8. Consolación.
Tan pronto como Max se levantó, me dedicó una sonrisa apagada y pronunció un triste "Hola."
Se veía mal. No como si estuviera al borde de la muerte, claro, pero las bolsas debajo de sus ojos dejaban claro que no había dormido bien en días. Su cabello despeinado daba la impresión de haber sido descuidado por bastante tiempo, y la ropa ligeramente desacomodada dejaba saber que había tomado lo primero que había visto al despertar, se lo había puesto de mala gana, y había ido así a la escuela.
Estuve tentado a preguntarle lo que cualquier otro le preguntaría, que dónde había estado todo ése tiempo, que por qué se veía tan mal, que qué pensaba de la vida. Pero, en vez de eso, simplemente me quedé viéndolo por un momento mientras anticipaba que no querría hablar de eso. Entonces, me limité a una simple pregunta.
"¿Necesitas hablar con alguien?"
Al parecer, Max no esperaba esa pregunta. Cosa que me pareció bien, ya que no quería agobiarlo con preguntas al pobre chico, y eso debía demostrarle que me importaba su estado más que a un típico amigo.
Max meditó la pregunta en su cabeza y luego asintió.
"Creo que tengo muchas cosas qué aclarar," dijo él. Justo en ese momento sonó la campana, avisándole a todo estudiante que era hora de comenzar las clases.
"Tendrá que ser después," le respondí yo. "Si necesitas hablar con alguien, podemos buscar un lugar a la hora de la comida."
Max asintió levemente y comenzó a caminar a nuestra primera clase junto a mí.
Decidí no hacer más preguntas o comentarios hasta que él quisiera hablar por sí mismo. Suponía que que su estado se relacionaba al motivo de su ausencia. Y, si así de mal lucía él, el problema debía ser enorme. Dado a lo que había leído aquél día en el parque, supuse que debía estar en lo correcto. Sólo lo sabría hasta que él decidiera hablar, así que caminé a su lado hasta llegar a nuestra clase.
No habló con nadie durante las clases. De hecho, yo no volví a hablar con él hasta la hora de la comida. Le había dicho a los otros que le dieran un tiempo antes de inundarlo con preguntas, y ellos parecieron entender.
Cuando salimos de clase a la hora de comer, lo alcancé rápidamente y puse una mano en su hombro para detenerlo. "Oye," lo llamé. "¿Irás por comida?"
Negó con la cabeza.
"¿Aún quieres hablar con alguien?" le pregunté esperando que no hubiese cambiado de opinión en las últimas horas.
Asintió, gracias al cielo. Debía admitirlo, tenía demasiada curiosidad sobre lo que le había pasado a Max. Para pasar del Max de una semana antes, a lo que tenía en ese momento frente a mí, ese extraño intento fallido de zombie, debía ser algo demasiado malo. Mi cerebro sólo deseaba terminar con el suspenso y saber de una vez por todas si estaba en lo correcto.
"Está bien," le dije mientras bajábamos por las escaleras más cercanas. "Creo que sé a dónde podemos ir."
Le expliqué en el camino que había llegado a conocer ese lugar gracias a Alice. El sótano parecía estar igual que la última vez que lo había visitado. Una vez que nos acomodamos en las grandes cajas de cartón, le aseguré que nadie nos interrumpiría, y que él podía decir todo lo que quisiera sin preocuparse porque alguien los escuchara. A pesar de la poca luz, podía ver bien su rostro.
"¿Estás seguro de que nadie sabe de este lugar?" me preguntó él. Sus ojos tristes sólo me provocaban ganas de apoyarlo y decirle que todo iba a estar bien. No soportaba verlo así.
"Por supuesto. Aparte de nosotros dos, sólo Alice. Y si ella llegara a encontrarnos ahorita, puedo pedirle que se vaya."
Max suspiró, como reconsiderando la idea sobre decirme o no lo que le pasaba.
"Oye," le dije en una voz más suave. "No tienes que decírmelo si no quieres. Yo sólo quiero que sepas que si lo necesitas, estoy aquí. Tampoco quiero obligarte a contarme algo que no quieras compartir."
Inmediatamente apareció una mueca en su rostro, seguida de un pequeño llanto. Max llevó sus manos a su rostro, cubriendo sus ojos mientras comenzaba a soltar lágrimas. No las podía ver, pero era obvio que estaban ahí, brotando de esos ojos color miel.
Mi instinto de ser humano me dijo que en ese momento sólo había una cosa lógica que podía hacer: apoyarlo.
Eliminé el espacio que nos separaba y puse mis brazos a su alrededor. No esperaba que apoyara su cabeza en mi hombro con tanta rapidez, pero una vez que lo hizo me di cuenta que estaba demasiado herido como para que le importara.
No estoy seguro de cuánto tiempo nos quedamos así. Probablemente sólo un par de minutos mientras él se calmaba un poco, y los llantos cesaban y las lágrimas dejaban de existir. Una vez que su respiración se normalizó, se soltó de mi agarre y se enderezó, aún cubriendo sus ojos con las palmas de sus manos.
"¿Quieres contarme lo que pasó, Max?"
El chico descubrió sus ojos, dejándome ver lo rojos que estaban.
"T-tu leíste todo el mensaje, ¿Cierto?" me preguntó él. Aún había un notable rastro de llanto en su voz. "¿El día del parque?"
Asentí con la cabeza, bastante apenado por recordar mi error. Aunque él ya me había perdonado, yo no había podido lograr sentirme bien conmigo mismo después de semejante acto.
"Pues es verdad," continuó contándome Max. "Mi padre tiene VIH."
Me atacó una ola de sentimientos a la vez, todos diferentes e indescifrables. Terror, por saber que su padre padecía de tal enfermedad. Alivio, al saber que no era él quien la tenía, vergüenza, al darme cuenta de que era un pensamiento egoísta, culpa, por haberme metido en ese asunto familiar, y muchos más.
Agachó la mirada y parecía que había comenzado a llorar de nuevo. Inmediatamente lo volví a envolver con mis brazos, desatando una ola de llantos más fuertes que los anteriores. Palmeaba y acariciaba su espalda en un intento de calmarlo. Cuando por fin terminó de llorar de nuevo, me separé de él y lo observé detenidamente.
"¿Ya estás mejor?" le pregunté secando las lágrimas que bajaban por su rostro con la manga de mi camisa. Él asintió levemente, aunque continuaba dando repentinos saltitos al inhalar.
"Va a estar bien," dije a continuación. No sabía qué decir. 'Lo siento' sería demasiado... estúpido. No quería decirle algo que el resto del mundo diría, quería decirle algo que un buen amigo diría. "Sabes que lo estará. Tú lo vas a cuidar. Lo que más necesita ahora es amor, y tú debes estar ahí para él."
"Lo sé," se limitó a decir mientras limpiaba más lágrimas.
Lo tomé por la barbilla y levanté su mirada hacia mí. "Oye, mirame," le ordené con voz firme. "No estás sólo. Cualquier cosa que necesites, cuenta conmigo. Y no lo digo sólo porque sí. Sé que es algo difícil, por eso quiero que sepas que te apoyo."
Max asintió de nuevo, observándome con esos pequenos e inocentes ojos color miel, como si fuera un cachorro asustado. "Gracias. La verdad es que tengo mucho miedo."
"Es normal que lo tengas. No te debes avergonzar por tener miedo."
"Lo sé," respondió. "Pero... aparte de eso, hoy tendré que quedarme sólo en mi casa. A mi padre le harán unas pruebas raras."
"¿No preferirías quedarte conmigo?" le pregunté. Por mí no había problema alguno, y estaba seguro que pir mis padres tampoco. No pensaba dejar que Max sufriera sólo en su casa. No entendía por qué, pero sentía la urgente necesidad de apoyarlo hasta el final en ese tema. ¿Qué clase de amigo sería si lo dejara llorar en un rincón de su casa por su cuenta, podiendo ofrecerle mi hombro para consolarlo?
"No lo sé..." comenzó a decir él.
"Decidido, entonces. Hoy vienes a dormir a mi casa."
"Gracias," murmuró de nuevo él y agachó la cabeza con un poco de pena. Lo único que se me ocurrió por hacer era abrazarlo de nuevo, y hasta que fuera necesario.
La noticia del padre de Max me había cambiado el día por completo. Me había hecho pensar más sobre él y su vida. Si se iba a quedar sólo sin su padre, ¿Eso significaba que no tenía mamá? Eso sólo haría toda la situación más triste, dado a que, sin su padre, Max quedaría huerfano. También me puse a pensar en él. Todo el problema debía estar consumiéndolo poco a poco por dentro. ¿Sería lo suficientemente fuerte como para confrontar el problema? ¿Le ayudaría en algo el apoyo de un amigo? ¿Le habría contado a alguien más aparte de mí?
Un sonido extraño me sacó de mis pensamientos. Volviendo a la realidad, vi a la maestra de inglés chasqurando los dedos frente a mí. "¡Vamos, Castillo!" me apresuró. "Deje de lanzar pensamientos al aire y comience a plasmarlos en el papel, si es que puede."
Algunas risitas se escucharon a mi alrededor.
"Lo siento, Miss. Es que no estoy seguro de cómo terminar el ensayo." Era una excusa barata, pero debía servir.
La maestra miró mi papel de reojo. Afortunadamente, había escrito bastante como para despistarla.
"Pues debe apurarse. Sólo tienen quince minutos." La maestra se encaminó hacia otros alumnos y yo volví la mirada hacia mi ensayo.
Después de un par de minutos, entregué mi ensayo y me devolví a mi asiento. La maestra se paró frente a la clase y pidió la atención de todos.
"Bueno, clase. Ustedes saben que necesito una calificación de proyecto para ustedes, ¿Cierto? Pues he decidido hacerlo simple esta vez." Sacó una hoja de un folder y la examinó. "Harán un ensayo como proyecto. El ensayo debe de ser el mejor que hayan hecho en su vida. Les daré dos semanas para hacerlo, así que deben hacer el mayor esfuerzo para lograr sacar una buena calificación. Recuerden que necesitan tener más de 70 en la clase para pasar. Una mala calificación en un proyecto los puede hundir." Volvió a leer de la hoja. "Les daré instrucciones específicas sobre lo que tienen que hacer para preparar su ensayo. Normalmente los dejaría hablar de lo que quisieran, pero, dado a las circunstancias, me veo obligada a escoger por ustedes esta vez. El tema del ensayo será: la homosexualidad. Si han estado pendientes a las noticias últimamente, cosa que sé que a su edad no es relevante, podrán saber por qué es un tema tan recurrido estos últimos días. Quiero saber su posición en en tema, así que deben informarse lo más que puedan sobre ello. Habrá una variedad de preguntas de las cuales podrán escoger para responder como tema principal, todas refiriéndose al tema general de la homosexualidad." La campana sonó en ese momento, provocando que los alumnos comenzaran a levantarse. "¡SENTADOS!" gritó la maestra. "¡Aún no he terminado!"
Los alumnos volvieron a sus asientos con caras largas y la siguieron escuchando.
"Necesito que vean las noticias estos días. Hablo enserio. Entre más sepan del tema, mejor calificación tendrán en este proyecto. ¿Entendido?"
"¡Sí!" contestaron todos al unisono.
"Que tengan buen día." Y todos salieron disparados hacia la siguiente clase.
Salí de clase y pronto Brandon y George me alcanzaron. Venían hablando sobre lo que la maestra había dicho, y yo sólo los escuché.
"Me pregunto por qué querrá que hagamos el ensayo específicamente de los gays," dijo George caminando de espaldas.
"Camina bien," le dijo Brandon. "Y tal vez es porque el tema es amplio y tenemos mucho por decir de él."
"Pues la verdad es que a mí no me importa todo ese tema," comentó George.
"Deshonor," se escuchó una nueva voz a nuestras espaldas. Tina, quien venía cargando un par de libros en sus manos, nos pisaba los talones y escuchaba la conversación. "Deshonor a ti y a tu vaca, George."
"¿Por qué deshonras a mi vaca?" preguntó él con una sonrisa, divertido.
"Debería importarte el tema," continuó Tina.
"¿Y eso por qué?"
"Porque últimamente hay bastante injusticia hacia los gays," respondió Tina como si fuera lo más obvio del mundo.
"Supongo," dijo George. "¿Pero eso qué tiene que ver con nosotros? ¿En qué nos afecta? ¿En qué la afecta a ella?"
"A ella sí que la afecta," le contestó Tina, poniéndose junto a nosotros y mirándonos como si fueramos locos. "¿No escucharon los rumores? Se dice que hace poco le negaron a su hijo el derecho de casarse con el chico del que está enamorado. Es por eso que ella está tan entrada en el tema."
"Bueno," respondió George. "Está bien, le afecta. ¿Y a nosotros? ¿Por qué nos mete en su embrollo?"
Tina soltó un gruñido. "¿No lo entiendes? Le están negando un derecho a un ser humano. ¿No te molestarías tú si te negaran el derecho a jugar sólo por preferir el Fútbol al Básquet?"
"Claro que sí, pero eso es una locura."
"Exactamente eso es lo que pensamos sobre lo de la homosexualidad. Es nuestro deber revisar que se haga justicia."
Tina tenía razón. De alguna manera, me parecía algo ridículo lo que acababa de contarnos. No lo entendía, ¿Por qué les molestaba tanto que alguien se casara?
"Y no es sólo eso," continuó ella. "Últimamente han habido rumores sobre algo... feo."
"¿Feo?" repitió Brandon.
"Terrible," se corrigió Tina. "Algunas personas dicen que hay científicos de algunas partes del país que han estado experimentando para comprobar que la homosexualidad es una enfermedad. Y, como si eso fuera poco, también intentan encontrar una 'cura'. ¿Cómo pueden creer que es de enfermos amar?"
Las palabras de Tina me molestaban, por alguna razón desconocida para mí. No entendía por qué las personas se empeñaban tanto en menospreciar a los homosexuales. ¿Qué ganaban con eso?
"Pues la verdad es que sí parece un tema un tanto complicado y delicado," admitió George. "Pero sigo sin entender por qué debería de meternos en él."
Ya casi habíamos llegado al gimnasio. Faltaban sólo unos cuantos metros para llegar a las grandes puertas de vidrio.
"¡Porque somos humanos, George!" exclamó Tina. Parecía que con cada palabra de la conversación su rostro se volvía más duro, su expresión más incrédula. "Tenemos que apoyar lo que esté bien, desterrar lo que esté mal."
"En eso tiene razón," concordó Brandon. "Hay muchas personas que se ven afectadas por otros problemas y buscan ayuda de otros que no tienen nada que ver. Es bueno apoyar de vez en cuando."
"¡Aleluya!" gritó Tina. El tema parecía importarle demasiado. Aunque, de nuevo, hablamos de Tina. A ella le importa demasiado cualquier cosa que no sea justa para todos.
"Una cosa más," continuó George. "¿Por qué te importa tanto a ti?"
"¿Qué quieres decir con que por qué me importa?" le respondió Tina con incredulidad.
"Pues sí, ¿Por qué te importa tanto lo que pase con los gays? Acaso-"
"¿Acaso qué?" lo interrumpió Tina con una mirada asesina.
"Sólo calla," le aconsejó Brandon al entrar al gimnasio.
"¿Acaso tú eres lesbiana?"
"¿Y qué si sí lo soy? ¿Algún problema?"
Creerías que lo había dicho sólo para probar un punto, sin embargo, Tina dio media vuelta y se encaminó refunfuñando rápidamente hacia los vestidores de las mujeres.
"Querido, tonto compañero, George," lo llamó Brandon. "La acabas de cagar." Le palmeó el hombro viendo a Tina desaparecer. "Y fue una grande."
Tuve que conformarme con quedarme callado e impotente ante lo que acababa de pasar. ¿Sería que Tina...? Sólo había una manera de estar seguro. Me dirigí a los vestidores de los hombres sin poder sacar el tema de mi cabeza.
No tuve tiempo en toda la tarde para hablar con Tina. Y, en cierta parte, eso fue un alivio para mí. Tener que lidiar con ella después de la pequeña discusión que tuvimos en la mañana no me resultaba para nada placentero.
Me subí al autobús escolar y me senté junto a Max en uno de los asientos traseros. Ya le había explicado a Emma que iría con él a su casa, y ella entendió que había algo más en el gesto, sin smbargo, no hizo preguntas. Fue un gran alivio para mí no tener que negarle los detalles.
"Hola, Max," lo saludé. Desde nuestra pequeña charla en el sótano del teatro, Max había continuado mostrándose distante de todos, así que no habíamos vuelto a hablar hasta entonces.
"Hola," respondió con una pequeña y triste sonrisa. Mínimo parecía sincera.
"Estoy listo para conocer a tu padre. Y que tú conozcas a los míos," reí. El plan era este: llegar a su casa y pasar un buen tiempo con él para animarlo, luego, cuando estuviera acercándose la noche, ir a mi casa y tener una pequeña pillamada. Nada difícil, y seguramente le haría bien ver que no estaba solo.
"Lo haces sonar como si estuviera presentando a mi novia," me dijo con la misma pequeña sonrisa. En verdad, ése era el punto. Quería hacer el mayor número de chistes verdes posibles para intentar hacerlo reír. Una simple sonrisa sería un gran logro para mí.
"Claro, amor mío," dije imitando a una típica princesa de Disney. "Estoy ansiosa por que llegue el día de nuestra boda."
Max me dio un ligero codazo y logró esbozar una sonrisa, seguida de lo que pareció un intento fallido de risa.
Solté un risa al mismo tiempo que el autobús comenzó su trayectoria. Tenía en mente hacerlo reír. Hacerle saber que no tenía por qué estar triste. Hacerle entender que aún había esperanza para él y su padre, que aún podía ser feliz.
El padre de Max me pareció una persona bastante agradable. A pesar de su enfermedad y de la inmensa tristeza que debía estar pasando en esos momentos, me recibió con una amplia, cálida sonrisa. Estiré la mano para saludarlo y él pareció avergonzado y sorprendido al mismo tiempo.
"Oh, lo siento, hijo," dijo después de darme la mano y estrscharla. "Es sólo que... no creí que quisieras hacerlo."
"¿Por qué no querría?" le pregunté algo confundido.
El señor -que se había presentado como Cristian- le dirigió una mirada nerviosa a su hijo.
Max le respondió con una mirada como diciéndole que no se preocupara. "Es sólo que... tuvimos una mala experiencia hace unos días con un señor en el hospital. Digamos que... 'no quiso arriesgarse'."
Lo miré incrédulo mientras hablaba. ¿En serio había personas tan estúpidas?
Devolví la vista hacia Cristian.
"No se preocupe por mí, a mí me enseñaron mejor que eso," le aseguré con una sonrisa.
Pareció estar mucho más tranquilo y aliviado. "Se nota, gracias," respondió y miró a Max. "Me alegra que haya hecho buenos amigos tan pronto." Miró su reloj y suspiró. "Es hora de que me vaya. Ten cuidado en la noche, Max. No le habras a nadie."
"Pa, de hecho... Cody me invitó a quedarme en su casa hoy. ¿Puedo?"
El rostro de su padre se iluminó de inmediato. "¡Claro! Me parece una excelente idea... siempre y cuando sus padres estén de acuerdo."
"Ellos están de acuerdo," le aseguré.
"Entonces no hay problema por mi parte." Chasqueó los dedos de pronto. "Casi lo olvido, Max, ¿Podrías traerme mi tarjeta del seguro? Está sobre mi cama."
"Ya voy," respondió Max y salió disparado escaleras arriba.
Una vez que ya no estuvo presente, su padre se acercó a mí con una expresión seria.
"Hijo, muchas gracias por lo que haces," me dijo en voz baja. "Max necesita todo el apoyo que pueda obtener. A veces me pregunto si esto lo afecta más a él que a mí. Ha estado devastado los últimos días, pero verlo sonreír ahorita es un gran alivio para mí."
"Yo encantado, señor," le respondí.
"Llámame Cristian," me corrigió. "Max me ha contado tanto sobre ti," continuó con una sonrisa, "es un alivio que encontrara un amigo que lo trate tan bien."
Tan pronto como Max volvió a la habitación, di la conversación por terminada.
"Gracias Max," le dijo su padre al tomar la tarjeta. "Ahora sí, me despido. Un placer, Cody."
"Igualmente," contesté.
"Max," continuó Cristian, "asegúrate de cerrar bien."
"Claro, pa."
Y el señor Bustamante se fue.
"Bien," dijo Max mirándome a los ojos. "Tenemos todo el tiempo que queramos. ¿Qué hacemos primero?"
"Tal vez deberíamos hacer la tarea de matemáticas," sugerí. No cinfiaba en mí mismo como para comenzar a divertirme sin haber hecho la tarea primero. Sabía que, si es que no me lo recordaban, olvidaría por completo mis deberes.
Me miró con una mueca en el rostro, pero asintió. "Tendrás que ayudarme en eso, no se me dan las matemáticas."
"Con gusto."
Una hora después ya se nos estaban acabando las ideas de qué hacer. La tarea había sido pan comido. Incluso le había explicado un par de cosas a Max sobre lo que habíamos hecho la semana que él faltó. Decía que no se le daban las matemáticas, pero demostraba lo contrario.
Intentamos jugar a un par de videojuegos, pero yo simplemente apestaba. Él me mataba todas las veces en Call of Duty. ¿O era Black Ops? O... bah, el punto es que daba pena en videojuegos sobre pistolas. Aunque eso no me detenía de lograr mi objetivo: hacer reír a Max.
Cada vez que moría, fuera culpa mía o no, soltaba unas carcajadas que me hacían preguntarme si el Max que había visto antes en el día había sido real.
Parecía que estaba logrando que se olvidara del tema de su padre y pasara un buen rato, lo que era simplemente genial.
Una llamada interrumpió nuestra partida contra unos zombies hambrientos. Max pausó el juego y yo tomé mi teléfono y vi la pantalla antes de contestar: Alice.
"¿Quién es?" preguntó Max al verme observar la pantalla.
"Alice," contesté. "Me pregunto qué querrá..."
Contesté por fin. "¿Bueno?" pregunté.
"¡Cody! ¿Adivina qué? ¡Acabo de encontrar unos disfraces increíbles para la fiesta!"
"¿Enserio? Que bien," contesté sin ánimos. La idea de la fiesta no me terminaba de gustar al 100%.
"¡Sí! ¿Dónde estás? Necesito que vengas para probar los disfraces antes de que alguien más se los lleve."
"Uh," observé a Max por un segundo, quien miraba hacia abajo, jugando con el mando. "¿Ahora?"
"¡Claro que ahora!" respondió Alice. Creí notar algo en el rostro de Max. No estaba seguro, pero eso era... ¿Decepción?
"Lo siento, Alice, ahora mismo estoy con mi familia y no puedo ir," mentí. No estaba seguro por qué, pero el ver a Max así me había obligado a mentirle a Alice. "Tuvimos un... inconveniente." Max me miró sorprendido.
"¿Pasó algo malo?" me preguntó Alice preocupada. "¿Están todos bien?"
"Uh, sí. Estamos todos bien, es sólo un pequeño problema. ¿Puedes comprar los disfraces tú? Te diré todo luego. Me tengo que ir."
"Está bien, veré si los compro," respondió ella. "Suerte. Adiós."
"Gracias, nos vemos mañana," me despedí y colgué."
Max me miraba con asombro.
"¿Qué?" pregunté simplemente.
"Le mentiste," se limitó a responder.
Asentí con la cabeza. "Así es."
"¿Por qué?" Ahora parecía más confundido que asombrado.
Me encojí de hombros. "No lo sé. Simplemente no me dieron ganas de ir con ella."
"Oh," respondió y volteó hacia la pantalla.
"Y... estoy contigo. Ella puede esperar."
Max devolvió la mirada hacia mí con mayor sorpresa que antes. Noté que el color subía a su rostro al mismo tiempo que se lograba divisar una pequeña sonrisa en él. De inmediato, comencé a sentir que a mí también se me subían los colores al rostro y me levanté de la cama rápidamente.
"¿El baño?" pregunté sonriendo.
Él indicó hacia un lado. "Al fondo," respondió.
Salí disparado hacia allá, sintiendo un sentimiento extraño dentro de mí. ¿Qué era? Ni. Puta. Idea. Pero se sentia bien.
Una hora más pasó. Habíamos cambiado de juego varias veces más, pero ninguno nos gustaba lo suficiente una vez que comenzábamos a jugar (principalmente porque yo apestaba en todos). Al final decidimos que sería mejor ir a mi casa de una vez por todas y jugar Resident Evil, dado a que su copia se había dañado, y ese era el único juego en el que yo no moría a los primeros cinco segundos.
Una hora más. Dos. Tres. El tiempo se volvió una despreocupación mientras avanzábamos en el grandioso videojuego. No fue hasta que mi madre nos llamó para cenar que dejamos el videojuego en paz. E incluso después de eso, volvimos a jugar un poco hasta que se hizo demasiado tarde para estar gritando en la casa.
Nos acostamos en la alfombra de mi cuarto viendo al techo. Las palomitas y las frituras de maíz que teníamos estaban esparcidas por todo el lugar después de una pequeña guerra. Sentí una gran paz estando ahí con él. Era como si nos conocieramos desde pequeños y estuviera experimen un día más de una gran amistad. Sin embargo, no era así. Acababa de conocerlo hacía un par de semanas atrás. Era asombroso qué tanto podías llegar a querer a una persona en tan poco tiempo. Era increíble.
"Hay que jugar a algo más," dijo Max sacándome de mis pensamientos. "Antes de ir a dormir."
"¿Qué tienes en mente?" le pregunté. "Recuerda que no podemos hacer tanto ruido ahora."
"No te preocupes. Juguemos a algo simple."
"¿Cómo qué?"
Max meditó la pregunta un poco. "¿Verdad o reto? Nos ayudará a saber más del otro." dijo por fín.
Me encojí de hombros. "Como quieras," respondí. "Sólo una cosa, no pongas retos muy bizarros."
Max rió un poco. "No te preocupes. Es más, dejaré que comiences tú."
Max se levantó del suelo y se sentó con las piernas cruzadas. Lo imité y sonreí. "¿Verdad o reto?"
"Verdad."
Me puse a pensar un poco. Pronto, se me ocurrieron varias ideas y comencé por una básica. "¿Cuál es tu color favorito?"
"Tienes que esforzarte más que eso," respondió él. "Morado."
Reí. "¿Morado?"
"Sí, ¿Algún problema?"
"No, ninguno. Es sólo que... ¿Morado?"
Él rodó los ojos y yo reí más fuerte, luego recordé lo de guardar silencio y callé. "Es broma, tío," le dije sonriendo.
"¿Tío?" me miró extrañado.
"Es algo que dicen los españoles," aclaré. "Sigues."
"Está bien... ¿Verdad o reto?"
"Reto," respondí.
Se quedó pensando un par de segundos y luego sonrió. "Te reto a comerte una cucharada de sal entera."
Suspiré y sonreí, sabiendo que esa sería una noche interesante.
Mi lengua estaba traumatizada, mi columna vertebral dolía, el bello de mi brazo izquierdo estaba chamusqueado, y en mi pierna derecha tenía el dibujo de un pene. Sin contar los retos estúpidos que nos poníamos entre nosotros, estábamos aprendiendo bastante del otro. Descubrí que Max amaba las playas, cosa que me pareció increíble, ya que a mí me pasaba lo mismo. Él descubrió que yo nunca había aprendido a nadar, y prometió que algún día me enseñaría. Me dijo que su programa de televisión favorito había sido el mismo que el mío, y que le gustaban las canciones pop. Yo le dije que amaba a los perros pequeños y que deseaba poder trabajar en algo que tuviera que ver con la computación en el futuro. Él me dijo que quería ser un jugador de fútbol profesional, pero que dudaba que llegara a serlo, y que otro sueño era ser chef. Le hice prometerme que si lo lograba me debía hacer almierzo al menos una vez a la semana, a lo cual él rió.
Ya habíamos puesto los sacos de dormir en el suelo, listos para irnos a dormir, y aún seguíamos jugando. Era interesante cuánto podías descubrir de una persona con un simple juego.
"Bien, te toca," me dijo sonriendo después de haberme visto meter un puñado de frituras de maíz a mi boca de una.
"Bueno," dije pasando lo último que quedaba en mi boca por mi garganta. "¿Verdad o reto?"
"Verdad," respondió él.
Se me estaban acabando las preguntas, pero agradecía que no escogiera tanto reto, ya que de eso sí estaba escaso.
"Dime... ¿Hay alguien que te guste en la escuela?" Era una pregunta que me parecía bastante infantil, pero no tenía muchas otras opciones.
"Sí," se limitó a responder. Y, debo admitirlo, me sorprendió su respuesta.
"¿Sí? ¿Quién?"
"Oye, sólo una pregunta por turno," me dijo.
"¡Oh, vamos!" me quejé. "Sabes que escogerás reto desde ahora en adelante con tal de no decirme."
Se encogió de hombros y rió levemente. "¿Verdad o reto?"
"Verdad," respondí a regañadientes.
"¿Te gusta alguien aparte de Alice?"
La pregunta me despistó. Se suponía que estaba saliendo con Alice, así que no debía estar interesado en nadie más. Aunque... ¿Lo estaba? Últimamente no estaba seguro.
"No lo sé," respondí. "La verdad, no lo sé."
"Bien, sigues," me dijo como respuesta.
"¿Verdad o reto?"
"Reto," respondió. ¿Quién lo veía venir?
Suspiré. "Te reto a decirme quién te gusta."
"Muy astuto, pregunta algo más o pierdes tu turno," me respondió.
"Bien," dije riendo. "Te reto a que metas el dedo gordo del pie en tu nariz."
No le extrañó, ya que había hecho cosas más raras esa tarde. Una vez que terminó y nos reímos más cuando cayó hacia atrás, seguimos.
"¿Verdad o reto?"
"Verdad," respondí.
"¿Te enojarías si hago alco loco?"
"¿Loco como qué?" respondí.
"Simplemente algo loco. Algo inesperado y totalmente extraño."
"Pues... eso depende de qué sea."
Max rió levemente y asintió. "Sigues."
Le reté a que comiera nutella sobre una fritura de maíz, y él lo hizo diciendo que en realidad no estaba tan mal, y luego fue su turno de nuevo.
"Reto," escogí.
Titubeó antes de hablar. "Te reto a cerrar los ojos, taparte los oídos y contar hasta diez en voz alta."
"¿Qué tan alta?" pregunté extraño pero decidido a hacerlo.
"Lo suficiente para que yo lo escuche," respondió y yo lo hice.
Llevé mis manos a mis oídos, cerré los ojos y comencé a contar.
"Uno. Dos. Tres." ¿Qué estaría haciendo? "Cuatro. Cinco. Seis." ¿Sería una broma? "Siete. Ocho. Nueve." Tal vez estaba por golpearme con algo en la cara. "Diez."
En cuanto dije el último número, sentí que algo cambió.
Abrí los ojos y una brillante luz me cegó. Frente a mí, un guardia de aspecto extraño apuntaba con una lámpara a varias personas a la vez. Volvió su instrumento hacia mí y tuve que mirar hacia un lado por lo incandescente que era la luz. Pude ver un rostro desconocido a mi lado. Un chico de más o menos mi edad que parecía estar bastante asustado.
"Joseph," escuché al guardia decir. "Es tu turno."
Joseph se levantó temblando. Parecía estar al borde de las lágrimas. Me dio una mirada nerviosa y caminó hacia el guardia, quien abrió la celda y lo dejó salir. Un momento, ¿Estaba en una clase de caecel?
"Prepárate, Castillo, tú sigues después de él."
Las palabras enviaron una onda de electricidad por mi espalda al mismo tiempo que el guardia ponía unas esposas en las manos de Joseph y cerraba la celda una vez más.
Una vez que se fue, me acerqué al pasillo que separaba ambos lados de las celdas a observar mejor. Frente a mí, sólo logré ver unas figuras acurrucadas en el suelo. ¿Eran adolescentes? Parecían estar temblando al igual que Joseph, pero no podía decidir si era por frío o por miedo. Tal vez por ambas.
Al lado contrario de donde se habían llevado a Joseph, comencé a escuchar un llanto. Cuando dirigí la mirada en esa dirección me fue difícil descubrir de qué se trataba, pero pronto pude ver a algunas personas saliendo de una de las celdas. No pude evitar caer hacia atrás al ver lo que cargaban en sus manos el par de guardias: un adolescente, más o menos de trece años de edad, tan pálido como la muerte.
Abrí los ojos una vez más y lo que vi no pudo despistarme más que lo que acababa de presenciar, sin embargo, ya comenzaba a olvidar la visión como si fuera una mala película al darme cuenta de lo que pasaba. Max estaba poniendo sus labios sobre los míos.
Había algo dentro de mí que me decía "¡Retirate, esto es un error!" Pero al mismo tiempo había otra cosa que me decía "¡Sólo síguelo, está bien!" Y, al parecer, lo segundo ganó, porque no me separé. Lo dejé compartir sus labios conmigo. Le permití disfrutar del momento, ya que al parecer lo estaba haciendo. Y, sobre todo, me permití a mí saborear sus deliciosos labios mientras tocaba mi nuca con su mano. Sus labios sabían a Nutella, un extraño pero increiblemente delicioso sabor para unos labios tan suaves como los suyos. Odié admitirlo, pero nunca me había gustado tanto un beso como ése. Ni siqueira los de Alice.
Seguimos el beso unos segundos y luego Max se separó. Me observó nervioso, sonrojado al máximo. Luego me dio la sonrisa más bella que nunca había formulado, y se derritió mi corazón.
Entendía que estaba arriesgando mucho en ese momento, incluso tal vez más de lo que pensaba. Pero no le di importancia a esos pensamientos. Simplemente pensé en mí, y me recliné hacia enfrente para volver a poner sus labios contra los míos.
N/A:
Hola! Bueno, sólo quería decir que espero que les esté gustando la historia. Tengo muchos planes sobre lo que quiero llegar a lograr con esto, así que les diré que deben prestarle mucha atención a las visiones que Cody tenga desde ahora. Especialmente las que estén en negritas, ya que en ellas están pistas de lo que en realidad se tratará esta historia. Se acercan grandes sorpresas, así que, a los que esperen una simple historia de amor, más les vale que se agarren de sus asientos.
Eso es todo por ahora, espero que este capítulo los haya entretenido, pues me tomó mucho tiempo por hacer (y rehacer, ya que una parte se borró XD)
Su servidor, Aaron.
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