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e p í l o g o

"Quizás las cosas... Pasaban por algo"

Uriel

El tiempo fue pasando para ambos poco a poco.

Erin, pocos días después de que le dijera a Klaus que siguiera su vida, él se fue, no sin antes despedirse de ella y de Tesla con tristeza. Por muy lejos que se fuera, seguiría recordando esa época y queriendo a esa chica que protegió por años.

Mientras, Uriel había alquilado un piso a las afueras del castillo, el cual recibía las visitas de Erin, sobre todo, cuando se escapaba por la madrugada para verlo y hacer... Ciertas cosas de novios.

Esos meses, antes de que ella cumpliera los 20 para aceptar si ser o no reina, estuvo al lado de Uriel y de sus abuelos. Las cosas habían cambiado para bien, aunque Erin no era feliz completamente porque no deseaba ser princesa y ya tenía todo decidido. Sabía lo que quería y lo que no en su vida.

Pero uno de los peores momentos para ella, fue un mes antes de cumplir sus 20 años, cuando su perro Tesla enfermó. Fueron noches de insomnio para ella y para Uriel, que estaba a su lado y la veía sufrir, hasta que Tesla falleció sin sufrir. La joven lo pasó muy mal, ya que Tesla estuvo con ella desde hacía muchos años. Años maravillosos con él y que lo recordaría para toda la vida.

Pocos días después, Klaus se presentó. No iba a dejarla sola y menos cuando él también cuidó a ese perro como suyo.

Ambos hablaron de las cosas que pasaron esos meses, de la decisión que ella había tomado respecto al reino. Klaus decidió seguir a su lado hasta que cumpliera los 20 y estuviese a su lado en el momento más importante de su vida.

Y así fue, días después de cumplir los 20, tuvo una conversación muy larga con su abuelo, mientras que Uriel, que ya tenía acceso al castillo, la esperaba fuera del despacho, deseoso de saber el resultado.

—Ya tienes la edad para decidir según las normas de nuestro reinado, Erin. Tienes 20 años y podrás hacer un juramento a tu pueblo o decidir si quieres otra vida más tranquila. ¿Sabes lo que significa?

—Si, que puedo decidir por mi cuenta lo que quiero —susurró la muchacha nerviosa, jurando que, dijera lo que dijera, una vez saliera de ese despacho, su futuro cambiaría.

Klaus, desde fuera del despacho, se acercó a Uriel que caminaba de un lado para otro como un desquiciado. Ambos hombres deseaban saber qué ocurriría, y Uriel sabía que, si su chica seguía esa vida, él también la tendría junto a ella si así ella lo deseaba. La amaba y era capaz de cambiar su vida por ella.

Pero Erin tenía otros planes de futuro a su lado y no era en ese reino.

—Ya tienes 20 y como rey, Könileich hubiese tenido a la mejor reina de toda su historia. —Se acercó a ella para concluir—. Pero como tu abuelo, solo quiero que mi nieta sea feliz en su propia historia. Tú, Erin, decidas lo que decidas, haz lo que creas que te haga feliz.

La joven se quedó unos segundos callada antes de decir;

—¿Puedo elegir no ser una futura reina?

—Si, Erin. Olvídate de tus padres. Solo tú tienes ese poder. Eres la siguiente en la sucesión al trono, pero no te voy a obligar a reinar —concluyó y Erin dijo lo que más ansiaba decir desde hacía tiempo.

—Lo siento, abuelo... Pero no quiero serlo.

Él sonrió con amor, como alegre de que eligiera eso porque sabía lo estresante que podía llegar a ser una vida así. Y, aceptando su respuesta, la abrazó.

Los días siguientes, ella estuvo preparando un discurso. Su abuelo insistió en que debía darlo al pueblo para decirles que ella no iba a ser la futura reina de aquel lugar. Si no lo hacía, podía ser una falta de respeto al pueblo y ella aceptó rápidamente. Por lo que, aquel día, frente a una cámara, hizo ese discurso. Dijo lo que necesitaba decir y el pueblo la escuchó sin decirle nada, solo aplaudiéndola.

Ya no era princesa, ya podía elegir su vida como siempre quiso.

Klaus, después de aquello, volvió a despedirse de Erin para ahora volver a Alemania a pasar una temporada, tranquilo. Sin que nada le molestara, disfrutando de la tranquilidad de una vida monótona.

Y así, fue como Erin y Uriel decidieron marcharse lejos de Europa y lejos de Estados Unidos a vivir su vida. A un lugar pequeño pero que nadie la conocía a ella y vivieron su vida juntos.

Uriel buscó un trabajo mientras que Erin pudo estudiar lo que más amaba, que era el dibujo. Se dedicó a pintar cuadros y a veces se encerraba dentro de su cuarto y acababa toda pintada mientras que Uriel le encantaba verla de esa forma y, alguna que otra vez, acabaron manchando la cama de pintura por las manos inquietas del novio de Erin.

Eran felices en su vida y ya Erin había recuperado su color natural de cabello. Su rubio natural ya estaba ahí y se había cortado el pelo por los hombros, haciéndola más hermosa para Uriel. Se unieron mucho más después de aquella época que vivieron separados una vez que su vida de enamorados había empezado.

Uriel tuvo mucha paciencia y Erin se lo agradeció bastante. Jamás olvidarían esas vivencias que tuvieron en aquel pueblo, de lo que ocurrió allí.

Y las noches que hacían el amor eran magia para ellos.

Ambos se fueron conociendo por completo, empezando a vivir su vida y, en una de aquellas noches, Uriel decidió leerle a Erin. Quería que se relajara, porque llevaba unos meses de locos desde que ella había empezado sus estudios de lo que más deseaba. La veía estresada por todos los exámenes y cuadros que hacía y él quería verla relajada.

Tomó un libro mientras ella, con su pijama, se acostaba sobre el pecho de su chico. Y él, poniéndose sus gafas ya sin ninguna vergüenza, empezó a leerle en voz alta uno de los poemas que había en ese libro.

La joven lo escuchó, sonriente y enamorada por completo de ese muchacho. Llevaba el pecho al descubierto y disfrutaba del calor que desprendía en una de esas noches frías. Pero parecía que Uriel estaba acostumbrado a climas más bajos porque esa noche se encontraba solo con los pantalones de pijama.

De pronto, ella se quedó dormida mientras él seguía leyendo y pronto notó como ella empezó a relajarse y su respiración fue siendo tranquila. Dejó la lectura para poder mirarla dormir y es que era tan preciosa así que le era imposible no mirarla.

Uriel, levantando la mirada, vio la foto de Tesla junto con Erin y que su novia tenía sobre su mesita de noche. Erin no quería otro perro en su vida, ya le había dolido mucho la pérdida de Tesla y Uriel la comprendió por completo. Pero Tesla siempre estaría en el corazón de ella y Uriel sonrió con cariño.

Y mientras seguía mirando aquella foto, la muchacha se movió, abriendo un poco los ojos y mirando a su chico con los ojos dormidos.

—Te has quedado dormida —dijo él bromista, besando la frente de su chica.

—Perdón —se disculpó.

La abrazó un poco mientras le hacía caricias en la espalda de la joven para luego decirle;

—Estás muy cansada de los estudios y necesitas descansar un poco más.

Erin asintió, volviendo a cerrar los ojos mientras se escondía entre los brazos fuertes de él y pegaba nuevamente su mejilla al pecho duro de su chico.

Y dijo;

—Vale, pero sigue leyendo.

Una risita suave de Uriel se escuchó mientras disfrutaba de tenerla así, entre sus brazos.

Abrió el libro por donde lo había dejado y se centró en un poema que ella amaba. Lo leyó con aquella voz grave que tanto le gustaba oír a Erin y disfrutó de ese momento. Disfrutó de tenerla a su lado, ahí en ese instante.

Y, para cuando acabó de leer el poema, cerró el libro y la miró, viendo como la muchacha ya se había vuelto a quedar dormida para no despertarse hasta al día siguiente.

La volvió a besar en la frente, colocando un mechón de su cabello rubio detrás de la oreja y decir;

—Te amo.



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