
s e i s | s o r p r e s a s
"Si era una señal divina, no entendía porque debía ser él"
Erin
—Mamá, voy a salir. La tía Susan se va a quedar contigo hoy —dijo Uriel, besando la mejilla de su madre con cariño antes de tomar el casco de su moto.
Su madre, la cual estaba sentada viendo la televisión, lo agarró el brazo con las fuerzas que tenía en su brazo derecho y le sonrió.
—Vale cariño.
El lado izquierdo de su cuerpo estaba paralizado, no podía moverlo, pero dentro de lo que le había ocurrido, había mejorado bastante, sobre todo en el habla que, a pesar de que a veces se le trabasen las palabras, hablaba mejor de lo que los médicos esperaban.
Esos meses de tanto trabajo han sido para conseguir que la madre de Uriel pudiera tener una mejor vida dentro de lo que le había tocado vivir y de lo que le había ocurrido. Y nuevamente, Uriel no pudo evitar pensar en aquella chica.
Todo gracias a que aquella misteriosa mujer rubia la había encontrado a tiempo y había llamado a la ambulancia. Y que quizás jamás encontraría a esa chica para darle las gracias por salvar a su madre.
El joven no se había obsesionado por encontrarla, dudaba que supiera quien era cuando ni siquiera le había visto el rostro, pero en su mente se lo agradecería de por vida. Porque de no ser por haberla encontrado y haber llamado a la ambulancia, quizás su madre no estuviese con él en ese mismo instante.
El muchacho salió para poder encontrar un puesto de trabajo. Le era muy difícil debido a que en ese lugar era complicado encontrar un trabajo y porque no había parado de intentarlo cada día de la semana. Enviaba currículum casi todos los días a las mismas empresas y a los mismos establecimientos de ese lugar, y aun así no bastaba para que le contrataran. Por eso se dedicaba a hacer cosas peligrosas los fines de semana, al menos para poder pagar las facturas y llegar a fin de mes. Aunque no siempre lo conseguía.
Esa tarde se dedicó a recorrer los lugares para poder dejar su currículum y así tener más posibilidades. Cuando él creía que era un día más donde nadie lo escogería, se encontró con algo que jamás se habría imaginado.
Entró a una pequeña tienda donde la dueña era una mujer de unos sesenta años de edad. Ese lugar estaba al lado de una gasolinera, casi algo alejada de la pequeña ciudad en la que vivían, pero algunas casas humildes recorrían un pequeño camino hasta esa tienda.
Uriel, peinándose el pelo hacia atrás y acomodándose la ropa algo nervioso, entró a la tienda hasta llegar a la mujer donde se encontraba repasando una lista.
—Hola, estoy buscando trabajo y quería dejar mi currículum aquí —dijo él, haciendo que la mujer lo mirase con una pequeña sonrisa.
Pero bastó tan solo cinco o seis segundos, hasta que la voz de alguien bastante conocido para Uriel, le hiciera erizar la piel.
—¿Uriel?
El joven giró su cabeza para encontrar esa voz cara a cara y sus ojos se quedaron paralizados en aquella bella mujer.
—¿Erin? ¿Qué haces aquí? —cuestionó al verla vestida con una ropa bastante distinta al estilo militar, con botas gordas y camisetas ceñidas a su cuerpo esbelto, sustituida ahora por ropa de trabajo.
Por no hablar de ese cabello negro y azul en el que ahora estaba recogido en una coleta, cual dejaba ver a Uriel aquel cuello suave y blanco que deseó saborear con sus labios. Pero Uriel tuvo que retirar esas ideas rápidamente de la cabeza al ver que la mujer los estaba mirando y que Erin tenía un rostro bastante serio. Cosa extraña en ella.
—Trabajo aquí —contestó.
—¿Se conocen?
La mujer, con entusiasmo, deseó saber algo más que se le escapaba, pero que ambos ignoraban por completo.
—Estudiamos juntos en la universidad —dijeron al unísono.
Por lo que una pequeña sonrisa se asomó en el rostro de esa mujer.
—Vaya... —dijo dicha mujer y, con la misma, miró a Erin—. Oye Erin, ¿no me habías dicho que necesitabas más ayuda?
La joven, cual no sabía ni siquiera donde mirar, si a su jefa o al chico que no paraba de herirla con sus burlas y se decantó en responder lentamente y algo dudosa;
—Si...
El rostro de Erin era completamente indescifrable, cosa que era muy extraña en su manera de ser, en su personalidad, la cual siempre demostraba como se sentía con una simple mirada o un simple gesto. Ese día Uriel ni siquiera podía leer los ojos de aquella joven dulce, divertida y sincera la cual quería conocer algo más de ella. Lejos de que no se lo demostrase verbalmente y fuese un capullo gran parte del tiempo con esa mujer.
Mientras ambos se miraban, Erin no queriendo hablar con él por cómo se comportaba la gran mayoría del tiempo con ella y Uriel, deseando saber que era lo que le ocurría, la mujer habló con tranquilidad y con una sonrisa en el rostro.
—Uriel, ¿verdad? —dijo, alargando la mano para estrechársela a aquel joven tan atractivo y alto que tenía frente a ella. Y Uriel no fue quien para negarle estrecharle la mano—. Bienvenido a mi tienda. Tu trabajo será el mismo que el de Erin; reponer estanterías y, de vez en cuando, atender clientes en la caja si no estoy yo. —Se dirigió hacia la joven que seguía mirando a Uriel con la mirada diferente a la de otras veces y dijo. —Erin, ¿por qué no lo ayudas?
La muchacha asintió y respondió;
—Claro, jefa. —Miró a Uriel para contestarle. —Sígueme.
Y eso hizo el muchacho, siguió a aquella chica y mientras ella caminaba delante suya, Uriel no podía evitar mirar la delicada espalda de la joven, escondida tras aquella camiseta roja donde el logotipo de la tienda estaba dibujado tras ella. Apretó la mandíbula mientras Erin lo guiaba hacia el almacén de aquel lugar y Uriel intentó hacerle el divertido para romper el hielo.
Pero no se le daba bien hacer bromas.
—Si hubiese sabido que tú trabajabas aquí, ni siquiera piso esta tienda —bromeó, pensando que quizás le haría gracia.
Pero no podía estar mucho más lejos de hacerle reír a aquella joven. Porque en su cabeza sonaba de una forma distinta a como lo expresó y se pegó mentalmente en cuando se escuchó a sí mismo diciendo aquello.
Y casi se disculpó, pero decidió no meter más el dedo en la llaga.
Y Erin ni siquiera quiso responder ante aquella frase de Uriel.
Cuando la muchacha abrió una puerta, dejó que él entrase primero y ambos entraron al cuarto para ver las cosas que había ahí para reponer.
—Este es el almacén, cuando veas que faltan productos, vienes aquí y los repones. El orden de colocación es; la caducidad más cercana en primera fila y los más tardíos, detrás. Saludar siempre al cliente, ayudarlo si nos lo piden y poner buena cara —explicó sencillamente la muchacha.
—Vale.
—¿Alguna pregunta? —cuestionó ella, deseando terminar con él para volver a su puesto de trabajo.
Uriel se acercó a la puerta del almacén y la cerró delicadamente para poder tener algo más de intimidad con esa muchacha. Se acercó a ella para el peligro de ambos, poniendo algo nerviosa a esa joven y dijo;
—Si... ¿Estás enfadada conmigo? —preguntó en voz baja, notándose algo preocupado por la respuesta de ella.
Pero en vez de responderle de la forma que él pensaba que lo haría, lo hizo de otra manera.
—¿Qué pregunta es esa?
El rostro de Uriel se hizo presente la preocupación que amenazaba por salir y es que a él no se le podían escapar ciertas expresiones que solía hacer, sobre todo la angustia que solía sufrir a veces.
—Se te nota que lo estás, normalmente siempre tienes una sonrisa de lado a lado en tu rostro que ilumina una sala y últimamente no quieres ni mirarme a los ojos —explicó, dejando asombrada a Erin por la respuesta de ese muchacho, por las cosas que creía que él no se fijaría y, sobre todo, en la sonrisa de ella.
Juró que casi sonrió por ello, porque su personalidad le exigía sonreír ante comentarios así, pero sabía que, si seguía de esa forma, Uriel tendría esos cambios de humor donde hoy estaría bien y mañana estaría cabreándose con ella por algo que le ha pasado.
—¿Acaso te importa que esté enfadada contigo? —preguntó ahora ella.
Y Uriel, apretando su mandíbula por el cambio de rumbo al que se habían dirigido, asintió con algo de enfado por ello y respondió de la forma más seria posible;
—Es verdad... No me importa en lo más mínimo —contestó con un tono brusco de voz que ni él mismo creía que podría poner.
Erin, por su parte, asintió suavemente para decir;
—Pues puedes empezar cuando quieras.
***
Al salir del trabajo, Uriel se disponía a entrar en su moto tras un desastroso día de primer día de trabajo con su compañera. Después de aquello no volvieron a dirigirse la palabra y ambos trabajaron en silencio.
Lejos de que Erin no quisiera ser simpática con Uriel como otras veces, cuando veía que se liaba con algunas cosas, dejaba lo que estaba haciendo para ayudarlo. Pequeños gestos que hacía ver a Uriel que, lejos de que estuviese enfadado con él, tenía buen corazón y lo ayudaría, aunque él se comportara como un simio con ella.
En cuanto el muchacho se despidió de la dueña de la tienda, caminó hacia su moto y, para su sorpresa, se encontró con Erin a varios metros de él sacando sus auriculares y un antiguo reproductor de MP3 para prepararse y marcharse sola a las ocho y media de la noche.
Uriel se sentó en su moto y empezó a prepararse para marcharse, pero no pudo evitar mirar a esa muchacha, observar lo solitario que era ese lugar con escasas casas alrededor de la zona y con un largo camino para llegar hacia su casa. Un sentimiento se cruzó en su pecho y temió que esa chica caminase sola en un lugar así en esa oscuridad.
—¿Vas a ir sola de noche? —preguntó desde su moto y la joven Erin se giró para poder mirarlo, retirándose uno de sus auriculares.
—No es la primera vez que me voy caminando sola a estas horas —respondió menos enfadada que antes.
Y mientras ella se colocaba su chaqueta, Uriel no podía dejar de mirarla con ese rostro de preocupación. Miró su moto y preguntó;
—¿No te da miedo que te ocurra algo estando sola y sin apenas luz?
Erin clavó sus ojos en los de aquel joven y elevó una de sus cejas, asombrada por esa pregunta. Y es que Uriel, lejos de que sabía que esa muchacha que tenía frente a él, sabía defenderse, temía que se encontrase en tal situación y lo último que quería era aquello y menos para nadie.
—Si voy en las zonas donde más gente hay, no hay problema.
Él asintió y volvió a mirar su moto.
—¿Por qué no te subes? Puedo llevarte yo sin ningún problema.
Pero había algo en la vida de Erin que Uriel no debía saber; tenía reglas. Reglas bastante estrictas y ya se había estado saltando una de las importantes en cuando a intimar con personas. Pero una de esas reglas que jamás había roto en aquellos años que llevaba viviendo en ese pueblo era que nadie debía saber dónde vivía, donde estaba su casa y seguiría sin romperlo.
Por lo que contestó;
—Te lo agradezco Uriel, pero quiero estar sola.
Uriel no quería insistir, y menos cuando Erin estaba cabreada con él por como la había tratado el otro día, y sabía que había metido la pata hasta el fondo.
Por lo que asintió y dijo;
—Vale... Adiós.
Quiso decirle que tuviese cuidado y que se verían al día siguiente, pero se lo ahorró y esperó unos minutos a que ella comenzara a caminar para asegurarse de que nadie la molestaría y, después de ver que ella iba bien, se marchó por un lado y la joven por el otro.
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