o c h o | c u r v a s
"Cuando me giré, ahí estaba, mirándome como si fuese la única mujer que había visto en su vida y eso de él me resultaba... lindo"
Erin
Uriel, tras aquella charla que tuvieron juntos Erin y él en aquel almacén, no paraba de darle vueltas y vueltas a lo que ella le había dicho.
¿Cómo era posible que una chica tan sonriente, aparentemente feliz y siempre tan simpática y amable con todos, tuviese el corazón tan partido? ¿Cómo era posible que Erin hubiese sufrido tanto en la amistad?
Comprendía, después de lo que ella le había contado, que no se sintiera a gusto teniendo amigos, que prefería no tenerlos y, en el fondo, la entendía. Pero también era cierto que le costaba entender que una persona como ella, tan popular, no tuviese amistades. Era algo que no llegaba a entenderlo del todo y prefirió no seguir pensando en ello para darle todo el espacio del mundo.
En ese momento, Uriel se encontraba con su amigo Will en un entrenamiento de fútbol para su próximo partido. Uriel atrapaba el balón, para luego lanzárselo y que él lo atrapase. Ambos jóvenes, con aquella camiseta apretada que tan bien le quedaba a Uriel, entrenaban según las órdenes de su entrenador.
Y nuevamente, la grada estaba llena de chicas mirando a todos aquellos chicos practicando ese deporte con aquellas mayas que se solían poner en el fútbol americano y que tan bien marcado les dejaba aquellos pantalones con aquellas protecciones que se solían poner.
—Tienes una cara, hermano. ¿Qué te pasa? —cuestionó su amigo, a lo que Uriel negó con la cabeza mientras le lanzaba el balón nuevamente.
—Nada, ¿qué me va a pasar?
Uriel se echó el cabello hacia atrás, dejando suspirando a aquellas muchachas por ver como aquellos músculos bien formados se le apretaban y volvían a relajarse, para luego darse la vuelta y dejar peor a aquel público por el trasero de ese hombre.
Su amigo, en cambio, negaba con la cabeza al ver que, si él fuese Uriel, disfrutaría de estar en su lugar. Y sin entender como su amigo jamás se acercaba a las chicas, negó con la cabeza mientras atrapaba el balón que Uriel el lanzaba.
—Estamos entrenando, tienes a casi todas las tías babeando por ti y en vez de mirarlas te pones pensativo mirando hacia el balón —contestó.
Uriel paró un momento, miró a todas esas chicas, y tragó saliva, sin querer saber nada de ninguna de ellas por temas personales.
Él era un hombre que apenas tenía contacto con el público femenino, no porque no les gustasen las mujeres, sino por una experiencia que tuvo con una mujer hacía unos años.
—Estoy pensando en mis cosas —contestó, sin dejar de pensar en aquella chica que le traía loco; Erin.
—¿Y una de esas cosas es Erin? —acertó a la primera Will, que le tiraba el balón con tal fuerza, que Uriel tuvo que atraparlo con sus manos y con el pecho.
Lo que le molestó bastante aquella pregunta de Will.
—Tío, ¿ya estás otra vez? —preguntó y dijo la mayor mentira que jamás había dicho. —No me gusta esa tía.
Su amigo rio de tal forma que el entrenador tuvo que llamarle la atención, mientras que Uriel apretaba la mandíbula con tal fuerza que se le podían escuchar sus dientes rechinar.
—Hasta que ella te quite las penas en la cama —murmuró. —Estoy tan seguro que desde que te acuestes con ella te vas a enamorar.
Uriel dio tres pasos hacia atrás, antes de tomar carrerilla y tirarle el balón con mucha más fuerza de lo que Will tenía para poder atraparlo. Cosa que demostró cuando el balón llego a sus manos y se le cayó al césped. Viendo lo fuerte que era Uriel.
Y su amigo sonrió con suficiencia al ver que le había afectado decir el nombre de aquella chica tan popular y rompecorazones que era Erin.
—Yo no me enamoro de nadie y no me voy a acostar con Erin —aclaró, dejando claro lo que no quería hacer.
Pero Will más se reía por ello.
Y ahí pasó todo mucho más lento de lo que Uriel quería pretender para demostrarle que Erin no le gustaba absolutamente nada. Porque al ver a su amigo mirando detrás de las espaldas de Uriel, supo que alguien había hecho su entrada triunfal.
—Pues vete cambiando de idea, porque esa preciosidad acaba de entrar con esa ropa tan estrecha que se pone al hacer atletismo —dijo.
Y nada más acabar de contestarle eso, muchos chicos que solo iban a ver a Erin, comenzaron a sentarse en las gradas, observando a aquella preciosidad como la Diosa que era, como la misma Afrodita.
Uriel se giró y todo su mundo se paró al verla.
La joven de cabello negro con tonos azulados, llevaba una coleta alta, dejando ver aquel cuello tan suave y precioso que poseía. Sus zapatos blancos, con aquellos calcetines blancos que le llegaban por encima de los tobillos. Esos pantalones demasiado cortos y que, para Uriel, deberían estar prohibidos en aquel mundo, no pasaron desapercibidos para todos aquellos que la miraban embobados, incluido Uriel. Casi pudiendo contar lo poco que le faltaba para poder ver aquella cintura y no supo por qué, se imaginó ver aquella cintura estrecha y aquellas caderas desnudas y Uriel tocándola con suavidad mientras ella suspiraba.
El joven Uriel, que no dejaba de mirarla, comenzó a subir hasta llegar a aquella camiseta apretada y que le llegaba por encima del ombligo, tragando en seco al ver que esa mujer poseía un cuerpo atlético bastante femenino, con aquel trasero bien formado y redondo que hizo bailar a un buen amigo suyo entre sus pantalones. Y agradeció por todos los Dioses que llevara puesto aquella protección en sus partes para que ninguno de sus compañeros lo viese contento.
Erin, a pesar de ser una chica flaca, hacía deporte para distraerse de sus problemas, del estrés y la ansiedad y así estar en forma.
La joven aún no se había percatado de que Uriel se encontraba allí, simplemente hacía calentamientos, agachándose poco a poco y haciendo que Uriel se pusiera más y más nervioso, como un novato. Y para cuando acabó de calentar, comenzó a correr por la pista de atletismo que recorría todo aquel césped, y ahí Uriel ya lo habían perdido por completo.
Veía como Erin corría, dejando un sendero de suspiros por parte de los universitarios y algunas universitarias del campus, como su cabello se movía detrás de ella en esa preciosa coleta y como sus pechos subían y bajaban por los movimientos que hacía.
Eso, para Uriel, era algo increíblemente hipnótico, el cual demostró a Will sin palabras lo "poco" que le gustaba Erin. Y el joven le tiró el balón dándole en todo el pecho a Uriel y captando toda su atención.
—Para que luego digas que no te gusta esa Diosa —rio mientras le decía eso y Uriel se cabreó completamente por ello—. Mira, si hasta se te está cayendo la baba.
Uriel tomó el balón del suelo y con todas sus fuerzas, se lo lanzó a Will consiguiendo que se tirase al suelo por atraparlo.
El joven negó con la cabeza, pudiendo ver que se distraía rápidamente con aquella chica, lo que jamás lo había hecho con ninguna otra. Entonces, disimuladamente, volvió a mirar a Erin que comenzaba a sudar por correr en aquella pista y juró que le gustó verla con aquellas mejillas sonrojadas de hacer atletismo y negó con la cabeza, aún embelesado por ella.
***
—Hasta luego, Erin.
Una compañera de clase de la joven Erin la despidió desde la salida de la universidad, mientras que ella, con su increíble sonrisa, despidió a esa compañera con toda la simpatía que podía tener, con esa sonrisa interminable.
—Hasta mañana —se despidió, recogiéndose un mechón de pelo que tenía suelto de su coleta y echárselo detrás de la pequeña oreja.
Caminó fuera del campus, donde se dirigiría hacia el autobús como hacía todos los días y no pudo evitar mirar hacia la moto aparcada de Uriel, el cual la miraba desde lejos. Pero para la sorpresa de ella, sonrió en su dirección, lo que hizo sonreír como una idiota a Erin.
Después de aquella conversación en el almacén, las cosas entre ellos se habían calmado. Erin jamás se había abierto a nadie de esa forma, no con alguien que no fuese ni Klaus, ni su psicóloga, la cual llevaba tiempo sin visitar. Era una primera vez para aquella muchacha de la sonrisa eterna, y no sonreía falsamente, era sincera. Amaba sonreír a la vida, a pesar de que ella le hubiese quitado muchas cosas, incluida su libertad.
La joven Erin levantó el brazo para despedir a Uriel y, para su sorpresa, este le devolvió el gesto con esa forma tan dura que tenía el joven para hacer esas cosas. Y ambos, por raro que fuera, sonrieron como tontos.
Ella se giró y, cuando fue a dirigirse hacia el autobús se encontró con el coche antiguo de Klaus, el cual la estaba esperando desde dentro de su coche con Tesla, que era el perro de Erin desde hacía muchos años.
La muchacha caminó hacia él, se asomó por la ventana del coche y, con una ceja levantada, cuestionó;
—¿Klaus? ¿Qué haces aquí?
El hombre, con aquella coleta que le recogía todo ese cabello castaño brillante y esa barba abundante, sonrió, formándose aquellos hoyuelos y bajó sus gafas de sol para mirarla mejor.
—Vengo a buscarte —dijo, como su fuese lo más obvio.
—Pensé que esta semana iría sola a casa —contestó.
Pero Klaus tocó el sillón vacío del copiloto para que ella se subiera y no se quejase tanto.
Erin sonrió y negó con la cabeza mientras se subía al coche con tranquilidad. Pero antes de que ella se pusiera el cinturón de seguridad, Klaus le habló de su talón de Aquiles.
—Tenemos que hablar sobre tus padres.
—Buff, ya me has hecho el día —dijo Erin, notando como su sonrisa desapareció rápidamente y, antes de seguir con ese tema, se giró para encontrarse con su querido perro Tesla. —¡Tesla! ¿Cómo está mi pequeño?
Lo acaricio mientras que este se pegaba a ella y la lamía en las mejillas, consiguiendo que una pequeña carcajada de Klaus saliera de su garganta al verla con el rostro algo baboso. Pero a Erin no le importó y besó a su perro con cariño.
—Ya sabes que últimamente no está comiendo demasiado; ya está muy mayor, Erin —murmuró, diciéndole que ya le quedaba poco y eso a Erin la entristeció.
Pero era algo que ya sabía y no era novedad y eso la entristecía aún más, porque era su acompañante desde que era una niña.
—Lo sé... Ya apenas camina por el problema de huesos —susurró. —Bueno, ¿qué pasa con mis padres?
Klaus arrancó el motor y empezaron a dejar atrás el campus universitario para dirigirse hacia el pequeño pueblo donde vivían.
—Quieren que vayas a Alemania —dijo.
Bastó con solo escuchar eso para que Klaus supiera que ella se pusiera cabreada por esas cosas que le estuviese diciendo. La conocía muy bien porque prácticamente Klaus la había criado y la había cuidado en todos aquellos años.
Y para Klaus, Erin era como esa hija que nunca tendría.
—¿Otra vez con el mismo tema? —preguntó esa Erin malhumorada que nunca salía al exterior.
—Erin...
—No —zanjó ella—. Ya tuve una discusión con ellos cuando vinieron aquí hace unos meses. No quiero volver a Alemania. No quiero, Klaus y lo sabes muy bien por qué —dejó en claro, haciendo asentir a Klaus, que sabía muy bien de lo que ella estaba hablando.
Pero él no podía hacer otra cosa y la conversación que había tenido con los padres de Erin le había hecho cambiar de ideas respecto a su seguridad.
—Sé que tus padres te agobian, que te han hecho muchas putadas... Pero Erin, no dejan de ser tus padres —contestó, preocupado por ella.
La joven se quedó callada unos minutos, mirando hacia la ventana y Klaus le dio todo el respiro del mundo, todo el tiempo que necesitara para relajarse y pensar, pensar claramente.
La quería mucho y perderla, eso sí sería un gran palo para él.
La observó unos segundos mientras Tesla observaba la escena con la boca abierta y respirando rápidamente, deseando llegar a casa.
—Sé que no dejan de ser mis padres. Y nunca dejarán de serlo, pero si estoy con ellos volveré a estar mal, volveré a estar como en aquella época y tú mejor que nadie lo sabes —susurró Erin.
El hombre asintió, algo triste al pensar en aquella época que Erin estuvo mal, y no pudo evitar dejar de apretar el volante al recordar cada cosa mala que le había pasado, empezando por aquella mejor amiga que ella tuvo y que la dejó de lado cuando más la necesitaba.
—Para mí eres como una hija, Erin y recuerdo muy bien esa época —contestó. —Por eso te llevé lejos, pero tienen razón. Que estés lejos de Alemania no significa que no estés en peligro.
Erin lo observó con los ojos abiertos al escuchar eso último.
—¿Y allí no lo estaba? —preguntó irónica.
—Lo estás, pero estarías más segura —susurró, deseando tenerla protegida y feliz.
Pero ambas cosas no se podían tener.
—Klaus, por favor... No me hagas esto. No quiero volver allí, no quiero —suplicó seria, mirando hacia la carretera con una mirada triste, sin dejar de pensar en todo su pasado.
Él asintió y apretó el volante mientras miraba hacia esa carretera solitaria y tragó saliva.
Callaron unos minutos, con el sonido de Tesla a sus espaldas. Y Klaus la comprendió, pero también era cierto que ahí no estaba cien por cien protegida. Pero quizás en Alemania tampoco.
—Dime que al menos te lo pensarás —habló. —Acabar este primer año de carrera, como acordaste con tus padres y luego lo pensarás. No es para ahora. Piensa en tu futuro.
Erin no pudo evitar reír ante aquello último que él le había dicho.
—El futuro que yo quiero no lo tendré jamás, Klaus. Y lo sabes muy bien —contestó. —Las personas pueden escribir su futuro, pero yo desde antes de nacer ya lo tenía escrito.
Y esa conversación acabó ahí, en silencio mientras Klaus conducía y Erin pensaba una y otra vez en ese pasado que tuvo en Alemania y que la perseguiría cada día.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro