t r e s | p e s a d i l l a s
"¿Por qué ella era tan rara? ¿Por qué eso era lo que me llamaba de ella?"
Uriel
Una joven abrió los ojos y se encontró en un sitio encerrada a cal y canto, mientras el sonido de una pelota estampándose en la pared para luego caer al suelo, sonaba y resonaba.
Ella no sabía de qué se trataba, solo no podía dejar de pensar quien estaba fuera de esa puerta y lo asustada que se veía al imaginarse que cualquiera podría entrar para hacerle daño a dicha joven.
Estaba en una especie de cuarto sin ventana, con una simple cama a un lado de la misma. Y ella estaba en el suelo, abrazada a sí misma mientras que no paraba de sollozar en silencio. Temía encontrarse con esa mujer el cual se había encontrado antiguamente.
Y entonces, la pelota dejó de escucharse parando en seco y el chirrido de una silla se oía arrastrándose en el suelo.
La joven, asustada y temerosa, se pegó a la pared, como si alejándose fuese mejor, pero no podía alejarse más debido a que estaba la pared de impedimento. Una sombra tras la puerta se vio, donde la luz yacía tras esa misma puerta y entonces, la puerta se abrió de golpe.
No le pudo ver la cara, pero a juzgar por la altura y por la forma de su pelo, supo que se trataba de ella. Y su miedo aumentó junto con sus lágrimas.
—Erin, Erin, Erin... Me vas a hacer ganar bastante dinero, querida.
Y la puerta se cerró tras la mujer.
La joven se despertó rápidamente agitada. Sus ojos miraban a todos lados de su cuarto y lo primero que buscó fue la puerta que siempre dejaba abierta por miedo. Se tranquilizó al descubrir que la puerta seguía abierta por ese trauma de su vida y luego siguió la mirada para ver la ventana abierta como siempre la tenía.
Respiró profundamente y se sentó en su cama, poniendo sus manos sobre su rostro, cual estaba empapado en sudor. Su camiseta blanca que utilizaba para dormir estaba pegada a su cuerpo y necesitaba cambiarse para sentirse más fresca. Giró su cabeza mientras la pequeña luz que solía dejar encendida para que no estuviese demasiado oscuro la iluminaba un poco.
Observó el reloj que marcaban las 2 de la madrugada, por lo que sabía que ya no podría volver a conciliar al sueño. Se quedó unos segundos mirando hacia la nada y respiro y respiro mientras intentaba no pensar en el rostro de aquella mujer y, con sus manos, se secó las lágrimas que habían salido por esa pesadilla.
Y entonces, con ese mal sabor de boca que le había dejado esa pesadilla, encendió la luz de su escritorio, se sentó frente a su caballete y empezó a pintar.
***
Había amanecido y Erin ni siquiera se había percatado de que la luz solar de la mañana se había instalado en su cuarto. Llevaba horas sentada frente a ese cuadro, pintando con precisión cada parte del lienzo. Amaba dibujar y pintar, y lo que más amaría en esa vida sería dedicarse de lleno a eso.
Dibujar la ayudaba a relajarse, a despejar de su mente todas las cosas negativas y a centrarse solo en una cosa; pintar.
Era una magnífica artista que sabía captar a la perfección la expresión de las personas y hacer retratos era lo suyo, aunque también amaba hacer paisajes y dibujos abstractos. Tenía todo tipo de pinturas, desde óleo hasta acuarela, desde lápices, hasta carboncillos. Dibujaba con cualquier cosa que tuviese entre manos, y su cuarto estaba lleno de esos cuadros y dibujos, junto con sus materiales de dibujo.
Relajada y centrada dibujando cada contorno del rostro, escuchó un paso muy silencioso en el pasillo hasta que se paró en la puerta que Erin siempre dejaba abierta antes de irse a dormir.
Ni siquiera le hizo falta girarse para saber que la persona con la que convivía estaba a escasos metros de ella. La joven había desarrollado un buen oído con el paso de los años y que, por mucho silencio que hubiese hecho cualquiera, era capaz de oírlo con precisión.
—¿Tengo una mosca en la espalda, Klaus? —preguntó ella sonriente.
Y aquel hombre, que carraspeó al saber que Erin no se le escapaba ni una, entró a su cuarto y se sentó en la cama vacía de ella para ver aquel lienzo que estaba haciendo.
—¿Desde cuando llevas despierta? —cuestionó él, colocándose el moño que siempre se hacía antes de salir a llevar a Erin a clase.
La barba bien cuidada y recortada de Klaus, demostraba que era un hombre que le gustaba cuidarse. Aparentaba tener unos 30 años, cuando en realidad tenía 35 y solo unas pocas canas habían salido en su brillante pelo castaño.
La joven Erin, que se giró para mirarlo dejando el pincel sobre el vaso de agua, respondió;
—Desde las 2, para variar.
Klaus negó con la cabeza mientras se remangaba la camisa blanca y observaba a la joven de 18 años.
—Deberías hablarlo con tu psicóloga, no dormir no es bueno para la salud —contestó, pero Erin no le respondió a ello, por lo que se decantó por mirar aquel lienzo—. ¿Qué pintas?
Erin observó su cuadro, cual aún le faltaba por terminar y susurró;
—Algo que soñé anoche.
Parecía por su tono de voz que no importaba, pero lo cierto es que si y esa persona a la que pintaba, le había dejado un gran trauma hacía años a esa joven que amaba sonreír como una medicina.
Klaus, cual era un hombre que se preocupaba por esa joven a la que cuidaba, preguntó;
—¿Has vuelto a soñar con esa mujer?
El silencio lo corroboró. Los minutos seguían pasando y ambos simplemente miraban aquel lienzo a medio terminar.
La joven Erin, llena de pintura en su rostro y en sus manos, cambió su mirada para poder ver a Klaus. Ambos, lejos de la diferencia de edad, tenían una gran amistad y sentían que eran como una gran familia, aun sabiendo que estaban lejos de la suya propia.
Erin y Klaus era el resumen perfecto de lo que era elegir una familia.
—Si... Desde aquello, a veces sueño con ella —confesó algo triste, borrando su sonrisa mientras que miraba hacia un punto fijo de la ventana que había frente a ella—. Pintarla quizás me ayuda a pasar página y a no tener que volver a soñar lo mismo.
Klaus posó su mano callosa sobre la muñeca de ella con amor y con esa mirada, dijo;
—No es sencillo pasar página, Erin y si quieres hablarlo, aquí me tienes.
Erin, alegre de tener a ese hombre en su vida, posó su mano sobre la de él y se lo agradeció con una simple mirada.
—Gracias Klaus, eres el mejor.
El hombre, quedándose unos minutos más con ella, se levantó, se colocó la ropa y al llegar a la puerta, se giró para decirle;
—Voy a darle de comer a Tesla y después hago el desayuno —anunció. —Deberías llamar a tus padres.
Erin lo miró alarmada, como si eso sí que fuera una gran pesadilla. Y vaya si lo era.
—¿Para qué? Mucho no se preocupan por mí —contestó siendo sincera.
Ni siquiera ellos se atrevían a llamarla. La habían enviado lejos de su país con Klaus porque así podía estudiar mejor y tener más experiencia para su futuro, pero a ella no le hacía gracia. Solo quería pintar y estudiar en una escuela de arte, lejos, muy lejos de allí. Pero sus padres no lo entendían.
—Llámalos, no te lo pienso volver a repetir —advirtió Klaus con tono autoritario como si fuera su padre.
Y de ello Erin hizo una burla.
—Si, papá.
Cuando Klaus se hubo marchado, la joven Erin se levantó de su silla, caminó hacia una libreta donde escondía dibujos el cual era como un diario, pero dibujado a lápiz, y abrió la página donde había vuelto a dibujar más allá a esa mujer.
La observó y, con rabia, lo arrancó de su libreta, rompiéndolo en cientos de pedazos para luego tirarlos a la basura que tenía cerca.
Se sentó en su cama, mirando hacia un vacío y se tapó el rostro para llorar en silencio.
***
Un Uriel, el cual se había quitado aquella chaqueta negra que tan atractivo le hacía, se había remangado la camiseta larga que llevaba puesta y que tan bien le quedaba. Observaba la silla vacía de su compañera, la cual era extraño ya que siempre llegaba antes que él y eso, a pesar de haberla conocido apenas hacía 2 semanas, lo preocupó un poco.
Aun ni siquiera le había pedido perdón por lo de la otra vez y lo cierto es que él le costaba pedir perdón.
No estaba en su mejor época, pero había que admitir que estaba algo más alegre que de costumbre. Su madre se estaba recuperando de aquel segundo ataque que había sufrido en la vida de ella y es que, tras haber sufrido una enfermedad grave, la vida todavía le estaba dando golpes fuertes y junto a ella, a su único hijo el cual la cuidaba día y noche.
Uriel miraba la puerta, con su pierna moviéndose ligeramente a modo de nerviosismo, preocupado por no ver a esa chica y que ni siquiera él mismo entendía. Lejos de que le gustase sentarse solo y sentirse solo, realmente quería volver a ver a esa muchacha que, muy de vez en cuando, le robaba alguna que otra sonrisa.
Hasta que su cabello negro y azul aparecieron en la vista de Uriel, el cual se estiró al verla y casi se levantó de la silla. Pero no lo hizo porque sería estúpido por su parte.
Contento en el fondo y con su corazón moviéndose con fuerza y teniendo la mesa de su lado limpia de ningún objeto suyo, hizo como si su presencia no le afectase.
—Buenos días —dijo ella con un rostro algo extraño que captó al instante Uriel.
La joven se sentó, dejando ver esa ropa que se solía poner y que tan bien le quedaba, mientras sacaba sus cosas.
Y Uriel, mirándola a los ojos, dijo;
—Hola —saludó. —¿Te encuentras bien?
Al ver las ojeras de esa muchacha que intentó disimular con maquillaje, no quiso quitarle importancia.
Era muy llamativo ver a una persona que siempre sonreía y tenía una mirada deslumbrante, que ese día no lo hiciera y Uriel lo echó de menos.
Erin lo miró cansada de no dormir, de pensar en aquella pesadilla una y otra vez y cuestionó;
—¿Por qué lo preguntas?
—Te noto distinta —contestó como si fuese obvio—. Como si no hubieses dormido en dos días.
Erin no solía ser borde, pero ese día tenía un día bastante malo y, aunque odiaba serlo, sin querer le salió esa vena muy oculta que ella tenía y que, al instante, se arrepintió en contestar.
Cosa que nunca le había pasado delante de alguien que apenas conocía.
—Vaya, ¿desde cuándo te importa? —preguntó y se mordió la lengua rápidamente al decirle aquello. Negó con la cabeza y Uriel no le importó su respuesta, porque él le había respondido peor el otro día y todas las personas podían tener un mal día—. Lo siento... Solo... no he dormido en dos días. Es lo que tiene las pesadillas —susurró algo diferente, sin esa alegría que la delataba nada más entrar por la puerta.
Ese día su luz parecía apagada y Uriel fue el único que lo notó nada más verla.
Él trato de decirle algo nada más saber que sufría de pesadillas, pero la profesora entró y dejaron de hablar.
Durante la primera hora de clase, Uriel no le quitó la vista de encima a Erin, quien estaba demasiado inmersa en la clase para intentar olvidar el asunto de la pesadilla.
Ambos parecían una extraña pareja de aquella clase universitaria, la cual ninguno se percataban de las cosas que vivirían juntos durante esos próximos meses.
—Quiero pedirte perdón por lo del otro día... —murmuró Uriel, dejando de pensar en lo mal que la trató en el gimnasio y diciéndole por primera vez lo que realmente sentía.
Erin, mirándolo a los ojos, marrón con marrón, sonrió fugazmente, pero Uriel sabía que no era real ya que su sonrisa no llegó a sus preciosos ojos.
—Es agua pasada, Uriel —dijo.
Pero Uriel quería demostrarle que realmente se había portado mal con ella y que simplemente había sido un borde de mierda. Ya lo era desde hacía un tiempo y no quería hacerle eso a una persona que simplemente se portaba bien con él.
—Para mí no. Te traté mal y no te lo merecías —contestó con sinceridad, sin ningún tipo de burla en su rostro.
Y ella lo captó al instante que realmente se arrepentía, pero no tenía por qué. Aunque le llegara a molestar lo que ocurrió el otro día cuando simplemente quería demostrarle que no debía ocultar su malestar, no fue una cosa que le hubiese dado vueltas. Porque sí, todos en ese mundo tenía sus problemas, unos más que otros, pero eso no era una competición y cuando alguien estaba mal, solo había que darle apoyo, no alzar la voz y decir que tú tenías un peor día.
Ella posó su pequeña mano sobre la de Uriel y, con cariño, le acarició el dorso, consiguiendo que una sensación extraña en la piel de ellos los hiciera temblar. Pero que, a pesar de ello, Erin no lo retiró en ningún momento.
—No te preocupes por ello, Uriel —murmuró con esa voz dulce, mezclada con un tono sensual que Uriel sintió en lo más hondo de su ser y que lo hizo temblar un poco más a parte de su roce.
Apretando la mandíbula e intentando pensar en las cosas de clase y en su día a día, hizo algo que no hacía con nadie. Por lo que acercó su rostro en el de aquella joven, que puso nerviosa al instante de tenerlo tan cerca y sonrió un poco por ella.
Y con una voz grave, Uriel preguntó;
—¿Tienes algo que hacer esta noche?
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