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d o s | d o l o r


"Con mis problemas le sonreía a la vida, porque había que vivirla a pesar de lo dura que fuera"

Erin

Pasaron unos días tras ese primer día de clase y las cosas entre ambos estaban igual. Erin seguía siendo esa chica alegre, con la que hablaba casi todo el mundo y ella siempre era simpática, mientras por el otro lado estaba Uriel, cual solo le importaba a sí mismo y a otra persona.

No chocaban, pero el esfuerzo de ella por sacarle algunas sonrisas merecía la pena y él, en el fondo, le gustaba que ella se esforzara por ello.

No sonreía porque vivía una época en la que no quería hacerlo y su día a día no le dejaba. Solo podía pensar en sus problemas, en las cosas que le deparaba el día a día y en las facturas que se seguían acumulando en la mesa de su escritorio. Esos problemas que parecían lejanos para una persona joven de 19 años, eran un mundo para Uriel.

El día anterior tenía su madre cita con el médico y no le gustó demasiado lo que había escuchado. Bien es cierto que no había cosas malas, pero solo pensaba en la vida de su madre y en lo que tenía que trabajar para poder pagar todo lo que se acumulaba. De vez en cuando, su tía los ayudaba con algunas cosas y siempre iba a cuidar a su hermana cuando Uriel se iba a clases.

Uriel solo esperaba poder encontrar un nuevo trabajo pronto, antes de que el actual no le diera suficiente para sobrevivir.

Mientras, se encontraba en el gimnasio de la universidad, en la cancha de baloncesto solo, practicando con el saco de boxeo que utilizaban para mejorar los brazos. Pero eso le servía no para fortalecer la musculatura, sino para sacar la mierda que tenía dentro, los miedos, sus problemas, todo.

Estaba sin camiseta mientras que un grueso pantalón de chándal le colgaba por sus caderas, dejando ver una buena imagen de su cuerpo. Haciendo que sus músculos se moviesen mientras daba un gancho de derecha y otro de izquierda. Como sus músculos se tensaban mientras su sudor se resbalaba por su piel y eso era el sueño húmedo de cualquier mujer que pasara frente a él.

Y sí que había una mujer detrás suya, pero era la chica que menos creía que se quedaría mirándolo a él embobada mientras Uriel se dedicaba a dar puñetazos a un saco de boxeo.

Él se giró al sentir la mirada de alguien y Erin se encontraba a seis metros de él, observándolo sin poder dejar de mirar en cómo sus músculos se movían.

No se conocían de nada, y Erin había parado para recoger algunas cosas que se había dejado tras entrenar un poco con el club de atletismo y por la mirada que él tenía, le hizo ver que ella se estaba pasando mirándolo.

Negó con la cabeza ante la seriedad de Uriel y carraspeó;

—¿Relajándote? —cuestionó ella, que pudo captar una mirada perdida en los ojos marrones de ese muchacho.

—Más o menos...—contestó Uriel.

Erin, que empezaba a ver que quizás estaba estorbando, a la vez tampoco quería dejarlo solo. Lo notaba triste y sabía que miles de problemas le rondaban en su cabeza.

—¿Quieres que te deje solo con tus paranoias?

Uriel, ante la pregunta de Erin tan extraña, se giró con la respiración entrecortada y dejando ver mejor a Erin ese cuerpo atlético del joven, pudiendo contar los abdominales de uno en uno y tuvo que volver a negar con la cabeza para mirarle a los ojos de ese muchacho.

—¿Qué? —preguntó Uriel.

—Oh, eso decía mi abuela, falleció hace un tiempo... —susurró sonriendo un poco al recordar a su abuela. Entonces miró a Uriel y preguntó. —¿Estás bien?

El ambiente, entre que eran desconocidos y que no habían entablado una conversación interesante en esos días, la brutalidad de Uriel ante esa pregunta fue clara y concisa.

—¿A ti que te importa?

Su tono dejó mucho que desear, cual dejó a Erin algo mal. Porque, aunque fuese una chica que siempre estaba alegre y que hacía lo posible por hacer bien las cosas, había momentos que le podían hacer daño. Y de daño, ella sabía bastante.

Erin observó a Uriel, con sus cejas algo juntas y formándose una arruga, consiguiendo que Uriel la sacase un poco de quicio, cosa que no hacía nadie y dijo;

—Lo siento, tampoco es para contestarme así —murmuró.

Y el joven asintió, poniéndose una de sus manos sobre su rostro.

—Perdona —susurró. —Si, estoy bien —mintió.

Pero Erin era conocida por saber cuándo una persona era capaz de mentir. Ella era tan sincera que le era imposible mentirle a alguien, pero a ella le habían mentido tantas veces, que ya hasta se sabía de memoria el tono de voz por el que alguien mentía.

—Mi primo miente mejor que tú y solo tiene 5 años —dijo algo divertida y volviendo a ser esa chica—. Mira, no nos conocemos, pero está bien no estarlo... Y solo fingir que lo estás, lo empeora —contestó con dulzura, pero Uriel no pensaba lo mismo.

—La vida me ha enseñado a no mostrarme vulnerable —dijo cortante el chico.

Pero Erin, que simplemente quería hablar con él, se sintió algo estúpida.

—Mostrarse vulnerable no hace que sea el fin del mundo, Uriel —murmuró su nombre por segunda vez en lo que se conocían.

Y una burla bastante asquerosa de él, sonó por toda la cancha como un eco que no le gustó a Erin, cual se estaba sintiendo como cuando estaba en el pasado.

—¿Qué eres? ¿La reina de las palabras? —cuestionó con ese tono de burla.

Y ella, intentando no levantar la voz, negó con la cabeza mientras Uriel seguía burlándose de ella a modo de escudo.

—Solo una persona que sabe lo que es pasarlo mal —contestó.

Pero no valió de nada al ver como los ojos de ese chico que sería su compañero de mesa durante todo ese año seguía mirándola como si nada.

—No te veo a ti pasándolo mal —dijo divertido y haciendo pasar un mal momento a Erin—. Seguro que habrás nacido en una casita de oro con todos los lujos.

No contestó, no quiso rebajarse a ese nivel y menos con alguien a quien apenas conocía. Pero fue suficiente para que Uriel se sintiera como un gilipollas por tratarla así en cuando acabó dicha frase. Ni siquiera la conocía para decirle esas cosas y se sintió mal por ello.

Erin se giró, sin despedirse de él ni nada y caminó hacia la salida para no tener que verlo nuevamente.

***

En el descanso, él está con su amigo Will, quien no ha parado de hablar sobre el cambio climático y las catástrofes que produciría dicha consecuencia por culpa del ser humano. Pero Uriel, que siempre lo escuchaba, ese día parecía que estaba en otro mundo.

No paraba de pensar en aquella chica de cabello negro y azul de la que se había estado burlando antes, cuando simplemente ella quería decirle que no estaba mal sentirse mal. Por esa simple cosa, ahora él no paraba de pensar en que había metido la pata y de que ella ni siquiera se había enfadado con él.

Justo ahí observó la mesa en la que una Erin alegre hablaba con sus dos amigas mientras estas la observaban. No pudo dejar de mirar y pensar en su sonrisa, como se le formaba un hoyuelo en la zona izquierda y como sus ojos se achinaban por ese gesto. Esa era una sonrisa verdadera y no lo que veía día y noche en su barrio.

Le hubiese gustado pedirle perdón a esa muchacha, pero no lo hizo, ni siquiera cuando se volvieron a ver en clase después de aquello y ella lo había vuelto a tratar normal, como siempre y con esa sonrisa que la describía.

—Oye.

—¿Qué? —contestó Uriel rápidamente, dejando de mirar a Erin para mirar a Will.

—¿Qué haces esta noche? —preguntó mientras sacaba su móvil y le escribía a una chica que le había estado escribiendo esa semana.

Mientras, Uriel lo observaba como prestaba atención a un simple aparato electrónico más que a una persona. Y recordando que ese día era viernes, negó la invitación.

—Cosas.

Will levantó la mirada de su móvil y dijo;

—Vamos, que no quieres quedar con el equipo de fútbol, ¿no?

—Ya sabes que no me gusta salir con los del equipo de fútbol —murmuró.

—Ni con nadie de la universidad —aclaró él. —Necesitas un buen revolcón, tío. Me pregunto por qué tienes tanto secretismo en tu vida.

Y entonces, Uriel vuelve a ver a esa mujer, la cual se levanta y se despide de sus amigas. Pero lo más asombroso para él fue que, al girarse, su sonrisa disminuyó y la tristeza apareció en su rostro.

Y eso hizo mella en Uriel, el cual no se esperaba eso de la chica que siempre sonreía a todas horas.



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