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v e i n t e | s i n c e r a

"Se había quedado callado y ese silencio me daba temor"

Erin

Nueve días.

Esos eran los días que quedaban antes de que Erin tomara todas sus cosas y se fuera de ese lugar.

No sabía ni como empezar para decirle todo a Uriel, quien era, quien era su familia y como era su vida antes de venir a ese lugar. De tan solo pensar en el rostro de él y en las cosas que no le había contado... Le daba miedo tan solo pensar que Uriel la odiaría o que incluso que no le volviera a dirigir la palabra.

Y no podía imaginarse nada de ello, porque se había enamorado hasta las trancas de ese hombre.

Empezó a dar vueltas y vueltas por la casa, esperando impacientemente a que la puerta sonara, significando que era él. Habían quedado en su piso para hablar y Uriel ya sabía que Erin le iba a contar algo de su vida, pero creía que eran otros temas y no lo que ella era realmente.

Siguió caminando, casi dejando una marca en el suelo de las vueltas que daba y Tesla la miraba acostado en su esquina favorita como si de una loca se tratase. Casi casi comenzó a volver a comerse las uñas Erin, como hacía unos años por el estrés.

El timbre sonó y juró que empezó a sentir las ganas de orinar de los nervios. Respiró profundamente y, mirando fugazmente a Tesla, como si él le fuese a dar las fuerzas necesarias para enfrentarse al chico del que estaba enamorada, se dirigió a la puerta para abrirla.

El rostro de Uriel, sonriente y con un paquete de palomitas en mano, saludó con un dulce beso a una nerviosa Erin. Y es que habían quedado para ver una película, pero Erin sabía que no iban a ver nada y solo iban a hablar. Entonces, Uriel vio el rostro serio de ella y su sonrisa fue disminuyendo.

—¿Qué te ocurre?

Erin tragó saliva mientras sentía como él la tocaba por la zona de las caderas, como le gustaba a ella y negó con la cabeza, sabiendo que él era capaz de ponerla nerviosa.

—Nada —mintió y le devolvió el beso con un dulce pico en los labios de él.

Dejó que pasara por su humilde morada y él entró, mirando esta vez el piso y no pudo evitar sonreír al recordar como la semana pasada había entrado en ese lugar, pero ni se había percatado de nada por las prisas al besarla. Y como acabó esa misma noche para ambos, eso si que fue un paso para esa relación que estaban deseando ambos tener.

Pero todavía quedaba uno, un reto que la vida los ponía y sabía Erin que Uriel no iba a pasar. Y esa era la tristeza de ella.

El solo pensar que podía amar libremente a un chico y que ese chico la amase a ella, eso era vida para Erin.

—Vaya, ¿y este perro tan increíble? —dijo Uriel cuando se acercó a Tesla para acariciarlo por detrás de las orejas, consiguiendo hacerse amigo rápidamente del animal canino.

Tesla sacó la lengua, alegre y cerró los ojos mientras disfrutaba de esa caricia.

Erin se acercó detrás mirando la escena con una pequeña sonrisa y deseó poder tener una vida así con alguien. Pero de pensarlo, su sonrisa se esfumó como el humo.

—Se llama Tesla —contestó, a la vez que algo triste al recordar que no estaba bien. —Aunque ya tiene una edad y los huesos lo están matando.

Uriel observó a la muchacha y vio la tristeza en su mirada, se levantó e intentó decirle algo para animarla, pero no sabía que decir exactamente.

Erin le ofreció que se sentara en el sofá.

Ambos, mientras el joven dejaba la caja de las palomitas en la mesa, Erin se sentaba a su lado antes de comenzar la película.

Giró todo su cuerpo hacia el de él y se puso recta para poder hablar con claridad con Uriel. Tenía un fuerte peso en su pecho y el miedo a que él la mirase como la miraban los alumnos de su clase, la hacía temblar.

No... No podía ser Uriel quien la mirase así... No él. Y temió y temió su mirada, pero ahora su mirada solo era compasión y cariño, amor incluso.

—Uriel, lo que te voy a contar... Es difícil —susurró.

Uriel, que había venido porque sabía que ella quería sacar aquello que le dolía dentro de su pecho, vio lo afectada que estaba, el miedo de contarlo y le recordó a él cuando se abrió ante ella. Pero no quería verla así, quería verla tranquila a su lado, que fuese esa Erin que sonreía por cualquier cosa.

Solo ella.

Entonces se acercó a ella, le agarró las manos con dulzura y la acarició con suavidad, dándole ese amor que nunca tuvo Erin en su "hogar".

—Erin, no tienes ni porqué contármelo si no estás preparada.

Tomó un pequeño mechón de ese cabello negro y que ahora sabía que era teñido, exceptuando por los mechones azules que estaban al final de su precioso pelo y se lo colocó detrás de su oreja. Acariciando y peinando dulcemente el pelo como ayer en el cuarto de él. Y es que Uriel le gustaba hacerle esa muestra de cariño y ella le encantaba que él le hiciera aquello.

Erin cerró los ojos para sentir aquello, para aprovechar al máximo aquella sensación y recordarla por muchos, muchos años.

—Pero quiero hacerlo... —susurró, apretando sus labios y mirando los ojos marrones de Uriel detrás de sus preciosas gafas. —El problema es que no sé cómo vas a reaccionar. Pero quiero que tengas claro que no te lo he dicho antes porque no me lo permitían... Ahora me lo siguen sin permitir, pero necesito decírtelo —aclaró la joven mientras que Uriel arrugaba su frente sin comprender nada. —Solo te pido que... No me odies por no contártelo antes.

Uriel intentó decir algo, decirle que jamás la dejaría por cualquier cosa que le dijera.

—Erin...

Pero ella le cortó, porque sabía lo que iba a pasar. Como le iba a mirar él.

Lo sabía y eso era lo que más temía.

Pero una ínfima parte en su interior, tenía esa esperanza porque él no la mirase así, que la amara tal y como era. Y quiso aferrarse por error a esa esperanza.

Respiró profundamente y miró a Tesla, que miraba la escena con las orejas levantadas.

—Sabes que nací en Alemania —inició, cambiando su mirada hacia la de ese joven que no la apartaba de ella y él asintió. —El otro día oíste un apellido que no aparece en mi identificación, porque quité ese apellido para venir aquí —siguió, temerosa. —En realidad mi nombre completo es Erin Kissinger Fisher.

Se quedó callada mientras lo miraba. Hizo aquel estúpido truco de contar tres segundos antes de soltar aquella bomba, que ojalá fuera mentira.

Y, mirándolo, lo confesó;

—Soy una futura princesa.

Uriel se quedó callado, observando sin decirle nada a Erin, sin comprender nada ni siquiera moviendo un músculo. Se había quedado congelado por aquello que le había dicho y no sabía ni si era cierto o era alguna broma de ella, pero estaba sorprendido y Erin se asustó. Por lo que se apresuró en explicarlo todo.

—Könileich es un principado de habla alemana que se encuentra entre Austria y Suiza. No es mundialmente conocido, pero en Europa si lo es —aclaró, clavando sus ojos marrones en los de ese muchacho que seguía sin reaccionar.

Entonces, sacudió su cabeza como si aquello fuera un sueño y volvió a mirarla a esa muchacha. ¿Era cierto aquello? ¿Le estaba gastando una broma? No podía ser una princesa, no tenía pinta de princesa, ni siquiera se comportaba como tal... No podía ser así. Una princesa jamás saldría con alguien como él.

Uriel tragó saliva y, sorprendido, alejó sus manos sobre las pequeñas de ella y ese mínimo gesto, le dolió a Erin, que ya lo preveía desde antes de que él entrara por aquella puerta.

Pero prefería contárselo ella misma, antes que lo descubriese desde fuera.

—Espera... —dijo, levantándose del sofá y caminando hacia la tele para luego girarse y clavar su mirada en la de ella, mirándola como una mentirosa. —¿Qué? ¿Eres princesa?

Erin, con el rostro muy serio, asintió triste al ver su comportamiento. Su cabeza cayó para mirar el suelo y sus esperanzas se esfumaron como el viento.

—Si... En realidad, debería ser príncipe mi padre, pero hace años, cuando conoció a mi madre, decidió dejarlo —aclaró y miró a Uriel, quien la miraba como si estuviese diciendo la mejor broma de todos los tiempos. —Pero, en el caso de que su hermano, mi tío, el actual príncipe de Könileich, enfermara, no podía volver. Pero tendría su propia protección privada y una buena suma de dinero por pertenecer a la familia real.

Uriel no entendía nada. Creía que eran mentiras, pero, por alguna extraña razón, le preguntó;

—Pero, ¿y a ti?

—Yo no firmé nada —dijo ella, manteniendo la compostura, volviendo a mirar a aquel hombre que se acercaba a ella para sentarse en la mesa que había frente a ella y quedarse a poca distancia.  —Tengo sangre real y mis padres sabían que, si algo pasaba, yo pertenecía a la realeza. —Siguió mirando hacia los ojos de Uriel, buscando alguna respuesta viable a que le dijera que se quedaba a su lado, que la creería o que no la trataría como los demás en Alemania. Por lo que continuó—. Mi tío se casó, pero no es fértil y no tiene descendencia, y hace poco enfermó. Así que mis abuelos han decidido que debo ser yo la siguiente en la sucesión al trono.

Uriel se tapó el rostro con una mano e hizo un sonido de risa, pero no de burla, sino de risa histérica por no comprenderla, por creer que le estaba tomando el pelo.

—Espera... No puede ser... —dijo, levantando las manos y haciendo gestos en el aire. —¿Me lo estás diciendo en serio? —preguntó y ella asintió sin la más mínima sonrisa. —¿Y cómo es que nadie, absolutamente nadie de aquí, te ha reconocido? —Hizo una pregunta en la cual, esta vez, si se estaba burlando de ella.

Entonces, Erin al ver como se estaba comportando él al ella contarle una verdad que le podría caer una gorda por compartir su paradero escondido, dijo con un rostro que ocultaba a la perfección el dolor que le estaba causando.

—¿Serías capaz de reconocer a todas las realezas que existen actualmente?

Uriel, que había vuelto a ser el mismo del principio en esos instantes y que no estaba puesto en nada sobre monarquías, negó con la cabeza, dejando de burlarse para mirarla seriamente al ver lo seria que lo estaba contando.

—No...

Erin apretó la mandíbula y contestó;

—Ahí tienes mi respuesta. Soy conocida en Alemania y en algunos países de Europa, por no hablar de Könileich, pero no aquí.

Uriel volvió a levantarse con brutalidad mientras daba vueltas por el salón de Erin y ella, sin elevar la voz, con una suavidad y tranquilidad posible, a pesar de temblar por el miedo por dentro, habló;

—Sé que crees que es una broma, pero créeme, ojalá fuera una broma, porque entonces no estaría sufriendo por el futuro que me espera.

Uriel se quedó mirando hacia la ventana, callado por unos largos minutos para luego clavar su mirada algo furiosa en ella.

—¿Por qué no me lo contaste antes? ¿Por qué has venido aquí? —contestó, casi reprochándole porqué había entrado en su vida para luego irse y eso que ni siquiera le había contado que se iría en unos días.

Uriel miraba a Erin, como le estaba contando todo aquello y trató de imaginársela como una princesa, pero no podía. Era cierto que tenía una forma de hablar muy adulta, una pasividad y un corazón muy grande... Pero, ¿princesa? ¿Realeza? No podía ser que, de la persona de la que se había enamorado, a quien le entregó todo, fuera alguien que estaba destinada a ser reina.

—Porque eso es otra historia —contestó y, arreglándose los pantalones nerviosa por contarle su peor experiencia, miró a Uriel, mostrando su temor y él lo vio. —Los periodistas siempre andan husmeando... Y por culpa de una noticia que sacaron donde estudiaba yo en aquel entonces, una mafia me secuestró hace un tiempo...

Bastó decir eso para que Uriel se le cayera aquel enfado al suelo y la mirase lleno de preocupación. Dejó de lado las bromas, esa sensación de que ella le estaba mintiendo, lo dejó de lado. Y Erin vio aquel rostro lleno de angustia y supo lo que se estaba imaginando.

La joven no pudo evitar recordar aquellos momentos, el miedo de llegar la noche y verlo todo oscuro, como aquella semana que estuvo en aquel sitio encerrado, sin luz y sin nada. Por eso necesitaba dormir con una puerta abierta o una ventana, por eso iba a terapia, por eso sus pesadillas, por eso soñaba con aquel hombre que la había encerrado y creyó que jamás saldría con vida de allí.

Entonces, Uriel se acercó a ella e hizo que lo mirase a los ojos colocando sus manos en las mejillas de ella.

—¿Qué? Espera... —trató de decir y tuvo que tragar saliva, temiendo por ella. —¿Te hicieron...?

Ella negó y le quitó las manos con cariño de su rostro, para acariciar las duras manos de Uriel.

—Déjame explicarte. Mi madre era jueza y en uno de sus casos envió a la cárcel a una jefa de la mafia. Ellos le juraron que lo pagaría. Cuando conoció a mi padre dejó todo su trabajo y fui yo la que pagó —contestó mientras Uriel la miraba asustado, no pudiendo imaginarse como lo tuvo que vivir ella. —Estuve secuestrada durante días, en un sitio diminuto donde no había ventana, solo una cama y un retrete asqueroso. Apenas había 6 metros cuadrados y una puerta donde solo podía ver la luz en la parte de abajo.

Erin miró los ojos ahora cristalinos de Uriel, quien, a pesar de no creerla que fuera princesa, al ver el rostro de ella llena de miedo contándole su peor experiencia, odió saber que tuvo que vivir aquello.

Ella siguió;

—Querían que sacasen a esa jefa, aparte de pagar una millonada... Pero no fue así, porque la policía consiguió encontrarme antes de que fuese mucho peor —susurró mientras recordaba tramo por tramo todo lo que vivió como si fuera ayer. —Después de eso me fui a un lugar seguro, pero Klaus... que es mi guardaespaldas, me sugirió irme de allí y vinimos lejos, muy lejos.

Uriel, asombrado por todo lo que le estaba contando, parpadeó varias veces y la miró nuevamente, sin comprender nada. Como un gilipollas.

—¿No es tu tío? —Fue lo que preguntó.

Ella negó.

—No... Lleva siendo mi guardaespaldas desde hace años.

Uriel negó con la cabeza y volvió a ser el de antes, con las ideas borrosas y sin entenderla. No creyéndola.

—Esto... Erin... No sé ni que decirte... —susurró.

Ella apretó sus manos sobre las de él e hizo que Uriel la mirase.

—No digas nada... Yo... —pensó bien en lo que le quería decir, eligiendo las palabras correctas para ese chico. —Te lo quería decir desde antes. Pero ahora tomaron una decisión mis abuelos y mis padres, y debo ir cuanto antes a palacio para prepararme.

Eso si le afectó, mucho más que todo lo demás.

—¿Qué? ¿Cuándo debes irte? —preguntó, casi gritándolo.

Y esa respuesta fue la que más le costó decir ella al ver el rostro de miedo y desilusión de él. Sabía que es lo que estaría pensando, sabía que por culpa de aquella mujer tendría poca fe en las mujeres. Y ahora que él se había abierto ante ella por completo, ahora ella le daba la espalda yéndose lejos. Y odió decir aquella respuesta porque Erin no quería dejarlo, quería estar con él y olvidarse de su futuro.

Solo pedía estar con él y ser feliz en su futuro por ella misma.

Se miraron eternamente, como una balada que no acabaría nunca por preciosa que fuera.

—En 9 días.

Uriel dejó de tocar las manos de ella para mirar hacia un punto fijo de la nada.

El paquete de palomitas estaba ahí, esperando ser devorado, pero no iba a serlo por ninguno de los 2.

La noche se había estropeado conociendo la verdad de ella, conociendo que ella se marcharía en poco tiempo. Y el silencio se hizo en aquel lugar ocupado por 2 amantes que se amaban en silencio.

Uriel no dejaba de pensar que había encontrando el amor, y de pronto, ya se iba a ir y encima, ella era una princesa. Sabía lo que eso significaba, que ella no podía amarlo, jamás podría. Una princesa no se enamoraba de un chico que apenas llegaba a fin de mes. Ella necesitaba y merecía a un príncipe para que  estuviese a la altura de ella, y aún seguiría sin llegarle a la suela de los zapatos.

Ella era perfecta y él simplemente tenía muchos problemas. No podían estar juntos.

Se había enamorado hasta los huesos de esa chica y no podía recibir ese amor que tanto quería de ella.

Una princesa tenía que estar con un príncipe, no con un tío como lo era él. Y eso fue lo que más le había dolido a Uriel.

Pero Erin solo quería estar a su lado. No habría príncipe que mereciera tanto de su amor, como ese chico que para ella ya era su príncipe.

—Uriel... —trató de decir al verlo tan callado.

Y Uriel estalló;

—Necesito estar solo... Pensar —contestó mientras pensaba en cosas negativas de su relación fugaz con Erin. —No sé ni como tomarme todo esto... Parece una broma de mal gusto... —Entonces, entró en una idea apocalíptica para él. —¿Acaso me estás diciendo toda esta mierda para separarte de mí? ¿Por qué no sabes decirme a la cara que para ti yo soy un error? —preguntó, siguiendo sin creérselo.

Y eso hizo que Erin se quedase mirándolo sin comprender porqué creía eso.

—¿Qué? Uriel esto no es ninguna broma —fue sincera—. ¿Crees que me inventaría toda mi vida solo para dejarte? ¿En serio te crees eso? —cuestionó, casi elevando la voz al afectarle como la estaba tratando él.

La trataba como una mentirosa sin corazón cuando la realidad es que había abierto sus sentimientos que nadie sabía ante él. No quería ser princesa, solo ser una chica normal y compartir esa vida con Uriel.

El joven se levantó cabreado al caer que era eso, que debía ser eso por el que ella le estaba diciendo esas mentiras.

—¡Si! —gritó.

Y esas mentiras eran completamente ciertas. No había nada de mentira en lo que ella le estaba contando, pero su mente, la mente de él, creía otra cosa y su inseguridad creció.

—¡Pues no, Uriel! —gritó ella, levantándose también para llegar a la altura de él, pero siempre Uriel le sacaría 2 cabezas de lo alto que era.

—¡Demuéstramelo! ¡Dime porque esto no es una broma para dejarme! —elevó más su voz.

Y ella contestó sin pensárselo;

—¡Porque te amo!

Se quedó callado, notando su estómago revolotear, pero necesitaba irse, necesitaba marcharse lejos de ella para pensar. No creía en todo eso, en todas esas barbaridades que ella le estaba contando. No podían ser ciertas.

Parecía una broma de mal gusto para que ella se fuera y así acabara con esa relación que apenas había comenzado.

Y Erin estaba al borde de las lágrimas al verlo que no confiaba en ella, al ver que le había dicho lo que sentía por él y ni respondió.

Uriel quiso creerla, pero no pudo... No pudo.

Entonces Erin, más relajada aunque muerta de miedo por dentro, preguntó;

—¿Vas a irte? —Él asintió y ella lo comprendió, asintiendo. —Lo entiendo.

Uriel no la volvió a mirar a los ojos en ese trance que se encontraba. Le había dicho muchas cosas de ella y por último, le dijo lo que más deseaba oír, pero no así, no cuando sabía que ella se iba a marchar lejos.

No sabía a donde mirar, a donde ir y deseó darle un beso, al menos un último beso... Pero solo veía a esa princesa que se escondía ahí, aunque creyese que fuera mentira, una parte de él sabía que ella no le estaba mintiendo.

Él comenzó a caminar, cuando de pronto, la voz de ella resonó por el salón, haciéndolo temblar.

—Uriel, ¿podré verte antes de irme? —preguntó con una voz muy suave, temblorosa y llena de dolor.

Sus lágrimas caían en picado como una cascada mientras veía a ese chico dándole la espalda, como jamás creía que lo vería.

Se lo pensó mucho sin mirarla, solo mirando hacia su mano intentando girar el pomo de la puerta para así irse de allí. Y esos largos segundos, le dolieron a ella como nunca antes le había dolido. Y supo que él no quiso saber nada más de ella.

Y Erin, en vez de enfadarse, le dio todo el espacio del mundo.

Pero no le respondió.

Y se fue, dejándola sola.


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