
v e i n t i c i n c o | K ö n i l e i c h
"Era el inicio de mi nueva vida... Una vida que jamás había pedido"
Erin
Una joven Erin caminaba por el pasillo cuando se paró en medio de 2 puertas. Una era su cuarto cual se quedaría esa noche en la casa de su padre y la de frente era el cuarto donde se quedaría Klaus esa noche.
La joven se debatía si irse a su cuarto o, por el contrario, entrar a ver a Klaus y hablar con él. Se quedó en medio del pasillo, entre dichas puertas mirando una y la otra por partes iguales. Era un dilema para la joven y, cuando fue hacia su cuarto para abrir la puerta, hizo un gesto con los brazos y se dirigió al cuarto de su guardaespaldas.
Tocó 3 veces y, sin escuchar un adelante, entró sin más.
Un Klaus con solo unos pantalones de pijama largos y holgados se quedó mirando a una Erin triste. Dejó su novela a un lado y se sentó en la cama, haciendo un hueco para ella.
La joven se sentó mientras observaba a un punto fijo del lugar desconocido.
—Mañana viajaremos a Könileich... Y nos separaran una vez pise ese lugar —susurró, al instante en el que Klaus la miraba.
No podía meterse en la piel de esa muchacha, pero si sabía esa sensación, abandonar un lugar que amabas para irte hacia otro que no. La comprendía y quería apoyarla, pero después de las barbaridades que le había dicho el padre de ella a él, sabía que no tendría mucho futuro en la casa real como protector.
—Es decisión del reino, Erin —dijo él, respondiendo a la pregunta que ella no le había hecho.
Erin lo miró y negó con la cabeza varias veces antes de contestar;
—No quiero ir allí sin ti. Eres mi única familia, Klaus, junto con Tesla.
Y ahí él negó.
Sería la única persona que estuviese a su lado todos esos años, pero estaba seguro que tenía familia y esos eran las personas que la esperaban allí. Sus abuelos no eran como los padres de Erin. Eran todo lo contrario y sabía que ellos iban a darle ese amor que sus padres no le dieron a la joven.
Estaba tan seguro que apostaría por todas sus novelas que tenía en físico, un bien preciado para Klaus.
—Tienes a tus abuelos —aclaró. —Ellos no son como tus padres.
—Pero apenas los conozco...—susurró la joven, mal y mirando hacia un punto fijo mientras que Klaus intentaba que lo mirase—. ¿A quién le voy a contar mis preocupaciones? ¿Quién me va a escuchar? Sabes que no confío rápidamente.
Ahí fue cuando ella lo miró y él negó con la cabeza, nuevamente.
—Erin, aunque no sea tu guardaespaldas, seguiré trabajando para la casa real. Me seguirás viendo allí... —continuó—. Así que no te vas a librar de mí en ningún momento.
Ella rio, consiguiendo arrancar una sonrisa en la seriedad de Klaus y, cuando creía que podría ayudarla, la volvió a ver mal y sabía que consolar a las personas no era lo suyo.
—Uriel no me ha llamado.
El hombre dejó de mirarla para observar fugazmente la novela que tenía sobre la mesita de noche.
La joven apretó la mandíbula porque, nada más pisar la casa real, debía cambiar de número y sabía que ese móvil sería historia.
—Quizás no esté preparado —contestó—. Dale tiempo. Se ve que te quiere.
Erin no dijo nada, no hizo ningún gesto... Solo miró a su guardaespaldas nuevamente y, sin que le diera tiempo a reaccionar él, lo abrazó, deseando que ese tiempo que pasaron juntos se guardase en su memoria por el resto de sus vidas.
Y así iba a ser.
***
Tras horas de viaje y no haberse despedido de su padre, porque ni siquiera se acercó a ella cuando se subió al coche, ahora se encontraba junto con Klaus en un taxi mientras miraba el pequeño lugar donde reinaban sus abuelos. Y donde reinaría ella pronto.
Apretaba la mandíbula mientras miraba de vez en cuando el móvil, a ver si Uriel la llamaba o le respondía a los mensajes que ella le había escrito, pero sabía que ya no iba a responderle. Sabía que él ya no querría saber nada de ella, aunque Erin soñara con volver a abrazarlo y decirle que lo amaba.
Dejó su móvil sobre su regazo mientras que Klaus la observaba. Tesla se encontraba con ellos, sacando la lengua y teniendo al cabeza fuera de la ventana, disfrutando de las vistas.
—¿Preparada? —cuestionó él, aunque ya sabía la respuesta.
El sol estaba puesto y ya eran más de las 11 de la mañana. La joven Erin miraba el antiguo castillo y cuidado que se encontraba en aquel lugar precioso y lleno de naturaleza. Las casas se encontraban esparcidas por varios lugares y un pequeño pueblo cercano a varios kilómetros del castillo.
Erin pudo recordar algunos vagos recuerdos de su infancia, corriendo por los pasillos mientras seguía en, aquel entonces, un cachorro llamado Tesla con aquel pelaje blanco y negro brillante. Ahora, la edad que tenía Tesla se notaba, sobre todo a la hora de andar, pero seguía siendo ese perro feliz que siempre fue con Erin y fiel a ella.
La joven dejó de mirar el precioso lugar y sonrió delicadamente, mirando a los hoyuelos de Klaus al intentar sonreír. No lo veía sonriendo casi nunca, pero le divertía las veces que él lo intentaba.
—Creo que sí.
El guardaespaldas acarició a Tesla que seguía en su mundo, disfrutando del aire fresco de aquel lugar lleno de árboles para luego preguntarle,
—¿Cuándo fue la última vez que viste a tus abuelos?
Aunque él hubiese estado protegiéndola durante mucho tiempo, no tanto como para conocer su pasado. Comenzó a ser su guardaespaldas cuando ella era más joven y luego ocurrió todo lo demás, el secuestro, la tristeza que ella vivió sola junto con Klaus, huir a otro país... Fueron muchas cosas las que vivieron juntos en tan pocos años, en esos años que fue un mundo para ellos.
Klaus esperaba la respuesta de ella y no dejó de mirarla, y siguió acariciando a Tesla.
—Hace años ya.
Erin volvió su mirada hacia la ventana mientras suspiraba. De pronto, su móvil sonó un tono de mensaje y, tan rápido como pudo, se acercó a mirarlo, creyendo que era él. Cuando desbloqueó el móvil, la desilusión apareció en su hermoso rostro, ahora triste.
Era un mensaje de una compañera y decidió contestarle más tarde, porque sinceramente, la joven no estaba de humor para ello.
El taxi aparcó frente al castillo. Todos los que estaban dentro del coche miraron al lugar, tan grande como precioso, por no hablar de Tesla que se subió sobre el regazo de la joven y sacó la lengua, ladrando alegre.
—Vamos —dijo Klaus dulcemente.
Tomaron todas sus cosas con la ayuda del taxista y luego entraron al castillo junto con uno de los ayudantes del rey, que los guió hacia el lugar. Erin no pudo evitar percatarse que todos los que rodeaban el lugar eran simpáticos, no como los de la casa de su padre. Ese lugar debe un aura de positivismo, algo distinto y un leve recuerdo de felicidad se apoderó de ella al pisar dentro del lugar.
Fue tan así que tuvo que suspirar al sentir un remolino de recuerdos en ella.
El hombre los guió hasta el despacho del rey y, frente a él, se encontraba una placa donde ponía "Despacho Könileich". Erin comenzó a sentirse nerviosa y sus piernas empezaron a temblar. Observó a Klaus.
—¿Te acompaño?
Ella negó, sonriéndole.
—No, Klaus. Muchas gracias.
La joven tocó en la puerta varias veces cuando se escuchó de fondo un "adelante", de aquella voz que añoraba.
Abrió la puerta y entró en aquel despacho cubierto de ladrillos, fotos y decoraciones de flores en cada esquina, dándole luz al lugar. Erin vio a un hombre alto, con el cabello gris y bien vestido mirando unos papeles cuando su mirada marrón se levantó y la vio. La joven pudo ver como ese hombre se le iluminaban los ojos al verla.
—Erin... —susurró con una sonrisa que le iluminó la cara. —¡Erika! ¡Está aquí Erin! —gritó campechano y, en menos de 4 segundos, una mujer mayor salió del balcón que había en el despacho y entró al lugar, viendo a su nieta tan guapa y adulta.
La muchacha no pudo evitar mirar el jarrón lleno de flores que traía en la mano. Y tan rápido como entró, se lo dio a su marido sin preguntarle y se acercó a su nieta, abrazándola con amor.
—¡Erin! —gritó la mujer.
Erin no pudo evitar sentirse bien, más que bien en ese abrazo de abuela.
La mujer le dio varios besos esparcidos por el rostro y las mejillas de la muchacha, que terminó despeinada después de esa muestra demasiado grande de cariño.
La mujer la miró de arriba abajo y le dijo;
—¡Ay! Como has crecido. Estás echa toda una mujer —contestó y luego miró a su marido orgullosa de su nieta. —Mira Faber, a que está preciosa.
—Mucho —dijo Faber, dejando el ramo a un lado y acercándose a su nieta para abrazarla. —Ven aquí. —Se acercó a ella y le dio un beso en las mejillas, ya todas pintadas de pintalabios de su abuela. —¿Cómo estás?
—Bueno, he estado mejor —dijo, refiriéndose a todo lo que estaba viviendo y, sobre todo, tener que ser la o futura princesa.
Su abuelo transmitió una mirada de comprensión que no se imaginaba su nieta. La observaba entendiendo por lo que estaba viviendo, pero no solo era comprensión, sino preocupación por ella.
Los ojos marrones de su abuelo no dejaban de mirarla con cariño y Erin no pudo evitar mirar aquella pequeña barba que tenía. Había cambiado en 10 años bastante, pero supuso que también era porque se había dejado esa barba, ya que antes se afeitaba.
—Lo entiendo. Pero no hablemos de eso ahora. —Miró a su mujer, sonriente y luego a su nieta. —Quiero enseñarte algunas cosas de esta casa y...
La puerta se abrió, encontrándose con uno de los trabajadores que se encontraba allí y que manejaba las visitas para decir;
—Señor, tiene visita.
—Que espere —respondió Faber.
El trabajador, nervioso, miró hacia atrás y luego al rey.
—Pero es el primer ministro de...
—Que espere —volvió a decir—. Estoy con mi nieta, la cual hace 10 años que no la veo. Así que porque espere un rato no le va a pasar nada.
El joven asintió y luego se marchó. Lo que hizo que Faber se dirigiera a Erin.
—Sé que esto no ha sido decisión tuya, pero el pueblo ha hablado.
—¿Qué? ¿El pueblo? Si apenas me conoce —respondió la muchacha.
—Te conocen y quieren un cambio, alguien con ideas frescas y estoy seguro que tu podrás hacerlo.
Erin negó varias veces, asustada. Pero su abuela se acercó a ella para apretarle el hombro a la joven.
—No vas a hacer nada que no desees. Y cuando cumplas tus 20 años dentro de 1 año y medio, podrás decidir si quieres seguir aquí o irte... Aunque tu padre no haya parado de insistirnos, la decisión las tomas tú, Erin —habló Erika, sin retirarle la mirada a su nieta.
Erin se quedó callada, mirando hacia todos lados y luego hacia sus abuelos.
—Nosotros estamos para ayudarte y apoyarte. —La voz de Faber era fuerte y alta, pero tenía algo que te invitaba a seguir escuchándolo, para nada comparado a la voz de su padre.
Entonces, millones de preguntas se le arremolinaron en su mente, sobre todo la duda con su guardaespaldas Klaus. Quería seguir teniéndolo a su lado, al menos durante unos meses más hasta que se acostumbrase a aquella vida nueva.
Ya que iba a tener esa vida diferente al que se había acostumbrado a vivir en Estados Unidos, decidió que era hora de tener algunas cosas que llevaban a su lado, al menos un poco más. Necesitaba que su mente se acostumbrase y no sabía que iba a hacer después de que cumpliera los 20. Faltaba mucho para ello y deseaba no tener aquella vida.
Pero era temprano para decidirlo y no quería tentar a la suerte.
Por lo que le preguntó a Faber;
—¿Qué pasará con Klaus? Mi guardaespaldas.
El hombre miró a su mujer y, con un simple gesto, se hablaron con la mirada. En cambio, Erin deseó poder tener a Uriel a su lado, como su abuelo tenía a su abuela. Así quizás ese sentimiento de vacío no estuviese tan pesado en su pecho.
—Tu padre quiere que te pongamos otro, pero tu abuela y yo hemos pensado que no habrá nadie que te proteja mejor que Klaus. Es el mejor en esto —respondió.
Y Klaus, que estaba al otro lado de la puerta, esperando como un buen guardaespaldas, juró que había escuchado un grito proveniente de dentro.
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