Luna de Sangre
Se acercaba el momento y todos estábamos muy ansiosos. Ese día comprobaríamos si, en realidad, las leyendas que contaban eran ciertas. ¿Todos los psiquiátricos estaban encantados?
Subíamos todo el grupo de amigos contentos y entusiasmados por aquella travesura de adolescentes pero, debo admitir, que la adrenalina y el temor a que fuera verdad se apoderaba de mi cuerpo. Con el brazo sobre los hombros de mi novia, quien también formaba parte del grupo de amigos, la acercaba a mí con la intención de asustarla mientras le contaba historias inventadas de cuántos fueron los muertos que hubieron en el psiquiátrico al que íbamos. Ella se hacía la valiente, pero bien sabía yo, que en el fondo, estaba muerta de miedo; su mirada era tan transparente que revelaba mucho más que sus rasgos de “no tengo miedo”.
Una vez arriba de la colina donde el sol ya comenzaba a esconderse, extendimos varias mantas y sacamos los bocadillos y las bebidas de las mochilas para llenar el estómago antes de aventurarnos dentro de aquel sitio tan tenebroso. En verdad, daba pavor, sobre todo en la oscuridad. La luna comenzaba a tomar acto de presencia a medida que el sol nos decía adiós. Ella era la reina del baile de aquella noche; ella, sangrienta, iba a hacer de esa noche, una bien especial.
Mis amigos se estaban poniendo nerviosos al ver el color, cada vez más fuerte, de la luna de sangre. Sentía un cosquilleo en mi interior que no era ni medio normal y la mirada perdida de mi novia hacia aquel lugar solo confirmaba lo que yo ya sabía: estaba muerta de miedo.
Esperamos justo a medianoche para entrar. Las vallas oxidadas hacían el típico ruido de película de terror y solo amenizaba el momento. Me reí de la tonta situación y al ver a uno de mis amigos mirar hacia atrás asustado. Afirmaba a ver visto algo pasar rápidamente por detrás de nosotros, sin embargo, ninguno le creímos, pues bien sabíamos que era de tomar ese tipo de bromas. Seguimos caminando, atravesando el viejo jardín en el que la broza llegaba hasta nuestras rodillas y rasgaban con pequeñas heridas, sobre todo, al pasar por el único rosal que parecía tener vida en aquel campo muerto.
Nos paramos delante de las puertas del psiquiátrico y nos mirábamos todos, buscando la afirmación conjunta para entrar o, quizá, buscábamos la fuerza común para hacerlo. Sonreí de soslayo y me acerqué a las puertas. En el momento en el que las abrimos, tuve miedo, mucho. Un rayo rojo alumbraba el largo pasillo y todo lo que parecía estar en silencio se tornó ruido. Volteé para ver la luna que estaba aún más roja antes y parecía haber verdadera sangre en ella, incluso las estrellas parecían llorar.
A paso lento entramos sin separarnos unos de otros, encendiendo las linternas para alumbrar la oscuridad. La recepción estaba a la derecha, con el cristal que hacía de ventanilla medio roto. Me asomé detrás del mostrar y vi archivos esparcidos sobre él. Eran papeles viejos, excepto uno. Me detuve a mirarlos y llamé al grupo cuando comprobé varias veces la información. Me aterrorizó entero, ¿por qué aparecía aquí? La hoja iba pasando de mano en mano hasta que llegó a la destinataria, quien se quedó absorta y temblando de miedo. Sus ojos eran pura incredulidad, igual que el de todos. Comenzó a respirar agitada, poniendo su mano en el pecho y dándose aire con el papel. De pronto, se giró dando un manotón al aire.
—¡Sois gilipollas! —gritó, mirándonos a todos.
—No hemos hecho nada —contesté—, estamos aquí… ¿no será que tienes en mente acojonarnos? —sugerí.
Su mirada me fulminó. No, no lo hacía adrede y eso, terminó por preocuparme. Volvió a dar una manotada al aire y cayó al suelo. Me acerqué rápidamente a ella y la ayudé a levantarse.
—Algo me ha empujado, te juro que algo me ha empujado —decía llorando. Se aferraba a mis brazos e intentaba irse, pero se lo impedí—. Me quiero ir, me quiero ir…
La abracé y ella siguió derrumbándose. Si esto era una broma de mis amigos debían parar, no quería que sufriera de esa manera. La tranquilicé y consolé mientras mis amigos observaban otros archivos que habían encontrado en el armario de detrás del mostrador. Estaba lleno de diferentes casos y, la mayoría, peligrosos. Finalmente, conseguí que mi novia se quedara y obviamos el documento que encontramos de ella, una joven chica del 82 con personalidad múltiple, cuyas personalidades tenían tendencia a matar.
No me soltó, durante el recorrido por el comedor y las salas comunes no dejó de apretar mi mano. Correspondía su apretón para tranquilizarla hasta que se relajó al ver que no pasaba nada. Solo era un lugar abandonado, cuyas leyendas eran todas inventadas para meternos miedo para que nadie viniera.
Una de las linternas comenzó a fallar y mi amigo comenzó a golpearla, tan fuerte la sacudió que terminó cayéndole de las manos a la vez que escuchamos un aterrador ruido en la planta de arriba. No pudimos apegarnos más unos a otros. Sentía mi corazón palpitar con fuerza y la curiosidad comenzó a adueñarse de mí. Dos de mis amigos quisieron irse, la situación comenzaba a ponerse tensa y el miedo hacía meya en ellos. Comencé a caminar solo hacía la planta de arriba hasta que sentí la mano de mi novia agarrarse de nuevo a la mía y a uno dos más unirse al pequeño grupo que se atrevió a indagar más.
—Son unos cagados —dijo Tomás, abriendo todas las puertas de las habitaciones—. Chicos…
Nos volteamos para verle. Estaba parado, blanco como la pared y nos acercamos rápido a él. Mirábamos hacía donde él estaba mirando, pero no había nada. Me asomé dentro y antes de que cruzara la puerta él me empujó hacia atrás.
—No entres —dijo tirándome hacía él—, te matará.
—¿Pero qué dices? —Me solté e hice caso omiso. Todos entraron menos él, que se quedó en el pasillo con la mirada pérdida. Movía el cuello lentamente de un lado al otro como si se le hubiera ido la olla—. Este sitio lo está trastornando —dije en voz baja—, Tamara, ¿qué ocurre?
Fui hacia la cama desecha y me agaché junto a mi novia. Ella me enseñó la mano y vi sangre en sus dedos.
—Está caliente —dijo, limpiándose encima de la sábana sucia que cubría la cama.
—Será mejor que nos vayamos, esto me está dando mal rollo… —dijo Nick, saliendo de la habitación—. Tomás, ¿pero dónde vas? —gritó en el pasillo.
Salimos corriendo y no llegamos a verle. Solo quedábamos tres, dos se habían rajado y otro estaba paranoico haciendo de loco por el psiquiátrico. Seguimos mirando las habitaciones, pintadas, ruidos extraños que solo se oyen de noche e incluso la pérdida de Nick y Tamara. Desaparecieron de la nada, dejándome solo. Sentía como la sangre me hervía y un estado colérico me invadió. Recorrí con furia cada planta, cada habitación encontrándome a la chica del 82 dentro de la bañera, degollada. A Tomás, colgado en la primera habitación; a Nick, descuartizado dentro del congelador y, a los dos miedicas, desangrándose colgados en el sótano. Todavía seguían vivos, pero sus vidas terminaron una vez terminó el baile de coronación de la luna de sangre.
Desperté en la habitación 6A con las manos llenas de sangre y el reflejo de un sanguinario con personalidad múltiple que sonreía satisfecha ante su ama.
.... El reto tiene 1233 palabras. Elegí el reto de la Luna de sangre, quería retarme en el terror, puesto que es un género que no escribo. Espero que les haya gustado, aunque sea un poquito. Gracias por leer🤗
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