c a t o r c e | K i s s i n g e r
"No me podía creer lo que estaba viendo..."
Erin
—Están demasiado juntitos... —susurró Will mientras se pegaba a una de las taquillas en las cuales se encontraba Erin.
La joven, que miraba a dicha pareja hablando de lejos animadamente, observó a aquel chico el cual había visto con Uriel alguna que otra vez y no dijo nada.
Habían pasado unos días después de que Uriel se hubiera abierto ante ella. Lo cual lo había ayudado mucho a dejar ese peso tan grande. Aunque una experiencia tan dura como esa no se olvidaría jamás.
Uriel se sentía mejor, aliviado y todo gracias a que se había abierto ante esa muchacha distinta a cualquiera. Pero en esos momentos se encontraba hablando con Maya, necesitaba saber si ella era la chica misteriosa de hacía unos meses, la chica rubia que ayudó a su madre enferma. Necesitaba al menos darle las gracias por ello y, a pesar de todo, le estaba costando tierra, mar y aire preguntárselo.
¿Cómo iba a hacerlo? Le diría, perdona, ¿pero tu salvaste a mi madre de una muerte? O, simplemente ¿eres tú la que llamó una ambulancia meses atrás? Era absurdo preguntarle eso sin saber el contexto y, para alguien que apenas conocía, no podía hacer otra cosa. Y más un chico como Uriel bastante cerrado.
Erin intentó meter su cabeza escondida, fingiendo que buscaba una página de su libro de química, pero lo cierto es que de vez en cuando cambiaba la mirada para ver a Uriel ligando con aquella chica. Y nuevamente, sus celos volvieron a las andadas, aunque ella intentaba negarlos.
—Soy Will; el amigo de Uriel —saludó el muchacho y Erin lo observó, sacando esa sonrisa que siempre solía tener en el rostro—. El tío que me está quitando el ligue. —Eso último no le hizo gracia a Erin.
La muchacha fue a saludarlo, tan alegre como ella era.
—Yo soy... —Pero él la frenó.
—Ángel —dijo aquel mote por el que casi todo el instituto la conocía.
—Me gusta más Erin —su tono agradable de voz hizo que sonara como música para Will.
Erin tenía algo, y es que los chicos se enamoraban a simple vista de ella, algunos les costaba más, pero casi todos terminaban cayendo por esa muchacha. ¿Por qué? Tenía una belleza distinta, una personalidad única y una forma de sonreír que agradaba a cualquiera.
Y eso, quisieran o no, se notaba.
—Ese hombre que ves ahí no se acerca apenas a las mujeres —dijo Will, celoso de ver como su mejor amigo ligaba con Maya, la chica que le gustaba. —A la única es contigo, y no sé por qué está ahora hablando con Maya... Joder, tío es la chica que me gusta —dijo eso último como si Uriel lo estuviese escuchando.
Erin intentó animarlo, a la vez que lo hacía también para ella.
—No creo que te esté quitando el ligue.
Will elevó una ceja.
—¿No? Pues no lo parece.
Erin evitó mirar de nuevo a Uriel y Maya, los cuales sonreían como si fuesen amigos de toda la vida y volvió a su libro de texto sin decir nada más. Ausente.
***
—Oye, ¿me puedes llevar a las afueras del pueblo? —preguntó Erin a una compañera y esta asintió sin dudarlo—. Necesito comprarme unas cosas y mi tío no puede venir.
—Claro. Sube.
Ambos se subieron al pequeño coche y, durante el camino hacia las afueras de aquel lugar, ambas hablaron y hablaron animadamente mientras la noche empezaba a caer. Klaus sabía que no podía estar siempre encima de ella y, sabiendo que estaría junto con esa compañera, no debía preocuparse, aunque lo hacía siempre por ella.
Diciembre se acercaba, por lo que el frío en aquel lugar era mucho más fuerte que antes y la amenaza por nieve estaba a la vuelta de la esquina.
Erin no dejaba de pensar en la mayor parte del tiempo de Uriel, cual empezaba a pensar que esos celos eran por su culpa. No podía tenerlos, no le gustaba a Erin porque sentía que tenerlos era sinónimo de no confiar en dicha persona. Pero él y ella no eran nada...
Nada.
Y eso, entristeció a la muchacha, pero a la vez se alegró de no haber tenido nada con ese chico por su bien... Por el bien de ambos. Porque el futuro que le deparaba a ella significaba sacrificar cosas de su vida. Muchas cosas que no deseaba jamás sacrificar.
Una moto apareció en su campo de visión, con algo de velocidad y aparcando en un local muy alejado de todo, donde apenas 3 locales se encontraban juntas.
Erin elevó su ceja al ver que esa moto la conocía a la perfección y, sin mirar a su compañera, le dijo;
—¿Puedes parar aquí?
La chica que estaba a su lado la miró con rareza, como si eso fuese lo más extraño que le hubiese pedido. Y a juzgar por el sitio tan solitario, sabía que ahí no era buena idea parar.
—¿No es muy solitario?
La joven la miró y contestó;
—Me las apañaré. —La joven aparcó frente al local, donde 2 hombres robustos se encontraban fuera y la miró a la chica esperando a ver qué es lo que pensaba hacer—. Nos vemos mañana.
Erin se bajó, mientras que su compañera intentó pararla. Pero Erin no le hizo caso, haciendo uso de su terquedad cuando realmente quería. Y al ella girarse para decirle que se fuera, a los largos minutos, la joven se marchó negando con la cabeza y tras pedirle que si necesitaba algo la llamara para ella recogerla.
Pero Erin no iba a hacer tal cosa.
El lugar tenía unas letras bastante llamativas con un color neón parpadeando, mientras que le llamaba bastante la atención a los 2 hombres que había fuera del local, hablando animadamente. Ella, que no pasaba desapercibida para nada, entró a aquel lugar, encontrándose con un pequeño bar con 3 personas dentro bien borrachas.
La joven buscó a Uriel con la mirada, sabía que estaba ahí pero no sabía dónde podía encontrase. Se dirigió hacia el trabajador que se encontraba limpiando vasos detrás de la barra y el muchacho no pudo evitar mirarle los pechos tapados por su ropa a Erin.
—Busco a Uriel...
—Está en la pelea. Toca 4 veces seguidas en esa puerta turquesa y baja las escaleras. Ahí lo verás —le indicó, dejando de mirarla para dedicarse de lleno a su labor limpiando vasos, como si fuese lo más importante en ese momento.
La joven, extrañada de escuchar "pelea", le hizo caso. Se quedó frente a aquella puerta de dicho color y tocó 4 veces, consiguiendo que rápidamente un hombre igual de robusto que los que había fuera la abriera.
No le dijo nada, simplemente le dio espacio para entrar y ni siquiera la miró.
En cuanto ella se encontró con una escalera bastante larga, pasó por la puerta y empezó a bajar lentamente, escuchando ruido tras el final de la escalera. Un fuerte sonido se escuchó, asustando a Erin y que descubrió que era la puerta que el hombre había cerrado por completo.
Ella siguió su camino, bajando por aquel lugar y llegando a la puerta de emergencia, empujando haciendo mucho esfuerzo. Y la imagen que se encontró fue lo menos que ella esperaba encontrarse.
Mucha gente junta se encontraba mirando hacia una jaula amplia donde 2 personas se peleaban como neandertales, tirando billetes al suelo como si eso fuese una apuesta. Todos estaban embobados por la pelea, deseando que ganara uno y así llevarse todo el dinero que podían.
La joven siguió caminando y dejó de hacerlo en seguida en cuanto encontró un hueco y vio quien era uno de esos neandertales que peleaba dentro de aquella jaula.
El rostro de ella estaba tan impactado que ni siquiera pudo reaccionar en seguida.
Veía como ese chico, el cual empezaba a sentir cosas por él, se peleaba contra otro hombre que ni siquiera tendría su edad. Llevaba solo sus pantalones vaqueros negros mientras sus manos estaban protegidas con cinta blanca. Estaba completamente sudado y apenas sangraba mientras que el otro parecía que necesitaba una ambulancia.
No hizo falta imaginarse quien iba a ganar, en cuanto él le dio un último golpe y lo dejó noqueado en el suelo mientras él lo celebraba como si fuese el mayor triunfo que podría conseguir. Erin negó con la cabeza al ver aquella violencia y, cabreada, supo que había visto suficiente.
Y ahí fue cuando Uriel clavó su mirada en los ojos de esa chica que le gustaba, y la preocupación se hizo evidente por muchas razones, pero la primera por ver que esa chica estaba sola en medio de tantos hombres con sed.
Uriel salió del ring con rapidez, como si nadie se cruzara por su camino y, tomando su mochila del suelo y su chaqueta se dirigió hacia esa joven que lo miraba aún impactada. Y esa fue una de las pocas veces en las que Erin no se despistó por ver a ese chico sin camiseta. Y una obvia y nueva discusión entre ambos estaba a punto de hacerse realidad.
Erin vio como Uriel se le hinchaba la vena del cuello, pero su enfado también era bastante alto.
—¡¿Qué cojones haces aquí, Erin?! —gritó él por encima del barullo y ella negó con la cabeza.
—La pregunta aquí es; ¿qué haces tú aquí? ¿Qué quieres? ¿Matarte? —cuestionó cabreada con él y llena de preocupación.
Él, apretando la mandíbula demasiado mientras que no dejaba de mirar a esa chica a los ojos, dijo lo que jamás le había confesado a Erin;
—Es la única forma para poder pagar las facturas y comprarle las medicinas a mi madre...
Erin, ante tal respuesta, se quedó callada. No conocía absolutamente nada de la vida de Uriel y menos sabía que estaba pasando por un muy mal momento económico como para meterse en estas peleas que le podían jugar una mala pasada con su vida.
Observó a todos los que estaban a su alrededor y Uriel, sin esperar ni un segundo más, la tomó del antebrazo y la alejó de allí, dirigiéndose juntos hacia una esquina que se encontraba vacía. Al menos, para tener algo de intimidad.
—No es la única manera, Uriel —contestó ella, conociendo ahora que la madre de Uriel estaba enferma y las ganas de poder darle apoyo eran cada vez mayores—. Pero es la más sencilla para ti —susurró, preocupándose realmente por ese muchacho.
Una risa amarga salió de la garganta de Uriel.
—¿Sencilla? —repitió con una voz brusca—. ¿Me dices tú que luchar aquí es sencillo? Jugarme la vida no me hace gracia, Erin.
—¿Y tu madre le hará gracia? —contestó, dejando sin habla a Uriel—. ¿Crees que esto es justo para ella? ¿Qué pasa si te pasa algo? ¿Qué será de tu madre? Ella te necesita tanto como tú y sabes muy bien que esto no es vida —dijo siendo sincera.
No conocía a la madre de Uriel, pero si estaba enferma necesitaba a su hijo más que a nadie. Y esa no era la forma para ayudarla. Al menos no podría imaginarse si la madre de Uriel se llegara a enterar alguna vez de ello.
—No lo entiendes...
—No sigas con esto, por favor... —murmuró ella, pero Uriel negó con la cabeza.
Necesitaba ese dinero para llegar a fin de mes, era como un plus junto con lo que ganaba en la tienda. Necesitaba pagar todas las facturas que se amontonaban y que ya quedaban menos, al menos necesitaba seguir con eso un tiempo más.
Es por eso que Uriel dijo;
—Vete, Erin. Esto no es sitio para ti. —La miró a los ojos, realmente preocupado a la vez que deseaba llevársela de allí para que ningún tipo de los que había ahí le hiciera nada—. Aquí hay hombres muy cabrones y no quiero ser responsable de lo que te ocurra.
Pero Erin tenía sus ideas claras y no se iba a mover de ahí. Por ello, se quedó ella de brazos cruzados mientras que lo miraba negando.
—No me pienso ir de aquí sin ti.
Uriel se mordió los labios, deseando sacarla de ahí lo antes posible y perdiendo los nervios por esa muchacha tan cabezona que tenía frente a él. No era ni sería la única vez que ella hacía eso cuando sabía que podía correr peligro. Y en el fondo, aunque no fuese el sitio más indicado, a Uriel le encantaba eso de ella, lo cabezota que era la gran mayoría de las veces.
Uno de los "compañeros" de Uriel se acercó a la pareja. Era bastante alto y poseía un rubio increíble, un tipo robusto y atractivo lleno de cicatrices. Sonrió a Erin con sutileza mientras que colocaba su brazo sobre el hombro de Uriel.
—¿Qué es? ¿Tu novia con la que te relajas antes de luchar? Que callado te lo tenías y encima... es muy guapa —bromeó George mientras miraba descaradamente a Erin.
Uriel lo empujó, haciendo que George se quedara impresionado por esa fuerza, ya que Uriel jamás conseguía ganarle en una pelea.
—¿Qué has dicho, gilipollas?
—¡Nada! Muchacho, solo la estaba mirando. Esos celos no te van a llevar muy lejos —susurró, mirando otra vez a Erin y dejando asombrado a Uriel. —Me gustan las mujeres de mi edad, sin ánimo de ofender. —Se dirigió a Erin mientras seguía sonriendo y con un Uriel cabreado le dijo. —Yo ya tengo a mi novia. Pero yo al menos soy sincero y lo digo, no finjo que no somos nada —le dijo esta vez a Uriel y luego se marchó hacia donde los demás estaban presenciando otra nueva pelea.
Uriel, sin querer decirle nada a ella sobre lo ocurrido, la agarra del brazo y la arrastra hacia la puerta de emergencia.
—Oye, espera —trató de decir ella.
—No, no espero. Tu ni siquiera debes estar aquí y no pienso dejar de te pase nada —contestó.
—¡Uriel! —gritó para que él la escuchara y ahí fue cuando lo peor vino en forma de un hombre.
—¡Kissinger! —Erin lo miró, al hombre que le había dicho eso y sus alarmas se encendieron.
Uriel se quedó quieto y observó a aquel hombre que estaba con sus manos en sus bolsillos y algo debió pasar, porque Erin estaba sin habla al ver a ese hombre. Pero lo que Uriel no comprendió fue porqué la había llamado Kissinger.
—¿No estás muy lejos de tu prestigiosa silla? —cuestionó él y Erin simplemente no le respondió.
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