abrazarla, a sentirla... A estar a su lado.

—Tuve varios problemas, empezando por mi móvil —susurró, recordando que su móvil se había roto en el trayecto cuando fue a buscarla en el aeropuerto.

Un carraspeo se escuchó detrás de la joven.

Ambos miraron hacia aquella persona y un abuelo serio y una abuela sonriente, estaban mirando a la pareja.

—¿No nos presentas a este muchacho, Erin? —cuestionó Erika, moviendo un poco las cejas.

—Oh, claro —dijo ella mirando a Uriel y pidiéndole perdón de antemano por presentarle a sus abuelos sin hablar de ellos. —Él es Uriel —inició—. Ellos son mis abuelos; Faber y Erika.

Uriel no sabía que hacer, si agacharse o hacer alguna reverencia y la abuela rio al ver la duda en el muchacho.

—No es necesario que hagas nada. Eso solo son formalidades que aquí no nos interesa demasiado.

La abuela le guiñó el ojo a su nieta y, dejando que se quedaran ambos, se fueron a charlar con unos comerciantes que conocían desde hacía años.

—Ven... —Tomó Erin la mano de Uriel y se lo llevó fuera del salón, escondiéndose como dos colegiales en uno de los inmensos pasillos del castillo.

Estaba un poco oscuro, pero gracias a una luz proveniente del fondo podían verse y sonrieron mientras que se quedaron ahí, solos y alegres de volver a reencontrarse.

—Pensé que jamás volvería a verte... Juré que no querrías volver a hablar conmigo, porque estarías molesto por ocultarte lo que era y te daba miedo salir con alguien como yo y... —Uriel puso su dedo índice en los labios suaves de la joven y se pegó a la joven, hasta que Erin tuvo que pegarse a la pared.

—Sh... —susurró con la mirada entrecerrada y deseando besarla, decirle lo que quería decirle en el aeropuerto. —Déjame explicarte —contestó, observando cada gesto de ella. —Estuve ahorrando mucho tiempo con las peleas.

Erin lo miró cabreada.

—¿Peleas Uriel?

Él sonrió al verla así y no pudo evitar enamorarse de ese gesto, tras habiéndola echado tanto de menos.

—Déjame hablar. Vaya... Como son ustedes las princesas —susurró burlándose un poco de ella como en los viejos tiempos, pero Erin estaba tan enamorada de ese muchacho que no pudo dejar de sonreír por ello. —Bueno, estuve ahorrando mucho tiempo y guardándole luto a mi madre. Acabé mi primer año de carrera y no sabes la de veces que deseé volver a verte, a sentirte... —Rozó la yema de su dedo en los suaves labios de ella para murmurar—. A besarte. Lo soñé tantas veces, pero tenía que solucionar ciertas cosas y cerrar el ciclo allí.

La joven tragó en seco asintiendo, nerviosa por tener a ese chico frente a ella y esperó que eso no fuera un sueño. Y si lo era, no quería despertar.

Uriel dejó un delicado beso en la frente de la muchacha y, en efecto, no era un sueño; era la realidad.

—Sé que me comporté como un gilipollas contigo, y no lo merecías. Fui un idiota gritándote aquel día y dejándote sola, cuando más lo necesitabas —dijo—. Y luego vas y me demuestras que tu no eres como yo, que cuando más te necesitaba estuviste a mi lado. —Consiguió que Erin sacara una sonrisa estúpida de su rostro. —Si este pueblo no te quiere como princesa, no saben lo que se está perdiendo.

—No quiero serlo, Uriel... —respondió, mirando hacia otro lado, pero las manos protectoras de Uriel hicieron que le devolviera esa preciosa mirada de ojos marrones.

—Cuando llegue el momento decidirás lo que deseas ser.

Y sin aguantar ni un segundo más, la besó.

Sus labios se juntaron para quedarse siendo uno. Y ese beso, que tanto anhelaban tener, fue su salvación para lo que les deparaba el futuro. Porque juntos las cosas podían ser algo mejores, quizás porque realmente se amaban y a su lado todo podía ser distinto.

Se besaron en aquel pasillo, abrazándose como podían, deseando sentirse más y más, queriendo que ese momento jamás acabara y que lo repitieran siempre que sus cuerpos les dejara.

Y cuando ambos se separaron para juntar sus frentes, él le dijo;

—Te fui a buscar al aeropuerto. Quería decirte algo importante, pero ya te habías ido...

Los nervios estaban a flor de piel y Erin no podía ocultarlo. No al menos cuando estaba a su lado, ya que era ese pedazo que le faltaba en su vida.

—¿Qué...? ¿Qué querías decirme?

Él tragó saliva y se preparó para decirle lo que sentía, no aguantando ni un mísero segundo más.

—Te amo, ángel.

Y ese apodo, si se lo decía él y con ese tono cariñoso, lo amó, porque sentía que se lo decía de forma cariñosa, como una pareja y no como lo que realmente era. Ese era el poder que tenía Uriel en su corazón.

Y mientras la música de la fiesta seguía de fondo, ellos se quedaron solos allí, en ese pasillo donde se reconciliaron y donde se esconderían de los demás por el resto de la noche. Como dos amantes necesitados de amor después de estar tanto tiempo alejados del uno del otro.

Porque así de extraño podía ser el amor, darte esos altibajos que uno no creería tener. Un día podías tocar el cielo y al otro destrozado.

Pero ahora se tenían juntos... Las ahora iban a ser distintas, compartiendo sus problemas y con Uriel completamente enamorado de Erin.

***

Al día siguiente, Erin caminaba por los pasillos del castillo, buscando a su guardaespaldas. Tenía decidido todo lo que quería en su vida, todos los cambios que necesitaba su día a día y lo que quería para su futuro.

Quizás lo tenía claro desde hacía tiempo, pero anoche, con el reencuentro de Uriel, ya lo tenía decidido y debía empezar primero por Klaus. Sabía que él necesitaba continuar su camino y quería que encontrase su vida en otro lado. Al igual que ella, el reino le había traído muchas desgracias.

Y Klaus, aunque estuviese a su lado todo el tiempo, quería que fuera feliz en otro lado, que buscara su propia felicidad.

—Klaus... —lo llamó al encontrarlo hablando con otro compañero. —¿Podemos hablar?

Se despidió del otro guardaespaldas y se acercó a la joven, con aquel traje negro y su cabello oscuro bien recogido en un moño.

—Claro, ¿qué pasa?

Erin apretó la mandíbula mientras ese hombre la miraba, esperando alguna respuesta. Hacía tanto tiempo que no le veía vestido como un guardaespaldas, que ya había olvidado que era uno.

—He tomado una decisión —susurró, dejando sin entender nada a Klaus. —Y quiero que te tomes unas buenas vacaciones, como si es un año sabático.

El rostro de Klaus se quedó patidifuso, mirando a la joven sin comprender absolutamente nada.

—¿Qué?

Ella sonrió delicadamente mientras intentaba decírselo, porque quería que él siguiera su vida y ahí no estaba haciéndolo.

—Me refiero que está ya no es tu vida... Quiero que encuentres tu vida en otro lugar, como yo encontré el mío. Ahora te toca a ti vivir la vida como jamás la habías vivido Klaus. En Alemania, en Francia... Donde sea que te sientas libre.

Klaus seguía sorprendido por su petición.

—Pero... ¿No quieres que sea tu guardaespaldas?

—Quiero, pero eso sería egoísta de mi parte. Y tú mereces cambiar de aires. Ya te he visto buscando lugares para pasar las vacaciones, que hace años que no has tenido... —continuó—. Jamás me lo vas a decir, pero te conozco y necesitas otra cosa en tu vida.

Klaus, lejos de que la quería como a una hija, era cierto que quería tener una vida algo más tranquila, tomarse un tiempo lejos de todos los problemas y centrarse en las cosas aburridas que jamás ha podido disfrutar.

Quería algo más aburrido y tras una vida llena de obstáculos y peligros, ver como Erin le daba la oportunidad de seguir era algo que le agradecía enormemente.

Y, entonces, antes de que le dijese nada más, la abrazó.

Erin, sorprendida, aceptó el abrazo mientras se lo devolvía.

—Gracias, Erin —murmuró—. Jamás echaré de menos tus comidas —bromeó haciendo reír a la muchacha que abrazaba.

Y no era un adiós, sino un hasta luego.

Erin ni Klaus sabían que les deparaba el futuro, pero sabían que era necesario un cambio en sus vidas, seguir sus caminos y ese era el momento.




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