n u e v e | c a l l e j ó n
"¿Que acababa de hacer? Esto solo empeoraba las cosas"
Uriel
Eran pocas las veces que Erin tenía suerte en su vida y esa noche, fue una de esas muchas veces que no la tenía.
Después de que Klaus la llevase a las afueras del pueblo para poder hacer un trabajo en la biblioteca con unas compañeras de clase, se había quedado sin vehículo. ¿Por qué? Porque era tan idiota de no sacarse el carnet de conducir como para tener coche propio.
Klaus nunca la dejaba sola si sabía que necesitaba recogerla. La protegía de todo y habían llegado juntos a un acuerdo para que Erin no sufriera daños. Tendría libertad siempre y cuando no se metiera en líos y, mucho menos, saliera sola por las noches. Esa noche, Klaus aceptó que Erin, tras tanto darle la lata, se fuera sola y recta al autobús, ya que estaba al lado de la biblioteca. El problema vino cuando Erin se olvidó de la hora y, para cuando fue corriendo a la parada de autobús, el último que salía al lugar donde ella vivía ya había salido.
Así que, mientras caminaba sola por las oscuras calles de aquel lugar demasiado alejado de su casa, se maldecía para no tener que llamar a Klaus y poder buscarse la vida ella sola. Pero no todo estaba perdido y pensó en llamar a un taxi para así poder irse a casa y estar tranquila durante el resto de la noche.
Y al sacar el móvil, volvió a maldecir en voz muy alta al recordar que su móvil había "muerto" hacía 1 hora en la biblioteca por falta de batería.
—No me puede ir mejor... —murmuró. —¿Por qué no me compro esa mierda que carga los móviles cuando te pasa esto? Es que, me sorprendo lo inteligente que soy a veces —ironizó mientras caminaba por las oscuras calles, muerta de frío.
Es en esos momentos que agradecerías poder encontrar aquellas cabinas antiguas en la calle y poder llamar, pero hacía tiempo que las estaban quitando porque ya las personas no la utilizaban. Así que su única solución era ir al local más cercano y llamar a un taxi o, directamente, a Klaus.
No era una calle muy transitada lo que la hacía más y más solitaria, algo que no le gustaba a nuestra protagonista. Odiaba verse envuelta en cosas así sabiendo en las cosas que había ocurrido en su pasado.
Sobre todo, en aquella sombra que siempre soñaba cuando tenía esas pesadillas. Nada más pensarlo le daban escalofríos y todos sus miedos volvían en ese preciso instante.
A los pocos metros, visualizó un bar, el cual parecía que estaba lleno de gente. Parecía que era el lugar idóneo para hacer una llamada rápida y marcharse antes de que se hiciera más tarde y Klaus la empezara a llamar preocupado. Si es que no lo hubiese hecho ya.
Caminó a paso acelerado para entrar al bar y cuando llegó, una mala sensación le dio al ver aquel sitio por dentro. Un lugar de mala muerte donde había más personas borrachas o hombres con pinta de buscar a mujeres con las que pasar el rato. Buscó un teléfono que estaba colgado en una columna y corrió hacia él. Intentó recordar cual era el número del taxi y el sentimiento de ahogo en su garganta por culpa del humo del bar, la estaba asfixiando.
Le entraban ganas de gritar a los cuatro vientos que el cigarro mataba, pero se lo ahorró.
Estaba algo asustada, no paraba de pensar en aquel suceso traumático que la seguiría toda su vida. Descolgó el teléfono, metió una moneda y comenzó a marcar con la mano temblorosa. Así hasta que notó la mano de alguien en su hombro derecho y pegó un fuerte grito que la hizo saltar para girarse rápidamente y mirar quien la había tocado, mientras abrazaba el teléfono que tenía descolgado.
Los ojos de aquel chico con el que, prácticamente, veía día a día, la tranquilizó, pero no por mucho tiempo al ver el rostro de cabreo que tenía encima.
—¿Qué haces tú aquí, Erin? —Un Uriel furioso la miraba a pocos centímetros de ella, con el mismo look de siempre y aquel rostro algo chulesco, duro y serio que poseía, con la diferencia de que se le veía agobiado.
En cambio, Erin no le gustó para nada que él tono. Por lo que su sentido del humor en momentos como ese apareció.
—¿Yo? —cuestionó. —¿Acaso te importa? —Volvió a preguntar, haciendo que Uriel le echase un repaso visual sin percatarse él mismo.
Uriel negó con la cabeza, como un acto para poder defenderse y evitar observarla como lo estaba haciendo porque seguro que ella quizás le parecería asqueroso. Pero lo cierto es que no podía estar más equivocado.
Aquellas personas que estaban alrededor de ese bar observaban con disimulo a aquella muchacha mientras que Uriel solo deseaba llevársela de allí para que ningún tío la mirase así. Porque Erin se merecía que la mirasen de otra manera.
—Te hice una pregunta, Erin —preguntó con aquella voz grave mientras su cabello algo largo caía en cascada por su nuca y como algunos mechones de pelo cortos se cruzaban frente a los preciosos ojos de ese muchacho reservado.
Y Erin, elevando la ceja dijo;
—Y te la he respondido —murmuró, pero a Uriel no le gustó para nada aquella respuesta de ella, por lo que Erin prefirió dejar de hacer eso y contestar. —Estoy aquí porque he perdido el autobús y era el único sitio que hay para poder llamar a un taxi —se sinceró.
Uriel, que la escuchó atentamente, negó con la cabeza y luego se mordió el labio inferior con violencia, para la atenta mirada de Erin. Analizó la mirada de aquella muchacha y preguntó nuevamente;
—¿Y tú móvil?
—Muerto.
Uriel apretó la mandíbula y volvió a mirar a todos aquellos tíos asquerosos que los miraban, en específico a Erin y que con esa mirada se podía ver las malas intenciones que tenían.
—No deberías estar aquí —contradijo el joven, preocupado por su bienestar.
El muchacho sabía la de gente que se cruzaba en ese bar. Tipos que hacían cualquier tipo de cosa por su propio placer. Él solo frecuentaba porque, prácticamente, ahí tenía su otro trabajo, poco más que eso, odiaba a las personas que venían ahí y sabía que los tíos más guarros estarían mirando de reojo a Erin. Porque Uriel no era tonto, había que admitir que Erin era preciosa, la mujer más guapa que había visto en su vida y con ese buen cuerpo que poseía y esos hombres estarían ya acechándola.
—Sé que no debería estar aquí... Aunque yo también te preguntaría lo mismo, Uriel. —Se quejó ella sin quitarle los ojos de encima a ese chico alto, mientras que ese muchacho no le apartaba la vista de aquellos ojos de la muchacha.
Apretó la mandíbula, nervioso y negó con la cabeza.
¿Qué estaba haciendo? Ni que fuera su príncipe azul que la salvaría de unos malvados. Él no era así y sabía que las mujeres podían valerse por sí mismas como para que un hombre las salvara de cualquier situación. Y conociendo a Erin, sabía que se sabía defender ella sola.
Pero que fuese completamente autodependiente, no significaba que alguien tuviese más fuerza que ella y le hiciera algo malo. Eso no se lo podría perdonar jamás y se prometió que, si veía a alguien en esa situación, haría lo posible para que esa persona no sufriera las secuelas de ello, como le ocurrió a él.
Así que, rápidamente se alejó un poco de ella para no hacerla sentir incómoda y Erin sintió la sensación de vacío al Uriel alejarse y deseó que él volviera a acercarse a ella.
—Erin, este no es un sitio para ti —murmuró él algo más suave que antes. —Estos tíos son unos asquerosos de mierda... —Y tenía mucha razón porque los conocía a la perfección al recordar como trataban a varias mujeres que frecuentaban ese bar.
Erin observó el lugar, tan lúgubre y sucio como las personas que se encontraban allí. No era esas personas que juzgasen a las personas por su vestimenta, pero ella ya tenía experiencia en personas así hace unos años y su sexto sentido sabía que esas personas que rodeaban ese lugar no eran para nada santas.
—Sí, lo sé. Pero necesitaba entrar para llamar. Estar ahí fuera era mucho peor —dijo ella y parecía más una discusión de pareja por la forma en la que se miraban, en la que se hablaban, que de dos compañeros de clase que trabajan justos en el mismo local.
Al menos esa era la sensación que tenían los hombres que estaban en ese bar de mala muerte.
Y Erin no supo cómo, Uriel se cabreó, más de lo que ya estaba y no comprendió porqué hizo lo que hizo. Levantando las manos rindiéndose sin venir a cuento y dándose la vuelta para irse.
—¿Sabes? Haz lo que te de la real gana —dijo en alto, quedándose de pie y mirando hacia la ventana podrida que había en ese bar y que se podía ver, muy delicadamente, la calle con las luces de neón que decoraban el lugar.
—Pero, ¿por qué te enfadas? —preguntó la muchacha, pero Uriel no le respondió como él idiota que era a veces.
La muchacha negó con la cabeza y se giró para volver con el teléfono y marcar a un taxi. Pero tan rápido como sucedió eso, un hombre de unos 30 años se apoyó en el teléfono, invadiendo el espacio personal de Erin.
—Guapa, ¿quieres que yo te lleve a tu casa? —cuestionó con una voz grave con muchas intenciones ocultas.
Ella le iba a contestar. Le iba a decir que no se iba a ir con nadie, aparte de mandarlo a tomar por culo. Pero no le faltó ni 3 segundos cuando Erin sintió la presencia de Uriel a sus espaldas.
—¿Por qué no te doy una hostia? A ver si partiéndote la cara se despierta esa única neurona que tienes —dijo con los puños cerrados y, aquel hombre, al ver que ese luchador tan bueno estaba amenazándole, prefirió abrirse y marcharse.
Él, sin aguantar más, agarró la pequeña mano de Erin y se la llevó de ese bar por la puerta trasera, donde daba a un callejón rápidamente. La arrastró por todo el lugar, ignorando la mirada que le estaba clavando ella y caminaron hasta por ese lugar solitario, donde apenas una luz iluminaba el callejón.
La acercó a un coche abandonado, el cual solo le faltaban por llevarse la cáscara del coche y la pegó ahí para mirarla cabreado. Más cabreado de lo que solía estar. Y era por el hecho de que él sabía dónde se metía cuando entraba a ese bar, pero para una mujer y más alguien tan hermosa como Erin, era mucho más que peligroso entrar en ese sitio. Y lo último que quería es que ella tuviese malas experiencias. Su conciencia jamás estaría tranquila si algo así le ocurriera a ella.
—Este bar es peligroso para alguien como tú. —Le habló fuertemente, sin levantar demasiado la voz, ya alejados de aquel lugar.
El frío de la noche caía sobre ellos, junto con las luces de neón de algunos carteles que había a varios metros lejanos.
Erin, en cambio, tampoco se quedó atrás con su enfado, consiguiendo Uriel su propósito de sacarla de quicio y perder ese control que solía llevar bien. Pero ambos estaban absortos por otros motivos y nadie dijo nada de aquello al respecto.
Solo se miraban, se observaban mientras que el enfado de ambos se notaba a kilómetros de distancia y Erin podía ver cómo le hizo perder el control a Uriel.
—¿Qué insinúas con eso? ¿Que no me valgo sola? —preguntó Erin, molestándose por la forma de hablar de ese hombre y por como la estaba tratando esa misma noche.
Uriel se tapó el rostro y se restregó con la mano violentamente antes de señalar a sus espaldas el local que habían dejado atrás.
—Ahí hay delincuentes. ¿Quieres, acaso, que uno de esos babosos te toque? —preguntó con asco de tan solo pensarlo.
Un sentimiento conocido recorrió por todo el cuerpo de la joven, que comenzó a temblar nada más recordar aquello. Erin lo miró y se abrazó a sí misma, negando rápidamente con la cabeza.
Uriel la miró y vio el cambio en ella, arrepintiéndose de haberla hablado de aquella manera se acercó a la muchacha, la tomó de su rostro e hizo que sus ojos marrones lo mirasen a él. Aquellos preciosos ojos de los cuales no dejaba de mirar en ese momento.
—Perdona por haber sido un bruto al decírtelo... Pero no quiero que nada de eso te ocurra, Erin —murmuró y la muchacha asintió, algo temblorosa.
Y, sin entender por qué, observó los labios irresistibles de ella, aquellos labios que no dejaba de desear desde hacía mucho tiempo. Tragó saliva, intentando mantener el control con ella, no intentar apegarse demasiado a aquella muchacha por el pasado que él tenía y su vida de mierda.
En cambio, su lógica dejó de tener sentido para que su instinto siguiera su transcurso, consiguiendo que Erin también lo mirase de la misma forma que él la miraba.
Y es que ambos se tenían demasiadas ganas.
Ninguno tuvo el valor de separarse, de poder dejar que el aire corriera entre ellos, hasta que Erin estampó sus labios en los de él, sin aguantar ni un minuto más. En seguida Uriel siguió el beso agarrándola con fuerza, deseando tenerla a su merced.
La joven lo tomó de su cabello, aquel cabello algo largo que tenía y lo agarró a su antojo, sintiendo la suavidad de aquel pelo negro. Uriel la agarró de sus piernas, acalorado y cachondo por como ella lo tocaba de su cabello, la acostó encima de aquel coche y siguió besándola con ganas, siendo un beso apasionado en aquella oscuridad, en aquel callejón solitario.
Sus manos se tocaban por todos lados, sus lenguas danzaban juntas en un baile sin fin, mientras que disfrutaban ciegamente de aquel momento apasionado que les había cruzado en sus vidas.
La joven bajó sus manos hasta llegar debajo de la camiseta de él y tocó suavemente aquellos abdominales que él poseía y del que tanto ansiaba tocar, mientras que Uriel metía sus manos debajo de la camiseta de ella y subía lentamente una de sus manos hasta llegar al sujetador de ella, deseando tocar lo que había debajo esperándolo.
Ambos estaban perdidos, olvidando donde estaban y se encontraban en aquel instante. Y entonces, Erin colocó sus manos en las caderas de él, casi notando la "v" que él tenía y bajando un poco más sin llegar a su intimidad, pero Uriel se sintió incómodo, recordando aquel suceso cuando Erin lo tocó de las caderas y se separó rápidamente de ella como si fuese la misma peste.
Erin, que estaba en el quinto cielo hasta que él se alejó corriendo de ella, lo observó desde su posición, en aquella pose que tenía con sus piernas abiertas recibiendo a Uriel y con sus ojos brillantes y sus pupilas dilatadas. Observó a aquel muchacho horrorizado y no supo que es lo que había pasado, que es lo que ella le había hecho para que se alejara de aquella forma tan drástica.
Ambos, sin decir nada, se miraron, pudiendo ver Erin aquel chico ahora asustado, como si el mismo terror se hubiese apoderado de él y la joven se preocupó por ese muchacho más de lo que debería.
—Lo siento... —murmuró Erin, sin comprender que había hecho mal y Uriel, carraspeando, negó con la cabeza.
—Lo siento yo... No debió pasar.
Esa frase le hizo más daño a Erin de lo que nadie creería y se bajó del capó del coche con delicadeza, sin saber dónde mirar, deseando que la tierra la tragase.
Había estado con varios chicos, pero jamás con nadie que la hiciera sentir así, con la piel de gallina y con aquellos temblores que ese chico le había dejado con tan solo tocarla. Pero al ver que ese muchacho la había apartado así, la hacía pensar que para él era un error del que se arrepentiría.
Ella no volvió a hablar, en cambio Uriel solo deseaba irse para estar solo. La miró a ella y, sin esperar nada más, dijo;
—Vamos; te llevo a casa.
Erin asintió sin ni siquiera mirar a Uriel en ningún momento después de aquel beso desenfrenado que habían compartido en aquel callejón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro