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u n o | c o m p a ñ e r o s

"Solo tenía mente para una cosa, por eso me era imposible concentrarme"

Uriel

—Por fin te veo el careto, Ricci.

Uriel, que llevaba una cara de amargado, llegó hacia el pasillo de la universidad donde su amigo y compañero de equipo de fútbol lo estaba esperando.

—Cállate, Will —contestó el joven mientras se echaba su largo cabello negro hacia atrás.

Su altura le hacía que casi todos los que estaban allí lo mirasen estirando su cuello, por no hablar de esos ojos marrones tan penetrantes que derretían a cualquier chica. Su piercing en la nariz no pasaba desapercibido y su rostro era bastante pronunciado, pareciendo un tipo duro y que lo hacía bastante atractivo.

Su amigo negó con la cabeza mientras que observaba a las mujeres que caminaban por el pasillo y más de una se giraba para ver dos veces el trasero de su amigo Uriel. Cosa que Will no entendía porque Uriel tenía tanta reputación entre las chicas universitarias cuando jamás lo había visto con una.

—Dime una cosa, ¿conoces a la nueva de tu clase? —cuestionó mientras Uriel sacaba un libro y se lo ponía debajo del brazo.

El joven de ojos marrones se colocó su chaqueta de cuero y miró a su amigo.

—¿Nueva? Creo que todos los años vienen gente nueva en las clases universitarias —bromeó sin hacer ni una mueca de sonrisa.

Uriel se le conocía como el tipo que no se relacionaba con cualquiera, por no decir que con nadie. Era como si prefería pasar esa época de su vida como si no le importase nada. Tan solo quería terminar los estudios para dedicarse a trabajar más tiempo y así poder cobrar algo mejor para cuidar de su madre.

—No me refiero a eso, gilipollas —contestó Will, echándose hacia atrás ese tupé rubio al cual se pegaba una hora peinándose todas las mañanas, cual eran burlas constantes de Uriel por ser demasiado cuidadoso con su cabello dorado—. Digo, si te has enterado de la chica que vas a tener de compañera este año.

Uriel, cual le había caído un mechón de su pelo negro en su ojo, negó con la cabeza mientras se apoyaba en la taquilla como si nada.

—No, pero me lo vas a contar.

Will negó nuevamente antes de decir;

—A veces pienso si tienes algún interés en las mujeres, sin contar a Abby... —le recordó y eso le molestó bastante al joven de ojos marrones, cual le entraban ganas de estampar a su amigo en las paredes.

Y con la fuerza que Uriel poseía, no sería misión imposible.

—¿Me vas a decir quien es o no?

Will sonrió cómplice.

—Sabía que te ibas a quedar con las ganas —dijo, cuando de pronto la vista de Will se paró frente al de una chica que caminaba con otras dos en el pasillo—. Y hablando de la reina de Roma. Es esa chica, la que tiene el pelo negro con tonos azules.

Uriel cambió la vista de su amigo hacia dicha joven y su mandíbula se apretó.

La muchacha en cuestión parecía muy feliz, hablando animadamente con esas dos chicas mientras que su cabello suelto y largo se movía por cada movimiento que hacía. Le llamó la atención ese cabello negro desde el nacimiento de su pelo, hasta que llegaba en las puntas de ese cabello, donde la joven se había hecho las californianas de color azul. Era un tono precioso y con su cabello brillante lo era aún más.

Uriel no pudo evitar mirar a esa joven y analizar cada movimiento, como si se moviese lentamente, contoneando las caderas y posando fuerte. Pero lo que más le llamaba la atención era su vestimenta. Nada comparada a la que tenían las chicas de cada lado de ella. En el que el atuendo de esa muchacha consistía en unos pantalones parecido a los de los militares por todos los bolsillos y lo gruesos que eran, pero de un color negro, a juego con esas botas gordas que la hacían unos centímetros más alta y ni siquiera llevaba tacón, nuevamente parecían botas militares. Luego, llevaba un top corto del mismo color que los pantalones y que le dejaban ver su ombligo, pero una camisa corta a cuadros de color gris y negro, ultimaban de decorar su vestimenta.

Completamente distinto a lo rosas y llamativas que iban las dos que iban a su lado, con faldas y bastante escote.

Y algo en ella la hizo verla aún mucho más atractiva al ser distinta a las otras chicas.

Pero al sentir la atenta mirada de su amigo, burlándose de él, dijo;

—No la he visto en mi vida. —Y no mentía, jamás la había visto a pesar de que era la chica más popular del instituto.

—Tío, si es la tía que más buena está en la universidad. Tiene a todos los hombres comiendo de su mano y muchas de las chicas quieren ser como ella —contestó, pero eso a Uriel le daba igual—. Se llama Erin Fischer, pero la conocen como Ángel.

Él observó a su amigo por esa última palabra y repitió;

—¿Ángel?

—Si, no sé por qué le dicen así —murmuró en cuanto terminó de pasar esa joven, dejando un regadío de miradas a sus espaldas—. Quizás porque siempre tiene una sonrisa en el rostro y ayuda a la gente. O porque su presencia es capaz de iluminar una sala —se burló al ver lo atento que estaba Uriel de esa chica.

Y él captó la burla de Will, negando con la cabeza y moviéndose de su taquilla.

—Una popular que ayuda a la gente... —dijo él en tono despectivo—. Me has hecho el día.

Will, al ver que Uriel no se lo creía, lo siguió y dijo;

—¿Qué? Es verdad.

Uriel se giró sin parar de caminar y anunció;

—Will, me voy a mi clase.

—Yo solo te advierto que no intentes tirártela, porque te vas a terminar enamorando de ella —advirtió Will, cual sonreía al saber que dicha chica podría despertar intereses románticos a cierto amigo.

Pero Uriel no era cualquier chico y para eso necesitaba mucho más para poder enamorarse. Y solo lo había hecho una vez en su vida y era con la amiga de toda la vida; Abby.

—Cállate —contestó Uriel que, una vez le dio la espalda, le enseñó el dedo corazón a Will, cual este se rio en medio del pasillo al sacarlo de quicio.

El joven Uriel, con esa galantería y esa seriedad que siempre le definían, entró en su nueva clase junto con algunos suspiros de chicas al ver al chico atractivo y malo que estaría en su misma clase. Pero lo cierto es que no conocían de nada a Uriel y malo no entraba en su definición y mucho menos un malo aunque su físico y su forma de vestir lo parecían.

—Buenos días, alumnos —anunció la profesora mientras que Uriel se sentaba al final de la clase para así pasar más desapercibido—. Este es vuestro primer año en la universidad. Así que vamos a intentar que todos nos llevemos bien y nos respetemos.

Uriel, cual había dejado su mochila sobre la mesa de al lado que estaba vacía, sacó lo necesario y se preparó para la clase y así atender para poder sacarse ese año como podía.

Mientras ignoraba la bienvenida de su profesora, sacó su viejo móvil que era de su madre y le puso el silenciador. Un móvil plegable para nada moderno que hacía reír a quienes se lo veían sacar de su bolsillo. Pero Uriel no tenía redes sociales, ni les interesaba, ni mucho menos enviaba mensajes, quizás alguno cuando era necesario, solo utilizaba ese móvil para llamar o recibir llamadas si era necesario. Estaba tan desconectado del mundo actual como ningún joven de esta misma época estaría.

—También quiero darle la bienvenida a Erin. —Su nombre hizo que todos la mirasen, principalmente Uriel que captó su atención con la simple presencia de ella y comprendió porque la llamaban Ángel—. Debido a que es buena en los estudios y aprueba con facilidad podemos tenerla en esta clase, así que vamos a tener otra alumna en esta aula —aclaró, pero Erin nada más pisar un pie en esa clase, ya todos querían ser su amigo y eso a ella le daba igual—. Erin, ¿por qué no te sientas con Uriel? Es el chico que se sienta al fondo de clase, le vendría bien alguna ayuda —le dijo en baja voz la profesora, cual le mostró dónde se sentaba ese joven y Erin, sin ningún problema, asintió.

—Claro.

Erin, caminando por esa clase y con la mirada de todos sobre ella, con esa sonrisa que la definía, se sentó al final de la clase en aquella mesa vacía junto con ese chico que tenía un rostro solitario.

Y con una sonrisa le dijo;

—¡Hola!

Su ánimo no decaía y Uriel podía notar lo rebosa de energía que estaba esa chica. Y con mala cara la observó en silencio antes de decir;

—¿Quién te ha dicho que te puedas sentar aquí?

Con su mochila aún sobre la mesa de la joven que se sentaría con él, ella, con una sonrisa, movió sus hombros y dijo;

—Básicamente, la profesora. —Su tono divertido era bastante llamativo para Uriel, quien jamás había conocido una persona tan feliz y menos para ser el primer día de clases y, cuando vio que ella le tendía la mano y decía. —Me llamo Erin, tú debes de ser Uriel, ¿cierto?

No le respondió ese joven y mucho menos le tomó la mano para saludarla.

Simplemente Uriel miró hacia otro lado y siguió con su día a día, ignorándola.

Pero no conocía nada de la chica que se sentaría a su lado, y es que poseía una gran paciencia que nadie tenía.

—Bueno, como voy a tener un compañero que repele las sonrisas, el humor y seguramente, vas a parecer una estatua, no te importará que hable a solas conmigo misma, ¿verdad? —contestó sonriente, mientras le pasaba la mochila de este y Uriel no tuvo más remedio que tomar su mochila y ponerla en el suelo con mala cara.

Miró a esa joven y, con una ceja levantada, habló;

—Si hablas contigo misma, me mudo de sitio —amenazó.

Pero Erin sonreía como si le gustara tenerlo de compañero de clase.

Le gustaba hablar con cualquiera, sin importarle su forma de ser o su físico. Jamás verían a Erin burlándose de alguien, pero amigos... Eso era otro concepto para ella por temas del pasado.

—Adelante. Allí tienes un sitio, por si te interesa. —Señaló divertida la joven de 18 años hacia la mesa vacía que había al otro lado de la clase y que no tenía silla.

—No hay silla —obvió Uriel, mientras jugaba con uno de sus anillos el cual Erin no pudo dejar de mirar, pareciéndole atractivo.

Y, mostrando sus blancos dientes, ella dijo;

—Para lo que la vas a utilizar...

Se giró para mirar a su libreta bien ordenada y comenzó a escribir lo que la profesora les decía. Mientras, Uriel tuvo que aguantarla durante toda esa hora y las próximas que vendrían y no podía creerse que ahora, esa chica que supuestamente era popular, tendría que verla y entablar conversación con ella todos los días a lo largo de todo ese curso.

Durante el día, Uriel no le hablaba. Quería la soledad, como siempre se había gustado y cuanto menos supieran de él mejor. Ni siquiera esa chica, Abby, sabía nada de él, ni de lo que hacía los fines de semana y mucho menos de lo que le pasaba a su madre.

No quería darle pena a nadie y quería servirse por sí solo, sin ayuda de nadie.

Pero ahora que Erin se sentaba a su lado, la chica más popular, la más inteligente y la más dulce, quizás esos muros no serían tan duros como él creía. O quizás eran mucho más duros de lo que él mismo pensaba.

Entonces, cuando ya llevaban juntos todo el día, Uriel, mirándola a ella, se acercó muy cerca del rostro angelical de la muchacha y, captando el nerviosismo de ella por tenerlo tan cerca, el muchacho habló rompiendo su silencio.

—¿Tu nunca dejas de sonreír?

Erin, extrañada por ello, elevó una de sus cejas y negó con la cabeza.

—No, ¿te molesta? —murmuró, sonriendo un poco para fastidiarlo.

Uriel negó con la cabeza, colocando su cabeza sobre su mano, cual brazo estaba apoyada sobre su mesa. Y la profesora daba clases sobre matemáticas.

—No me molesta, pero es... raro que una persona sonría todo el rato, las 24 horas del día —aclaró mientras clavaba sus ojos marrones con los marrones de ella.

Y Erin negó con la cabeza mientras seguía escribiendo ante la atenta mirada de ese joven.

—Para raro te tenemos a ti y no me voy quejando —rio, pero ni con esas consiguió hacer sonreír a Uriel.

—Asombroso.

Erin lo miró sonriente y asintió.

—Lo sé. Aunque lo fuerte es que a ti no te he visto sonreír ni un solo momento —dijo mientras lo miraba y dejaba de escribir.

Él, moviendo los hombros anchos, le dio igual. Y Erin no pudo evitar mirar como esa camiseta oscura que llevaba tras quitarse esa chaqueta de cuero, le quedaba bastante ajustada a su cuerpo atlético y tuvo que tragar saliva costosamente para no seguir mirando esos músculos.

Y una sensación de ganas de quitarle esa camiseta se asomaron en sus ojos. Pero lo desechó al recordarse que no quería acostarse con su compañero de clase. Tenía ciertas reglas y es que no fuera con nadie de su misma clase.

—Me duele la cara si sonrío —contestó él volviendo a mirar a su libreta llena de garabatos.

Pero el remate final se lo dio ella.

—Vete a ver un médico —murmuró ella. —Dicen que eso es seriedad.

Ante su respuesta, Uriel no pudo evitar sonreír y enseñar esos dientes blancos que poseía, consiguiendo hacer feliz a Erin por ese pequeño gesto.

—¡Ves! Sabía que tenías dientes.

—Señorita Fischer, ¿podrías atender la clase? —levantó la voz la profesora y Erin carraspeó mientras Uriel aguantaba la risa por ello.

—Disculpe, señora.

Y ambos, callados y sonrientes, siguieron la clase con atención y con cierta atracción que solo ellos podían sentir mutuamente.



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