Capítulo 20
¡Dios mío!
Rezo una y otra vez para que ocurra un milagro y pueda salir de aquí.
Estoy sentado agarrado a mis rodillas escondiendo mi cabeza dejando de alguna manera que el dolor que por tanto tiempo llevo guardando salga de una vez.
Me siento herido, mis fuerzas van desvaneciendo y si alguien me preguntase como me siento en esto momentos.
Diría simplemente: Destrozado, por no haber sabido hacer las cosas bien desde su principio. Tocado, porque no solo me estoy jugando mi vida, también la de mi familia y hundido por haber sido tan confiado dejándome arrastrar por la maldita codicia del dinero.
Y ahora aquí ando, delirando porque estoy hablando solo, o me hablan las ratas, una de dos.
— Naim, Naim.
— ¿Liza eres tú?
— Sí, quería agradecerte lo que has echo por mí.
— Tranquila Liza, pronto vamos a salir de aquí, y esos cabrones no volverán a torturarte, te lo prometo.
— Quiero morirme Naim, ya no soporto mi vida, si es que la tengo.
Aquellas palabras tan cargadas de sentimiento y decepción hizo que me levantase de un salto, puse mi oreja en la pared, de algún modo quería que me escuchara y no cometiera esa estupidez.
Nadie debe quitarse la vida, debemos ser fuertes a pesar de las desgracias que nos pasen.
Pero hasta que no la oí gritando de dolor, sintiendo como algo golpeaba su cuerpo mientras ella gritaba cada vez más fuerte, no entendí por todo el martirio que estaba pasando. Ella no quería deshacerse de su vida, era esos miserables quien se la están arrebatando.
Cerré mis puños todo lo fuerte que me permitían mis fuerzas, me paré en frente de la puerta y esperé paciente a que entrara alguien para darme la comida.
Esperé, esperé cargando mi cuerpo más y más de rabia.
Y allí estaba quién iba a pagar todo.
Nada más pasar el calvo, comencé a darle puñetazos y patadas hasta dejarlo sin sentido.
Agarré las llaves que llevaba encima junto a un arma y un cartucho de repuesto.
Salí dispuesto a vengarme, era un poco absurdo ya que yo era uno y ellos vete tú a saber cuántos serían.
Fui directo para buscar a Liza, sus gritos dejaron de escucharse cuando ese cabron se estaba subiendo la cremallera.
Sin dudarlo, le disparé.
Un desgraciado menos y una pecado más para mí.
— Liza. — La llamé viendo como su cuerpo estaba sangrando, sus ojos permanecían cerrados y su cuerpo había marcas y sangre.
Le quité la camisa al muerto y la vestí.
Su cuerpo tan delgado no me supuso problema alguno para echarla a mi hombro como un saco patatas y salir de allí cagando leches.
No había tiempo, debía de buscar la salida y salir de aquel asqueroso lugar cuanto antes.
Empiezo a correr mirando para todos lados tenebroso de que me pudieran coger y hacerme cualquier cosa.
Esquivé a varios hombres sin ser visto, después de un buen rato por fin logré ver la salida.
Liza apenas habla, intento de que diga algo en vano.
Veo a los lejos una moto, me voy directo hacia ella montando a Liza como puedo.
Consigo alejarme unos metros de aquel lugar para poder arrancar la moto sin ser vistos.
Y al parecer la jugada me ha salida perfecta y porque al parecer varios hombres estaban entretidos y pudimos salir airosos de momento, de esa situación.
El cuerpo débil de Liza se amolda a mí, su aliento es cada vez menor.
Conduzco por un camino de piedra hasta que por fin veo la carretera y a unos cuantos kilómetros hay un pueblo.
La moto me deja tirado justo en la entrada del pueblo.
Agarro en volandas a Liza parando un coche pidiéndole al señor que me lleve algún hospital.
El hombre, muy amable me deja en la Cruz roja.
Allí pasamos para ser atendidos.
Varios médicos se centran en atender a Liza, al parecer su vida está pendiente de un hilo.
Mientras tanto una enfermera monja me atiende a mí.
La monja me cura mis heridas y me hace algún vendaje diciéndome que debo permanecer en la clínica hasta mañana que venga el doctor y me haga unas pruebas.
Me tumbo en la camilla y espero impaciente noticias sobre Liza.
En mi cabeza aún resuena sus gritos y como esos desgraciados la golpeaban.
Miro un crucifijo con atención. No soy muy beato que digamos, pero en ese momento rezo para Liza se salve.
Permanezco quieto no sé por cuánto tiempo.
Al abrir mis ojos hay una monja parada enfrente mía mirándome fijamente apenada.
— ¿Cómo se encuentra señor?
— Ahora con los medicamentos bien, y mi amiga cómo sigue.
— Lamento tener que darle esta noticia. Lo siento mucho, no se ha podido hacer nada por ella.
Ha fallecido hace un par de horas, la están preparando para darle cristiana sepultura.
— Gracias por todo. Gracias. — Fue lo único que me permitió decir mi garganta.
A pesar de encontrarme mal, decidí levantarme de la camilla e ir hasta el cementerio para darle el último adiós aquella muchacha que pasó sus últimos días, meses...torturada sin necesidad alguna.
«Adios Liza» Por lo menos ahora tú calvario ha terminado.
Me marché del cementerio y me fui directo a una cabina telefónica donde pude llamar a David para que viniera a buscarme.
—Naim, joder tío me tenías preocupado.— David me abraza empezando a llorar.
— David, no llores que yo también lloro. — Me vuelvo abrazar a él, sin importarme que varias gotas rueden por mí rostro.
— David necesito tú ayuda. — Le digo intentando levantarme.
— Ven vamos a mi casa.
— No. A tú casa no puedo ir, me pillarían. Mejor llévame a casa de Tomasa.
— ¿A casa de Tomasa? — Extrañado me mira mi amigo agarrándome para meterme en su auto.
— Sí.— No tardo en explicarle que estoy más seguro en casa de Tomasa donde nadie iría a buscarme.
Seguidamente le pregunto por Pilar.
Mi amigo hace una mueca, como rebuscando las palabras.
— ¿Qué ocurre, le ha pasado algo malo?
— No, ella está bien. De hecho está viviendo con Anto. Lo único que no quiere saber nada de ti. No quiere ni escuchar tú nombre.
Noto como una bola cargada de fuego y decepción se centra en mi pecho.
Miro por la ventanilla del coche en silencio.
¿Qué esperaba después de lo que hice evitando que algo malo le ocurra?
David se voltea un momento para preguntar cómo estoy.
Cabizbajo, le digo que bien.
— Es lo mejor David. Trataré de ayudarla de alguna manera, tampoco quiero que se involucre en mis problemas.
Esta batalla es mía, y si algo le ocurre yo no sé ya que haría. — En ese momento, me vuelven aparecer las imágenes de Liza.
Aquella pobre mujer que murió joven por culpa de unos desarmados. Y lo peor de todo es todo lo que tuvo que sufrir para poder descansar en paz.
Un rato después, llegamos a casa de Tomasa.
Como ya suponía al abrir la puerta mi antigua secretaria se queda mirándome de arriba abajo sorprendida.
Pero el que se queda sin palabras soy yo al ver lo desaliñada que luce.
Su pelo está revuelto, lleva puesto un vestido con más mierda que el rabo un chivo, y de su cara pues qué contar. Tiene algunas marcas de haber sido golpeada.
De verdad, yo no salgo de Málaga para meterme en Malagón.
Paso dentro viendo como su casa ha cambiado. Las puertas están rotas, hay restos de embalajes de comida basura, botellas de cerveza.
— Iba a limpiar ahora mismo. — Titubea ella quitando la basura de encima de la mesa.
David me mira tan sorprendido como yo. La agarro de su codo y con delicadeza le acaricio sus mejillas apartándole algún mechón de su cabello.
— ¿Qué has hecho Tomasa?
— Naim...— Dejé que llorase escondiéndose en el hueco de mi cuello a la vez que la apretaba contra mi pecho.
— No sabes cuánto me duele verte así mi querida Tomasa. Te quiero mucho como para verte en este estado. Dime dónde está ese hijo de puta que al que va pegar va a ser a mí.
— Naim no hagas ninguna locura. Mira cómo estás tío, debes de recuperarte no meterte en más líos.
David me regañó. Llevaba razón, antes de liarme a hostias debía de sanar mis heridas. Entonces una pequeña luz seme iluminó.
Necesito dos cosas: Una; Recuperarme, y dos, un saco de boxeo para entrenar.
Era de noche cuando terminé de cenar.
Tomasa me había preparado de cenar y una vez más me curó mis heridas dándome algún calmante para el dolor.
David se había marchado, quedemos en vernos en otro lugar para que me diera un móvil.
Mientras estaba tranquilo tumbado en la cama, en el sótano de la casa de Tomasa pensando en lo que me ha ocurrido estos últimos días, escuché ruidos que procedían de arriba.
Era sin duda la voz de ese miserable gritándole a Tomasa.
Subí las escaleras en silencio, quería ver la escena y por supuesto darle lo que se merece.
Y no me equivoqué, el tío estaba gritándole a Tomasa, en una mano llevaba un porro y en la otra una cerveza.
Me quedé escondido detrás de una puerta observando la pelea.
De momento solo eran gritos e insultos.
Hasta ahí, podíamos decir todo bien.
Un rato después cuando Tomasa se negó a servirle la cena, él se levantó furioso, empezó a sacarse su cinturon del pantalón, vi como Tomasa temblaba de miedo haciéndose un ovillo cubriéndose su cuerpo quieta, como un animalito asustado.
— Ey pringado, yo que tú me volvía a poner el cinturón, no sea que te se caiga el pantalón.
— Vaya, mira qué sorpresa. ¿Tú también te follas a esta puta?
Hasta aquí podíamos llegar hijo de de tu santa madre.
Sin dudarlo le pegué varios puñetazos seguidos de algunas patadas.
Lo agarré por su camiseta ya tumbado en el suelo sangrando.
— Si vuelves a insultar a Tomasa te juro que vas a tener que llamar al hada de los dientes para que te ponga una dentadura.
— Naim, déjalo no quiero que te haga daño. — Me decía Tomasa llorando de los nervios.
— Tranquila, si este gilipollas solo es todo un macho con las mujeres, míralo el mierda, como se retuerce de dolor.
Le doy otra patada antes de sacarle su cinturón y atarlo.
— Naim ¿qué vas hacer?
— Pues mira, como ya sabes tengo un par de peleas y necesito entrenar, y ese chulito me va servir de saco.
Si tan hombre es para ultrajarte, que sea marica y me pegue a mí.
— Naim lo vas a matar.
— Tranquila, le pondré protección lo necesito vivo y un contrincante.
Tú ahora Tomasa cálmate y si tienes un baño y ve arréglate, estoy seguro que volverás a ser la Tomasa que tanto quiero y admiro.
Y de este...ya me encargo yo.
— Qué tonta he sido Naim. Gracias por todo.
— Para eso estamos los amigos.
Agarré a tal Ismael de la camiseta, atado lo bajé conmigo hacia el sótano. Le tendí una manta en el suelo y le dije que durmiera puesto que mañana comenzaría mis entrenamientos.
El tío ni rechista, bueno también porque le tapé la boca atándole a la cama para que no huyera.
Quizás me estuviera pasando, precisamente en esos momentos ya no pensaba con claridad, a fuera estaban los hombres de Leonard buscándome y tarde o temprano tendría que enfrentarme de nuevo a ellos.
Pero como no soy Hulk, necesito refuerzos y la ayuda del mismo Isaac.
Al día siguiente, antes de que saliera el sol levanté a mi saco.
Le puse protección en varias zonas de su cuerpo comenzando a golpearlo.
En verdad va resultar mejor saco de lo que pensaba.
Como se movía cada vez que veía mi puño, y como me miraba aterrorizado cuando le clavaba suave mi rodilla en alguna zona de su cuerpo.
Mi entrenamiento fue interrumpido por Isaac.
— Vaya, menudo saco te has buscado.
— Y a ti que te importa imbécil.
— Naim, debemos hablar. Habido un mal entendido y debes de saber algo.
— Tú subnormal vete al baño y cuando salgas te quiero derecho aquí o te juro que los golpes van a ser de verdad.
— Dime qué noticias me traes.
— Antes de nada me alegro que estés bien. He estado preocupado por tí.
— Sí ya, como no. Por eso me engañaste a con la mierda de la pulsera, menudo farol me metiste tío.
— Naim te juro que esa pulsera era cierta. Ves, aquí te traigo otra. Mira como tiene un pequeño botón. El problema es que alguien te quitó la pulsera y el micro.
— ¿Qué me estás contando?
— Liset, Naim.
Después de encontrar la pulsera tirada en un contenedor y tras haber sido ella la última persona que te vio, comencé a investigarla. Y mira.— Isaac saca varias fotos de hombres. Las miro y trato de recordar uno de ellos fue contrincante mío hace años.
— Este de aquí es Vladimir Zhayrt, un moldavo y compañero de Liset. Continúe investigando y resulta que Vladimir era también el novio de Liset, ambos estaban infiltrados en una operación contra un narco que trabajaba para Tito Blades.
El hombre que buscamos nosotros.
Aquella noche tú y él os enfretasteis en un combate, y él salió mal parado. Días después murió a consecuencia de los golpes recibidos.
— Espera un poco. Me estás contando que Liset se está vengando de mí porque supuestamente yo maté a su novio. ¡Venga ya tío! No me jodas, si yo nunca mato a mis adversarios.
— Ya, pero ella piensa que si lo hiceste. Y por eso te ha hecho esta encerrona para entregarte a Leonard.
— Entonces y Pilar...
— Ella está a salvo, la tenemos sin que lo sepa vigilada. Ahora lo importante eres tú Naim.
Y cuentas con mi ayuda y lealtad. Ponte de nuevo esta pulsera y por favor acepta este móvil y mantenme informado. Ah, no estás solo Naim, esta batalla también me salpica a mí.
Ahora me marcho, ten cuidado y suelta a ese pobre hombre lo tienes acojonado.
Nos echamos a reír viendo como baja la escalera saltando como los canguros.
Desde arriba me guiña un ojo Tomasa.
Al menos ya está un poco presentable, pienso que mi llegada a sido como un soplo de aire frío en un día de calor.
Sonrío moviendo mi cabeza a la vez que me despido de Isaac.
No si al final va resultar que me equivoqué y todo.
Sin embargo algo me inquieta, de momento estoy a salvo en este lugar.
¿Pero hasta cuándo?
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