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d o c e | r u b i a

"¿Por qué me ponía así? No éramos nada y él era libre de todo... De todo. Pero, por primera vez, empezaba a sentir cosas por alguien y eso me daba miedo"

Erin

Un muchacho esperaba impaciente a que alguien conocido entrara por esa aula. Movía su pierna con nerviosismo, algo que jamás había experimentado por alguien que no fuera de su familia.

El joven se echó su cabello negro hacia atrás y empezó a juguetear con uno de sus anillos que tenía en su pulgar. Miraba al asiento vacío que había a su lado, cerca de la ventana y luego a la puerta de entrada a la clase.

Estaba nervioso y no sabía la razón, aunque en el fondo algo empezaba a entender. Estaba empezando a sentir cosas por esa muchacha y ni siquiera eran algo tan fuerte.

Quería verla, saber que estaba bien después de que el viernes pasado la encontró mal tras una mala experiencia al ir sola hacia su casa. Ese fin de semana no había dejado de pensar en lo que le había ocurrido a él y, preocupado, no dejaba de pensar en esa muchacha que le rondaba la mayor parte de las horas en su mente.

Un cabello negro y con las mechas de color azul hicieron que los ojos de Uriel se clavasen sobre la dueña de ese precioso pelo. El joven hizo un amago de levantarse de su sitio, pero no lo hizo para no parecer un gilipollas delante de todos. Y ahí estaba, con aquella ropa apretada, una camiseta blanca pegada a su cuerpo junto con uno de esos pantalones militares de color negro y sin obviar esas botas grandes que le llegaban por encima de sus tobillos, haciéndola parecer más alta de lo que era.

Uriel sonrió como nadie creería que sonreiría jamás.

La muchacha, algo mejor, se acercó a él y le sonrió cómplice.

—¿Cómo estás? —preguntó Uriel.

A lo que Erin le respondió;

—Mejor, gracias.

Se sentó a su lado y durante esas horas que estuvieron ahí no se dijeron nada más.

A veces las palabras no servían de nada cuando quería trasmitirle algo a alguien. Las miradas hablaban por sí solas, sobre todo la de ellos 2, quienes de vez en cuando se observaban menos tímidos que otras veces.

Parecía que el arrepentimiento de Uriel había quedado de lado, aunque Erin todavía no se fiaba tras las cosas que él le había dicho.

—A veces, me gustaría poder ser más abierto contigo... —murmuró mientras el profesor explicaba algunas fórmulas matemáticas.

La joven observó a ese muchacho y sonrió con delicadeza.

Colocó su mano cerca de la de él, rozando suavemente el borde de su dorso con el suyo y Uriel la observó, sin retirar esa mano y olvidándose por completo de todo.

—El día que quieras hablar; aquí estaré.

Uriel asintió, volviendo su mirada hacia la clase, pero no pudiendo evitar sonreír por ello y, por primera vez en su vida, quiso contarle a alguien aquel secreto que jamás se lo había dicho a ninguno.

***

Durante el transcurso de ese día, Erin charlaba con sus compañeras animadamente en el campus.

Disfrutaba del día a día, sabiendo que más pronto que tarde, tendría que despedirse de esa vida tranquila y hogareña a la cual se estaba acostumbrando a vivir.

La joven observaba la cafetería, buscando con la mirada a Uriel con una sonrisa y, al encontrarlo, descubrió que este estaba hablando con una muchacha rubia, la cual ya conocía de otros cursos.

Maya.

Apretó la mandíbula al ver que Uriel se le veía algo nervioso y Erin elevó su ceja algo seria. Y, mientras sus compañeras hablaban entre ellas, la joven no dejaba de mirar como esos dos hablaban animadamente.

No sintió celos, pero si algo extraño que no conocía y más al conocer a Uriel, el cual era bastante cerrado de primeras. Pero, que al ver como charlaba con Maya tan animadamente, algo extraño sintió en su pecho que no supo describir.

Negó con la cabeza mientras dejaba de mirar a Uriel y se centraba en sus compañeras. Pero algo en el fondo de ella sabía que lo que estaba viendo le había afectado de cierta forma, pero seguía ignorando que fuesen celos.

No sabía cómo era ese sentimiento así que, simplemente, creyó que solo eran sentimientos extraños o una simple molestia de ver como Uriel se comportaba mal con ella al principio y con Maya se comportaba bastante bien.

Entonces, siguió con su charla sin atender a Uriel y dejando de lado esos sentimientos.

***

Esa misma noche, una joven Erin caminaba por el pequeño piso escuchando unos jadeos provenientes del cuarto de al lado de Klaus.

Sonrió al imaginarse que era y, con su ropa deportiva, caminó por el pequeño pasillo hasta llegar a aquel cuarto con la puerta abierta. La joven se asomó y se encontró al cuerpo atlético de Klaus haciendo abdominales en el suelo.

Ella se apoyó en el marco de la puerta mientras se burlaba un poco de aquel hombre que, para muchas sería uno de los hombres más guapos y maduros, pero que para Erin era como su padre.

Klaus contaba por cada abdominal que hacía hasta que vio por su rabillo del ojo un movimiento, haciendo que dejase de moverse para mirar hacia la puerta.

—¿Qué haces ahí mirando, renacuaja? —preguntó, levantándose del suelo para dirigirse hacia la máquina de las pesas para recoger su camiseta blanca y ponérsela—. ¿Te pasa algo? —cuestionó al verla con un rostro diferente al de otras ocasiones.

Erin, debatiéndose si contárselo o no, sabía que se metería en líos y debía empezar desde el principio. Significando más dolores de cabeza para ese hombre que se hacía pasar por su tío.

Pero llevaba días necesitando hablar con él, expresarse tras todo lo que estaba viviendo desde que había conocido a Uriel, respecto a los problemas que se avecinaban y su futuro. No sabía que les tenía preparado el futuro, pero ella sabía que Klaus y ella tomarían caminos diferentes desde que pisaran Alemania.

Ambos lo sabían, aunque en realidad ellos no deseaban que eso ocurriera. Pero era lo que estaba predestinado a ser.

—Klaus, he cometido una serie de errores —confesó, mirando hacia el suelo mientras que caminaba por el pequeño gimnasio que Klaus había construido en unos meses.

El hombre se secó el sudor mientras miraba a esa adolescente llena de problemas y, haciendo un espacio en el sitio donde se encontraba sentado en aquella camilla negra para utilizar las pesas, le hizo que se sentara con él con un simple gesto.

—Ven —susurró, comprensivo y luego esperó a que ella se sentase a su lado para decir. —¿Qué ha pasado?

Erin respiró profundamente y contó hasta 3 para poder explicarle las cosas en las que había cometido un error. Un grave error para estar ahí lejos de aquel país y para que nadie les hiciera daño, sobre todo a ella. Porque Klaus solo estaba con ella para protegerla por orden de sus padres.

La joven, sin mirar a Klaus, dijo;

—¿Recuerdas nuestras 3 reglas? —preguntó, acabando con Klaus asintiendo con la cabeza—. No apegarse demasiado a nadie. No decir donde vives y pasar desapercibido...

Klaus, con su rostro serio, contestó;

—Si. Lo recuerdo muy bien para que nuestra estancia aquí no fuese muy dolorosa al marcharnos.

Erin lo miró, con los ojos tristes y sin dejar de pensar en los problemas que se avecinaban.

—Las he roto todas.

Los ojos de Erin buscaron los oscuros de Klaus, cual estaba sin ninguna expresión en su rostro, debido a lo entrenado que estaba para no mostrar sus sentimientos.

Klaus podía llegar a ser una persona fría, pero porque se había preparado para que en ningún momento tuviese que demostrar sus sentimientos frente a los enemigos. Ni miedo, ni tristeza... Nada. Quizás por eso Klaus no llegó a aguantar con ninguna de sus antiguas 3 parejas. Y ninguna mujer llegaría a entenderlo nunca.

Estaba entrenado para estar solo y quizás así era lo mejor.

El muchacho miró a Erin con la mandíbula apretada, haciendo que un músculo se moviese y se notara que quizás Erin le había decepcionado. Pero nada más lejos de la realidad, y es que estaba así por temor a su seguridad.

—Siempre he tenido cuidado, pero... —siguió. —He conocido a un chico y nos hemos ido acercando... Yo he tenido mucho cuidado, no le he dicho nada de mi vida real... —Klaus la cortó.

—¿Te has enamorado de él? —Su pregunta fue tan directa que hizo que Erin casi se desmayara al escuchar esas palabras.

Y, por primera vez, se quedó sin palabras. Erin no sabía que decir.

—No lo sé... —Agachó su cabeza mirando sus manos sobre su regazo—. Pero él tampoco se queda atrás con sus secretos, así que no me he acercado demasiado porque él es demasiado cerrado. Aun así, he desvelado donde vivo, se lo dije a él... —murmuró avergonzada al recordar la vez que se lo dijo, después de aquel beso tórrido que hizo temblar los cimientos de su muralla.

Silencio.

Había demasiado silencio en ese gimnasio y, a pesar de que era la hora del entrenamiento de Erin para aprender a defenderse por sí sola en situaciones de peligro, en ese momento era un confesionario.

La joven miró para aquel hombre que estaba a su lado mirándola y en silencio.

—Klaus, ¿estás enfadado conmigo?

Klaus se levantó de aquella camilla y caminó 3 pasos hasta llegar a la colchoneta donde ensayaban la defensa. Se puso su mano sobre su rostro y con la otra sobre su cadera y negó con la cabeza.

Se giró y la miró a los ojos.

—¿Por qué lo voy a estar? —preguntó, dejando anonadada a Erin—. Mira, nadie pasa desapercibido en algún lugar. Siempre hay alguien que te vea a pesar de la muchedumbre. Y siempre terminamos encontrando personas que nos hace despertar nuestros sentimientos. —Klaus se acercó a Erin y se agachó para poder verla mejor—. Pero hay que tener cuidado, Erin... A partir de ahora hay que tener cuidado. No sabemos si ellos seguirán por ahí esperando encontrarte —contestó, sincerándose como lo hacía siempre.

Erin no dijo nada esta vez y ahora era Klaus el que esperaba por oír una respuesta de ella.

—Tus padres no hubiesen aceptado mi propuesta de llevarte lejos de Alemania si no te quisieran —aseguró. —Te quieren, aunque hayan sido unos gilipollas.

La sonrisa de la muchacha salió a la luz haciendo que Klaus se tranquilizara un poco. Pero no dejó de ser una preocupación al recordar que ellos podrían volver a hacerle algo malo a Erin.

Ella se levantó y, algo más tranquila de confesarle lo que le llevaba preocupando desde hacía días, preguntó;

—¿Empezamos el entrenamiento?

—Vamos —dijo sonriente.

Ambos llegaron a la colchoneta y comenzaron aquella clase de muchas que había hecho para la defensa personal de Erin. Gracias a ello se había defendido de algunas situaciones difíciles, exceptuando el de la pasada noche donde, a pesar de conseguir defenderse un poco, con 2 era algo difícil.

Entrenaron mientras Tesla estaba recostado en una esquina del gimnasio mientras miraba a esos 2 haciendo movimientos y tirándose al suelo, lo cual pensaría que hacían.

Fue ahí que, de pronto, un buen trozo de mechón de cabello se colocó frente a los ojos de Klaus, saliéndole de la coleta que llevaba y despistándolo un poco, para conseguir vía libre a Erin para tirarlo al suelo.

Y vaya si lo había conseguido.

Le hizo una zancadilla, agarrándolo de la camisa para luego empujarlo al suelo y que este cayese de espaldas mirando al techo.

Erin rio al conseguirlo tirar por primera vez.

—Creo que ya va siendo hora de cambiar de look. —Fue lo único que dijo Klaus antes de levantarse algo agotado.

La muchacha elevó la ceja, aun burlándose de él.

—A lo mejor cambiándote de look encuentras el amor —bromeó.

—¿Amor? Yo no necesito ninguna mujer en mi vida —dijo, yendo a buscar un poco de agua antes de hacerse colocarse el cabello mejor.

—El día que encuentres a ese alguien no pensarás lo mismo.




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